Capítulo 49
LiLith
LA YO MALA
LA NIÑA QUE VIVE DENTRO DE MÍ
MI AMIGA IMAGINARIA
LA "LOCA" LiLith
"Y mi corazón responde,
aunque no late se rompe.
Y yo sufro en realidad".
Emily.
(El Cadáver de la Novia)
¿Al fin me van a dejar hablar?
¡Porque si es así...!
Quisiera contarles una pequeña historia...
Un trágico relato de amor, celos, y dramática muerte en vida de una mujer que, estuvo en el momento y el lugar equivocado. Junto al hombre incorrecto que propició los brutales eventos que ella sufrió hace demasiados años. Los que dieron origen al resultado monstruoso que ahora conocemos con un nombre: Lilith.
Y... gracias a ella, a sus secretos, genética y soledad, dieron como resultado mi propia mentalidad.
Aún recuerdo la primera vez que manifesté mis palabras en su cabeza...
Las únicas verdades que me definen son las que ocurren cuando ella me hace caso.
Se sintió tan real. Como si nunca hubiera necesitado su ayuda para poder hablar. Como si ella jamás lo hubiese deseado. Como si nunca hubiera pensado antes, sólo existido dentro de su coraza cerebral, en un rincón, en lo más profundo de su uso de la razón, aguardando pacientemente a que ella me diera acceso a su mente y tomara el control.
Ni siquiera necesité de un trauma para poder salir, simplemente existí. ¿Si me explico?
LILITH
Tierna edad: 8 años.
Hace 13 años.
Lugar: Escuela primaria Kriki.
—¿A dónde vas, rarita? —preguntó prepotente Belén, una antigua compañera de primaria. Una chamaquita esquelética de trenza francesa color negra, que hacía de todo para sacarme de quicio. Le gustaba molestarme y salir indemne de sus actos, porque tenía la certeza de que yo jamás haría nada para defenderme—. ¿Vas a volver a enterrarte el lápiz en la palma de la mano, loquita?
—Déjame en paz, por favor —le pedí amablemente, mientras continuaba mi camino hasta los jardines intocables del director. Pero ni así me ha dejado de molestar. No ha parado de perseguirme desde que salimos del salón.
¿Por qué me molesta? Lo único que quiero es almorzar en paz. ¿Es mucho pedir?
Me gusta estar sola; me permite pensar a gusto y planificar el resto de mi día. Disfrutar de la compañía del silencio es una recompensa. Además, es la única hora del día en donde puedo hablar libremente con mi amiga, sin temor a ser juzgada o señalada por mis compañeros o padres o maestros.
La gente no entiende que yo soy especial. O al menos eso dice mi papá. Por eso me molestan. Todos quieren fastidiarme la existencia. Es como si les molestara incluso el aire que respiro. Papá dice que no debo hacer caso a las burlas o los insultos de nadie. Dice que las personas se asustan con facilidad, cuando no comprenden lo que es diferente.
Por eso me pide paciencia. A los demás les faltan modales, a mí me sobran. Dejo que los puercos se embarren en el lodo, al fin y al cabo a ellos les gusta la suciedad de su cuerpo.
Caminé en sentido contrario del portón principal. Hasta la otra punta de la escuela. Tenía hambre, pero me las ingenié para aguantármelas. Necesitaba despistar a Belén. Si ella quería seguirme no podía darme el lujo de que averiguara mi lugar secreto.
—¿Por qué te ocultas, loca? —volvió a la carga—. ¿Tienes miedo de que la gente se entere de que eres la rara de la escuela?
—Déjame en paz, por favor —le volví a pedir con voz neutra y amable, mientras continuaba andando.
Belén hace caso omiso a mis peticiones, y vuelve a soltar la lengua de puras tonterías. Me sigue molestando. ¿Por qué lo hace?
¿Cuál es su problema conmigo?
«La gente es estúpida a propósito», me contestó mi amiga imaginaria LiLith.
"Es porqué soy diferente, ¿verdad?", le pregunté.
«Sí. Y ella lo sabe, por eso te molesta. A la gente no le gusta lo diferente. Recuérdalo siempre, Lilith», habló.
"A la gente no le gusto yo, querrás decir", dije, mas para mí que para conservar una plática con ella.
«Así son todos. A las personas no les agradas cuando hablas, cuando caminas o te expresas. Todos piensan que eres una rarita, ¿porqué molestarse en ser otra cosa si la gente ve sólo lo que quiere, lo que le conviene?», me respondió en su clásico tono mordaz.
