
Capítulo 4
☆ Editado ☆
LILITH
Mi abuelita murió unos meses antes de mi nacimiento.
Las fotografías en las paredes me ayudan a construir su historia. Sé que no fue una mujer débil, pero sí un poco infeliz. Y a pesar de no habernos conocido, compartimos la sinonimia del nombre y la apariencia.
Mi nombre es Lilith porque así se llamaba ella.
Se supone que iban a registrarme con el nombre de Míriam, pero mi madre cambió de opinión tras haberme cargado en sus brazos, porque dijo que mi llegada al mundo le iluminó la memoria de momentos felices al lado de su madre.
Fue instantáneo. Sólo pasó.
Ella dijo: «Hola, Lilith», y se creó una conexión.
Tengo un nombre. Su nombre.
Me parezco a ella, lo sé porque he visto las fotografías.
Excepto que el color de mis ojos son de un azul cielo, brillantes y despiertos (como los de mi padre, Abel); mientras que los de mi abuelita eran de un color castaño chocolate, sobrios y calmados (como los de mi madre, Andrea). De hecho, las hermanas de mi madre y sus hijos heredaron el pardo de sus iris; exceptuando a sus esposos, por supuesto, en especial a mi tío Joel, porque tiene ojos verdes en un tono berilio.
—Cariño, ¿estás segura que vas a estar bien aquí sola? —me pregunta por séptima vez mi madre, mientras me ayuda a desempacar la ropa.
Dejando caer la espalda en la cama, le respondo un sincero:
—Estaré bien.
Sé lo que le preocupa. Aunque ya no lo he vuelto a hacer, entiendo que se martirice pensando en las cicatrices debajo de mi ropa.
—No quiero presionarte, pero... —empieza con tiento, pero la interrumpo con actitud valiente.
—Estoy bien, mamá. —Incorporandome de la cama, la miro con decisión en mi respuesta—: Te lo juro, y no lo hago en vano.
Decide creerme.
—Sabes que cualquier cosa que necesites, siempre voy a estar presente para ayudarte.
—Nunca lo he dudado.
Si existen dos personas en quienes confío sinceramente, son mis padres.
—Sabes dónde encontrarnos si cambias de opinión.
—Por supuesto.
No tengo nada qué pensar, porque quiero estar sola. Al menos así tendré la certeza de que mis primos no me molestarán durante mi estadía en su casa (como ellos la llaman). El año pasado compartí habitación con Sandra y Constanza y..., digamos que no fue una experiencia positiva.
Una vez terminada la tarea de colgar mi ropa en sus perchas de madera, acompaño a mi madre a la puerta prometiendo con una sonrisa:
—Te mantendré informada si pasa algo.
Aunque lo dudo.
A puerta cerrada, empiezo la colocación de libros en el cajón de la mesita de noche cuando el nombre de la tía Noemí ilumina la pantalla de mi celular.
Sonrío al responder la llamada.
A mí también me agrada.
—¡Tía!
—Hola, hermosa.
—¿En dónde está?
—Cerca. Te lo prometo. No me quedaré en «Los Girasoles», pero iré a visitarte en unos días. Por cierto, te envié la copia de mi último libro hace unos minutos.
—¿En serio? —Pongo el manos libres en mi celular y reviso el correo electrónico más reciente—. Aquí está. Tengo algo suyo, tía.
—Lee la dedicatoria.
Me dan ganas de llorar.
A mi preciada, adorada y querida sobrina Lilith. Ella sabe lo fuerte que es. Mi poderoso dragón, tu determinismo es asombroso.
—¿Te gustó?
En serio, me agrada la señora.
—¡Me encantó! —le expreso entusiasmada—. ¿Y tiene un final feliz?
—Las mejores historias no tienen un final feliz, mi amor. Pero... es un final placentero. —dice—. Oye, ¿te están tratando bien los parientes?
No.
—Más o menos —miento—. Ya sabes cómo son los gemelos.
—Sí, vengativos y malvados. ¿Axel te ha dicho algo? —me pregunta, un poco preocupada.
—Ah... No directamente.
La cicatriz al inicio de su cabeza es un recordatorio permanente de mi falta de cordura, pero a diferencia de los demás, mi tía Noemí no pensó que estuviera loca cuando golpeé a mi primo en la cabeza usando el mango de un cuchillo.
Podías haberlo eliminado y el problema hubiera estado resuelto.
«No.»
Lo disfrutaste, admítelo. Lo disfrutamos.
«No. No fue así.»
