Capítulo 14
LILITH
Bajo las escaleras, para encontrar la sala repleta de personas. La mayoría son chicos, y la otra mitad son chicas. Todos están metidos en sus grupitos, riendo o socializando, algunos grabando o tomando fotos con sus celulares. La mayoría de los aquí presentes tiene Instagram, me imagino. Yo no. Es más, ni siquiera tengo Facebook.
No veo a mi prima o a mis padres. Visualizo a Alfonso, pero éste me ignora cuando le sonrío, y habla con... ¿su novia? «Hmm...» No sabía que tuviera novia. Nunca me entero de esas cosas.
Es bonita, muy bonita.
Si tengo la oportunidad de ir a saludarla, lo haré.
Busco a Débora, pero no la encuentro por ningún lado. Me abro paso entre la gente y, un tipo que no conozco me ofrece un vaso de contenido extraño como bebida, que acepto con una sonrisa amable pero que no bebo.
Me retiro de ahí, y abandono el vaso de plástico en una de las mesitas cerca de los sofás.
No encuentro a Debi por ningún lado. ¿En dónde estará?
¿En una de las habitaciones del segundo piso?
Y si es así, ¿con quién está?
«Alto.»
¿Por qué me interesa con quién se mete o no mi prima?
«Porque tienes miedo de que pueda estar con Levi o con Leonardo.»
Esa vocecita en mi interior, ha estado fastidiándome desde que besé a Leo y empecé a ver con otros ojos a Leviatán.
Me lleva...
Necesito azotarme, castigarme, machacar mis rodillas o, hacer cualquier cosa para olvidar esas emociones despertadas en mí, o si no voy a explotar.
Tengo que hacer algo para aliviar esta quemazón en mi vientre, o si no me va a dar un terrible ataque de...
—Lilith. —Una voz macabra, pronunciando mi nombre, me sorprende por la espalda.
—¡Cristo redentor! —Mis manos retraídas van manos arriba. Antes de que se burlen, es un reflejo involuntario.
La voz a mis espaldas se ríe desenfrenado.
Cuando se calma, aún riendo con moderación, me dice:
—No has cambiado en nada, Fray.
Ese apodo...
Esa voz...
Me volteo para descubrir, que el extraño que me sorprendió, no es otro más que Mario (un amigo de la familia). Bueno, también mi viejo amigo de la infancia y, antiguo enamorado a los diez años...
«Cof. Cof.»
O sea: Mario fue mi Crush de la infancia.
Mario.
—Mario. —Sonrío antes de envolver mis brazos alrededor de su cuello, y abrazarlo con todas mis fuerzas.
Me devuelve el abrazo..., hundiendo la nariz en mi cuello, su barba haciéndome cosquillas mientras lo hace, pero no digo nada para interrumpir este bello momento.
—Te extrañé, Fray.
Lágrimas inundan mis ojos.
—Yo igual, Rio.
FrayyRio. Esos somos nosotros. Cuando éramos niños nos apodamos así por una serie de eventos que se acoplaron perfecto a nuestras personalidades.
Yo, a los diez años, había descubierto un grupo de rock llamado The Fray, cuyas canciones me encantaron y aprendí al derecho y al revés; y él, en ese entonces, era fanático de la película Rio (el guacamayo azul), por eso empecé a llamarlo así.
Se aparta lo suficiente para mirarme de arriba abajo, haciéndome girar como una princesa y, sin dejar de tomar mi mano ni un solo segundo.
¡Ni un solo segundo!
—Dios mío, que guapa estás —me dice con ojos expresivos. Pero..., ¿expresivos en qué sentido?, si se puede saber—. ¿En dónde quedaron las trenzas y los frenos?
¿La Chilindrina? Esa se fue para siempre, amigo.
—Pues, por ahí. Aún me trenzo el pelo. Bueno, de vez en cuando —digo, y le sonrío.
—¿Al dormir? —me pregunta, devolviéndome la sonrisa.
—Eh... Pues, sí —respondo, y ambos nos echamos a reír.
—Que hermosa eres, Fray. Te has vuelto todo un angelito.
Me rio con cierto sonrojo en las mejillas.
—¿Eso crees?
Le da un ligero apretón a mi mano antes de responder. ¿Ya les dije que no ha soltado mi mano ni un solo segundo? Cristo mío, estoy tan feliz. Mario siempre me pone feliz.
—Lilith, cualquiera con ojos podría notarlo —me sonríe—. Mírate —dice, y me hace girar como una princesa, otra vez.
Me siento Cenicienta.
—Eres preciosa.
Me saca una sonrisa de oreja a oreja, cuando dice eso último. Por eso me enamoré de Mario a los diez años, su sinceridad y amables comentarios me gustaron desde un principio. A parte da los mejores cumplidos. Siempre lo llamo a él, cuando necesito que me suban los ánimos.
Es como mi cajón de post-it de frases motivadoras.
—Gracias. Tú también te ves muy bien, Rio.
Me sonríe con esa naturalidad que me encanta en él... Encantaba en él. Porque ya no siento nada por Mario, más que un sano respeto de amigos que espero que él acepte.
