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Capítulo 35

LILITH

"Algo que empieza mal siempre puede corregirse, para no caer como una torre de piezas y perder el orden de su construcción".
Lilith

Finca de tía Isabel
(Presente)

Mi madre está enfrente de mí con el rostro iluminado por la lámpara de elefantes en la mesita de noche. Mantiene sus manos en una oración, los ojos cerrados, y la suave sonrisa de una madre orgullosa y devota, que ama a su hija menor con toda su alma.

—Te pido, Señor mío —continúo con mi oración—, que cuides el alma y cuerpo de Juan, de su hijo, de su esposa e hijastras, (mis amadas sobrinas). Te pido que cuides de esta familia, que protejas el alma de todos nosotros, tus hijos, (tus siervos) —termino mis oraciones.

Mi madre abre tiernamente los ojos. Me mira con amor y orgullo en todo el rastro de la palabra, y le devuelvo la sonrisa.

—Amén —decimos al unísono.

Levanta su mano derecha, para acariciar mi mejilla con lentos y suaves movimientos. Cierro los ojos al recibir el fuerte y amable tacto de su mano, y sonrío. Después de ese lento movimiento circular con su pulgar, me persigna con la mano derecha —porque la izquierda es una blasfemia—, y recita «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», mientras sus dedos acatan las órdenes de sus palabras.

—Protégenos de todo mal. Y perdona nuestras ofensas...

La oscuridad que nos rodea se transforma en un destello rojo (color de la sangre, su sangre), por medio segundo, casi un parpadeo, mientras mi madre continúa con su oración, sin percatarse de que estoy siendo víctima de una de mis tantas alucinaciones.

Oh, no.

Imágenes de su rostro, de su sonrisa, de su anulado corazón palpitante por mí, vuelven a invadir mi mente, llenándome de esos desagradables recuerdos que trato de olvidar con todas mis fuerzas, pero que jamás desaparezco del todo. Ante la mención del «pecado», dicho por mi madre, la asfixiante culpa y todas sus consecuencias, hacen que mis ojos se llenen de lágrimas, pero me las aguanto.

Si tan solo ella no estuviera aquí...

»Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Amén —termina su rezo.

Guillermo Suárez.

Cuando pienso en el perdón, la cara y el nombre de él, vienen a mi mente. Me pregunto si algún día podré perdonar a Guillermo Suárez por lo que me hizo. Lo veo muy difícil si consideramos toda la historia. Me hizo sufrir, llorar, autolesionarme por primera —pero no por última vez—, e incluso me hizo creer que fue mi culpa haberme enamorado de él, cuando fue Guillermo quien me buscó desde el principio con el cuento de que se había enamorado de mí. Drásticamente, me di cuenta de que todo su teatro del amor sólo fue para hacerme daño, para utilizarme y dejarme sin nada hasta que consiguió su cometido. Tomó mis sentimientos, los destruyó y lo peor es que jamás me los devolvió. Yo pude haberlos arreglado si él me los hubiera devuelto, pero jamás lo hizo. Ni siquiera me dejó esa oportunidad para poder salvar un poco de mí, simplemente le valieron mis lágrimas y sufrimiento, y se fue con la siguiente chica que sí aceptó abrir las piernas. Era tres años mayor que yo, de su misma edad, ambos estaban a punto de experimentar ese hecho entre cuerpos chocando; así que..., ¿por qué no iba a quererla a ella más que a mí?

Pero..., ¿alguien podría culparme por lo que hice? No quería perder mi virginidad a los doce años, eso hubiera sido una locura. Además, mamá siempre dijo que debería perder mi inocencia cuando me casara, no antes. Así que sí, me alejé de él y de todas sus mentiras.

Eso casi me mató. Pero era necesario, no quería seguir siendo tratada como basura.

Antes de él, obvio, tenía mis problemas, y, aún no definían del todo bien mi medicamento, pero, nunca había pensado en autolesionarme o en querer matarme. Cuando él entró a mi vida, y después salió de ella como si nada, empecé a quemarme la piel.

