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Capítulo 5

DESAPARECIDA

Mujer, 1. 63 M, 55 KG, Largo cabello castaño, Ojos claros, Piel morena.

Seña particular: una verruga en el mentón.

Ayúdanos a localizarla.

Por favor.

Si tiene información, llámenos a este número:

(55...)

Perdí la cuenta de los días, de los meses que he pasado aquí, en este sitio, en esta habitación oscura y, a veces, silenciosa, en esta cama. Perdí la cuenta de los segundos, de los minutos, de las horas, de tantos momentos que he pasado en este silencio vil y aterrador, que devora poco a poco mi esencia, y me atormenta con esas horrorosas pesadillas en las que me veo fuera de mi cuerpo siendo "violada", una y otra vez por... él. Perdí todo de mí hace mucho tiempo, incluso la esperanza de salir algún día de aquí (ya sea viva o muerta), de liberarme de estas cadenas que sujetan mis pies a los soportes de la cama.

Soy su diversión. Su puta personal.

Este sitio es el punto muerto, un limbo en el que me han obligado a estar, desde que me atrajeron a este lugar a base de mentiras y engaños. Esta cama es mi barco, uno que se hunde lentamente hasta mancharse de mis propios meados y sangre. Se supone que hoy cambian mis sábanas y colchón, pero nadie ha tenido el tiempo de bajar a verme o darme de cenar.

Además, me muero de ganas de ir al baño.

—Oh, mierda...

«Tengo que ir al baño.»

Mi vejiga punza. Es frustrante y problemático. Un movimiento y me orino. Y para acabarla de amolar, tengo el período.

Esto es incómodo. ¡Y además ridículo! ¿Qué puede ser tan importante para tenerlo tan ocupado?

—¡Oye! —le grito—. ¡Tengo que mear!

Tomo el plato de porcelana, con la estúpida rosa en el vaso, y lo aviento con todas mis fuerzas a la pared de ladrillo, haciendo que éste se rompa en mil pedazos. Con suerte, eso hará que baje y verifique que su lindo pajarito siga con vida.

Pero... nada.

—¡Oye! —le grito—. ¡Oye!

Grito y pataleo, como si mi vida dependiera de ello hasta que, al fin, el imbécil que me engañó para encarcelarme, abre la puerta corrediza de metal (como la de Leatherface), y baja los chirriantes y angostos escalones de madera, hasta verme justo como a él le gusta que una mujer esté para recibirlo.

Me encojo del miedo, y pego las rodillas al pecho.

«Es un maldito enfermo.»

Ladea la cabeza, sonriéndome como un auténtico psicópata, al que deberían temerle los mismísimos demonios que lo formaron cuando apenas era un niño.

«¿Le temo?» La verdad, no. Además de la esperanza y el amor propio, también perdí la capacidad de temerle a un Diablo con ojos de ángel.

¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿Cómo pude entregarme a él? ¿Por qué le entregué mi virginidad aun cuando sabía que no me quería?

La sensación que sufría mi cuerpo era lo que más detestaba cuando me ponía a pensar en esos días de idiotez y ciego juicio.

Nadie puede juzgarme por creer que ese hombre alguna vez me amó. Nadie puede decir lo que no sé o aprendí ahora que estoy cumpliendo mi sentencia en este lúgubre lugar. Nadie puede ayudarme por esa misma razón: porque sé que me merezco estar aquí.

Debí haber escuchado a mi hermana. Ella me advirtió que involucrarme con él sería un error; pero, «¿involucrarte con ambos?» Eso sería un pasaje directo al infierno. De cierta forma tuvo razón, porque acabé derechito en el infierno, ese del que tanto hablaban nuestros padres cuando nos llevaban a mi hermana y a mí a misa, es aquí, yo lo había encontrado, está en la tierra misma. No me preocupa morir ahora que sé eso, ahora que conozco la verdad. Morir, para mí, sería una liberación; al menos así podría escapar de este sitio y ver a mi familia.

Extraño los regaños de mamá.

Extraño los consejos de papá.

Extraño las críticas de mi hermana.

