Capítulo 19
LILITH
Contrólate.
«Respira, Lilith.»
Tranquilízate.
«Serena...
Serena, Lilith.»
Mis manos descansan en el lavabo del baño. Mi respiración se ralentiza. Mis ojos fijos en mi reflejo. Y me sumerjo en los recuerdos.
La noche anterior fue... Bueno, nada de lo que esperé que fuera cuando salí de mi habitación.
Revelaciones. Secretos. Mentiras. Engaños. Drogas. Una infidelidad... ¿Una confesión? No estoy muy segura de la clase de confesión que recibí anoche mientras me besaban como nunca en la vida. Pero estoy segura que no fue una mala. Bueno, no estoy cien por ciento segura de eso. Así como tampoco estoy segura en decirle a mi tía Ilda lo que ahora sé de Sandra.
¿Debería decir algo? ¿Me quedo callada?
Y el asunto de Débora y el asqueroso Juan... ¿Qué hago con eso? ¿Qué hago con la nueva información que tengo sobre ellos?
Si digo algo metería en problemas a Deb. Pero si no digo nada estaría permitiendo que mi prima (la que me detesta), siga casada con ese hombre engañamujeresydestruyehogares.
«¿Qué hacer?»
¿Hablo antes con Débora?
Si es así, ¿qué le digo?
"Hola, Debi, anoche por casualidad te escuché a través de la puerta de una de las habitaciones del tercer piso teniendo sexo con Juan. ¿Quieres hablar al respecto?".
Okey... Mal ejemplo.
«¿Le digo a Patricia?»
Si le digo a mi prima..., tendría que decirle lo que su querido esposo intentó hacerme en la biblioteca... ¿No?
Ahí sí tendría que creerme. Todos tendrían que creerme.
La única persona que lo hizo fue Leo. De no haber sido por él...
Leo.
De no haber sido por él, sabrá Dios lo que ese horroroso me hubiera hecho.
Y Levi... Pero debo recordar que él sólo vino a cuidar mi puerta porque Leo se lo pidió y, además le pagó. O sea, que es esa clase de muchacho que acepta no porque él quiera, sino porque sabe que recibirá algo a cambio.
Aun así, pudo haberse negado y aceptó sin pedir explicación a su hermano por el tiempo que estuvo cuidando mi puerta.
«Mi puerta.» Aún recuerdo el grito que pegué cuando su cabeza y medio cuerpo aparecieron de la nada en mi habitación.
Desde esa posición temí que viera bajo mi falda, pero la verdad, es que era imposible que avistara algo, ni siquiera mi ropa interior. Sólo estaba jugando conmigo.
Se portó bien. Los dos se portaron bien conmigo.
¿Debería agradecerles? ¿Sería muy raro?
Quizás, sí. Tal vez no deba agradecerles a los dos por separado. Si los junto a ambos en el sofá estaría ahorrándome futuros encuentros embarazosos con ambos.
No es que me caigan mal. Bueno, Leviatán, sí, pero ligeramente.
Es sólo que no quiero problemas. A Leo no le haría nada de gracia si me ve juntándome con su herma...nastro a escondidas. Creo. Porque, bueno, ya nos besamos, ¿no?
Pero... ¿Y ahora qué?
«No hemos terminado. Lo sabes, ¿verdad?»
¿A qué se refirió con eso?
«No olvides que fuiste mía antes que nadie.»
¿Eso fue una confesión? O, ¿una despedida?
Leonardo me confunde. No sé si lo hace adrede o sin intención, pero lo que sea que haga consigue sacarme de mi razonamiento lógico para martillear con fuerza mi corazón.
Se supone que los chicos hacen eso a propósito para confundirte y tenerte a su antojo. Bueno, pues funcionó. Porque, aunque lo negara, sí me sentía como una de esas chicas que piensan todos los minutos de su día en una sola persona.
Y eso..., admitirlo, no me desagrada o me carcome tanto, como me imaginé que pasaría cuando subiera de escalón en mi vida amorosa. No como antes. Me sentía extraña, pero no culpable. No sé cómo nombrar este alivio en mis venas o, el aire que circula en mis pulmones cuando pienso en él.
