Capítulo 17
LEONARDO
⚠️ Advertencia ⚠️
Contenido Para Adulto.
Oh, olvídenlo 😏
«Por fin.»
Esta hermosa mujer me está volviendo loco.
Saboreo sus labios. Son exquisitos. Es dulce y suave al tacto, como los he imaginado desde hace años. He esperado demasiado por este momento. Ahora estaba sucediendo. Ella era mía. Era mi nenita, la misma niña que pasó junto a mí —sin notarme—, en esa fiesta de Navidad con el imbécil de Mario. No había cambiado en nada. Pasaron diez años, pero seguía con el rostro aniñado, el pelo largo y castaño, y la ropa que tiene pinta de picar y similar a un saco de patatas. Pero los ojos, esos ojazos azules que tanto me gustaron seguían desprendiendo aquel encanto inocente, como con el que la vi por primera vez.
Era cuatro años mayor que ella. Aún era una niña. Pero..., ¡diablos!, ahí lo supe. Justo en ese momento, lo supe. Supe que tenía que estar con ella. Esa niña era mi final y mi comienzo: con ella pasaría el resto de mi vida, con ella envejecería, y junto a su cuerpo moriría.
Necesitaba encontrar una razón para acercarme a ella. Tenerla cerca. Rozar con mis dedos los listones de su pelo que desprendían un aroma dulce y embriagador.
Y la encontré. Débora Jiménez, prima hermana y buena amiga de Lilith Caballero. Era perfecto. Podía hacerme buen amigo de Débora, para así acercarme a esa nenita de trenzas y vestido blanco conservador. Funcionó. A dónde quiera que fuera Débora la acompañaba Lilith; y yo... Bueno, no me recuerda por lo que veo. Me di cuenta de eso cuando me presenté (después de tantos años de ser su admirador secreto), y ni siquiera dio indicios de reconocerme.
Por años hice de todo para seguirle el rastro. Estudié Derecho por ella, porque Lilith quiso seguir los pasos de su prima para convertirse en abogada. No pude negar que fue divertido verme estudiando leyes, cuando de pequeño siempre las rompía. Como mi padre. Bruno Reyes está en prisión por robo e intento de homicidio.
Un padre tras las rejas y un hijo que es abogado. Irónico, ¿no?
—Leo... —Se aparta lo suficiente para tomar aire. Y yo, permito que interrumpa nuestro beso.
Necesita tiempo para acostumbrarse. No quiero agobiarla. Menos por la tentadora oferta que le tenemos preparada.
—¿Qué estamos haciendo? —me pregunta, mirándome directamente a los ojos. No necesito conocerla para decir que está nerviosa.
Le aparto un mechón de la cara, poniéndolo detrás de su oreja, para así admirar mejor su tierna carita.
«Su pelo es tan suave.»
—Besándonos —señalo lo obvio, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Una parte de mí teme que escape de esto, de lo que está sucediendo entre nosotros.
Pero me recuerdo que las dudas son una total estupidez, y me obligo a calmar los miedos que siento de este futuro incierto que planeo a su lado.
—No me parece correcto. —Suena un poco arrepentida. No quiero que se sienta así, como si hubiera hecho algo mal, o creyera que sus sentimientos hacia mí son incorrectos.
Quiero que se sienta libre y confiada conmigo. Quiero que pueda tomar sus propias desiciones, y no sentirse mal por éstas luego.
—¿Que alguien te bese no te parece correcto?
—Sabes a lo que me refiero.
Le sonrío con la dulzura que ella me provoca.
—Eres muy distinta, nenita. Por eso me gustas tanto. —Le beso su bonito cuello, y aspiro la fragancia dulce de éste.
Mi tacto la estremece. No tengo que ser un experto, para decir que esto le gusta tanto o más que a mí.
—Me tienes fascinado. —«Y sé que también yo a ti», agrego para mis adentros.
Creo que podría enamorarme fácilmente de ella.
«Oh, vaya. ¿A quién pretendía engañar? Ya estaba enamorado de ella.»