Y yo... suspiré.
Tenía razón.
La voz en mi cabeza, mi amiga imaginaria, la niña con las mismas características de mi rostro y cuerpo menudo de primaria, era la única que no me juzgaba o criticaba por lo que hacía o lo que pensaba. Era mi amiga. Ella vivía dentro de mí, en mi cabeza, haciéndome compañía cuando todos huían despavoridos de mí. A veces imaginaba que estaba ahí en vida, conmigo en mi habitación o al lado de mi pupitre, sentada en la silla vacía que nadie ocupaba porque era —aún soy— la rara de Tehuantepec.
"Tú eres la única que me entiende", le dejé saber.
Y ella... sonrió.
«Sólo somos tú y yo contra el mundo», me recordó.
"Sí... Sólo tú y yo", concordé.
—¿Con quién hablas, rara? —me preguntó la molesta voz de Belén, la niña presumida que aún me seguía el paso y quería saber a dónde me dirigía para almorzar mi sándwich de jamón.
¿Por qué aún me sigue?
A esta hora ya debió haberse cansado si no está acostumbrada a caminar un largo tramo de tierra y pavimento como yo.
—Eres la bruja del lugar. ¿Sabías que dicen eso de ti, loquita?
—No —miento. ¿Que si lo sé? Por supuesto que lo sé. A papá lo molestan en el trabajo por eso. A mamá la arrinconan en los pasillos de Bodega Aurrerá para preguntarle por eso. Mis hermanos sufren chismes de universidad por eso.
Todos sufren por eso. Todos sufren por mi culpa. Mi familia está maldita por mi culpa.
Yo soy la razón por la que mi familia vive acosada por viejas chismosas de esquinas vendiendo tamales de elote, y por hombres borrachos sin ingenio para conseguir trabajo, pero sí para inventar sus canciones en bares sobre mi mentalidad inestable.
'Sobre la niña que va con el loquero.'
'Sobre la niña que escucha voces en su cabeza.'
'Sobre la niña que ve cosas muy locas todo el tiempo.'
Entre otras cosas...
Pueblo chico infierno grande.
—¿Sabes? —retomó la conversación Belén—. Mi mamá estuvo hablando con la tuya, sobre las locuras que ves y dices en la escuela —alardeó en sus palabras, como si le diera orgullo ser hija de una mujer cruel y estirada como la suya, que disfruta de inventar chismes sobre mí o mi familia—. ¿Y sabes que me dijo?
—No —respondí. Aun así, ella no paró.
—Que toda tu familia es una bola de mentirosos. —Eso me hizo detener mis pasos, y los de ella en cuanto detectó mis movimientos. Me di la vuelta, muy lentamente como una serpiente de cascabel, y ahí estaba Belén, sonriéndome como una bruja malvada y creyendo tener la razón sobre lo que su madre decía a espaldas de mi familia.
Mi familia.
—¿Qué dijiste? —le pregunté, dando un paso al frente en cautela.
Ella se encogió de hombros, —Lo que dijo mi mamá.
—¿Y qué dijo ella? —«¿Qué dijo la zorra de tu madre exactamente?», pregunté para mis adentros, mientras avanzaba cauta en su dirección.
—Dijo que estás realmente chiflada. Que eres una abominación. Dijo que tu familia es mentirosa. Dijo que ocultan algo más que nadie quiere que sepan sobre ti. Dijo que eres peligrosa, y una pequeña mierda. Que deberían encerrarte y recluirte en una casa de los locos...
Belén no dudó en decir todo lo que su madre de seguro había chismeado con otras mamás de la primaria. Lo contó todo. Lo espetó a sana distancia, mientras yo miraba las piedras en el pavimento empolvado, con gesto ceñudo, debatiéndome mentalmente si debería seguir o no a mis instintos.
O sea: ¿debería escuchar a la voz en mi interior, que a veces le gusta decirme qué hacer o cómo comportarme con ciertas personas? ¿O dejarlo pasar?
Algunos creen que su conciencia se los impide, a mí la mía me dice que hiciera lo que me diera la gana sin importar las consecuencias. O sea: prefiero vengarme.
Una brisa sacudió los mechones castaños de mi pelo largo como el de Rapunzel, y fue entonces dónde la escuché con voz ponzoñosa y vengativa gritando en mi cabeza, casi a mi lado, como si estuviera aconsejándome lo que debería hacer:
«¡Mátala de una puta vez!»
