Capítulo 39
LILITH
Nadie puede juzgar mi comportamiento, lo que hice esa noche, lo que pasó en su oscura habitación, y lo que permití que me hiciera aun con mi palpable inexperiencia presentida sin que la punta de sus dedos rozara mi sensible piel, o, lo que sentí cuando me dejé llevar —por primera vez como la verdadera yo— sin la necesidad de recurrir a LiLith para guiar mis movimientos.
Me sentí libre.
Era yo solamente. Ella no estaba por ningún lado. No escuché su voz o los ecos de sus advertencias. No hubo ruido o alboroto. Sólo fui yo. Fue mi deseo, mi vida, mis pensamientos dedicados a una sola persona. Ambos fuimos complementados; lo que sea que él haya encontrado en mí, yo lo encontré en él.
Porque pude y me apeteció hacerlo, y lo más sorprendente es que fue con él, con esa serpiente de nombre Leviatán, a la que juré ignorar por el bien de mi seguridad. Sin embargo, aquí estoy, con él, vulnerable, con el corazón aún ardiendo en deseo, mi cabeza descansando en su pecho, escuchando los suaves latidos de su corazón en mi oreja, desnuda, con el pelo alborotado por las fuertes manos que lo estrujaron, metida entre sus sábanas, rememorando como una idiota la experiencia más íntima de mi vida.
Mi primera vez.
Siempre pensé que me entregaría en cuerpo y alma a mi futuro esposo, al padre de mis futuros hijos; como hicieron mis padres al conocerse. Pero no, porque esto es diferente, lo mío está pasando ahora. Sentir el cuerpo desnudo de otro ser humano junto al mío es algo que nunca creí probar hasta que el sagrado acto del matrimonio me diera permiso de consumarlo.
No miento al decir que me resistí, que luché contra estos deseos y recé para hacerlos desaparecer. Pero ya no más. Hice hasta lo imposible por mantener las distancias, por no dejarme engañar con sutiles palabras que, detonan este irracional arranque... que empezaron con lentos besuqueos y terminaron siendo... otras cosas que nos llevaron a ambos a hacer el amor.
Ahora que lo pienso, entregarme a él fue una de las decisiones más fáciles que he tomado en mi vida.
Me olvidé de todo durante esos minutos; de las apariencias, los engaños, el inminente dolor de Débora, traiciones, el odio de mi familia, el accidente de Juan, mis hermanos, las malditas fotos, el número desconocido, LiLith...
Sólo fuimos él y yo, dos extraños que no pudieron contener por más tiempo su encuentro.
¿Para qué esperar? Era inevitable de todas maneras.
Levanto la cabeza de su pecho, viendo directamente sus facciones aborrecidas, por mis estúpidos ojos, con demasiada intensidad no reconocida, mientras su desaliñado pelo cubre una pequeña parte de su frente y rostro. El color de su pelo es igual de negro como la noche. No puedo evitar pensar que es hermoso. Todo de él es increíble y acabado. Puedo ver su perfil, pero no sus bellos ojos brillantes, que me escanearon de pies a cabeza antes de llenarme la boca de besos y, como lo prometió, todo el cuerpo.
Fue inolvidable. Perfecto. Todo lo que siempre esperé que fuera.
Maldito, como lo odio.
2 Horas Antes De Nuestro Inevitable Encuentro.
—Imbécil. —Lo cacheteo, antes de atraerlo hacia mí, y morder su labio inferior con la suficiente fuerza para romperlo.
Pero me sale el tiro por la culata, cuando la sola unión de nuestros labios desconecta mi lado razonable, y activa una sensación extraña en mi cuerpo, que no puede ser saciada con simples besos.
Necesito más.
Suelto el cuchillo, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, olvidándome de mis amenazas y el filo del arma, dejándome llevar, besar, sentir por una vez, como la verdadera yo, sólo permitiendo que el placer domine mis sentidos y calle la voz de la razón. Y su reacción, la potencia de sus besos, sus caricias en mi cintura y caderas, hicieron que valieran la pena los veintiún años de espera.
Es inevitable no separarnos después de literalmente quitarnos el aliento.
Suelto excesivas bocanadas de aire, cerca de sus labios, y él, respira en un apuro, cerca de los míos.
Lo miro. Sus mejillas están ligeramente rojas, como las mías, y el brillante color de sus ojos es opacado por el negro de sus pupilas. El deseo en ambos ojos, los suyos y los míos, es palpable. Sus labios han sufrido las consecuencias de nuestro encuentro, y juro que un solo vistazo a su boca me desorienta.