Fue un estúpido flechazo. Ella con once, y yo de catorce. Había visto a un ángel en mis sueños esa noche, y el rostro de esa nenita adoptó forma y vigor, salvándome de todas las maneras inimaginables en las que se puede salvar a una persona. Era un despertar maravilloso que me llenaba de energía y fuerzas, para soportar todo lo que fuera contra marea.
Aún no podía decírselo. Tengo que contarle toda la verdad, pero no aquí y tampoco ahora. He decidido que sea cuando ella se entregue y acepte sus sentimientos.
Me acaricia la cabeza, sorprendiéndome con un beso en la sien. Ojalá esos besos continúen hasta hacerme perder el control. No me molestaría quitarle la virginidad. Eso sí podría hacerlo aquí y ahora. Nadie nos molestaría. He deseado entrar en ella desde los dieciséis años. La cantidad de veces que me masturbé pensando en ella, o, cuando estaba con otra chica para experimentar y mejorar mis técnicas, o, incluso con la misma Débora.
Pobre Deb. Fue Leviatán quien me dijo que Débora se había enamorado de mí. Bueno, esa no es mi culpa. Yo le dejé en claro que sólo quería sexo. Ella aceptó con gusto, convirtiéndose en mi amiga con derechos. Terminé esa relación a las dos semanas de enterarme de que Lilith vendría a casa de su tía. Quería estar limpio de culpas cuando ella decidiera probarme.
«¿Lo ven? Yo siempre pienso en mi nenita.» Siempre estoy pensando en ella.
La miro a los ojos, con una sonrisa en los labios.
—¿Por qué yo? —me pregunta.
«Oh, amor, aún no podía responder a eso sin sonar como un loco.»
—¿Porqué no tú? —le respondo con un beso corto en los labios. Eso la hace sonreír.
—Bien...
«Gané.»
—¿Bien...?
La levanto conmigo, sorprendiéndola (pero no demasiado), haciendo que sus piernas se enrosquen en mi cintura, provocando que la falda floreada se levante y revele esa tersa piel que siempre desee probar cuando ella estuviera lista. No sé si lo está ahora o no, pero no me detendré a preguntárselo, cuando tengo la oportunidad de satisfacer este sueño carnal que ella está haciendo realidad.
No dejo de besarla ni un segundo.
Acuesto con cuidado su espalda encima de la cama, su cabeza descansando en la almohada, su pelo revuelto y en perfecto caos, esparcido en todas las direcciones que se pueden apreciar, y sus mejillas rosadas adquiriendo ese tono rojizo que sólo le había provocado el idiota de mi hermano, hasta ahora... Todo eso era mío. No de él. Ella me pertenecía en este momento. Ésta era mi oportunidad, ya tendría él la suya. Sabría que su primer beso siempre fui yo, que la poseí de alguna manera para hacerla romper esas estúpidas reglas que su madre le impuso a cumplir.
Beso sus tiernas mejillas, su frente, su boca, toda su carita, y su respiración cambia. Se está excitando. Sus manos arrugando mi camisa lo comprueba. Enrosco una de sus piernas alrededor de mi cintura y, me tomo mi tiempo para acariciar ese precioso muslo que tiene. No la toco más de la cuenta porque no quiero asustarla. Aún no está lista para pasar de los besos en el cuello o las sutiles caricias. La espantó un roce de mi lengua. No podía apartarla, no de nuevo.
Sus manos acarician mi pecho, noto el miedo y la duda, pero también su decisión sobre mi cuerpo. Quiere tocarme, quiere sentirme. Pero el miedo. El maldito miedo le hacía daño a su vida, tanto que no podía besar a alguien sin sentirse culpable por eso.
No me controlo, y me aparto para quitarme la camisa. Ella me observa sin oposición. La veo. Tiene las mejillas rojas y los labios hinchados. El azul de sus ojos ha desaparecido. Tiene las pupilas dilatas y brillantes como un par de estrellas. Se incorpora usando sus manos, mirándome con ese candor e inocencia que me mata y me encanta de ella.
