Capítulo 31
LILITH
"Estoy loca, nadie lo sabe mejor que yo".
Lilith.
—¿Sabes? Me extraña que siendo una abogada tan inteligente, seas también tan ingenua —dijo, antes de echarse a reír justo en mi cara—. ¿En serio creíste las mentiras de mi hermano? ¿De verdad fuiste así de burra? ¿Pensaste que entre tú y él podría haber algo? —pregunta él, burlándose de mí y de lo que siento hacia su hermanastro.
¿Por qué se está comportando así? ¿Por qué me está haciendo daño?
Sus palabras hieren, más de lo que alguna vez lo hizo la llama del encendedor sobre mi piel.
Me muerdo la lengua y aguanto un sollozo, pero las ganas de llorar no desaparecen, nada lo hace. Lo que siento, la impotencia, el coraje y la rabia..., es la misma que me invade todas esas noches en las que recuerdo lo estúpida que alguna vez fui, cuando quemé mi vientre, pecho, muslos internos, pantorrillas, plantas de los pies, etc..., para mitigar el asco que sentía (y que a veces aún siento), cuando miro mi cuerpo.
—¿Qué? —dijo, cínico—. ¿Vas a llorar, princesita? ¿Se supone que eso debe conmoverme?
La tristeza en mí se rompe, así como la compasión. Sólo me he sentido así con una persona en toda mi vida: Guillermo Suárez. Y a él, prefiero olvidarlo que vivir recordándolo.
Mis aletas nasales se mueven con ímpetu, impulsadas por la rabia y el odio que siento hacia ésta triste desgracia de ser humano. Intento soltarme de su agarre, me zarandeo y hago de todos mis esfuerzos para golpearlo, cachetearlo, pero nada.
Es imposible, él es demasiado fuerte.
Leviatán se ríe, y disfruta de lo lindo mi frenesí de cólera.
—Guau —dice—. ¿Quién es esta fiera, y qué le ha hecho a mi loquita religiosa?
—Eres un asco de persona —espeto con todo el disgusto saboreado en la palabra.
Los destellos en rojo no desaparecen, incrementan. La ira no se desvanece, esclarece mis deseos. Los fantasmas de mi pasado que intento ahogar con medicamentos y terapia, amenazan con salir, nadar a la superficie y respirar el cohibido aliento de mi vida.
«Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.» «Mátalo.»
No podía verme haciendo otra cosa que no fuera a mí acabando con su miserable existencia.
Lo odio. Odio a Leviatán. Lo odio con toda el alma. Me retracto de todas las cosas buenas que creí encontrar en él. Me arrepiento de creer que hay algo de bondad en su vida.
«Lo odio.» «Lo odio.» «Lo odio.» «Lo odio.»
El odio siempre ha sido la única constante en mi vida.
En lo único que pienso es en destruirlo.
—Suéltame —le exijo, apretando los dientes e intentando liberarme de su sujeción.
Él, a diferencia de su hermano, no es respetuoso con los deseos de otras personas, es posesivo y manipulador, muy diferente a Leonardo. A mí Leo. Aunque, tampoco sea nada suyo, preferiría mil veces pertenecerle a él que al molesto de Levi. Por obvias razones.
Hace un mohín de no querer acatar mis órdenes, y la sonrisa torcida en sus labios regresa. Ay, no.
—Mm... Yo creo que mejor no.
—¡¿Que qué?! —digo, antes de poder adivinar lo que su retorcida cabeza planee hacerme.
De un momento a otro, entierra la cara en mi cuello, sujetándome con un poco de fuerza. Puedo sentir la sonrisa que se le dibuja en los labios, cuando descubre que cada músculo de mi cuerpo se tensa por su cercanía y acelerado corazón, como el mío.
—Oye... ¿Qué estás haciendo? —pregunto, moviéndome desesperada—. Déjame en paz. Suéltame —exijo.
Su aliento está cerca de mi erizada piel. Es cálido, y odio que sea así.