Una sonrisa ladina decora sus labios. Parece que mi descontrol era justo lo que él quería provocar, y fue justo lo que obtuvo de mí esa noche.
—No debí subestimarte, amor —dijo, con la voz ronca y cansada por la falta de aire. Sonriente, con ese característico pliegue en su boca, me dijo—: Es usted impredecible, abogada.
Tenemos la respiración acelerada, y a punto de un colapso, cuando nos separamos para tomar un bien y merecido aliento... después de tremendo beso que yo le di, que yo permití que siguiera hasta el punto de ponernos a ambos en esta indecorosa posición.
Oh, Cristo, ¿qué he hecho?
Conecto con mis neuronas, e imágenes de mis labios sobre los suyos, los mismos que use para besar a su hermano, vuelan alrededor de mi cabeza como pajaritos en caricaturas que comprometen mis frágiles emociones. Sus palabras, dichas y lanzadas con obvios sentimientos, me hacen detener cualquier acto que pueda involucrarnos a nosotros en su cama.
El ambiente en su cuarto es excitante, calienta mi espalda y vientre. Nuestros pechos amenazan con golpearse por el constante subir y bajar.
No, no puedo permitir que esto pase.
Trata de acercarse a mí, aún más de lo que ya está, e intento alejarme de sus feroces intenciones con torpeza; esos últimos segundos sin sus labios están afectándome. Es imposible correr a la puerta, a pesar de que esté muy cerca y sea excelente corredora, sus besos me atontan y nublan mis ideas.
Ay, Cristo, el amor no fue hecho para mujeres débiles como yo.
Él, al darse cuenta de lo que planeo, aprieta la mandíbula, y las venas de su cuello se endurecen.
—Ah, no —dice, negando con la cabeza, sonando casi desesperado—. De ésta no te pienso dejar escapar, chula.
Finalmente, me toma de ambos hombros, y me pega a su pecho. Aunque éste esté cubierto, por quien sabe cuánta tela, el latir de su corazón es tangible para mis alterados latidos.
Su mano viaja hacia mi rostro, toma mi mentón con delicadeza, y su pulgar traza pequeños círculos en mi barbilla. Sus dedos son rasposos y nada suaves, pero su tacto es leve y muy dulce, y, aunque me esté fulminando con la mirada, por saber que estuve a punto de escapar de su lado, en sus ojos no hay rastros de odio o rencor, más bien, veo demasiados sentimientos encontrados que amenazan su estabilidad emocional.
Reconozco esa mirada. ¡Por Dios!, si era como mirarse en un espejo. Imagínense la atracción que sentí, cuando descubrí la similitud que tenemos para hacernos añicos. Por fin había encontrado a alguien que no temía mis ideas, y eso me asustaba más de lo que reconocería ante mí misma; porque esos hechos generan confianza, y la confianza es el peor de los castigos para gente con mi condición. No puedo darme el lujo de ser destruida, no creo poder recuperarme —por enésima vez— de ese tormento, el duelo de perderse a uno mismo y tardar meses en recuperarte; las personas tienen un límite, ¿no?
Tengo que protegerme, nadie más va a hacerlo por mí.
Llega un momento en el que salvarte de cualquier duda te harta, así como el levantarte de la cama sin propósito o arreglarte para ver las mismas muecas ocultas de miedo hacia tus pensamientos. Porque fingir ser feliz y normal a veces es tan cansado.
Por eso, no podía dejar que esto sucediera. No permitiría esta unión por mucho que la deseara. Es peligroso para mí, tanto como yo lo soy para él.
Cierro los ojos, sintiendo ese molesto nudo en mi garganta, y entreabro los labios para dejar escapar el primer sollozo de la noche.
No, no quiero ponerme a llorar ahora.
Pero es imposible ordenarme que no lo haga, tengo demasiadas emociones y problemas ocultos. Sólo cuando los labios de Levi devoraron los míos, pude sentir un momento de paz y claridad. Ni los medicamentos consiguen el mismo efecto; cosa que me atemoriza, porque significa que dependo de él para tranquilizarme y eso me enfurece más que las sádicas ideas de LiLith.
—Ahora es cuando liberas esa pesada carga de tus hombros, mi reina. —El suave toque de sus dedos abandonan mi barbilla y acarician tiernamente mi mejilla; eso me toma por sorpresa—. Acepta lo que sientes, amor. La verdad te hará libre —dijo, provocando que las estúpidas lágrimas escapen de mis ojos.