Su manita viaja a los músculos de mi pecho, tocando y tomándose su tiempo para acariciarme. Ahogo un gruñido, y me contengo. No sabe en lo que se está metiendo provocándome de este modo. Se relame los labios, humedeciéndolos y volviéndolos aún más rojos. Toda su esencia me recuerda a un botón de rosa.
Sus labios besan con cuidado mi pecho, mi clavícula, cuello y labios. «Carajo.» Ella sabe cómo avivar una llama que ha estado inerte por demasiado tiempo. Su ternura me está poniendo duro. Quiero lanzarla a la cama, atacarla como hago con todas. Me urge que se decida, que me quiera, que me ame. Necesito que me pertenezca. Tengo que marcarla. Hacerla mía. Dejarle en claro que ella nunca podrá quitarme de su piel aun cuando lo intente.
«Paciencia.» La maldita paciencia me estaba sacando de mis casillas. No quería seguir esperando. Tenía que haber un modo de convencerla sin usar la violencia. «Y sí existe», me dijo Levi. Tengo que esperar como él dijo. Tenemos que esperar. No queremos que se obsesione con nosotros, y que termine igual que la pobre de Ana. Aún me dan escalofríos la cara que puso cuando le dijimos que esta relación se había terminado. No lo tomó muy bien.
Le quito el suéter que cubre sus brazos, con cuidado, sin interrumpir el beso, y me deja encimarme en ella de nuevo. Sus manitas me sostienen el rostro. Enrolla sus brazos alrededor de mi cuello, y me concentro en besar el suyo. Su aroma es exquisito. Le huelo la piel, y ella ahoga un gemir que me enloquece.
—¿Te gusta, amor? —le pregunto con un ligero restregar de entrepiernas.
Sus jadeos me tienen babeando.
—Sí.
La beso con cuidado, mordiendo y chupando su labio inferior. Tiene una boca pequeña, y los labios grandes. Justo como me gusta.
Exploro bajo su blusa...
Y entonces...
Siento una protuberancia en su estómago que me baja por completo la calentura. «¿Qué mierda...?» Ella parece darse cuenta de lo que ha provocado mi falta de apego y, se apresura a cubrir su abdomen con manos temblorosas, bajando lo más que puede su blusa, cortando así toda magia o excitaciones entre nosotros.
«Carajo.»
Lo eché a perder todo. Pero no me importa, prefiero que viva odiándome ahora que sé su secreto, a nunca intentar ayudarla por temor a la pregunta.
—¿Qué es eso?
—Nada —se apresura a responder.
Intenta irse, pero yo no se lo permito. De esto no va a escapar. Esa marca en su estómago es la cicatriz de una quemadura. «¿Cuándo carajo's se hizo esa quemadura en su abdomen?»
—¿Qué pasó?
—Suéltame. —Intenta zafarse de mi agarre.
—¿Quién te hizo eso?
—Nadie me hizo nada. —Miente—. Suéltame.
—No hasta que... —Pero, entonces... como si entendiera todo de golpe, le pregunto—: ¿Tú te lo hiciste?
Se niega a responderme, y continúa con sus intentos de soltarse de mi sujeción. Su rostro se convierte en pura desesperación y rabia (rabia contra sí misma, creo). Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no derrama ninguna. No aún. Y su voz es un quejido penetrante al oído que me revela el rostro de su verdadero dolor.
«Mierda.»
—Respóndeme..., ¿tú lo hiciste?
Esconde los labios, y niega sutilmente con la cabeza.
«Miente.»
—¿Por qué lo hiciste? —insisto.
—Ya te dije que no fui yo —solloza—. Suéltame, por favor. Me estás lastimando —intenta convencerme con otra mentira.
«¿Cuándo dejarás de mentir, Lilith?»
—Sabes que no.
—Por favor —me pide mientras llora.
Es la culpa. Otra vez, esa maldita culpa. Me pregunto, ¿qué será eso a lo que tanto miedo le tiene? ¿Por qué se habrá lastimado de ese modo? ¿Qué le pasó? Leviatán tiene que saberlo, él se encargó de investigarla cuando planeamos todo esto. ¿Y si sabía de su lesión..., por qué nunca me lo dijo?
