Capítulo 38
LEVIATÁN
"Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma."
Carl Gustav Jung
Odio que me mientan, me desafíen o desconfíen de mí. Algunas de esas costumbres las heredé de mi hermano, mi hermano biológico, no el falso de emociones, y, a veces, posesivo Leonardo que aprendí a conocer gracias a que hackeé sus cuentas y toda la información "eliminada" de su computadora.
Pobre infeliz.
Tenía doce años cuando descubrí su pornografía. Había escuchado hablar antes de las relaciones entre tres, pero jamás supe a lo que se referían hasta que vi los videos y leí los comentarios en internet. Eso fue interesante. Pero lo que capturó mi atención —al menos un minuto— fue la imagen de la niña sonriente en la basura de su computadora. ¿Por qué tendría una imagen como esa entre tanta porno? No tenía sentido.
Entonces ocurrió: me obsesioné con esa mocosa.
Quería averiguar qué carajo's tenía de especial o por qué a mi hermano lo tenía tan cautivado. No fue difícil. Excepto la parte en la que aún no descubría qué tenía de especial o diferente de las otras chicas. No hasta que leí su diario y comprendí... ciertas cosas respecto a su vida. Ahí todo quedó aclarado.
No es mi intención publicar ningún escrito, no sin su permiso. Menos la parte que narra a detalle el asesinato de Guillermo Suárez. Sólo se lo dije para que viniera a mi habitación.
Manipular a las personas es parte del oficio.
"Nada especial", pensé. Y que equivocado estaba. Esa niña me acosó en sueños por años. Su sonrisa, su pelo, sus ojos. Me dormía pensando en cuál sería el aroma de su pelo, en la textura de sus labios, o en el sabor de su boca. A veces, despertaba emocionado por el color de esos grandes ojos expresivos. Me sorprendía de mí mismo al buscar esa foto una y otra vez en su computadora. Me la imaginaba en algunas ocasiones y sentía sus pequeñas manos en mi rostro cuando dormía.
Una maldita tortura.
Saciar esa necesidad a los quince años fue la peor decisión que he cometido en mi vida. Me sentí desierto: sin emociones o ánimos de levantarme de la cama en días. Fue una mala elección. Pero no podía dar marcha atrás y borrar mi pasado, mi destructivo pasado. Lo único bueno que salió de haberme acostado con tantas mujeres, fue haber perfeccionado todos los trucos que aprendí... para aplicarlos con ella.
Sonrío para mis adentros, cuando pienso en esos días, los días antes de conocer a mi hermanastro, verdaderamente por lo que es y no por lo que ha fingido ser. Engañó a mi padre, y a su drogadicta madre por años, pero no a mí. A mí nunca pudo engañarme. Yo era el único que podía ver a ese bastardo por lo que en realidad es y será siempre. Tenía experiencia en detectar peligros inminentes o mentiras. Mi madre y hermano mayor me habían enseñado bien.
Aunque Leo me odie, sé que él jamás me pondría una mano encima. Salvo por esa vez, cuando nos conocimos; pero de ahí en adelante jamás lo ha vuelto a hacer. Y eso que soy difícil de tratar. Ha amenazado con volver a hacerlo, sí. Me ha dicho que duerma con un ojo abierto, también. Incluso me ha tomado del brazo o del cuello de la camiseta para someterme o callar mis palabras. Pero nunca me ha golpeado entre gritos o peleas. Eso es admirable cuando la persona que te provoca es un dolor de muelas.
Y..., aun con todos nuestros pleitos y disgustos, nos llevamos bastante bien e incluso hemos convivido como verdaderos hermanos, lejos de la cama o de cualquier interés en común. La biología no aplica en nosotros. No somos hermanos de sangre, pero ambos encontramos en el otro algo original y un lazo único. Y no sólo por el mismo fetiche y preferencias sexuales que compartimos, que fueron la razón que formaron esta hermandad, sino porque ambos fuimos abandonados y, en cierta forma, destruidos por nuestros padres. A él le fallaron su padre y su madre. A mí igual, incluso mis hermanos. ¿Cómo no íbamos a unirnos después de haber sufrido la misma decepción?