Bajo la cabeza, cubriéndome con ambas manos el maldito rostro empapado de lágrimas, y recurro a las oraciones para mantener el orden en mi mente.
—Mírame —me pide, a lo que yo niego. Lo oigo suspirar como si intentara no perder la paciencia conmigo, y vuelve a repetir en tono amable—: Lilith, mírame.
Con todos los contras a mi escasa voluntad temerosa, abro los ojos, volviéndome a encontrar con ese inestable interés en su mirada. Veo su ligera tristeza y decepción, y una punzada de dolor se instala en mi pecho.
—Yo... Lo siento —sollozo.
—¿Por qué?, ¿por tratar de huir?
Me relamo los labios, asintiendo con temblor en las manos y humedeciendo mis ojos.
No quiero que Levi piense que me desagradan sus besos o el placer que produce en mi cuerpo. Al contrario, siento que al fin respiro sin la necesidad de sentirme culpable.
Suspira, sus manos me toman por la cintura y me estrecha contra su pecho. Puedo oler el ligero aroma que desprende su ropa y piel. Esto es hogareño. Ésta es la sensación que he estado buscando desde el día uno, cuando me diagnosticaron Esquizofrenia infantil.
—Amor, no deberías tenerme miedo, ni siquiera a ti misma. Lo que sientes es completamente normal —sollozo, me limpio y lamo las lágrimas con su ropa y mi lengua; no parecen molestarle mis mocos—. Y lo que quieres hacer conmigo también lo es, esa presión en tu pecho, esa necesidad en tus puntos más sensibles de ser saciadas con ayuda... Todo eso no tiene nada que ver con lo que padeces.
Lloro un poco más fuerte, aferrándome como mi única esperanza a la tela de su sudadera, su abultada sudadera que de seguro mantiene todos sus músculos calientes.
¿Qué oculta bajo tanta ropa? ¿Cuál es su secreto? Antes, me había hecho esa misma pregunta en el baño del hospital, lancé ese comentario con la intención de que lo respondiera, pero me ignoró haciéndome desviar mi atención de su misterio hacia la cruz en mi pecho.
Limpio las lágrimas y lagañas de mis ojos, y levanto la cabeza de su pecho, haciéndole la dichosa pregunta que detona mi curiosidad hacia su persona.
—¿Por qué nunca te quitas la sudadera?
Puedo ver el escaso terror que se esconde detrás de sus ojos, cuando la pregunta abandona mis labios.
Una sonrisa cargada de tristeza decora su bonito rostro. Su nuez de Adán se mueve, tragando con dificultad y cristalizando sus ojos. Al verlo, tan vulnerable y a punto del llanto, me retracto de haber preguntado por qué la estúpida sudadera significa algo para él.
—¿Sabes? Siempre sé todo de todo el mundo. Es mi trabajo, en lo que soy bueno. Soy un maldito acosador, siempre asechando y escondiéndome. Nadie me conoce, no en realidad. Mi hermano... Leo, él tampoco me conoce. Pero eso está bien, yo permito que algunas cosas se sepan y otras no por el bien a nuestra hermandad. Si la gente supiera, todo lo que pasa dentro de mi cabeza..., me encerrarían, y yo no los detendría.
—Pero, Leo sí.
—Exacto.
—Sí, eso es lo que hacen cuando eres diferente —habló la voz de la experiencia, que curiosamente controlé con mis propias palabras e ideas.
Eso nunca había pasado.
—No quiero que te enojes por lo que voy a decirte, pero creo que tú y yo somos iguales.
Arrugo las cejas, preguntándome por qué.
—¿Por qué eso me enojaría?
—Porque no querrás que te involucren con alguien como yo.
—¿Por qué?
—Porque soy un caso perdido.
Mi mano se mueve por sí sola cuando lo cacheteo.
Finge que lo he herido físicamente, antes de sonreírme abiertamente y con todos sus dientes, como si mi reacción le hubiese gustado o esperara con ansias el tacto de mis dedos.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque esa es la estupidez más grande que me has dicho hasta ahora. Si vuelves a decir una tontería como esa en tu vida voy a hacer algo más que golpearte.
Y, como era de esperarse, no recibí la respuesta más lógica o la clásica de su parte; él jamás me deja esa opción cuando nos peleamos. En su lugar, recibí algo mucho mejor, me cedió otra vez sus labios, sus brazos, sus caricias y besitos tenues en el tabique de mi nariz.