La última vez que lo vi me dijo que fue un placer hacer negocios conmigo, porque mientras yo le hacía las tareas y le ayudaba a copiar mis respuestas de los exámenes, él, a cambio, fingía que me amaba y me daba besos fugaces e inolvidables en el receso.

Sí..., Leo no fue mi primer beso, ese lugar lo ocupa el desgraciado de Guillermo Suárez.

Perdóname, Señor. Perdóname, padre.

No debería hablar mal de él, no cuando obtuvo su merecido después de haberme humillado enfrente de toda la escuela. Sólo que, a veces, no puedo evitarlo, es uno de los síntomas que sufro a causa de mi enfermedad, no puedo controlar lo que pienso o lo que hago. Bueno, no siempre.

«Ahí es cuando yo tomo el control.»

Sí, en esos vagos momentos de insana cordura, LiLith toma el control. Pero nunca la he dejado apoderarse de mi cuerpo, sólo de una parte de mi cerebro para estar a mano con ella. Bueno, no la he dejado apoderarse de mí después de ese día, 17 de Julio, porque... aprendí a mantener a raya sus ideas y sus acciones, cuando comprendí que su único propósito es hacer sufrir a la gente que me importa. Aunque, y desde que llegamos aquí, cada vez encuentro más difícil mantenerla recluida de mis otras emociones.

Es como si algo la estuviera despertando.

—Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden —finalizo yo también, al persignar a mi madre, con esos últimos pensamientos en mi cabeza.

Me pregunto si algún día podré escapar de mi pasado. Me pregunto si algún día podré mirar hacia el futuro, sin sentirme culpable por abandonarme a mí misma en el proceso. Porque, aunque no me guste, la chica que soy ahora, es gracias a esa otra, que vivió casi toda su vida sintiéndose horrible y con pena de sí misma, por culpa de un estúpido muchacho que sólo la vio como un chiste.

Odio mis cicatrices, pero igual las amo. El amor y el odio son dos sustancias creadas por nuestro cerebro que a veces van y vienen dependiendo de la persona con la que estemos. Pero, ¿y si la persona con la que estamos, somos nosotros mismos? ¿Y si no podemos amarnos, sin importar cuántos medicamentos nos tomemos? ¿Una chica como yo puede aspirar una vida normal?

He vivido casi toda mi vida medicada, me pregunto cómo será un mundo en donde no tenga que preocuparme por ingerir mi medicina. Me pregunto cómo sería mi vida, si mi familia si no se hubiera adentrado demasiado en las creencias o en Dios.

Pero..., después recuerdo todo lo que papá hizo por mí, para mantener fuera de mi sistema a LiLith. Visitas al médico, al psiquiatra, con nutriólogos y especialistas en niños deprimidos... Y, entonces, me digo que cambiar a mi familia por otra es una total estupidez. Todo lo que han hecho ha sido para mantenerme a salvo. Se convirtieron en estos padres religiosos por mí, porque yo lo necesitaba y todavía lo necesito. Sacrificaron su vida por la mía, para que yo pudiera tener un futuro.

Me aman. No hay mayor prueba de amor que ésta: cambiar por completo su vida, por el bienestar mental de su hija.

¿Quién sería hoy si no fuera esta loca creyente, de escasos pensamientos suicidas? Apuesto que ya estaría muerta.

Mi madre me mira, con amor reflejado en sus ojos, y me sonríe.

Si tan solo supiera lo que estoy pensando.

—Buena niña —dijo ella, poniendo los mechones rebeldes castaños detrás de mis orejas.

Se levanta de la cama, con la intención de irse y dejarme sola, pero después de todo lo que recordé gracias a la intrusión de Leviatán y el repentino accidente de Juan, no quiero que lo haga.

Sé que necesito deshacerme de las pruebas, pero un minuto más de su compañía no me hará daño.

—¿Mamá?

—¿Sí, cariño?

—¿Crees que Juan sobreviva?

—Sólo si así lo quiere la voluntad de Dios.

Me reprimo de poner los ojos en blanco.

—Mamá..., estamos a solas —le recuerdo, sin guardar la obviedad en mi tono de voz.