Y yo obedecí.
—Mi mamá dijo que la tuya es una golfa sola —siguió contando, sin saber que sus palabras alimentaban mi encolerizado temperamento—. Dijo que no te pareces a tu papá, y que por eso estás loca. Porque tu mamá está loca, y le abrió las piernas a otro hombre. ¿Es cierto?
Lo siguiente que pasó fue demasiado rápido: Tan pronto me agaché para tomar la piedra, la golpeé tan fuerte como mi menudo y corto brazo me lo permitió, justo en su sien y ceja izquierda, saltando chispas de sangre espesa y con olor a cobre que rociaron mis zapatos negros, mientras Belén caía al suelo como saco de boxeo de un solo golpe, aterrizando en la tierra y hierva mala que ya estaban manchándose lentamente con su sangre.
A LiLith le complació la imagen.
Y al final no sé si fue ella o fui yo la que dijo:
—No menciones a mi madre, maldita.
Sus ojos se mantuvieron cerrados. Sus delgados y planos labios entreabiertos. Los mechones sueltos de su trenza francesa se movieron junto con el viento. La piedra aún estaba en mi poder. Y el aroma a cobre fue un rechinar de dientes, en lugar de un gozo frustrado; estaba fúrica. Demasiado para importarme nada.
Yo no quería esto. No lo deseé. No lo planeé. Sólo sucedió. Como pasa con todo a mi alrededor. Si me buscas me vas a encontrar. Si a mí me dicen que no haga algo, buscó la manera de provocarlo con tal de que se haga a mi voluntad.
Y...
Entonces reaccioné.
"Oh, Dios", me dije.
—¿Qué hice? —dije en un murmullo vacío y escandaloso, mirando a todos lados como una ex convicta sin escape—. ¿Qué hice? ¿Qué fue lo que hice?
«Lo que tenías que hacer», me respondió la voz en mi cabeza con suma tranquilidad.
"No. No. No", le dije. Yo no quería esto.
«Pero lo hiciste. Y... Listo. Ni modo», añadió la muy cínica parte de mí, que aún no entendía la diferencia entre el bien y el mal. O eso creía yo.
Jamás he sabido si fui yo o fue ella quien cometió su primer asesinato a los ocho años.
Todo pasó demasiado rápido y los momentos se repitieron y repitieron durante fracciones de segundo que no podía controlar.
Yo.
La piedra.
Sangre.
Belén muerta.
Yo.
La piedra.
Sangre.
Belén muerta.
Yo...
Y así y así sucesivamente sin darme tregua.
"Al fin se calló la boca, ¿verdad?". ¿Eso lo dije yo o lo pensó LiLith?
¡Ay, Dios! ¡¿Qué está pasando?!
Entonces..., miré otra vez a Belén, a la niña esquelética sin vida, con un corte profundo en la cabeza, con la cara y el pelo semi manchados de sangre, totalmente indefensa y acomodada en la tierra sin identificar como una escena del crimen en pleno patio trasero escolar, mientras yo, como la asesina sin razones o motivos suficientes para cometer un pecado masivo: ¡NO MATARÁS!, dejó caer la piedra (el arma homicida) justo al lado de mis chuecos pies y rodillas juntas, arrepentida y culpable. Totalmente arrepentida de mis actos.
Me llevé las manos a la cabeza y estrujé el pelo con brío, ansias, enterrándome las uñas en mi cuero cabelludo, temblando, llorando y pidiendo perdón por el pecado que cometí hace minutos.
Y me arrepentí. Y me arrepentí. Y me arrepentí. Y me arrepentí. Y me arrepentí. Y me arrepentí. Y me arrepentí.
Oh, Dios...
Oh, Dios...
Oh, Dios...
¡¡¡¡Santo Diosssss!!!!
Hiperventilé, y rasguñé con brutalidad el rostro. Mis pulmones exigieron oxígeno. Mi garganta se cerró. Mis ojos se cristalizaron y rompieron sus ventanas. Gruesas lágrimas quemaron mi rostro, y un quejido lastimero y culpable escapó de mis labios sin saber qué hacer.
Quería a mi mamá. Quería a mi papá. Quería a Aarón. Ellos sabrían qué hacer con esto. Ellos me ayudarían. Ellos siempre arreglan todo. Ahora quería que arreglaran esto, y nadie venía a mi rescate.
¿Qué hago?