Me desnudo frente al espejo. Observo mi cuello, labios y mejillas. Mi cutis es rosado. Mi pelo lacio es más suave de lo habitual esta mañana. Mis labios aún se mantienen hinchados y rojizos. Nada de mí me da asco cuando me miro. Mi cuerpo ha cambiado, demasiado y demasiadas veces. Tengo cicatrices, marcas que se mantienen ocultas en rincones inexplorados de mi cuerpo. Pero no me siento como un monstruo. Ya no. Superé mis temores hace años.
Esa sensación de insuficiencia dentro de mi estómago desapareció por completo.
Y no podría estar más feliz.
Me pregunto si es por los labios de Leo o las suaves caricias de sus manos. Cuando me tocó y besó no me sentí histérica o acorralada, sólo me sentí deseada, amada, correspondida o, de alguna manera, recompensada.
Toco mi vientre, y el cosquilleo, la sensación que despertó en mí fue tan adictiva. Mi cuerpo simplemente se movió, se dejó tocar y besar. Se permitió sentir. Después de años creyendo que jamás sería tocada —por el sucio recuerdo de mi pasado—, sucede esto.
Sonrío al recordar su mirada decidida sobre mí cuando se quitó la camisa. «Ay, por Cristo.» Tiene unas abdominales de ensueño. Los músculos de su cuerpo fueron esculpidos por los ángeles. Y su pelo, el pelo le cayó a la perfección cuando se encimó en mí.
Fue tan tierno conmigo.
Me tocaba, pero sin manosearme. Me veía, pero sin ese brillo lascivo y exagerado en los ojos de un hombre. Me sintió, pero nunca con la intención de aprovecharse de mí.
Fue perfecto.
Ese cariño del que tanto hablan..., al fin lo había sentido. Fue exacto.
¿Es extraño sentirme bonita, cuando jamás me había visto viviendo como una chica que gusta de un chico que realmente podría gustarle siendo ella tan inexperta?
Mis dedos llegan a donde él puso sus manos en mi vientre y, la magia se rompe.
«No le gustas. No realmente.»
Cállate, por favor.
«Si le gustaras, de verdad le gustaras, no se hubiera apartado cuando vio tu cicatriz.»
Estoy teniendo un momento romántico en mi cabecita loca. Por favor, deja de molestarme.
Pero... Ya es tarde.
El recuerdo de Leo cambiando su cara y opinión sobre mí de un momento a otro destruye mi bello recuerdo.
Maldita cicatriz. Maldita culpa. Malditas consecuencias.
Me apresuro a cubrirme con una toalla, y a alejar mi vista del espejo lo más pronto posible. Me aparto lo más que puedo de mí misma. Tropiezo y caigo sobre mi propio trasero, apoyando la espalda en la puerta y mi cabeza golpeando la madera fría del baño.
Mis ojos se humedecen, y el llanto me devora en cuestión de segundos. Todo es un diluvio envuelto en un rayo, que no puede expresarse por mucho que desee hacerlo para sentirme mejor. Quiero gritar, pero no hay nada en mi interior que se sienta con el derecho de hacerlo. Ni siquiera puedo sentirme digna de sufrir sin una maldición en la voz.
Me cubro la boca con ambas manos, y ahogo mi llanto y miseria, tragándome toda mi culpa y repudio. Es mejor ignorar el dolor que afrontarlo. Es mejor adormecerlo que revivirlo. Es mejor no ser tú mismo y ser tomado como un bicho raro. La gente te llama monstruo sólo porque puede, porque les da la gana. Ellos no saben por lo que has pasado, no como tú lo sabes y jamás compartes por temor a la inherente soledad.
Me carcome no ser suficiente, no ser esa buena chica que no carga con un montón de problemas, y tiene que mirar por encima de su hombro, todo el tiempo al horrible y aterrador pasado con el que vive y vivirá para siempre.
Es intolerable e insoportable.
¿Nunca les ha pasado?
Ojalá que jamás les pase.
Odio mi cuerpo. Lo odio, lo odio, lo odio. Odio cada parte de mí. Mi piel es una mierda. Mi pelo apesta. Mis ojos no brillan. Mi boca es asquerosa. Mi rostro es una tortura. Estoy llena de barros y asquerosas arrugas que delatan la preocupación de mi verdadera esencia.
No hay nada en mí que valga la pena.
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Capítulo corto hoy.
Tengo problemas con mi maquina. No estoy segura de cuándo actualizar, pero trataré de hacerlo pronto.
Gracias por mirar y por la paciencia 😊
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