No soy tonta, sé que le gusto a mi mejor amigo. Lo sé. Me ha lanzado indirectas casi todos los años. Además, jamás lo he visto con una chica, cosa súper extraña en un hombre de su edad, con una carrera casi terminada, amable, respetuoso y, que sea bien parecido. «Cof. Cof». Por cierto.
Mujeres, ¿acaso están ciegas?
«¿No ven que es el paquete completo?»
—¿Quieres tomar algo? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—No, gracias.
—Me refería a un jugo de durazno —me aclara—. Ya sé que tú no bebes.
«Aww...»
—Que dulce eres —suelto sin pensar.
Entro en razón, cerrando la boca y los ojos en automático.
Mario sólo me sonríe. Él no se sonroja, y eso sólo hace que el calor de la vergüenza en mi espalda incremente.
—Quiero decir, eh... —Me apeno como no tienen idea.
Ay, que horror.
¿Alguien que me rescate?
En ese momento —y como si mis súplicas hubieran sido escuchadas—, un vaso amarillo aparece en mi campo de visión, sorprendiendo e interrumpiendo mi (ahogada) conversación con Mario. Cosa que agradezco, porque mis mejillas parecían un par de tomates de por sí cuando empecé a hablar con él.
Lo tomo por acto reflejo, pero no lo bebo.
—Aquí está tu bebida, nenita.
Esa voz...
—Lamento la tardanza, pero no te encontraba por ningún lado.
Leonardo.
—¿Ah?
¿Qué está pasando aquí?
Pedí a alguien que me rescatara, no que me causara más problemas.
Lo miro, pero Leo sólo me sonríe con ese aire amable y característico en su persona, como si adivinar el pensamiento fuese pan comido para él.
Avista la presencia de Mario —unos segundos después de mirarme tanto a los ojos que, siento mis mejillas arder de nuevo—, y... tanto mi mejor amigo como él, comparten una mirada que... no consigo descifrar en esta especie de combate librado para ganar quien sabe qué.
Los hombres a veces son taaaan raros.
—Hola... Ah, ¿en dónde están mis modales? —Le ofrece la mano—. Soy Leonardo.
—Mario. —La estrecha con cierta tensión en el aire. Hasta les cuesta trabajo dejar ese apretón de manos por la paz.
Okey... ¿Qué sucede?
Rio me mira, con poco crédito en la mirada, cuando sus ojos y los míos se encuentran. Se ve enojado; su postura y tonalidad de voz cambian repentinamente después de ver a Leonardo.
—¿Tienes novio? —Parece decepcionado, pero no porque tenga novio (cosa que no es cierta), sino porque "mi novio" sea precisamente... ¿este chico? ¿Por eso está molesto?
¿Reaccionaría igual si fuera otro sujeto, o, sólo con tipos que sean mayores de edad, casi adultos?
Leonardo es más grande que yo, eso lo sé bien. Debe tener veintitrés o veinticuatro años. Pero..., ¿eso le molesta?, ¿que sea mayor que yo? Tampoco es para tanto. Digo, no soy una niña. Tengo veintiún años. En poco tiempo cumpliré veintidós. No puede escandalizarse por algo así. Mi padre le lleva tres años a mi madre. Y..., mi abuelo le llevaba cinco a mi abuelita.
Así que... Si fuera mi novio..., ese sería mi problema, mi asunto, ¿no creen?
No entiendo cuál es el problema.
Aun así, aclaro este malentendido. No porque su actitud me enoje, sino por mí, porque no quiero tener problemas o molestarme con mi mejor amigo por un asunto tan tonto como éste.
—No, él no es... Digo, él es Leo —lo presento.
—Ah —responde como si le hubieran puesto su platillo menos preferido en la mesa—. Es que, como te llamó «nenita».
—El que la llamó así, aún está aquí —aclara él, pegándose un poquito más a mí, a mi hombro, provocando que mis traicioneras hormonas se alboroten por completo.
Ay, qué horror.
«Sientes calor, ¿verdad?»
Cállate, voz.
Y... por si las cosas no estuvieran de por sí incómodas. Adivinen quién se une al trío cargado de tensión.
—Chula, ¿qué estás haciendo? —Su brazo acapara mis hombros, haciéndolos estremecer.
Pero... ¿Qué rayos pasa aquí?
Sí, señoras y señores, Leviatán (ojos brillantes) se une a la fiesta.
Ay, esto es tan incómodo.
Tengo a los hermanastros Bianchi Soto a los lados de mi cuerpo... Y no tengo idea de qué hacer o qué decir para aligerar la tensión, o, hacer que a Mario se le quite la mirada asesina de la cara.
Me siento acorralada, rodeada, incluso cerote. No entiendo de qué va esto.
Y... por la cara de Mario (que parece chile atómico), se nota que él tampoco. O, a lo mejor sí, pero debe estar sacando ideas equivocadas respecto a lo que ve y lo que me dicen este par de hermanos.
Quizás, por eso su voz se vuelve acusatoria.