Somos unos monstruos.
Y lo quiero; ¿cómo no iba a hacerlo? Sólo que nunca se lo digo, eso le daría poder sobre mí; pero él lo sabe, siempre lo ha sabido. Se preocupa por mí, y yo por él. Se angustia cuando yo lo hago. Se encabrona cuando alguien se burla de mí. Se desahoga conmigo cuando la presión le puede. Es un buen hermano mayor.
Leo es la única persona que me entiende, que me conoce. A pesar de que casi no sepa nada sobre mí, eso no le ha impedido hablar conmigo abiertamente. Callar mis asuntos, es algo que he decidido por el bien de su estabilidad mental. Jamás le he contado las cosas que mi hermano me hizo, o, sobre lo que mi madre me hacia a puerta cerrada, o, acerca del suicidio de mi hermanita. No sabe casi nada de mí, y eso está bien. No tiene porqué saberlo todo.
Nuestra única regla es no abandonarnos. Nos hemos hecho muchas cosas a lo largo de los años: discusiones, amenazas de muerte, manipulaciones, chantajes, gritos y ligeros enfrentamientos. Pero si hay algo que nunca nos hemos hecho es traicionar y abandonar. No podemos hacernos entre nosotros, lo que nos hicieron nuestros padres.
Leo es más hermano para mí, que mi propia sangre.
Mi hermano mayor no era una persona normal o agradable, ni en casa o para la sociedad. Era un sociópata. Pero no podía culparlo, yo también hubiera enloquecido de haber presenciado el suicidio de nuestra hermana.
Eso fue lo que lo mató. Así que no, no podía aborrecerlo porque él fue una víctima tanto como yo. Además, era mi hermano a fin de cuentas.
Escucho sus delicados pasos acercarse a mi puerta. Sentado en la cama de esta habitación, sonriente como un bribón, le digo a mi presa que entre al vientre de la bestia con una sola palabra. Obediente: gira la manija. Me quito la capucha para recibir a esa mujer que exaspera mis sentimientos, y la observo atravesar la puerta con pasos cautelosos y las manos detrás de la espalda. Su carita de niña tierna se transforma en una intimidante.
«Guau.»
Me levanto, y ella no retrocede. Muy bien. Tengo ventaja. Será pan comido si continúa con esa actitud de rebeldía. Me excita cuando me empuja o repele sus emociones. No hay sensación que se le compare. Bueno, seguro será un empate cuando finalmente me deje penetrarla. Pero hasta entonces: su repelús hacia mí lleva delantera.
Su mirada me indica ir al grano. Me gustan las mujeres así.
—¿Dónde está?
—¿Donde está qué?
—Mi diario, serpiente asquerosa —pronunció cada palabra como si le hirviera la sangre. Está realmente enojada, y eso me gusta—. ¿En dónde está?
Me encojo de hombros y finjo ignorancia.
—Ya se me olvidó.
Ante mi respuesta, ella se acerca a paso decidido hacia mí, con las manos aún detrás de su espalda y sus labios formando una línea rígida en el trato. Con tan solo inclinarme podría alcanzar sus labios. Me pregunto cómo reaccionaría si le robara un beso, solo un beso y así podría callar las ganas de mis deseos.
—Devuélveme mi diario, imbécil. —Su tierna carita tiembla por la rabia—. Hazlo, ahora.
Sonrío como el imbécil del que me acusa.
—Abogada, no puede sólo exigirme que le devuelva un objeto que no sabe si está en mi poder. Eso es levantar cargos contra un testigo potencial.
Sus ojos explotan.
—¡Ya cállate! —me grita, furiosa, antes de echarse a llorar enfrente de mí y apretar sus dientes con ira.