Actuó a mis espaldas para cumplir sus propios propósitos.
«Ese mal nacido me las va a pagar.»
—Leo... —Su voz me devuelve a la vida real.
La suelto. Ella se apresura a buscar su suéter y a cubrirse (como antes) los brazos. Me hace a un lado, y salta de la cama para apartarse lo más que puede de mí. Siento sus ojos en todas partes menos en mí, y en lo que acabamos de hacer, y... cuando trato de buscar su mirada, ella la evita.
—No le digas a nadie, por favor —me pide en un desespero culposo—. Por favor.
«Secretos.» Todo lo que me rodea se construyó a base de secretos y mentiras. Planes que no he acatado, porque los planifico con extrema paciencia. No es una de mis virtudes más perfectas, pero tampoco me va mal siguiendo las reglas.
Todo es parte de un gran plan.
—Descuida, no le diré a nadie.
Un ligero alivio cruza la ternura de sus ojos, cuando le juro que no pienso decirle a nadie lo que descubrí hoy.
—Gracias —me dice.
Nos quedamos en silencio mientras ella aún mantiene las distancias, y yo no paro de darle vueltas a las preguntas en mi cabeza.
«¿Qué le pasó?»
Leviatán debe saberlo.
Ese maldito infeliz me ocultó información valiosa. Me atrevo a adivinar por qué, pero eso no quita que la sangre deje de hervirme.
—Y lo del... —se apena—. Lo del beso.
—¿Sí?
—Tampoco digas nada, por favor. No quiero tener problemas por eso.
Tiene las mejillas rojas, y los brazos cruzados sobre el pecho. Aún está afectada por nuestro momento, y eso me alegra. No duró mucho, pero seguro es lo primero que recordará en la mañana. Y con eso me quedo satisfecho.
—No planeaba decirle a nadie —le aseguro—. ¿Porqué crees que tendrías problemas por besarme?
Prefiere no responderme.
—¿Podrías irte, por favor?... Mañana tengo que madrugar.
No quiero irme. No quiero alejarme de su lado. Se nota que lo está pasando mal, que lo estaba pasando mal. Aún no sé por qué entró a su habitación en un mar de lágrimas, y tampoco lo del ataque de pánico. Debió haber visto algo horrible para ponerse a hipar y a chillar sin control.
—Leo...
Pero, tampoco quiero fastidiarla más de lo que ya he hecho.
Me levanto de la cama, buscando y poniéndome la camisa que cayó en la alfombra. La abotono pasando por su lado. Nuestros hombros casi se tocan. Y..., me convierto en su sombra cuando la abrazo por la espalda, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Eso he sido siempre para ella, una sombra que la persigue desde y para siempre. Y la verdad, no me molesta con tal de mantenerme cerca de su preciosa vida.
Susurrando las últimas palabras del día, le digo:
—No hemos terminado. Lo sabes, ¿verdad?
Su cuerpo se encoge, y dos gruesas lágrimas resbalan de su mentón. Era un angelito aun con todo y pestañas caídas y nariz roja. Aunque no muestren alegría, sus ojos mantienen ese brillo que tanto me ha gustado de ella desde el día en que la conocí. No fue un mal año después de todo, antes de terminarlo vi a una princesa ser ignorada por toda su familia, y, aun así, se las ingenió para ser agradable con ellos durante muchos años. No hay mayor prueba de generosidad que esa.
Beso su pelo, y mi pulgar acaricia con suavidad su abdomen, donde esa cicatriz esconde un oscuro pasado que planeo descubrir. Ella se retuerce, pero igual me deja sentir su secreto.
«Está confiando en mí», es lo único en lo que pienso.
—No olvides que fuiste mía antes que nadie —«Antes que él», agrego en silencio.
Su cara golpea mi pecho cuando gira en mis brazos. Yo soy alto. Unos centímetros más que Levi. Ella no podría alcanzarme ni en tacones.