Debo admitirlo, cuando se lo propone, Leviatán podía pasar de ser una estúpida bestia, a un hombre encantador. La clase de hombre que no da mundanos detalles a su amada, sino pruebas reales de lo que para él significa el amor.
Y esto, todo lo que está pasando, lo que envuelve mi cuerpo cuando me sostiene en sus brazos, y su frente y la mía se unen..., es jodidamente indescriptible.
—¿Quieres que pare? —me pregunta.
Suspiro, aún temblando en sus brazos, y mi respuesta es la unión prohibida de nuestras bocas.
—No —le dije, al tomar el dobladillo de mi suéter y sacarla por arriba de mi cabeza.
Unimos nuestros labios, tocamos nuestros dientes y casi mordemos nuestras lenguas; es una batalla la que libran nuestras bocas. Cuando la emoción de castigarlo, tentándolo con la carne que no puede tocar, se disipa irrevocablemente —como el odio y el asco que siento hacia su persona— le permito a mi cuerpo que libere sus emociones ocultas por medicamentos y absurdas reglas, y el resultado es satisfactorio.
Muy satisfactorio.
No puede ver mis asquerosas marcas gracias a la fiel oscuridad que nos conecta. Pero puede sentirlas, y eso me inquieta. Me incomodan sus dedos recorriendo las quemaduras en mi espalda, y en todas partes. Intento apartar sus manos de esos lugares, pero su tacto es más difícil de encontrar que de sentir en ese momento, haciendo imposible mi trabajo.
Nadie, nunca me había tocado así, sin ninguna pena o duda o interrogante. A Leo lo asustaron mis cicatrices, mis padres ni siquiera saben de ellas, y mis hermanos no intentaron entenderme por mucho esfuerzo que pusieran. Pero él no. Levi es diferente. Nada de mí le da asco.
No puedo creer que piense esto, pero... gracias a Dios leyó mi diario. No hay sorpresas o aversión en su actitud o deseos. Es sincero, casi perfecto, sería maravilloso de no ser porque yo soy la única rota de los dos.
Cuando intenta quitarme la blusa, me crispo.
—No —digo, medio suplico.
—¿Por qué?, ¿temes que me burle de ti?
—Sí —musito.
Porque, una cosa es que sepa en dónde están ubicadas las cicatrices que me hice, y otra cosa es que él las vea.
Toma con delicadeza mi barbilla, y sus ojos y los míos se entrelazan de una manera diferente a las otras veces. Ésta se siente más fuerte, menos infeliz.
—No, mi vida, eso nunca va a pasar. Yo jamás me burlaría de tu precioso cuerpo. Una mente como la tuya no merece menos que ser alabada, cuidada, admirada, querida. Eres justo lo que he buscado por años, lo que he soñado que fueras cuando te encontrara, y eso no te hace defectuosa o incompleta, pero sí una estoica mujer con una voluntad independiente. Y no sabes cuánto te amo por eso.
—¿Me amas?
—Como no tienes ni puta idea.
—Pero..., no me conoces lo suficiente para decir «te amo».
—¿Y quién nos asegura que decir «te amo» signifique terminar de conocernos?
Una sonrisa, de esas que escasean y a veces pierdes con el pasar de los años, se dibuja en mi atolondrado rostro.
Sí, a la mierda todo, estoy enamorada.
Yo misma me quito la blusa, exponiendo de este modo mis turgentes senos y maltratados pezones, a veces con el encendedor y otras veces con un lápiz de la escuela. Él me observa, y el verde de sus ojos desaparece por completo, volviéndolo hambriento, aún más peligroso de lo que alguna vez será mi trastornada mentalidad.
Le gusto, mi cuerpo le gusta por lo que es. Sus ojos no mienten.
—Carajo...
Mi corazón se llena de ternura, a pesar de la expresión que acompañó su alago hacia mi cuerpo.
Yo provoqué eso. Yo estoy haciendo que se quite las converses negras y el cinturón. También que se despoje de su sudadera y la camiseta con manga larga que lo protege de mis adentros ansiados por sentirlo dentro de mí.
Todo de él es una personalidad de un mismo color por fuera, que esconde sus matices y secretos bicolores por dentro. Secretos que, ahora puedo ver y entender. Su dolor y el mío es similar. Comprendo su apego a la tela y a su afán por no quitársela nunca. Esa sudadera era su confort, uno que se dispuso a eliminar por... mí. Yo soy la causa de su valentía. Yo ocasioné su nueva existencia sin mentiras gracias a mi decisión de entregarme a él.