Ella suspira, como siempre, cuando cree que tiene que calcular sus próximas palabras conmigo. Ojalá no hiciera eso, ojalá no pensara que cada mínima noticia podría dañarme.

—No lo sé, cariño. Lo veo muy difícil —me dice la verdad—. Habrá que esperar y ver cómo se recupera. Pero estuve hablando con la doctora, y ella nos dijo, claro, lejos de Patito, que Juan tiene que despertar voluntariamente del coma, si no es así, entonces...

—¿Qué?, ¿qué pasa si no es así? —pregunto, angustiada, al ver que la última frase es dejada en suspenso.

Es rotundo y desolador. Y, aunque crea que Juan sea una mala persona, una tonta y cínica persona, no quiero que muera. Bueno, no quiero que muera sufriendo, no de esta manera. Tal vez, si sobrevive a esto, sea para que una segunda oportunidad se le presente.

Ojalá que no muera. Ojalá que no muera.

Los labios de mi madre son delgados de por sí, pero se vuelven una delgada línea roja —por el lápiz labial— como si temiera decirme la verdad sobre la precaria condición de Juan.

Al final, decide que lo mejor es no decirme nada.

Sonriéndome, como la buena madre que es, me acaricia levemente la cabeza y dice:

—No te angusties por Juan. Estoy segura que él estará bien, cariño.

Deposita un suave beso en mi frente, antes de levantarse de la cama, y recoger mi taza de té en el proceso.

—Buenas noches, cariño.

—Buenas noches.

Apaga la luz de los elefantes con tutus, y la pregunta inminente en mi cabeza amenaza con salir a la luz.

—¿Mamá?

—¿Sí, cielo? —Se voltea para mirarme. La luz de la luna, que se filtra por las ventanas, me ayuda a visualizar su figura.

Mi madre siempre ha vestido de manera conservadora, con faldas plisadas grises hasta los tobillos, y blusas sin estampado de manga larga. Su cabello castaño es igual de largo que el mío, sólo que el de ella está más encrespado, y siempre lo mantiene sujeto con pasadores o trenzas que parten de los dos lados de su cara para unirse y formar una coleta de caballo baja. Sus ojos son grandes y expresivos. Su rostro está endurecido por los años difíciles que ha pasado a mi lado.

Es una tormenta eléctrica contenida por un pétalo de rosa: da miedo y ternura a la vez.

"El alma libre es rara, pero la identificas fácilmente cuando la ves". Charles Bukowski.

Estrujo mis manos sobre mi regazo, en un intento poco eficaz de controlar mis nervios. Pero, obvio: no funciona. Si las cosas fueran así de sencillas, las personas como yo no necesitarían un tratamiento.

—Yo...

«Dile, dile de una buena vez. Cuéntale sobre Leo, sobre Levi, sobre lo que sientes por ellos», me exige la otra voz dentro de mi cabeza.

—¿Sí?

Lo intento, en serio intento no creer que mi propia madre puede juzgarme por los pensamientos que se amontonan en mi cabeza, pero no quiero arriesgarme a perder su cariño. No puedo perder a mi madre. No puedo perder a mi padre. No puedo perder a mi familia. No quiero que nadie se moleste conmigo. Quiero que las cosas se queden así, como deben ser, para siempre.

No puedo permitir que ese par de hermanos me altere.

—Nada —respondo—. Buenas noches, mami.

Me sonríe con dulzura, y sin tener la menor idea de lo que pasó por mi cabeza, cuando me quedé en silencio. Qué bueno, así debe ser.

Porque... «Mami nunca debe enterarse de lo que pasa aquí adentro, Lilith.» Nunca debo olvidar la primera regla de mi terapia. Mami es mi ancla, si ella escapa de mi lado me quedaría desamparada. Económicamente: estaría bien. Emocionalmente: destrozada.

—Buenas noches, cariño. —Me desea dulces sueños, y yo a ella.

—Te amo.

—Te amo, hija —dijo, lanzándome un beso con su mano libre, cubriendo sus labios y, volviéndolos a despegar dando un fuerte muak que me hace reír a reventar.

