Capítulo 15
LILITH
⚠️ ADVERTENCIA ⚠️
Contenido Para Adulto.
Bueno, ligeramente 😏
¿En dónde estás, Debi?
Había pasado más de una hora desde que pregunté por ella, desde que alguien la vio, y nadie me había dicho con exactitud hacia dónde se dirigía ni con quién. Y, cuando preguntaba por el tipo con el que se fue, ellos sólo me respondían que no era de mi incumbencia saber con quién se mete o no mi prima. Me acusaron de tenerle envidia porque ella —por lo menos—, consigue a alguien que le haga el favor de meterse entre sus piernas.
¿Pueden creerlo?
Por eso no me agradan los amigos de Debi. Jamás le he dicho a mi prima, las cosas que ellos dicen de su disque "mejor amiga" a sus espaldas, porque algo en mí siempre me ha dicho que, si se lo digo, no me va a creer.
Así como nadie me creería lo del asqueroso Juan.
Les pregunto a personas que ni conozco si la han visto, pero nada. Nadie me dice nada. Es como si la tierra se la hubiera tragado.
Maldición.
Decido buscar en el segundo piso. No me importa si tengo que tocar como loca en todas las puertas, e, irrumpir en todas las habitaciones para poder hallarla. En una de éstas debe de estar mi prima. Tiene que estar.
Toco y toco, pero nada. Todos me dicen que no moleste y que siga mi camino. No soy tonta, también me aseguro de que la chica o... el chico... también me responda.
Ejem... Ejem...
Llego al baño de la segunda planta, y me encuentro a una chica furiosa de trenzas jamaiquinas, esperando de brazos cruzados a que la puerta del baño se abra.
Gruñe y aporrea la puerta, con una cara del averno.
—¡Dylan! ¡Sal ahora mismo, tengo que mear! —le grita y exige a la persona que está ocupando el baño.
Aporrea la puerta, gritando el nombre de «Dylan» unas mil veces más hasta que..., la puerta se abre con ímpetu (casi desprendiéndola del marco), y un chico de pelo engominado, sudado, nervioso y, furioso con camisa hawaiana aparece tras ella.
—Tranquilízate, estúpida. Sólo me estaba divirtiendo un rato con mi amiga —dijo, y... en el lavabo avisto manchas de sangre y..., polvo blanco en... ¿hileras?
¿Qué...? ¿Qué es esto?
«Droga», me responde mi calmado y maduro subconsciente.
Me alegra que mi mente esté en calma, porque mi cuerpo no, éste empieza a temblar como si sufriera repentinos ataques epilépticos o, escalofríos que corroen todo mi sistema, por ver la imagen que se desarrolla frente a mí.
—Me importa un carajo, tengo que mear. —Se las ingenia para sacarlo del baño. Lo hace a un lado, y cierra la puerta de un portazo.
Dylan la maldice, y la llama de todo mientras se rasca y pasa la mano por la cara como un auténtico lunático de un momento a otro. Actúa como si tuviera arañas comiéndole la piel.
Se ve muy mal.
No me ha notado, cosa que agradezco.
Tengo que salir de aquí o si no llamare su atención. Y lo que menos quiero es tener que lidiar con un sujeto como él, cuando ahora cargo con otra clase de problemas y demasiadas preocupaciones.
Y estoy a punto de irme cuando..., a los pocos segundos, la puerta vuelve a abrirse. Una chica de vestido verde ceñido a su escuálida figura, es empujada con todo (y bolsitas de contenido extraño), lejos del baño. Parecen pastillas, pero no de las que te receta un médico. ¿Qué es exactamente lo que están ingiriendo?
—¡IDIOTA! —le grita la chica del vestido verde, a la chica de trenzas jamaiquinas.
Se da la vuelta, revelándome su cara y, nuestros ojos se encuentran.
«Oh...
Por...
Cristo.»
¿Sandra?
Es mi prima la que está frente a mí pero..., no luce como la chica que estuvo con nosotros hace algunas horas, en lo absoluto. Ésta chica no es mi prima. No puede ser. Mi prima no usa drogas, no introduce a su cuerpo esa clase de sustancias. Ella sabe lo que es bueno y que no. Aquí tiene que haber un error. Esto es un juego, ¿verdad? No me enojaré con ella si resulta que es una broma pesada que intenta gastarme.
Pero..., entre más la observo de pies a cabeza, menos certezas tengo de que ésta sea obra de mi imaginación. Me doy cuenta de que es ella, mi prima, la que está sosteniendo varias bolsitas de polvo blanco y pastillas en sus manos, la que estuvo haciendo quién sabe qué con este tipo ahí dentro. Y..., la que luce como una bruja con ese aspecto de bruja maldita, con el pelo enmarañado y el delineador escurriendo de sus ojos.
