Capítulo 20
LILITH
Salgo de la ducha, con el pelo enmarañado y en un solo hombro. Mis ojos son la clara imagen, de una hora bajo la regadera, llorando sin control.
¿Qué más podía hacer para sentirme mejor?
No podía autolesionarme. Ya no. Se supone que lo tengo bajo control, que lo había superado, así como a esos malévolos pensamientos que, me hacen sentir como basura la mayor parte del tiempo.
El medicamento no está haciendo su efecto.
Debo consultar a papá.
Él es mi cómplice, mi amigo, a él recurro cuando algo malo pasa, me pasa. Bueno, no siempre sigo sus consejos, y tampoco voy con él la mayoría de las veces en las que recuerdo alguna que otra cosa sobre el origen de todos los punto y aparte de mis problemas.
Últimamente, los rezos y las plegarias, tampoco están ayudándome a desconectar del mundo que constantemente se esmera en destruirme.
Muerte súbita.
Me cambio con un cansancio extraño en el cuerpo. No tengo ganas de nada, sólo de llorar. Ni siquiera quiero mirar mis libros o sentarme a escribir en mi diario. Hasta el hambre se me quitó. Creo que mi plan del día es quedarme aquí encerrada. Si mamá pregunta, le diré que estoy enferma. Si alguien viene a tocar mi puerta me haré la dormida.
Suspiro y gimoteo con una cara de los mil diablos, mientras me arrastro a los pies de la cama y me meto bajo las sábanas. Pataleo y me quejo como una auténtica niñata. Sé que las rabietas son para las menores de quince, pero me da igual. Me acabo de dar cuenta que estoy maldita hasta la médula, así que mi dignidad me importa un comino.
Abrazo mi almohada, cerrando los ojos y, detectando una ligera fragancia a desodorante para hombre..., que se esparce por toda la cama hasta infestar mis sábanas de ese fuerte aroma que encuentras en los pasillos de las farmacias. Arrugo mi nariz ante el hedor, y mi estómago empieza crujir y a sentirse inquieto.
¿Y ahora qué...?
Creo que voy a vomitar...
¡Pero de la impresión!
La voz de Leviatán me hace pegar el grito en el cielo.
—Hola.
—¡Santo Dios!
Su cabeza aparece de la nada al lado de mi cara, como ese demonio de cara roja en esa película de terror, provocándome un sobresalto de infarto total, haciendo que gire y me enrolle con mis propias mantas hasta caer de costado y golpear la moqueta con mis caderas.
«Auch.»
Momento escalofriante.
«¡Y de dolor!»
Las exageradas carcajadas de Levi remplazan el asqueroso aire a desodorante para hombre. Así como mis ganas de vomitar y querer lloriquear. El dolor físico supera al emocional por mucho en este sentido.
Peleo con la sábana hasta que, ¡al fin!, consigo desenredar mis piernas y brazos de la especie de camisa de fuerza improvisada que yo solita armé.
—Ay, mija tan chula —dijo, y se ríe burlón cuando mira la rojez de mi cara y mi pelo de bruja cubriendo mi rostro.
«¿Qué demonios?»
Me incorporo y levanto con rabia del suelo, echando mi pelo hacia atrás y en todas direcciones, lejos de mi cara. Mis dedos se enredan en los encrespados mechones de mi pelo, cuando intento peinarlo lo mejor que puedo.
—¿Qué diantres? ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Por qué siempre me acosas? Lárgate inmediatamente —exijo al apuntar la puerta.
—¿Sabes, la chulada de mujer que eres, cuando pintas una línea —se ríe—, que es obvio que uno puede cruzar las veces que quiera?
—¿Por qué? —pregunto al fin—. ¿Por qué entras a mi habitación las veces que quieras? ¿Por qué me molestas?
Se ríe burlón de mis preguntas, que a día de hoy, no tienen respuesta.
Pero, ya llegaremos a eso luego.
—¿Y por qué no? —Su respuesta me quita las ganas de pensar—. Me pides a gritos que te moleste con esa expresión en tus ojos.
Pongo los ojos en blanco, apretando (casi estrujando), mis cachetes con ambas manos y, pellizcando el puente de mi nariz como si sufriera hemorragia nasal, migraña, estrés y un posible ataque de nervios por culpa de este simio.
—¿Por qué estabas llorando?
—¿Cómo? —Su pregunta me toma por sorpresa.
—¿Por qué llorabas hace un momento?
No sé si el cambio en su tono burlón me deja atónita, o, el hecho de que ahora sé que estuvo aquí —quién sabe cuánto—, mientras me daba una ducha rápida y, oía cómo me desbordaba en llanto y a moco tendido. O sea que..., ¿estuvo aquí, esperando por mí, sólo por haberme oído llorar?
Pero, ¿por qué?
—¿Fue porqué mi hermanito querido te besó? —dijo, sonriéndome como si hubiera dado justo en el clavo.
«Esperen..., nosemeamontonen, ¿qué...?»
—¿Tú...? ¿Cómo rayos...?
Se encoge de hombros y finge conveniencia.
—Tengo mis métodos, chulita.
—Por favor, deja de llamarme así.
Me sonríe con malicia, antes de pasar la punta de su lengua por sus dientes frontales, de un modo simple y a la vez controlador; una auténtica locura. Para acabarla de amolar, tiene una dentadura perfecta. Al igual que Leo.
«Ash... ¿Qué ando yo viendo si tiene o no dientes de súper estrella?»