Le sonrío de medio lado, y ahí he agotado su paciencia.
—¿Te pongo inestable, chiquita?
Sin previo aviso: una cuchilla amenaza mi nuez de Adán, y hasta el más mínimo trago es peligroso para mi garganta. El filo de la hoja es un recordatorio de lo peligrosa que puede llegar a ser si la provoco; y vaya que se estaba quedando corta de su verdadera personalidad.
Esto es satisfactorio. Me esperaba que reaccionara así. No estoy asustado o pienso que estoy a punto de conocer a la famosa muerte. Estar dentro de una familia de locos me había hecho fuerte e insensible. Corría con ventajas que me ayudaban a sobrevivir en el mundo real.
—Devuélveme mi diario —me exige, con voz temblorosa, por culpa de la bilis ascendiendo por su garganta.
—¿O si no qué harás? ¿Me cortaras la garganta? ¿Cercenaras mi cuerpo? ¿Atacaras mi columna vertebral como lo hiciste con el pobre de Guillermo? Y, ¿después qué? ¿Quemaras otra vez tu piel?
Sé que estoy picando las heridas de su pasado, y que mis provocaciones alcanzaran su límite; pero no puedo evitar causar problemas. Me produce un gran placer ser la causa de una pelea consigo misma.
Dejarme a solas con la perra de su prima, fue el peor insulto que alguien me pudo haber hecho. Y eso que he sido insultado, golpeado, encerrado, escupido y agredido por mi propia familia biológica. Pero esto, superaba por completo cualquier maltrato. No entiendo cómo es que esa puta se soporta.
Necesitaba entender que no voy a volver a consentir sus berrinches, su patético intento de hacerme perder el tiempo con charlas absurdas con sus primas. A mí contaron que era más inteligente.
—Voy a matarte —afirma, con voz fría y calculadora, como si estuviera acostumbrada a este tipo de juegos.
Oh, mierda. Cada minuto descubro que esta niña me gusta más y más. No sé qué fue lo que vio mi hermano en ella para tenerlo tan enamorado, pero yo sí sé lo que veo en esa chiquilla para tenerme a su merced.
Suelto una risita antes de contestar.
—No, no lo harás.
—¿Estás seguro?
—Muy seguro.
—Pff —bufa en respuesta—. Hablas como si me conocieras bien.
—Bueno...
—Cállate de una buena vez, Leviatán.
Retira la cuchilla de mi cuello, pero aún continúa con esa imagen de rudeza que destella sus bellas facciones.
—Y devuélveme mi diario —añade.
—Mm... No —decido.
—Hijo de... —se controla—. No estoy jugando contigo.
—Ni yo. Además, aunque te lo devolviera, ¿quién te asegura que no esparciría tu secreto?
—Mira, idiota, tú esparces mi secreto, y te juro que te haré algo mucho peor —me advierte.
Me rio de su necedad y cabeza dura.
—Tú no tienes con qué amenazarme, mi reina.
Su sonrisa no puede significar nada bueno.
—Tengo a Leo.
Una ola de rabia me invade de pies a cabeza.
—¿Qué? —se ríe, cínica—. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo me miras? ¿Crees que no sé lo que piensas o lo que deseas? —Sus facciones se endurecen—. ¿Me crees estúpida o qué te pasa?
Intento mantener la calma, pero su actitud me la pone difícil. Es desesperante cuando se lo propone.
—¿Qué quieres, Leviatán? ¿Estar en la misma cama conmigo y con él?
Me mira, seria, esperando a que me defienda o niegue la situación que ha descubierto por sí misma, y por mi falta de autocontrol. Que irónico, le dije a Leo que tuviera paciencia, que se controlara y no tratara de hacerlo con ella los primeros días de la semana, y aquí estoy yo, dentro de esta habitación a la que no asecharía ni un alma, con esta mujer de pasado tortuoso y un poco desquiciada.
Ella espera una respuesta, aún con cuchillo en mano y cara de pocos amigos.