—¿Por qué? ¿Por qué eso es importante para ti?
«Tantas preguntas en un cuerpo tan pequeño.»
Es bajita de estatura, con un curvilíneo cuerpo, y una mirada de ángel quebrantado que intenta volar de nuevo. Es perfecta para mí. Es como la imaginé cuando la tuviera entre mis brazos.
El problema, es que no sólo quería que estuviera entre mis brazos, también la quería en la palma de mi mano, desnuda, en mi cama, agotada...
Tenía que encontrar una manera de meterme en su piel sin que ella se sintiera presionada.
—Porque necesitas prepararte. —Soy sincero con ella.
—¿Por qué?
Suspiro.
—Eres una nena muy curiosa.
Juego con un mechón de su pelo, y lo enredo en mis dedos.
«Por Dios... Es una belleza.»
Sí existe un Dios, porque por años desee que alguien me rescatara, que me diera un propósito lejos de los constantes gritos y el estrés que me hacía ser un Reyes. Bueno, ya había ocurrido. Pasó lo que jamás me esperé que sucediera. Me enamoré como un idiota de esa nenita con problemas para socializar y hábitos alimenticios. Lilith apareció justo a mi lado cuando me estaba dando por vencido. Estaba harto de todos cuando tenía catorce. Papá había ido a prisión, mamá ingirió un montón de pastillas para poder olvidarlo. Me mandaron con mi tía Claudia cuando mi madre (Laura) fue internada en un hospital psiquiátrico. Y ese destino fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Cuando Claudia me presentó con la familia de su exnovia, me interné en la fiesta (sólo por la comida), y... ahí fue en donde la vi. Ese hermoso ángel me ayudó a salir de la oscuridad sin la necesidad de una terapia o una palabra mágica. A veces las personas mejoran cuando les presentan a otras que aparecen en el momento y lugar adecuado.
—No te agobies por eso —le respondo. Acaparo sus mejillas y la beso—. Te prometo que responderé a todas tus preguntas cuando llegue el momento.
Me despido de ella con un beso en la frente.
No me volteo porque sé que eso me hará quedarme y abrirle las piernas... Y ella aún no está preparada para hacer ninguna de esas cosas.
Cuando salgo de la habitación recibo un mensaje de mi hermanastro. El muy hijo de perra sabe justo en donde estoy, y con quién. Y... también lo de la cicatriz de Lilith.
¿Ya te la tiraste? ¿Viste su cuerpo? Tal vez debí avisarte que la feligresa se toma eso del pecado muy en serio.
«Maldito bastardo.»
Voy a la ventana del tercer piso, porque sé en dónde se esconde ese imbécil cuando tira la primera piedra y huye. No ha cambiado en nada. Así ha sido siempre, desde niños.
Abro la ventana, y lo encuentro sentado en el techo tomándose una botella de whisky. Su cabeza gira como la niña del Exorcista, y una sonrisa de oreja a oreja decora sus labios.
—Hola, hermano mayor por tres meses —me saluda con ánimos. Está borracho.
—Hola.
—¿«Hola»? ¿Qué es eso de «hola»? Salúdame bien, cabrón. No compartimos sangre, pero sí los gustos. Eso debe contar en algo, ¿no?
No puedo enojarme con él cuando se pone así. Y él, lo sabe. Sabe que me afecta verlo en este estado. Lo malo de tener un hermanito que sea bueno con las computadoras y la investigación, es que corres el riego de que un día te investigue y averigüe... algunas cosas sobre ti..., como tus fetiches y gustos sexuales, que terminan uniéndolos como uña y carne, formando ese lazo que tus padres siempre quisieron que formaras con tu verdadero hermano. Sabe demasiado de mí, y yo ni la mitad de él. Pero, saber que compartimos el mismo hábito en la cama, es suficiente para conocerlo.
—¿Te diviertes aquí solo?
Muestra el dedo pulgar en señal de aprobación, y una sonrisa clásica de borracho decora su rostro.
—¿Cuánto has bebido?
—Eso no importa, Lewis.