Ojalá hubiera escuchado a mi familia, a mi hermana con sus molestos y repetitivas críticas hacia mi vida. Ella fue la única que descubrió lo que estaba pasando. Mamá sabía sobre el primer hombre, pero nunca del segundo. Mis padres no sabían lo que esos chicos me hacían todas las noches que los metía a escondidas a mi antiguo cuarto. Pero mi hermana mayor, sí. Fue ella, la que me descubrió con los dos al mismo tiempo. Fue ella, la que me dijo que recapacitara, que aún estaba a tiempo de arrepentirme, de rectificar y pedir perdón por la blasfemia que acababa de hacer dentro de la casa de nuestros padres. No lo hice. Le dije que la odiaba, que ojalá nunca hubiera nacido; y ese pleito, esas palabras, esos gritos, fueron lo último que supo de mí. Irme fue el penúltimo error que cometí. El primero, fue haberme fijado en ese psicópata de mirada dulce; y el segundo, haber creído en todas sus mentiras y manipulaciones.

—Eres la chica más hermosa que he visto en mi vida —me dijo, y le creí.

Pensé que me quería, que me amaba; pues, esa fue una vil y sucia mentira, él nunca me amó, ni siquiera estoy segura de si alguna vez le gusté.

—Tu hermana está celosa de ti, de nosotros. —Y también creí eso.

Creí en todas sus mentiras, creí todo lo que me dijo. No me di cuenta de que estaba siendo manipulada hasta que fue demasiado tarde.

Yo era su títere, su marioneta sin voz, no su novia o su amor eterno. Él era el experto, el maestro en las artes del engaño y la sumisión. Me hacía odiarme, me hizo odiarme. Odiaba todo de mí. Hizo que tuviera complejos con mi cuerpo, con mis metas, con mi vida en sí. Cambié para juntarme con sus amigos, incluso dejé que algunos de ellos me insultaran o abusaran de mí; al parecer, eso lo complacía aún más que el sexo, que yo le obedeciera ciegamente en todos sus deseos.

Me fui de casa creyendo que mi propia hermana vivía celosa de mí, de la vida que ella nunca tuvo durante su adolescencia. Y fui al único lugar donde creí que me aceptarían. Sí, fui a su casa, a mi "hogar", a mi lugar seguro. Él me dijo que mi lugar siempre sería estar a su lado, recostada en su pecho o abajo de él. Me manipuló haciéndome creer que mi vida no valía lo mismo que la suya, que incluso valía menos.

E, incluso sabiendo todo eso, toda la verdad, aun así, acepté el trato de treinta días con ellos; me creí sus tiernas caricias después de eso. Hice todo por ellos y, cuando llegó el momento de cumplir con su parte del trato, me dijeron que se había cancelado hace mucho tiempo, y... que ahora yo les pertenecía por encima de todo lo que habíamos construido juntos.

Fui su novia, fui su chica, fui su todo, hasta llegué a pensar que algún día me convertiría en su esposa.

Pero no. Ellos nunca me vieron con esos ojos. Ahora es cuando lo entiendo, así como muchas cosas. Estar enjaulada te da en qué pensar.

Cuando no quieres reaccionar, la vida se encarga de abofetearte. Y, cuando intenté irme, y ellos me drogaron para poder evitarlo, y desperté encadenada a esta cama en el sótano, vaya que había recibido mi tremenda bofetada de varios años atrasada.

Esos momentos, esos destellos de claridad en mi celda me ayudaron a entender, dolorosamente la verdad, que esos lunáticos nunca me amaron; para ellos sólo fui su juguete, su experimento, un capricho que ya habían usado y que ahora conservaban como trofeo.

Entendí, demasiado tarde, que esos psicópatas planeaban hacerle lo mismo, que me hicieron a mí, a otra chica.

Lo que no sabía era a quién.

Y... ¿por qué tomarse tantas molestias de tenerla arriba, y... no abajo?

— • — • — • — • — •

Oh, gosh!!!

Vaya que pensé en varias cosas mientras hacía este nuevo capítulo.

¿Qué les pareció el nuevo anexo a la historia?

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