Me duele la panza de tantas carcajadas, y mi madre también se ríe, pero con más discreción que yo, debido a que ella sí se acuerda de que hay más personas durmiendo en esta casa.

Ay, rayos, había olvidado a mis sobrinas.

—Descansa, cariño —se despide de mí.

—Igual tú, mamá.

Me acomodo de tal manera, que mi cabeza y cuerpo queden de costado, manteniendo una mirada segura hacia la puerta del baño, aún con una sonrisa en los labios. Bajo ligeramente la cabeza, y mis ojos se entrecierran —haciéndole creer a mi madre que estoy dormida—. Veo la duda en sus ojos, el temblor de su pequeña joroba y la seriedad de su mirada, mientras cierra la chirriante puerta del cuarto, que necesita aceitarse urgentemente.

Cierro mis ojos, y la luz del pasillo se apaga mientras mi madre cierra la puerta con lento movimiento, dejándome sumida en la completa oscuridad del cuarto.

Espero cinco minutos, por si acaso, y me levanto de un brinco de la cama, haciendo las sábanas a un lado y poniendo los pies en la moqueta. Me pongo las pantuflas y el suéter que saco de la cómoda; hace frío, además, no quiero usar sostén. Me amarro mi largo cabello en una coleta de caballo, y me pongo manos a la obra.

Veo el librero de la habitación, en donde los espacios vacíos los ocupan mis libros de siempre/favoritos. Mi mochila está junto a ellos en una estantería de madera azul. Camino hacia el librero, pego las rodillas al piso, meto la mano detrás de la estantería y, mi mano tantea las pelusas que hay detrás del librero hasta encontrar lo que busco.

No soy estúpida. Tampoco me ando con juegos. Sé que sí mi madre o primas encontraran mi diario, mi vida se arruinaría de todos los lados o perspectivas posibles. Y, sé que mantener ocultas mis anotaciones personales es un riego enorme, pero mentiría si les dijera que prefiero mantener mi silencio en las sombras, a exponerlo enfrente de todos mis familiares o al psiquiatra.

Nadie —ni siquiera mi psiquiatra— sabe lo que hice ese 17 de Julio. Estaría loca si algún día lo contara. Bueno, no es que no esté loca ahora o desde siempre, sólo digo que sería una verdadera locura si alguna vez confiara en el silencio de otros y creyera que no van a entregarme a la policía.

Estoy loca, no pendeja.

Él me dijo que también debería tener un tratamiento terapéutico en casa, cuando las cosas se pongan difíciles podría escribir de ello en mi diario y contárselo a él después en nuestras sesiones. Eso fue hace diez años, obvio escribí a detalle sobre Guillermo Suárez en ese diario y sobre lo que pasó después de mi humillación pública en la escuela.

Pego mi mejilla izquierda a la pared mal tapizada del cuarto, para tener mejor agarre de mi diario, y... doy justo en el clavo. Literalmente.

—Auch —musito, al retirar la mano, y miro mi dedo índice lastimado.

Qué bueno que me vacunaron contra el tétanos.

Una gotita de sangre aparece, y me llevo el dedo a la boca sin importarme que esté sucio. Veo que sigue sangrando, así que voy al baño a curarme la pequeña herida de mi dedo. Desinfecto y pongo un curita alrededor de la yema del índice. Todo listo. No fue nada del otro mundo.

Cuando salgo del baño, me quedo mirando el espacio que el librero tiene para terminar de pegarse a la pared, y me pregunto por qué diantres no puedo alcanzar mi diario, si la última vez que escribí en él no lo dejé tan concurrido en las sombras.

Qué raro.

De los cajones del escritorio saco una lámpara de mano, y alumbro el espacio vacío y oscuro en donde se supone que dejé mi diario. No encendí las luces, por obvias razones.

Busco y busco, pero no encuentro nada. Mi diario no está detrás de aquel librero, y tampoco en ningún otro lado de mi alcoba. Pero, ¿qué diablos está pasando? ¿En dónde está mi diario? ¿Quién rayos...?

Leviatán.

Pienso en él, y mis ojos se voltean como dos huevos cocidos. Suena a locura que piense en esa serpiente como mi primer sospechoso, lo sé, pero no tengo muchas opciones, además de que él es el único conocedor de la existencia de mis escritos.