Pongo los ojos en blanco, al escuchar el apodo que mi hermanito querido, tiene reservado para mí. Me llama así desde el primer día en su casa. De hecho, ese sobrenombre fue lo que inició una pelea que terminó con nosotros a golpes. Y también, lo que causó que nuestros padres se conocieran.
—Mejor cuéntame cómo te fue con la feligresa.
—No la llames así —le advierto, mientras me deslizo por el techo y llego justo a su lado.
—¿Por qué no? Es lo que es.
Le muestro el dedo de en medio, y él me responde.
—Ella es así porque la han obligado a seguir ese camino. No conoce otra cosa. Cuando la llevemos lejos de este lugar mostrará su verdadera personalidad.
—Eso espero.
—Mientras tanto no la llames así. Ella es más que ese estúpido sistema del domingo.
Mi hermano asiente un número ilimitado de veces.
—Sí... Es una loca religiosa con cuerpo de puta y rostro de niña. Vaya primera impresión que me dio cuando la descubrí en ropa interior.
Le arranco la botella de las manos. El líquido sale volando. La aviento con todas mi fuerzas hacia dónde sea que tenga que caer. Ambos escuchamos como impacta contra el suelo y, el cristal se rompe en mil pedazos. Tomo a mi hermano de la sudadera, y la capucha se mueve de tal modo que su pelo (negro como la noche), se libera.
—No vuelvas a hablar así de ella. —Lo acerco a mi rostro, su nariz choca con la mía—. Y tampoco vuelvas a decir que fuiste el primero en algo con ella. ¿Entendiste?
Me sonríe sin atisbe de pavor o miedo en la curva de sus labios.
—¿Molesto, Lewis? —Pica la herida—. Tienes que aprender a controlar ese mal carácter, hermano mayor. Si no cómo esperas que esa chula caiga bajo tus hechizos. —Está siendo sarcástico—. ¿Cómo crees que va a reaccionar cuando le confesemos la verdad?
—«La verdad», se la confesaré yo cuando llegue el momento. No quiero que la asustes con una de tus estupideces.
—¿«Mis estupideces»? Las tuyas, querrás decir. Además, esas estupideces te han salvado de muchas de las idioteces que tú ocasionas. Que no te olvide quien te sacó del problema que tenías con Jorge. Ah, también están María y Salma, o ¿ya olvidaste que fui yo quien tuvo que limpiar tu mierda después de haber destruido a esas chicas?
—Jódete, Levi.
Tuerce los labios, sonriéndome falsamente, mientras toma mis muñecas y las aparta de él.
—Los dos le contaremos la verdad cuando llegue el momento.
—Bien —accedo.
—No te enojes, Leo —me sonríe—. No es mi culpa que a mí también me haya gustado tu... ¿enamorada?
—Aún no entiendo por qué tuviste que elegir a la misma chica que yo. Lilith no es tu tipo.
—Si estoy en esto es porque me preocupas, Leonardo. Así también como me preocupé por Ana y, aun así, no hice nada al respecto cuando vi en lo que se estaba convirtiendo su relación, cuando yo pude haber evitado que ella perdiera por completo el juicio. Por eso, me juré que si volvías a fijar los ojos en una chica, yo estaría ahí para vigilarte. Hemos hecho esto muchas veces, hermano. Y aún temo que vuelvas a sufrir una obsesión tan grande como la que ella sintió...
—¿«Por mí»? —termino de decir por él—. Ella se obsesionó contigo, por eso enloqueció.
—Y esa misma locura, la que vi en Ana, es la que veo en tus ojos cuando hablas de Lilith.
Niego fríamente con la cabeza.
—Ella es distinta. No me recuerda en nada a Ana, y menos a lo que alguna vez tuvimos con ella.
—Te equivocas en una cosa, hermano. Esa "nenita", como tú la llamas, es inestable —asegura, poniendo comillas en la palabra—. Si no tenemos cuidado terminará igual que Ana: loca y solitaria. Ni sus padres la están buscando. Su hermana sí y, todavía, por si te interesa.