—¿Y éste quién es, Lilith?
A Leo se le borra la sonrisa de la cara.
—Oye, más respeto, ¿no? Éste, es mi hermanito menor por tres meses.
—Y me llamo Leviatán —añade él, un tanto molesto.
Mario les sonríe a los hermanastros, como si estuviese masticando vidrio y tragándoselo lentamente, hasta querer escupir la sangre a sus caras. O..., ¿escupirles de todas maneras, ya sea sangre o sea...? Bueno, ya saben qué.
—¿Leviatán?, ¿ése nombre existe? ¿Está en tu acta de nacimiento?, o, ¿te lo cambiaste al cumplir los dieciocho?
Le sonríe con cinismo.
—Mi madre es fiel a la mitología bíblica. Cúlpala a ella.
Esa no me la sabía.
Le devuelve la sonrisa de hipócrita, enseñándole todos sus dientes en el proceso.
—Sólo era una pregunta, Levi.
—Por favor, tú dime Leviatán —dijo, con falsa modestia.
«Bueno... Hasta esa indirecta la entendí yo, mi amigo.»
—Claro... Leviatán, ¿verdad? —Se acerca a nosotros... Más bien, a él.
—Sí, ése es mi nombre —dijo, al soltarme y entrar en los límites de su espacio.
Ay, madre mía.
Ambos chicos se acercan y quedan a escasos centímetros, nariz con nariz, como si realmente hubiesen dejado de jugar —en algún punto de esta historia—, y amenacen con entrar en combate físico. Literalmente, a golpes.
Amenazo con ir y ponerme en medio de esos dos (si es necesario), pero Leo se me adelanta.
—Okey, okey, ¿porqué no mejor nos hacemos para atrás y tomamos aire? —Sugiere con calma y frialdad calculada.
Okey...
¿Qué rayos les pasa a estos dos?
Perdón, a estos tres.
Y...
¿Qué planean?
Y...
¿Qué demontres le pasó al Leo amable y cariñoso que conocí y besé hace algunas horas?
Mario sonríe con frialdad, antes de aceptar la oferta de Leo.
—Bien... Me voy —dijo, al dar dos pasos hacia atrás.
Mis pulmones se llenan de aire cuando escoge retirarse en lugar de pelearse con Levi.
«Gracias a Cristo.»
No sé qué hubiera hecho o explicado si en verdad se agarran a golpes aquí enfrente de mí.
Lo que menos quiero es llamar a la policía y arruinarle la fiesta a Débora. De por sí estoy en la cuerda floja con tía Isabel.
Hablando de mi prima hermana favorita, no sé en dónde está ni lo que hace. Debo encontrarla. Si no está con ninguno de mis primos o tíos, ¿con quién? Si Leo no está con ella, no sé con quién más pueda estar.
Mi amigo me mira cansino.
—¿Vienes? O, ¿prefieres quedarte con... ellos?
Espera mi respuesta, pero yo no tengo cabeza para esto ahora. Porque, esta versión de él, la de pelear y responderme como si fuese la persona menos deseada en el mundo, y... tratarme como si fuera desecho tóxico sólo por creer que tengo novio y más amigos además de él... Todo esto me deja con la cabeza hecha un lío.
No sé qué responder.
Pero..., mi silencio, de alguna forma, es suficiente para sentenciar su veredicto.
—Bueno, como quieras.
Se va, dejándome tirada y evitada como una chiquilla inútil.
Las sensaciones que me provocó hace unos minutos se desvanecen. Y ahora las remplaza este agujero en el estómago que no tiene nombre o fin en mi interior.
Creo que quiero llorar, pero las lágrimas no salen.
Leo y Levi me observan en silencio mientras me muerdo los labios, y trago el nudo en mi garganta. No me dicen nada. No me tocan. No me hacen alguna mueca graciosa o tratan de consolarme de algún modo. Y esas pequeñas cosas, las que no hacen para intentar levantarme el ánimo, las agradezco.
Si hay algo que no me gusta, es que las personas traten de hacerme sentir mejor, cuando lo único que quiero es sumergirme en mi propia desesperación..., un poco más, antes de salir para siempre de ella.
¿Por qué las personas asumen que no podemos salir del ojo del huracán por nuestra cuenta?
¿Por qué nos subestiman?
Sin decirles nada a este par de hermanos, me retiro.
Y ellos me dejan ir sin interponerse en mi camino o tomar mi mano para decirme que no me vaya.
Desaparezco entre la multitud, y hago acopio de todas mis fuerzas para no ponerme a llorar como hace unas horas.
Debo encontrar a mi prima.
— • — • — • — • — •
Ay, ay, ay, 😏
Y... Ay, madre mía 😳 esos dos son una especie de equipo o qué.
Este par.
Bueno, Ya entró alguien más al juego, y con más habilidades de ganar que estos dos.
Admitámoslo, Mario lleva delantera.
Aunque, después de lo que vio esta noche, ¿cuáles creen que sean sus próximas jugadas?
Gracias por votar y por mirar.
O... ¿por mirar y luego votar?
Gracias.
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