Sí..., él tomó mi diario.

¡Ese maldito sin escrúpulos!

Y como si fuera obra del destino, mi celular se ilumina anunciando la llegada de un nuevo mensaje. No sé por qué, pero algo en mí me dice que eso me dará la respuesta que necesito.

Camino hacia la mesita de noche, donde mi celular me aguarda, y entro a mi bandeja de mensajes. Es un número privado. Sé que reside aquí, porque el comienzo de su número telefónico lo delata, pero no sé quién es.

Hola, pajarito.

¿Pajarito?

¿Quién rayos es? ¿Leviatán? No, él no me llamaría «pajarito», me diría de otro modo. Además, ¿para qué fingir? Ya debe saber que yo sé que estoy al pendiente del extravío de mi diario. No tendría sentido si fuera él, ¿para que tanto misterio?

Me llega otro mensaje de ese mismo número.

Tú me has dado muchos problemas, pajarito mío. Pero te mentiría si dijera que no vales la pena.

¿Qué es esto?

Amago con escribirle, pero me recuerdo que es un número desconocido, y de que probablemente me estén jugando alguna especia de broma. Una muy pesada a mí parecer.

Tal vez sea Sandra, o Toño, o los gemelos. El año pasado Alfredo me gastó una broma de pésimo gusto, haciéndome creer que lo habían asaltado y golpeado brutalmente. No llamé a mis padres o a los suyos porque me pidió que no dijera nada, dijo que le daba vergüenza que se enteraran que le habían robado la cartera. Y yo, como la ingenua que soy, le creí y decidí acatar su manipulación. Él y los gemelos me hicieron correr al hospital, esperar ahí como por una hora, cuando me llegó un mensaje tiempo después confesando que todo había sido una broma ideada por Alfredo. Casi me da un infarto, uno de rabia y otro de alivio. Alivio porque, aunque haya sido una broma, me dio gusto saber que estaba a salvo. Y rabia porque no me pude creer que mi propio primo me haya hecho sufrir de esa forma.

Fue una broma, sí. Él estuvo a salvo todo el tiempo, sí. Pero la angustia nadie me la quita.

Sí..., posiblemente sea otra de sus muchas bromas para fastidiarme la noche.

Así, pues... no voy a darle el gusto de saber que está asustándome. No seré más su víctima.

Decido escribirle.

Jajaja... Muy chistoso, primo, casi me da un infarto. Bu... Estoy temblando de miedo. ¿Porqué no te vas a dormir de una buena vez?

Creí que la respuesta sería un audio revelando la identidad de mi bromista, o, un mensaje corto que me diría cuál de mis primos es. Cubrí todas mis bases y también mentalice mis futuras respuestas, pero nada, nada pudo haberme preparado para lo que recibí después de haber escrito ese mensaje.

Porque..., las imágenes que me mandó me dejaron con la piel de gallina, petrificada, pálida como un muerto. Me dieron ganas de vomitar ahí mismo, sobre la moqueta. Tuve que cubrir la impresión de mi boca con mi mano, al sentir las famosas arcadas apoderarse de mi garganta.

Santo. Jesús. Mío.

Y abajo de todas esas imágenes escribió:

Muy pronto serás mía, pajarito.

— • — • — • — • — • —

17 de Julio 🤔

Pajarito 🤔

¿Si estuvieras sola en tu cuarto, y de repente te llegara una imagen de ti recostada en la cama, o, dándote un baño, o, poniéndote la ropa... llamarías a la policía o le dirías a tus padres?

Si les llega a pasar algo como esto, llamen a la policía inmediatamente o a un familiar cercano.

Eso se llama acoso, y es demandante. Busquen ayuda. No están solas, o, solos. Pueden atacar a cualquiera de los dos sexos.

¿Qué va a pasar? ¿Qué va a pasar?

Gracias por leer y por votar. Aún hay demasiada historia que contar. Muchas gracias por darle esta oportunidad a mi primera historia de Poliamor.

Son geniales 💎 por sus votos o comentarios.

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