—¿Y bien?
—Sí —digo la verdad.
La rudeza de su cara cambia rotundamente.
—¿Qué? —Está patidifusa.
—Lo que oíste —digo, y doy un paso hacia ella, lo que la hace retroceder e intentar apuntarme con el cuchillo de manera amenazante—. Te quiero desnuda, en mi cama, en la suya, verte en una o en varias posiciones mientras veo como mi hermano te hace suya, una y otra vez hasta verte en la penosa necesidad de pedirnos ayuda para levantarte.
—Levi, ¿qué diablos dices? Estas loco —dijo, con voz apurada y claramente nerviosa. Puedo ver el efecto que mis palabras le producen, y no hay nada de complicado en eso.
—¿Por qué estaría un hombre enamorado loco?
Eso enrojece sus, a veces, pálidas mejillas.
—Tú no estás enamorado de mí —asegura, con manos temblorosas y negando con la cabeza—. Sólo quieres acostarme conmigo.
—Cariñito mío, el sexo es el complemento perfecto del amor.
Escapa de mí, echando a correr a la puerta. Pero yo soy más rápido. La alcanzo de dos zancadas y le prohíbo su escape de huida. Esta vez no permitiré que se vaya sin antes aclarar mis intenciones. Tomo la perilla de la puerta, y le pongo el seguro. Dejo mi mano quieta por sí acaso, y con mi mano libre la volteo de un solo movimiento para que así nos encaremos. Pero ella no me mira.
Le tomo con delicadeza el mentón, pero sus ojos continúan caídos y niegan los míos.
—¿A qué has venido, Lilith? —le pregunto.
Me parece que hace un pacto consigo misma, porque sus ojos se animan a encontrar los míos en medio de la tensión que florece gracias a sus mentiras y las mías.
—A que me devuelvas mi diario. —Su voz es fría y demandante, pero eso no me desconcierta.
—No, no es cierto. Sabes que no iba a devolvértelo, sin importar cuantas cuchillas me pongas en la garganta o me amenaces con promesas que nunca pienses cumplir. Así que, te pregunto de nuevo, ¿a qué has venido, Lilith?
—A asegurarme de que nunca le dirás a nadie sobre lo que leíste.
Mentirosa.
—Oh, amor mío, sabes que jamás revelaría tus secretos. ¿Por quién me has tomado? —bromeo.
—Claro que vine por eso, nada más que por eso —reafirma—. ¿Por qué otra razón vendría a tu habitación?
—Porque quieres que te coja.
Sus ojos se salen de sus órbitas, y sus mejillas enrojecen. Parece un tomate, uno que estoy a punto de perforar.
—Sólo estás demasiado asustada como para pedírmelo. Pero no deberías temer, no te voy a lastimar. Seré suave contigo —le prometo, y es la verdad. Jamás haría nada para lastimarla, no en lo que se refiere al sexo o físicamente hablando. Emocionalmente, puede que termine perjudicándola; pero por las cosas que he leído de su vida, hasta ahora, mis problemas no son ni la mitad de graves que los suyos. Así que en ambas partes parece que estoy cubierto.
Ella me mira con desconfianza, como si temiera echarse de cabeza a la piscina, y el azul de sus ojos se oscurece y torna vidrioso.
—Imbécil.
Me esperaba el golpe, pero no que después de haberme cacheteado e insultado, me atrajera hacia su boquita tierna de niña caprichosa, y succionara mi labio inferior con todas sus fuerzas, antes de unir nuestros labios en este inevitable encuentro, y buscar mi lengua y juguetear con ella, con una desesperación que, no me la creería si no la estuviera sintiendo en carne propia.
Eso sí no me lo esperaba.
— • — • — • — • — • —
Holis.
¿Qué tal? ¿Cómo están? ¿Qué les pareció?
Perdón por no actualizar. Mucha tarea. Probablemente no actualice hasta el próximo miércoles.
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