—¿Estás enojada, bonita?
—Tampoco me digas así.
—¿Agresividad, chiquita? ¿Quién te escupió en la cara para ponerte tan a la defensiva conmigo?
Gruño, presa de la frustración, que éste extraño provoca en mí, a propósito, para hacerme estallar.
—Okey, en primer lugar, siempre estoy a la defensiva contigo. En segundo, creo que a cualquiera le pone como una estaca en la cabeza el hecho de que un encapuchado con ojos de psicópata la acose.
—Yo —se señala—. Yo no te acoso, mi reina. Tú eres la que me acosa.
Me ahogo entre el grito y la sorpresa.
—¿Disculpa?
—Te metes en mis sueños, y también apareces en mis pesadillas. No sé si sentirme alagado o asustado. Ofuscado, quizás un poco. Estoy un poco confundido, porque siempre que respondo a alguna de tus conversaciones en mis sueños, siempre me pides que venga a verte. Y cuando finalmente me tienes aquí, a tus órdenes, a tu merced, a cumplir cualquier deseo que me pidas, porque mi intención siempre ha sido tratarte como a una reina, ¿me dices que me vaya y que no vuelva a molestarte?
Mi boca forma una "o" cuando termina de hablar. Mi mente arremete contra mí. Mi corazón late sin control. Mi vida se está transformando en algo que no creí que fuera posible, mucho menos verdad.
—Así que..., contéstame a esto tú, ¿a qué estás jugando?
¿Cómo respondes a una confesión tipo acusación, cuando ni siquiera sabías que eres el tormento y la salvación de alguien?
«Sí, yo tampoco sé.»
—Vete, ¿sí? —le pido en un último intento de conservar mi cordura—. Por favor. Necesito paz y tranquilidad. Y tú presencia aquí no me la pone fácil.
—No —responde sin decir más.
—¿«No»? —No entiendo—. ¿Qué quieres decir con eso? Sé exacto.
—No pienso irme y dejarte sola.
Se me acaba la paciencia.
—¿Por qué? —Su conducta me parece inútil de entender—. ¿Y ahora con qué excusa me vas a salir?
—No quiero que te hagas daño.
Dejo de respirar.
Puntos blancos y negros obstruyen mi visión. Mi respiración zambulle dentro de mi pecho. Escucho el ruido que hace mi nariz cuando trato de tomar un nuevo aliento de vida, porque... siento como si me hubieran dado una patada en el estómago y un disparo en el pecho.
«Está jugando contigo. Está jugando contigo.»
No hay forma de que él lo sepa. No hay forma de que él lo sepa.
«Fuiste cuidadosa, Lilith. No hubo forma de que él haya visto...»
Pero, entonces sucede... Por fin reacciono. Por fin conecto con mi cerebro y, la maldita sospecha de que Leonardo le pudo haber contado algo de mí a su hermano y, de lo que hicimos, se vuelve cada vez más y más fuerte, hasta que se convierte en una tormentosa nube gris que tiene la palabra traición tatuada en todas partes.
No, no, él no pudo haberme hecho eso.
«¿Y por qué no? No eres nada suyo. No te debe nada.»
Él lo prometió. Él me lo prometió.
«Sus promesas no valen nada.»
Las ganas de querer llorar aumentan y regresan con fuerza, esta vez, con toda la intención de dejarme rota para morir en el suelo.
—Lilith... —Ni siquiera la voz de Leviatán, o, el sonido de su voz cuando pronuncia y me llama, por primera vez, por mi nombre y no por el de cualquier otro apodo que se le venga a la cabeza, me ayuda a volver del oscuro valle en el que me encuentro—. Yo sé cómo te sientes. Créeme. —No, no le creo y, tampoco me agrada el rumbo que está tomando está conversación. Me está apuñalando, quemando, corroyendo con sus palabras de supuesta ayuda.
«Tienes que quitártelo de encima. A los dos. Ahora, es cuando te das cuenta, de que son una amenaza. Todos son una amenaza para ti.»
—Lárgate —escupo la orden, con un nudo a medio tragar en la garganta.
Leviatán suspira como si mi reacción fuese lo que él hubiera estado esperando desde un principio, desde que me escuchó llorar, desde que vino a irrumpir mi sagrada paz controlada. Él ha estado moviendo los hilos de nuestros encuentros para ponerme en este estado. Quiere quebrarme a propósito. No me extraña que él y su hermano se hayan puesto de acuerdo para hacerme perder la cordura.
«Si supieras la razón que tenías cuando pensaste eso, Lilith.»
—Vete, vete antes de que te mate... Hazlo, ahora mismo.
—Lilith...
—¿No me crees, Levi?... Te mataré, ¿me escuchas? Lo haré si no me dejas en paz de una maldita vez.
Quizás fue mi respuesta, las facciones de mi cara siendo destrozada y repuesta una y otra vez, o mis manos convertidas en dos fríos puños que, estarían dispuestos a romper una pared de concreto para aminorar el dolor que me causan los escalofriantes recuerdos de mi vida, pero Leviatán hace caso —por una vez en su vida—, dejándome sola en la penumbra que empieza a formarse en la habitación.
De un momento a otro el cielo se oscureció, trayendo consigo noticias devastadoras de las que nos enteraríamos después, así como confesiones sorprendentes de las que creí escapar.
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Perdón por no actualizar ayer, se me fue el internet. Hasta ahorita regresó.
Gracias por mirar y por votar 😊
Espero que estés disfrutando mi historia.
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