Capítulo 22
LILITH
Las cenas familiares nunca me han resultado horribles o incomodas. No hasta este día; claro. Apenas si pude salir de mi habitación esta mañana. Ayer no vi a nadie, no comí casi nada, y me quedé encerrada en mi alcoba con la excusa de un virus estomacal. Mamá y papá vinieron a saludarme y a orar para hacerme sentir mejor. No tuve el valor de decirles que no me apetecía rezar esa mañana y esa noche. Lo único que quería hacer hoy era dormir, y ni eso puedo hacer por el desdichado compromiso que tengo que cumplir con mi familia.
Ni siquiera sé qué diablos estoy haciendo aquí. Nadie me quiere. Mamá quiere creer que sí, que todos somos una familia perfecta y feliz. Pero eso está lejos de ser cierto. Todos son una bola de hipócritas y almas condenadas al infierno.
Estamos destinados a sufrir en el infierno. Ni un millón de rezos me salvarán de lo que hice y de lo que todavía hago. ¿A quién rayos pretendo engañar?
Es terrible tener que bajar la vista, fingir que todo está bien, que nadie es un mentiroso, que no sabes los secretos del prójimo, y que todos estamos bien cuando sabes que eso jamás terminará de ser cierto. Es como si alguien supiese lo que yo, como si alguien me vigilara o sintiera mi dolor. Y la respuesta es clara: Leviatán. Él sabe mi secreto, sabe de las cicatrices que se esconden bajo mi ropa (mi abultada y desperfecta ropa), cicatrices que mis padres desconocen y, que planeo ocultar hasta el día de mi entierro.
«Es un peligro.»
Odiaba pensar que nadie me amaría por esas asquerosas marcas que yo misma me hice en un momento desesperado de mi vida.
«Es culpa suya.»
Y entonces... apareció Leo, un sujeto mayor que yo con múltiples palabras de ayuda para mi maltrecho cuerpo y corazón. Lo conocí hace dos días. No lo había visto en mi vida hasta que Débora lo presentó ante toda la familia. Y, aun así, me hizo sentir deseada, amada y feliz cuando jamás creí que pasaría después de tanta falta de amor propio y atención de parte de mis padres.
Siento que lo conozco desde hace tiempo. Siento que lo he visto hace años en alguna parte, pero no sé en dónde o cuándo.
Mastico con cuidado la carne asada en mi boca. Ni me puedo concentrar en los sabores que degusta mi paladar por los diversos puntos y niveles que ahora tengo que cruzar y trazar por culpa de los secretos que ahora resguardo.
«Mentiras.»
Todos mentimos. Todos guardamos secretos, algunos bajo llave y otros —los más oscuros y sucios—, se ocultan en la superficie, a plena vista, en donde nadie buscaría esas setas de malas intenciones que nos conectan con la gravedad que separa nuestra realidad de la verdad/locura. Esta familia oculta sus secretos a plena luz del día.
Nadie sospecha de una dentadura perfecta. Nadie sospecha de un beso en la frente. Nadie sospecha de un niño sonriente. Nadie sospecha de una chica que viste ropa conservadora.
Sí... Todos mienten, en ese momento, lo hacíamos todos. Algunos, por el bien de alguien; y otros, para obtener un beneficio de sus víctimas. Justo ahí, en la mesa donde la familia se reúne para comer, los secretos se intercambian con ojos que no ven...
Veo a mi prima Patricia platicar animadamente con tía Noemí del nacimiento del bebé. A Débora contar una anécdota chistosa a Leonardo, quien... de vez en cuando, posa sus ojos en mí. Ignoro las mariposas, y me concentro en masticar mi puré de papas. Y, mientras yo como y todos hablan entre sí, Sandra juega con su comida (lanzándome una que otra mirada de odio). O sea que..., sí. Sandra recuerda que la sorprendí en el acto.
—Y..., ¿cómo les fue ayer? —pregunta tía Ilda, de un momento a otro, a la mesa.
Me toma por sorpresa. Bueno, al menos a mí. Porque mis primas/os contestan con toda la intención de provocar una discusión conmigo. Desde comentarios sexistas y ofensivos, hasta el punto de establecer homicidio en primer grado de la vergüenza.
—¿No te divertiste ayer, hija? —me pregunta tía Isabel—. Ni siquiera con un muchacho.
Me atraganto y toso de manera exagerada, mientras mis ojos y cara se tornan rojos de la pena y verdad que se esconde tras ese pequeño comentario. Mamá también lo nota, y se molesta; un poco.
—Isa, pero de qué hablas —se ríe, con toda la calma del mundo, cuando ella y yo sabemos que se muere por cachetear a su hermana; como hace tres años y medio—. Tú sabes que mi Lilith no es de esas.
La cara de tía Ilda cambia de enano feliz a enano Gruñón.
—¿«De esas»? ¿A qué te refieres, Andrea? —le pregunta a mi mamá.