Miré mis manos. La sangre de Belén estaba ahí. Gotas en mi camisa blanca y falda negra. ¡Mi rostro!, cuando lo toqué, pestañas caídas, dolor y minúsculas gotas de sangre machacaron mi alma. Una oscuridad azotó mi corazón. Y LiLith sonrió nuevamente, con ese ápice de satisfacción en su pliegue derecho que la caracteriza al sonreír de medio lado.
En definitiva ella disfrutó lo que hice. Pero yo no. ¿Quién podría disfrutar esto?
Porque... Yo maté a alguien. Lo había olvidado por completo años después. Pero... ¡yo maté a alguien! Maté a una compañera de mi escuela llamada Belén, de mi salón, de mi edad. ¡Yo le arrebaté la vida! La maté y lo olvidé por completo, como si nada hubiera pasado. ¿Por qué? Esas cosas no se olvidan, se recuerdan y te atormentan en sueños o con fantasmas del pasado. ¿Quién me enseñó a olvidar? ¿Cómo fue posible?
La desesperación me invadió. El corazón me iba a explotar. Mis córneas estallarían. Me iba a morir. Me iba a morir yo también, y nada lo impediría.
Oh, Dios.
Oh, Dios.
Esto es karma.
Esto es karma.
Me iba a morir sola y mal acompañada del cuerpo frío de una odiosa mocosa que maté por impulso.
Sentí que nada pudiera salvarme.
Y...
Entonces apareció...
Él apareció.
Mi héroe. Mi salvación. Mi amigo. El único hombre que no huyó de mi verdadera naturaleza y quiso ayudarme, haciéndome creer que fue un accidente, que no era mi culpa y que no me martirizara por hacer de este mundo un lugar más limpio.
Pero... ¿Un lugar más limpio, cómo? Además, ¿quién era este señor?
Y allí, mientras me limpiaba la sangre en mis mejillas, con un pañuelo de su bolsillo, siendo delicado en cada movimiento que propiciaba, me contó su historia...
Déjenme contarles una pequeña historia...
Un día un hombre guapo y refinado llegó a Tehuantepec.
Un día ese hombre decidió visitar a su hermano mayor Abel.
Adán sabía que su hermano querido se había casado, y tenido dos hijos varones a los que nombró Aarón y Moisés, con una mujer preciosa llamada Andrea.
Así que fue de visita a su casita colorida de bugambilias y rosales.
Se tomó una limonada y platicó con sus sobrinos.
Y cuando vio a la mujer de su hermano... Bueno, digamos que no pudo resistir sus impulsos.
El acercamiento fue lento, liviano e inocente.
Ella no sospechó o intuyó lo que él le haría.
Sabía que estaba obrando mal, pero no podía evitarlo.
A él le faltaban algunos canales.
Y una tarde, cuando se aseguró de que sus sobrinos estaban fuera, y su marido hasta el cuello en trabajo de oficina...
Adán le hizo una pequeña visita a Andrea, a su Eva, como a él le gustaba llamarla en su mente.
Porque era su musa. Así lo decidió él.
Estaba enamorado de ella. O eso creyó.
Quería a esa mujer como el aire que respira. Y eso temía.
Aún la quiere. A las dos. Mejor dicho... ¡a las tres!
Adán tocó el timbre de la casa sin miramientos. Para él toda esa situación era normal y ética.
Ella le abrió la puerta.
Y se desató el infierno...
Un infierno que con gusto les contará mi padre. Mi verdadero padre. No uno que me miente y manipula, y mantiene drogada todo el tiempo para evitar enfrentarme sin ayuda del puto psiquiatra.
Este hombre que es acusado de las peores tragedias y traiciones del mundo, a ese hombre lo llamo padre. No al sujeto que prefiere a Lilith, en lugar de a mí. No al sujeto que prefiere la comodidad a lo anormal. No al sujeto que chasquearía los dedos para desaparecerme, antes de comprender el por qué de mi existencia.
No... A esa plaga jamás podré quererla como a él.
Abel es un parásito.
Adán es mi padre.
Porque sin él, mi vida no tendría sentido.
Porque sin él, viviría todo el tiempo en la oscuridad.
Porque antes de Adán y Eva, existió Adán y Lilith.
Pero esa historia ya se las contará mi papá.
— • — • — • — • — •
Bueno, Bueno...
Lenta, pero sigilosamente nos acercamos al final.
No se preocupen por el romance entre los hermanastros Bianchi Soto y Lilith, todo se dará a su tiempo.
Actualizaré el próximo miércoles.
Promesa ✌🏻
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