—Sigue moviéndote así, amor —sisea en mi oído, una curiosa serpiente—. Me perteneces, chiquita. Sabes que sí. Tú vas a ser mía dentro de muy poco.
—No soy nada tuyo. Ni en un millón de años le pertenecería a una basura como tú. —Me aseguro de que mis palabras queden ensartadas en los agujeros que tiene por orejas.
Al parecer, lo que he dicho (sobre jamás pertenecerle), lo ha puesto ligeramente furioso. Las facciones de su rostro cambian, al igual que el ritmo de su respiración y presión en mis muñecas. No me hace daño, pero no me permite moverme o pensar en un plan de escape. Su cara y nueva actitud me están poniendo nerviosa.
—Le recomiendo que se retracte de lo que acaba de decir, abogada—me advierte con voz ronca e intimidante—. Hágalo, ahora mismo.
Le obedecería si sintiera un poco de miedo.
—¿Por qué? —me hago la inocente—. No dije ninguna mentira. Cuando te digo que no soy nada tuyo, es la verdad —mi tono es el de una arpía sin corazón, pero me da igual. Necesito quitármelo de encima.
No es necesario que me digan que encerrarme aquí con él fue la peor idea del siglo. Ya me di cuenta de que así es.
—Oh, amor —me sonríe como un demonio a un viajero necesitado—. Tienes suerte de que sea yo y no mi hermano el que esté escuchando tus estupideces.
—¿Por qué te comportas así? —pregunto al fin—. ¿Por qué eres frío y cruel, y usas un lenguaje que asusta a todo aquel que intente acercarse a ti? ¿Es porqué te da miedo la gente, o, porqué sencillamente eres así?
He querido desahogarme con él preguntándole todo lo que pienso desde hace algún tiempo. ¡En serio! Su actitud es detestable. Se comporta como si le hubieran quitado su juguete favorito las veinticuatro horas del día.
Su sonrisa se ensancha, pero no del modo natural y feliz, sino de uno inusual y casi atemorizante.
¡Argh!, ¿a quién pretendo engañar? Levi provoca todo en mí, menos miedo. Y odio que así sea.
—A ti no te asusto. —«Y él ya se dio cuenta de eso», agrego para mis adentros—. ¿Por qué?, le pregunta el delincuente a la abogada. ¿Por qué no me temes?
No puedo decir que estoy metida en la boca del lobo, porque eso sería quedarse corto con Leviatán. Me he dado cuenta, durante estos días, lo peligroso y malvado que puede llegar a ser cuando lo provocas. Yo nací en cuna de lobos, por eso sé cuando trato con uno. Y Levi, en definitiva, lo es. Puedo ver su oscuridad, porque yo también tengo algunos ases bajo la manga.
Pero no puedo decirle eso. Suena, y es una locura, por eso jamás le diré cómo me siento cuando él está cerca de mí. Como ahora.
Hago de todo por sonar neutral, nada expectante y ser la típica chica a la que no le importa nada ni nadie. Y el resultado es asombroso.
—¿Y por qué debería temerte, Levi? Podrás engañar a todos con esa capucha y actitud de macho alfa, pero yo conozco la verdad —aseguro.
—¿Y cuál es la verdad? —me reta.
Niego débilmente con la cabeza cuando lo miro.
—Tienes la belleza y elegancia de un perrito doméstico al caminar, pero tu naturaleza es la de un lobo inflexible y diabólico. Eres peligroso, carnívoro y dañino para la sociedad. Eres como un monstruo, pero sin la fachada envuelta para asustar debajo de las camas.
Él sólo me mira y sonríe travieso, como si supiera que su respuesta va a enfurecerme.
¡Y vaya que tenía razón!
—Lo es quien lo dice, chula. Si puedes ver a un monstruo, es porque tú también lo eres. O, ¿crees que puedes engañar a todos con esa imagen de niña perfecta?
La cólera me invade de pies a cabeza. Ni siquiera pienso lo que digo antes de decírselo, pero de todas formas lo hago. Estoy tan enojada que no me importa nada ni nadie por una vez en mi vida. Lo que ha dicho, ha encendido las llamas de mi creciente furia.