—Ya sabes... A chicas que se enrollan con un muchacho diferente cada noche, a vestirse con minifalda y usar blusas sin tirantes...
Tía Ilda se ríe con veneno en la sangre.
—O sea, chicas como mis hijas, ¿no? ¿A eso te refieres?
Ay, Dios.
—Bueno, no forzosamente... Quiero decir...
—Como una zorra —expresa Sandra, y sé que se avecina el tsunami.
—No, esas no fueron mis palabras. —Mamá intenta controlar la situación.
—¿Le dijo «zorra» a mi hermana?
—Basta, Carlos. —Débora se mete a la discusión.
Tía Isabel fulmina con la mirada a su propia sobrina.
—Disculpa, cariño, pero ésta es una platica de adultos.
—Soy una adulta, tía.
—No, cielo, terminar la carrera no te convierte en un adulto, lo hacen las experiencias que recolectas en el camino. —A pesar de que es prudente con las palabras, el sutil tono de "No te metas, niña asquerosa", no pasa desapercibido por Deb.
—Tal vez no sea un adulto, pero tengo la suficiente mentalidad para comportarme como uno. —Toma su vaso de agua y agrega—: Mentalidad que, varios miembros de esta familia, me han demostrado que no tienen.
«Discordia.» Esa fue la única palabra que se me vino a la mente después de lo que pasó.
—¿Cómo te atreves a insultar a mi hija? —gritó tía Isabel—. Después de hacerte la mejor fiesta de tu vida... te atreves a insultarme, a mí, a mis hijos, en mi propia casa. Y todo por qué... por Lilith.
—¿Qué dijiste acerca de mi hija? —Habló papá, por primera vez.
—Quieren calmarse, por favor —nos pidió Patricia—. Están alterando a mi bebé con sus gritos.
—Cállate, Patricia —espetó su madre.
—No, tú no me callas. —Se puso de pie para trazar una línea de autoridad—. Lo has hecho por demasiado tiempo, madre. ¡Y ya estoy harta! —grita y chilla al final.
—¿Qué diablos estás diciendo? —Tía Ilda lució confundida por un segundo, antes, de concluir una respuesta por sí sola—. Estas ideas te las ha metido el marica de tu novio, ¿verdad? ¿Fue él quien te dijo que me hablaras de esta forma?
Las aletas nasales de Patricia se mueven con furia. Aguantó la respiración, transformando su cara en una colérica.
—¡No vuelvas... a... hablar así de mi marido!
—Con todo respeto, prima, tu esposo es un marica.
—Cállate la boca, Fernando —le ordenó su padrastro Joel, y él le obedeció.
—Juan no ha hecho otra cosa más que abrirme los ojos —retomó la discusión con su madre—. Además, me parece de muy mal gusto que hables mal del amor de mi vida, cuando él ni siquiera está aquí para defenderse.
Era verdad. Juan no estaba aquí. Ni siquiera bajó a desayunar. Sé que estuvo aquí ayer porque vino a tocar mi puerta unas dos o tres veces mientras hacía en cama. Pero..., después de las doce se detuvo, no volvió a molestarme; creí que estaba con Patricia, o, que volvió con Débora, o, que se durmió en una de las habitaciones del tercer piso. Pero..., ahora no estaba tan segura. Me quedé dormida, y no supe si, al final se fue antes de las doce o después.
Y ese hecho, por desgracia, cambiaría nuestras vidas. Más bien, cambiaría mi vida para siempre. Porque, aunque no lo crean, todo se conecta y entrelaza de tal manera que aseguramos una cosa, pero terminamos suponiendo otra.
Y yo, supuse muchas cosas antes de conocer la verdad; antes de entregarme a ellos y aceptar ser suya; antes de resolver un misterio; antes de hacerle frente a mis sentimientos; antes de pelearme conmigo misma, para rescatarme de la tortuosa imaginación con la que decidí vivir durante veintiún años.
¿Quién diría que el asqueroso Juan era más importante de lo que se veía?
¿Quién diría que hemos estado jugando todo este tiempo, desde hace años?
¿Quién nos asegura que yo no estoy mintiendo justo ahora?
—Ah, bueno, gran excusa —cacarea Ilda—. Que coincidencia que tu marido no esté aquí para defenderse.
Patricia reprime un sollozo, pero no la cara de asco con la que fusila a su madre.
Mi prima hermana Debi se descuida, y... en un instante, levanta sospechas y varias cejas de nosotros (su familia), con una simple pregunta.
—A propósito, ¿en dónde está Juan?
— • — • — • — • — • —
Ya volví 👋🏻👋🏻👋🏻
Es muy probable que edite algunos de los capítulos anteriores.
Están avisados, sólo por si se preguntan: "Oh, no 😱 ¿qué pasó? Esto no estaba antes, ¿qué hago?, ¿qué hago?"
A propósito, se vienen más giros en la trama. No daré detalles.
Gracias por leer y por votar ☺️
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