Lo miro, y sus palabras, el discurso y el «te amo», fueron más que claros. Ahora lo entendía, entendí porque su amor hacia mí fue en aumento desde el primer minuto que me conoció.
Es cierto, él y yo somos iguales.
—¿Lo ves? No eres la única con cicatrices, amor.
Sí, todos escondemos algo, eso me consta. No importa lo que sea, ya sea una mínima peca en tu cuerpo, o un oscuro pasado que te avergüences de contar, todos esconden su verdadera naturaleza detrás de esos secretos. Podemos mantener oculto ese momento en nuestras mentes una y otra vez, pero no sirve de nada esconderlo, siempre encuentra la manera de ascender a la superficie.
Mis ojos se llenan de lágrimas, lo que emana su cuerpo tanto como del mío es extraordinario, tanto que la emoción es incalculable. No puedo creer lo que estoy viendo. Su pecho, torso y brazos están cubiertos de cortes profundos, cicatrizados hace años, de más de ocho y quince centímetros. Y esos bellos e inolvidables patrones cuentan la historia de su vida, de su dolor, de su pena, de alguna manera eso me une a él aún más de lo que posiblemente estaremos esta noche, y eso es lo que realmente me ata a su vida.
Esto es demasiado. Tengo que decírselo, tengo que decirle de una manera discreta que yo también lo quiero, lo deseo, lo necesito.
Pero, lo único que consigo articular es un sincero:
—Eres hermoso.
E inevitable.
Veo el efecto que mis palabras provocan en él, y las emociones que cruzan sus ojos comprueban mis sospechas: siempre será como mirarse a un espejo. Mi espina en la cabeza resultó ser mi salvación.
No puedo esperar más.
Libero mi cabello de la coleta que lo sostiene, y lo pongo de tal forma en que éste cubra mis pechos. Así me siento más cómoda y menos cohibida por su mirada.
Vuelvo a él, besando y chupando su labio inferior, acto que él devuelve y corresponde con igual magnitud.
Sus manos recorren mi espalda, y viajan a mis caderas para despojarme de mis shorts. Dejo que se arrodille ante mí, y descienda con cuidado la suave tela que lo separa de su verdadero objetivo, aunque éste lo cubran mis panties blancas, no parece tener prisa en terminar de desnudarme.
Besa y chupa con cuidado mis muslos, rodillas y pantorrillas, hasta mis cicatrices y pequeñas partes de mi cuerpo que no terminan de agradarme.
Cada toque suyo acciona ese cosquilleo en mi vientre.
Esto es demasiado para mi frágil cuerpo.
Puedo sentir mis panties mojarse. Sus besos húmedos ascienden por mis piernas hasta llegar a los elásticos que estorban su camino de besos.
—¿Puedo? —me pregunta, con ambas manos en posición y su boca a la altura de mi vientre, esperando instrucciones.
Asiento efusivamente, y él me quita la ropa interior. Decir que sentir sus labios en mi pubis no me erizo la piel o endureció los pezones sería peor que mentirme a mí misma, le estaría mintiendo a él, y no quiero que ninguna mentira sea dicha o creída esta noche. No hoy.
Su camino de besos continúan hasta llegar a mis pezones y brindarles las más delicadas atenciones, y, mientras estos reciben su cariño me pregunto, ¿cómo rayos continúo aún de pie y no a punto de desmayarme?
—Levi... —jadeo—. Necesito, necesito... Te necesito. Levi, por favor.
Me sostiene en sus brazos, llevándome a la cama, como si fuese una princesa construida de cristal, y me deposita en ella con mi cabeza apoyada en la almohada.
Lo veo quitarse el pantalón, quedando así en bóxers, y volviendo otra vez a mis labios y a mi desespero. Nos besamos con calma, con amor, como si ésta fuese su primera vez, una que está haciendo realidad gracias a mi poca experiencia y recompuesta alma.
Besa con dulzura mi cuello, y su mano toma con cuidado mi seno. Besa mi pezón, lo chupa y lengüetea, y mi espalda se arquea y mi feminidad está lista para recibirlo. Intento bajarle el bóxer, pero sus manos toman mis muñecas y las pone por arriba de mi cabeza, prohibiéndome tomar el control.
—¿Qué?
—Condón, amor —me recuerda, besando la punta de mi nariz.
—Ah...
Es cierto. ¿Cómo es que casi olvido el condón?
Afortunadamente, él tiene uno en el cajón de su mesita de noche, preparado, listo, como si mi llegada hubiese previsto este encuentro entre nosotros.
Serpiente astuta.