—Te odio —escupo las palabras en su cara.
—No, no es verdad —asegura, con una sonrisa de niño arrogante.
—Y te tengo miedo. —Eso sí le duele.
Puedo ver como mi respuesta lo descompensa, como desata la oscuridad de su persona que mantiene oculta, pero que yo logro ver con facilidad. Admito que en algo tiene razón esta serpiente: puedo ver detrás de la máscara porque yo también llevo una.
Me suelta, para mi sorpresa y para la suya. Se aparta de mí, lo suficiente para que yo pueda moverme lejos de él e ir directo a la puerta.
Pero me quedo justo donde estoy.
Aún tengo preguntas que hacerle. Llámenme loca, terca o necia, pero no puedo irme sin haber conseguido una respuesta sincera de su parte. Sus confesiones a medias no me bastan, necesito algo que realmente valga la pena la espera. Y creo saber qué lo hará.
—Leviatán —lo llamo, pero no obtengo ni una mirada o palabra traviesa de su parte—. ¿Leo te contó sobre mi cicatriz? ¿Él te lo dijo?
Silencio. Tiene las manos metidas en los bolsillos, y los ojos en todas partes menos en mí. Por primera vez, veo un poco de humanidad en su postura.
—Necesito saberlo, por favor.
Bufa en respuesta, nuevamente burlándose de mí y volviendo a ser el muchacho arrogante de antes.
—¿Eso importa?
—A mí me importa.
—¿Por qué? —dijo, con ese aire prepotente que lo caracteriza—. ¿Te preocupa que pueda esparcir tu secreto?
—Más o menos.
—¿En serio me crees tan malo, bonita? Yo no soy el villano de tu novela romántica.
—Pero tampoco eres el héroe.
—Así es —dijo, acercándose a mí con pasos cautelosos—. Soy más poderoso que un mundano héroe: yo sí te garantizo que nadie te tocará un maldito pelo a partir de ahora que estoy en tu vida. —Sus dedos acarician con gentileza las puntas de mi pelo, cuando me promete eso último.
«Nadie te tocará un maldito pelo.» ¿Estoy loca por decir que su juramento se parece al de Leonardo? «Primero muerto antes que permitir que algo malo te pase.» No puede ser casualidad, ¿verdad?
—¿Qué te gusta de él? —me pregunta de un momento a otro, tomándome completamente desprevenida—. ¿De mi hermano, qué te gusta de él? —se aclara.
—Siento que puedo confiar en él. —Soy sincera con Levi.
—O sea que no confías en mí —dice, sus dedos aún jugando con las puntas de mi pelo.
¿Cómo puede cambiar tanto su estado de ánimo, y a mí el verlo con otros ojos? Hace poco juré odiarlo para toda la vida, no tenerle compasión o el beneficio de la duda. ¿Qué me está haciendo esta serpiente? Lo que sea que haga para confundirme..., me gusta.
—No es eso. No es que no confíe en ti, es sólo...
—¿Qué? —me mira, y sus ojos brillan con algo de fe—. ¿Es sólo qué?
Prefiero no responder, siento que sólo empeoraré todo. No quiero que nadie se moleste conmigo. No quiero apartar a ninguno por complicar más los asuntos sin resolver en mi cabeza.
—Nada —me limito a decirle.
—Es por lo que ahora sé sobre ti, ¿verdad? ¿Crees que soy tan maldito como para esparcir un rumor que compromete mis planes?
Volteo los ojos, porque hemos vuelto a caer en este punto sin retorno.
Alto, ¿qué?
¿Acaba de decir que comprometo sus planes? ¿De qué habla?
—No te entiendo, Levi —niego con la cabeza—. No entiendo la mitad de las cosas que me dices, menos a lo que te refieres cuando hablas de tus supuestos "planes" —digo, al poner comillas en la palabra.
Sus manos se sitúan a los lados de mi cara, volviendo a acorralarme, dejándome en jaque y, vulnerable ante su lasciva mirada.