—Ana fue un proyecto.
—Error, hermano mayor. Ana era nuestra hasta que se obsesionó con uno de nosotros. Entonces, tuvimos que dejarla ir, por el bien a nuestra hermandad.
«Bastardo.»
Odio que tenga la razón. Odio cuando alguien más tiene la razón. Es algo que corroe mis entrañas.
—Y..., lo de Ana se pudo haber evitado, si hubieras esperado como te ordené —añade.
—Cállate. Ana estaba loca. De todas formas, no hubiera funcionado.
—¿Sí...? —Duda poniendo una mueca curiosa en los labios—. Cuando la conocimos estaba loca, lo admito. Pero, ¿verdaderamente loca, lo que se dice loca...? No, la verdad no.
—Sabes a lo que me refiero.
Mi hermano suspira.
—Por desgracia, sí. Por eso te digo que nos olvidemos de esta chiquilla y, nos vayamos lejos de aquí antes de que termine igual que la pobrecita Annie.
—¿Por eso me ocultaste información valiosa sobre ella? —lo acuso.
—Oh, hermano... Si te hubiera contado todo lo que sé de esa niña, ya estarías metido entre sus piernas. Y, posiblemente sólo esté pensando en ti en lugar de los dos. Y no voy a correr ese riego sólo porque tú quieras satisfacer tu desesperada obsesión. Créeme, si esperamos lo suficiente, ella terminará cediendo.
Me da asco.
—¿Por eso lo estás haciendo? ¿De verdad crees que ella quiera que tú seas el primero?
Se ríe falsamente.
—¿Aún no lo entiendes? No importa cuál de los dos desflore a esa chiquita. Lo importante es hacerlo antes de que ejecutemos la última fase del plan. ¿Recuerdas las reglas? Porque cuando tratamos con una virgen aplicamos la numero cinco.
—Sí, las recuerdo —admito con un mal sabor de boca.
Esto no va a acabar bien. Tengo que encontrar un modo de hacerla mía sin verme o sonar desesperado. Ya hablaría con ella en la mañana.
—Entonces, Lewis..., controla ese mal carácter si quieres que esa adorable niña siga jugando con nosotros.
—Sólo si tú no la asustas como acostumbras con todas.
Me sonríe con malas intenciones.
—No haré nada que ella no quiera —me promete, al mostrarme los dedos índice y el de en medio. Parecerá tonto, pero cuando hace eso, realmente está dándome su palabra. Para él debe significar algo prometer de ese modo.
Se arrastra por el techo hasta llegar a la ventana. Ya adentro, me dice la última cosa de la noche.
—Por cierto, ya tengo lista la habitación.
—Bien.
—Sigo creyendo que es una pésima idea usar a una cristiana en este juego —suspira y gruñe al mismo tiempo, dándome a entender que, acepta las condiciones del plan en el que ambos participantes se quedan con el premio—. Pero, bueno..., todo sea por ti, hermano querido —dijo antes de lanzarme un beso como una damisela.
«Infeliz.»
—La cama es perfecta para los tres —añade, antes de dejarme a solas con mis pensamientos, sumergido en la oscuridad.
Saco un cigarrillo del bolsillo, lo prendo y lo fumo.
Mientras exhalo el humo del cigarro, mis pensamientos vuelan hacia Ana. La pobre debe estar muerta de miedo en su celda. Bueno, no del todo. Nunca supe si la oscuridad la llamaba porque era parte de ella, o, porque era una hija nacida del dolor que sólo buscaba una pizca de atención en la oscura habitación en la que alguna vez nos divertimos.
Ella era así antes de todo este drama que formó su estúpida obsesión por Leviatán.
Pero eso no va a volver a pasar.
Lilith es distinta. Es un ángel crucificado adrede para soportar esta vida.
Ella podrá con esto.
— • — • — • — • — •
Una vez más disculpen si está un poco largo.
Ustedes entenderán la emoción que uno sufre cuando empieza a escribir ✍️ o a leer y ya no hay quien lo pare.
Actualizaré pronto.
Promesa ✌️
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