Hubiera llorado su muerte, estoy segura. Es mi primo y... lo quiero. Y lo que hice estuvo mal, terriblemente mal. «Inaceptable», de hecho. Sí, «inaceptable» es la palabra que utilizaría para describir mi comportamiento de aquella tarde en mi casa.
«Porque lo fue, Lilith. Fuiste una niña mala.»
Lo disfrutaste, insiste ella. Pero no fue así, lo juro. ¿Por qué me alegraría ver algo así?
—Lilith. —Percibo el sensato tono de su voz cuando dice—: Lo que hiciste fue en defensa propia, hija. Él iba a atacarte. Y créeme, a mi hermana no le hubiese dado tanta importancia el asunto si hubieras sido tú la víctima inconsciente en el suelo.
Imagínate cómo hubiera reaccionado esa perra si te descubre degollando el cuello de su gemelo adorado. Seguro enloquece. ¡Ja! Te hubieras deshecho de ambos la misma tarde, Lilith. Ni yo lo hubiese hecho mejor.
—Basta —digo en voz alta con los dientes apretados.
—Cariño, no lo dije por molestar, es sólo que...
—No, tía. No le... estoy hablando a usted —la interrumpo con la esperanza de no ser juzgada por mi condición.
Le hablo con sinceridad porque sé que ella es una de las pocas personas en mi vida que no se asusta con facilidad, porque no le tiene miedo a la niña mala que vive dentro de mí, a ella, a Lilith.
—Lilith, sé que estás molesta —dice—, y tienes todo el derecho de estarlo. ¿Te cuento un secreto? A veces, yo también he deseado que algunas personas de mi familia desaparezcan.
—¿En serio?
—Sí, y no me siento culpable por ello. Porque es normal. ¿Quién soporta tanto dolor sin alimentar su odio? —La calma invade mi pecho y encierra mis pensamientos culposos en una bóveda reforzada sin combinación aparente—. Tus sentimientos son normales, querida. No tienen que ser una condena imperdonable en tu cabeza. Porque eres tú, y eres perfecta.
Me alimento de sus palabras y respiro hondo. «Fuuuu...», exhalando un sincero:
—Gracias, tía.
Dejamos correr los segundos antes de continuar con el siguiente punto de la conversación:
—¿Y Fernando?
—Está... molesto por lo que le hice a su hermano —digo, toqueteando con precaución la zona afectada de mi coronilla. Aún siento dolor.
—¡Bah! A ése sólo le importa calentar la polla —expresa sin miedo a una sentencia divina.
—Tía... —la regaño.
—¿Y los querubines de tu tía Hilda? —Me evade preguntando con sarcasmo.
—No están contentos.
—¿Has visto a tu tía Nancy?
—Todavía no.
—Le advertí a mi hermana que si soltaba algún comentario desagradable en tu contra...
—Tía Noemí —la interrumpo—. Por favor, no amenace a nadie. No quiero más problemas con mis primos. Además, Débora y Patrick no tienen la culpa de lo que su madre haga o deje de hacer.
—¡Bah! La estirpe de mi hermana heredó su mala sangre.
Dice la verdad.
«Cállate.»
—Y no te dejes engañar por Débora —continúa—, aunque predique que eres su amiga, no te considera como tal. Esa niñita consentida es una hipócrita.
—Tía Noemí —la vuelvo a regañar.
—Ignorar la verdad no la hace menos dolorosa, hija. Cuídate, por favor.
—Sí.
—Y no dudes en llamarme. Si los gemelos se ponen violentos o Constanza te suelta alguna burrada, quiero que empaques tus cosas y te vengas a vivir al hotel donde me hospedo.
No es una mala idea.
—¿Me recibiría, tía?
—¡Claro que sí! No lo dudes. Eres y serás siempre mi sobrina más hermosa.
—Tanto de corazón como de cara —termino nuestra frase por ella.
—Exacto.
—¿Tía Noemí?
—Sí, mi amor.
Temo, aunque no sepa la razón, pero debo enfrentar con valor la pregunta:
—¿Usted sabe por qué mi familia me odia?
A través de la línea, no escucho su respiración, como si estuviera aguantando el aliento.
—Bueno, hija. —Exhala de manera significativa—. No me corresponde responder esa pregunta.
—Pero, ¿usted sabe por qué?
—Hija... Debes hablar con tus padres de esto. Ellos te dirán la verdad.
—Tía...
—Tengo que colgar, cariño. Hablaremos pronto. Te amo.
Y sin nada más que añadir, corta la comunicación.
Nota de la autora:
Mucho drama. Mucho drama.
La tía Noemí adora a Lilith, de eso no duden.
Lo que oculta su familia es un tema delicado que pronto descubrirán.
Nos vemos en el siguiente capítulo.
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