Y..., ¿sangre? Hay sangre seca en su nariz.
O sea que..., ¿la sangre del lavabo es suya?
—¿Sandra? —digo su nombre, por si acaso, por si no es real, por si me estoy confundiendo de chica.
Pero, ella me deja en claro que ésta es la vida real, y lo hace de la peor manera que pude haber esperado.
—Cállate, cállate, cállate —repite con desesperación y nervio, mientras se acerca peligrosamente a mí, acorralándome contra la pared.
El aroma de su pelo y ropa me dejan un mal sabor de boca. Sus uñas se entierran en mis mejillas cuando sus dedos se hunden en mi rostro.
—No digas nada, perra asquerosa. Tú no viste nada. ¿Entendiste? No viste nada, y no sabes nada.
Me hace daño.
Siento que traspasa y quiebra la piel de mis mejillas, mi de por sí delicada piel, lastimándome a propósito para hacer que sangre..., como su nariz.
Parece que sufre una crisis nerviosa por mi aún no dada respuesta.
No creo que sepa lo que está haciendo.
«Sí lo sabe.»
No, no puede ser. Está muy drogada, es eso. Ella no es así porque quiere. Mi propia sangre no me haría daño.
«Te estás mintiendo.»
—Mantén el hocico cerrado si no quieres que destruya esos bonitos labios —me amenaza, enterrando aún más las uñas en mi piel, provocando que un quejido de dolor escape de mis labios.
No, no te pongas a llorar. No ahora. Mantente fuerte.
Como no tiene intenciones de soltarme, a no ser que le responda, decido asentir con cautela y terror acumulado en la garganta, mirándola a los ojos en todo momento.
Luce aliviada, cuando le digo que no pienso decir nada. Parece que cree mi mentira, porque me suelta.
—Más te vale.
Arrastra al chico que estuvo con ella (Dylan), y ambos se encierran en una habitación para seguir haciendo..., lo que es obvio que se imaginan en el baño.
Suelto una bocanada de aire cargada de tensión y alivio, cuando el peligro deja de ser una amenaza para mí o mi sensible piel. Pensé que en serio iba a arrancarme los cachetes. ¿Tendré marcas? No tengo cabeza para revisarme ahora, cuando ni siquiera puedo mover un solo centímetro de mi cuerpo a ninguna parte.
Ay, Jesús.
Me sujeto la cabeza con ambas manos, cuando la siento desfallecer en mi propio cuerpo. Mi mente repasa los últimos momentos de esta noche en un desespero rabioso por sentirme tan impotente.
¿Qué diablos está pasando con esta familia?
¿Cuando se complicó todo?
¿Por qué Sandra haría algo así?
«Cristo.»
Primero sus posibles problemas alimenticios, y ahora esto. ¿Por eso lo hace?, ¿porqué piensa que así no le dará hambre?
Ay, qué horror.
Sólo de pensar en lo que tuvo que pasar en su vida para caer tan bajo, y tener que recurrir a algo así...
Oh, Cristo.
«Tía Ilda.»
Tía Ilda no tiene ni idea de lo que su hija está haciendo mientras ella y mis tías/os —incluidos mis padres—, están fuera creyendo que su casa no está siendo utilizada para fines horribles. Tía Isabel no tiene idea de lo que ocurre dentro de su propia casa. Patricia no tiene idea de lo que su esposo quiso hacerme. Nadie está consciente de lo que sucede realmente.
No sé por qué ese recordatorio asqueroso de Juan, queriendo hacerme daño en la biblioteca, asecha constantemente mi cabeza.
Quizás, ese recuerdo sea una de esas cosas a las que llaman «para siempre», que decidió archivarse en mi cerebro para nunca desaparecer. A lo mejor, ese recuerdo se mantendrá en mis memorias hasta el día de mi muerte.
Como esto.
Lo que pasó hoy estará guardado en mi cerebro para siempre.
— • — • — • — • — •
Bueno..., que puedo decir cuando escribí esto. Supongo que nada.
Por cierto, esa parte (en la que Lilith descubre a su prima drogándose en el baño), no me pasó a mí en específico. Y tampoco a otra persona que conozca. Fue pura ficción.
Por cierto, si conocen a alguien que esté ingiriendo sustancias o abusando de su cuerpo de alguna manera, tienen que decírselo a alguien. No se convierten en chismosos por decir algo que podría salvar una vida.
¿Qué creen que deba hacer Lilith?
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