—Oh, amor, créeme que muy pronto lo sabrás. Y quédate tranquila, porque no pienso decir nada —dijo, respirando su última promesa en mis labios, mirándolos como si estos fueran lo mejor que ha visto en este mundo.
La saliva acumulada en mi boca desaparece por completo. Trago en seco, y duele. Los nervios empiezan a apoderarse de mí, sus ojos tomándome desprevenida.
Doy un respingo, cuando me empuja y estruja contra la pared, aún más de lo que ya es posible, usando su cuerpo como arma posesiva e impulsiva para mantenerme callada y sumisa.
Mi corazón empieza a latir desesperado.
Sólo me he sentido así cuando miro a Leo, o, cuando Leonardo me mira a mí.
Ejerce presión sobre los puntos más sensibles de mi cuerpo, con las partes más lujuriosas del suyo, haciéndome estremecer. Esto es demasiado. Me muevo un poco, y él se pone duro. Mi vientre se calienta, y la fusión de su pecho con el mío me desestabiliza.
¿Qué estoy haciendo?
Sólo he recibido esta clase de emociones de Leonardo.
Leo.
Leo.
Leo.
No, no puedo dejarlo llegar tan lejos si mi mente ha elegido a su hermano para saciar mis deseos.
—Levi, no... —Intento apartarlo, pero me es imposible.
—¿Te gusta?
—No —miento.
La presión que ejerce me domina: su pelvis en mi vientre, y su pecho consumiendo mi aliento por completo. Su mirada penetrante atonta mis neuronas.
—Yo creo que sí te gusta, amor.
—Déjame... —Mi voz me traiciona.
Levi suspira ante mi orden.
—Nunca, amor.
Se restriega contra mí, provocando que un botón sensible en mi interior se active sin poder impedirlo.
—No, no... —le pido, tragando con dificultad—. Por favor.
—Ya es muy tarde, abogada. Ha caído en la trampa del lobo feroz.
Gimo en respuesta, sus palabras calentándome y mi sexo humedeciéndose sin control.
—Te odio. —Es lo único que se me ocurre decir para detenerlo.
—Ay, chiquita, ya intentaste jugar con esa carta y no te funcionó. ¿Qué te hace pensar que funcionará ahora?
Tiene razón.
—Te temo.
—Sabes que eso no es cierto.
No puedo pensar con claridad cuando lo tengo tan cerca de mí, y peor si está en una posición como ésta.
—Para... Para, por favor.
Me ignora, levantando y enroscando mis piernas en sus caderas, dejándome lejos del suelo y yo con él a la par, mientras sus labios se adueñan de mi cuello, pecho y rostro, pero aún sin tocar mis labios.
Cuando creo que por fin va a hacerlo, va a besarme con todo lo que tiene, vuelve a esconder la cara en mi cuello y a aspirar el aroma de éste.
¿Qué le pasa? ¿Por qué no me besa?
¿Por qué quiero que lo haga en primer lugar?
Actúa como si toda esta situación le valiera queso, o, como si yo estuviese siendo demasiado exigente para él. A lo mejor sí, pero no es algo que haya planeado, es algo que simplemente se dio. El misterio de su extraña mirada hacia todo lo que caracteriza un secreto..., es lo que jamás terminaré de comprender; pero no en un mal sentido, sino en uno bueno, porque aunque odie admitirlo yo también soy como él. Y sí, puedo verlo, puedo ver a través de la máscara; y sí, a lo mejor estoy loca por decir esto, pero... no me asusta lo que veo cuando miro sus ojos.
Porque..., ¿si puedes ver algo, claramente y sin tener ninguna duda de lo que es..., no será porqué... tú tienes algo que no termina de completar a esa persona, a sus misterios?
Ay, ya suena a locura.
Culpo de esto a mis malditas hormonas y a mí no tan inteligente autocontrol.
— • — • — • — • — • —
¿Va a haber beso 💋?
Eh????
¿Qué va a pasar? ¿Qué va a pasar?
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