Antes de abrirlo, me mira a los ojos con una pizca de duda en sus pupilas. Oh no. Espero que la claridad no haya regresado a su cuerpo. Ojalá no se arrepienta de haberme besado y tocado como lo hizo. Me da un poco de miedo que salga con el cuento de no querer hacer el amor conmigo.
Pero, nada, nada de lo que imaginé en ese corto periodo de tiempo, en el que me observó, pude esperar una pregunta tan importante y significativa como la que dijo.
—¿Está usted segura, abogada?
La decisión en su mirada, la delicadeza de su tacto y la cercanía de nuestros cuerpos es todo cuanto necesito. No sé para qué diablos me pregunta.
—Sí —digo, y asiento.
Se lleva el preservativo a los dientes y rompe el envoltorio. Se deshace del bóxer, y se pone el condón como es debido. Y todo eso mientas no deja de mirarme a los ojos y escanear mi cuerpo.
Abro con cuidado las piernas, decidida a recibirlo, y se posiciona con cuidado en mi entrada, mi necesitada entrada palpitante por su carne.
—¡Ay! —grito de dolor, cuando él se entierra en mí, hundiéndose aún más con calma, logrando romper esa barrera que hace posible nuestra unión.
Ahogo un llanto, un gemir, un gimoteo, todos los sonidos que podrían asustarlo. Me mira a los ojos, y yo a él. Intento hablar, decirle algo, lo que sea que pueda fomentar su ir y venir de mi intimidad. Pero las palabras y emociones se amontonan en mi garganta, y no consigo articular ninguna sílaba.
Entra y sale de mí. Entra y sale. Entra y sale. Es hipnótico y caótico. Es amable y fuerte. Es perfecto. Sus cicatrices y las mías se entrelazan de una manera única y casi temeraria. Esto es todo lo que había soñado en mi primera vez, lo que he querido sentir desde hace años.
Imperfectos por fuera, pero perfectamente inestables por dentro.
Mi espalda se arquea, y las lágrimas de antes inundan mis ojos. Esto es demasiado. Es tan hermoso. Somos iguales, ahora lo entiendo. Él y yo nos conectamos de una manera peculiar e intensa; por eso saltaron chispas cuando nos conocimos, fueron de drama y odio, pero igual hubo un efecto colateral que influyó en nuestra cercanía.
Mi espalda es un arco. Mis manos se mantienen arriba de mi cabeza. Sus labios y los míos continúan moviéndose y saboteándose.
Todo de mí ahora es de él.
Sé que está cerca, y yo también. Ambos estamos a punto. Vamos a morirnos por el otro en minutos.
Una silenciosa lágrima escapa de mis ojos, y su frente y la mía se unen mientras continúa con su dulce asalto, llevándome a la locura.
Besa mi cuello, mi frente, mi mentón y nariz. Besa todo mi rostro. Siente mis pechos, mi espalda, mis piernas y vientre. Sus manos están en todos lados. Desea cada parte de mí, aun cuando sabe que no va a durar demasiado para seguir disfrutándome.
Me da un último beso en los labios, antes de ceder a sus impulsos, y yo a los míos, permitiéndonos a ambos gozar del sudor, los rastros de nuestra euforia, pero sobre todo del placer que los dos nos ofrecimos.
Sus labios descienden por mi clavícula, y se detienen en el valle de mis senos. Se abraza a mi cuerpo y descansa su frente en mi hombro. Mis manos se mueven, completan el abrazo y acaricio perezosa su enredado pelo, y él el mío. Soba con cuidado mi cabecita mientras nos observamos en silencio.
—¿Estás bien? —me pregunta bajito.
Asiento, aún sin poder creer que me acaban de obsequiar la experiencia más significativa de mi vida, y el amor que desprenden sus ojos, por ver nuestra felicidad plasmada en mi rostro, es indescriptible.
Sonrío como una idiota enamorada, y le doy un beso rápido en los labios. Él me corresponde, aún unido a mí, y nos abrazamos en medio de la preciosa oscuridad en la que hemos vivido sin la compañía del otro por demasiado tiempo.
Demasiado tiempo sin él, sin su voz, sin su rostro, sus palabras, su vida... ¿Cómo no pude verlo antes, cuando nos conocimos?
¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin él?
— • — • — • — • — • —
Holis, holis.
Lamento no haber actualizado. Pero no estoy muerta, eh.
Me pusieron la primera dosis del Covid, y me estoy recuperando.
Tratare de actualizar pronto. Aún me duele un poco el brazo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro