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Capítulo 2


Habían pasado varios años, desde que decidí independizarme. Estaba muy contenta por los logros que había obtenido gracias a mi esfuerzo y dedicación en mi carrera. Había aprendido mucho durante el tiempo que estuve en el hospital, pero cuando se me presentó una buena oferta de poder trabajar en uno de los mejores y más importes centros de la ciudad, no lo dudé, e inmediatamente firmé el contrato y me instalé en mi nuevo consultorio y piso.

Trabajo muchas horas, no me importa escuchar a mis pacientes durante horas siempre y cuando sigan su tratamiento y poco a poco vayan recuperando sus vidas, eso me enorgullece mucho. Por lo menos hay algo en mi vida que hago bien. De amores, no quiero saber nada, desde mi ruptura con ese patán, no he vuelto a estar con un hombre. Mi única vía de escape es mi trabajo, y de vez en cuando viajo a casa de mi hermana para ver a mis sobrinos. Ángel y Melisa.

―Yasmina perdona que te moleste, pero nos acaban de llamar, al parecer mañana tenemos un día algo ajetreado.―Me comunica mi compañera y amiga Mandy.

―¿Y eso a qué se debe el honor que tengamos tanto trabajo?

―Ha llamado pidiendo cita el entrenador de los Lakers. Quiere que sus jugadores tengan una cita con algún psicólogo porque no están muy motivados en el juego y no desea perder de nuevo la liga.

―¿Que me estás contando?, que un equipo de baloncesto va a venir ¿a qué? Por favor que se piensan que somos, esto es inaudito,  somos profesionales no animadoras.

―Yo también estoy un poco asombrada, pero es lo que hay, de hecho vamos a sacar buen pellizco con estos casos. Pero solo van a ser una visita.

Suspiro mientras apago mi ordenador preguntándome que narices hacemos atendiendo a unos jugadores de baloncesto. Como si entendiera yo de baloncesto

―De acuerdo, cuenta conmigo, pásame al más desagradable, sabes que me encantan los retos. ―Le digo bromeando a mi amiga mientras recojo mi bolso, el maletín de mi portátil y me dispongo a salir con ella cuando recibo una llamada en mi mesa. Miro algo sorprendida a mi amiga. El teléfono sigue sonando, al final decido responder.

―Dígame.

― ¿Es usted la psicóloga Yasmina Vera?

―Sí, soy yo. Con tengo el gusto de hablar.

―Me llamo Paul Bonez, se acuerda de mí, estuve hace semanas allí en su consultorio.

―Si creo recordarlo, dígame en que puedo ayudarle.

―Me voy a suicidar, mi mujer no quiere volver junto a mí y yo sin ella no soy nadie, estoy en lo alto de un edificio a punto de saltar y no me importa hacerlo y esto no es ninguna broma.

«Menudo marrón» Intento hablar o más bien convencerlo de que no cometa esa estupidez, mientras le escribo en una nota a mi amiga que llame a la policía. Un rato después puedo escuchar unas serenas, respiro algo aliviada y más cuando me entero que mi paciente no ha saltado.

―Madre mía, esto es de película Yasmina.

―Ni me lo recuerdes por favor. Ahora solo deseo descansar, mañana nos vemos.

Me despido de mi amiga, me monto en mi auto y al llegar a casa, me doy una ducha, estoy agotada, me preparo algo de cenar, me pongo mi pijama y como se me ha ido el sueño decido trastear por Internet y averiguar algo referente a los jugadores de baloncesto. El único que más sale es un tal Néstor Majane, es famoso por ser un gran deportista y ser un mujeriego. De echo hay varias paginas en las que se le ve con distinta mujer, una morena es cantante a la semana se ve con otra rubia, un presentadora de televisión. Y así un sifin de imágenes de él solo o haciendo algún anuncio de sport o acompañado de bellas mujeres.

Horas después cuando he obtenido algo de información referente a mis pacientes, me acomodo en la cama para dormir pensando en lo que me espera mañana.

Antes de sonar el despertador ya estoy preparándome un café y una tostada. Termino mi desayuno y me dirijo hacia mi trabajo.

―Buenos días Nemesio.―Saludo al guardia de seguridad, para él no es novedad que llegue la primera después del director del centro y unos pocos más compañeros a mi puesto de trabajo.

Llego a mi consulta, inspecciono que todo esté en orden y listo para comenzar mi día. Miro mi agenda, no tengo pacientes, solo del equipo de baloncesto. Me siento en mi sillón, me preparo otro café para hacer hora hasta que mi secretaria me comunica que mi primer paciente ha llegado.

Saludo al primer jugador, Lukas Sotoner.

Una hora después pasa el siguiente y así sucesivamente hasta que finalizo con mi cuarto paciente. El día toca su fin, estoy agotada apenas he probado bocado en todo el día cuando escucho mi puerta tocar.

―Adelante.―Pronuncio algo confusa. ¿Quién será, y qué hace a estas horas?

―Hola, puedo entrar.―Me pregunta una voz masculina, enciendo la luz y me percato que ante mí esta nada más y nada menos que Néstor Majane. Me quedo alucinada, sin poderlo remediar lo miro de arriba abajo, es alto por supuesto, su cuerpo es atlético, su pelo es castaño, ojos verdes claros, su rostro es hermoso y unos labios carnosos. La madre que lo parió pero si está buenísimo el jodio.

―Me he equivocado de consulta.

―Como dice.

―He venido a la psicóloga no o a la sesión de radiografía.

«Será imbécil» Tomo nota.

―Lo primero que debo decirle señor...

―Ay no me diga que no me conoce. Soy Néstor Majane.

―Si claro te conozco de toda la vida. Pues no, es la primera vez que lo veo y debo decirle que ya me iba.

―Entonces llego bien, solo tienes que decirle al mister que hecho acto de presencia elaboras un informe hay como sea y apañado.

―Ya está. Así de simple.―Desde luego es guapo no lo voy a negar, pero ya comenzaba a irritarme.

―Pues sí, no me mires así te ahorro de tener que escuchar mi vida y yo me ahorro de contártela.

―Perdone señor Majane, pero no voy a mentirle a su entrenador, y lo segundo esto es mi trabajo escuchar los problemas de la gente para intentar ayudarles.

―Bueno, pues si insiste, tome asiento que vamos para rato.

Lo miro como se dirige hacia el diván, se tumba echando su brazo detrás de su nuca, desde luego que presumido y fachendoso que es. Pero que se piensa, que porque sea famoso me va tomar por idiota o qué, y encima viene el último.

―Empecemos.

―Pues mire tengo un problema.

―Dígame cual es.

―Pues que soy tan guapo que todas las mujeres van detrás de mí, no puedo librarme de una cuando otra se me insinúa, me dan sus números de teléfonos...

Cierro mis ojos intentando mantener la compostura, o las ganas de atizarle con la carpeta en la cabeza. ¿Pero de que va? Normal que esperaba de un playboy como él. Harta de escuchar sus sandeces me levanto algo quemada plantándome delante de él.

―Esto... la primera visita es gratis.¿No?

―Desde luego que tienes un problema.

―No ves ya lo decía yo. Dígame doctora, que tengo que hacer para no cambiar de mujer todos los días.

Al escuchar ese comentario no lo puedo soportar más y acabo dándole una cachetada
― Que te piensas ¡Eh? Que eres el macho alfa que todas las mujeres deben hacerte clemencia. Pues te equivocas, no niego que alguna se arrime a ti por fama, pero que sepas que las mujeres somos muy independientes y podemos valernos por nosotras mismas, las que hacen eso es porque no se valoran. Mal hecho, pero si a ti te quitan la fama, el dinero y esa cara de guapito fijo estoy que no se te arrima nadie. Ahora váyase y déjeme en paz, puesto que no le voy a permitir que se tome mi trabajo como una burla.

―Has terminado hermosa. Chica que yo no te hecho nada para que me lastimes. Yo digo lo que me pasa, y me tomo tú trabajo enserio.
¡Ah! y te voy a decir una cosa, con esa cara de amargada y esa facha de restirada que tienes no creo que la popularidad te asfixie.

Lo miro con desagrado mientras cruza por mi lado, su altura me impone pero no pienso darme por vencida. Le agarro de su brazo intentado que se gire, pero él no se mueve ni un centímetro.

―No pienso elaborar el informe.

―Haz lo que quieras, yo no tengo porque venir a contarme mis problemas puesto que mi vida es perfecta.

― ¿Tú crees? Porque yo no lo veo así, puedes tener muchas mujeres que te calienten tu cama, ¿pero tienes alguna que te haga sentir especial?

Mi pregunta parece que le ha pillado por sorpresa, me observa con desdén y en silencio se marcha.
Al cerrarse la puerta suelto el aire acumulado, dios mío que me ha pasado. Nunca he perdido los papeles como lo acabo de perder con este hombre. No niego que es atractivo, pero su altanería y ese orgullo que muestra de sí mismo me saca de mis casillas. Tiene demasiada soberbia y no admite sus errores, y por alguna extraña razón lo entiendo. Aun así me quedo más tranquila porque no volveré a verlo.

De nuevo en mi casa, otro día más, reviso las cartas, me voy hacia la cocina para prepararme algo de comer, seguidamente me doy una ducha y me voy a dormir. En ocasiones pienso lo deprimente que es mi vida, aun así estoy a gusto con mi vida y no pienso cambiarla. Pues no estoy yo tan ricamente así.

A la mañana siguiente me levanto para ir a mi trabajo, hoy es viernes, eso significa que me toca estar en casa revisando los casos de mis pacientes. No tengo otra cosa mejor que hacer. Llego como todos los días puntual saludando a Nemesio para dirigirme a mi consultorio. Miro mi agenda hoy no hay mucho trabajo, solo cinco pacientes, eso me permite dedicarles un poco mas de tiempo a cada caso.

El primer paciente pasa, mi trabajo empieza, cada día que pasa me alegro de haber escogido esta profesión. Alrededor del medio día ya no tengo mucho trabajo, dispuesta para irme a comer escucho que llaman a la puerta.

―Adelante.

―Bon día, hermosa.

No, esto no me puede estar pasando a mí. Néstor Majane de nuevo en mi consulta.

―Qué deseas señor Majane.

―No me llame así, que me hace sentir más viejo de lo que soy.

―No eres viejo, solo tienes treinta y cuatro años.―Mierda en ese momento me percato que me he ido de la lengua. Lo miro mordiéndome mi labio algo arrepentida.

―Tranquila Yasmi, sé que en google viene hasta la talla de zapato que uso. Pero no te disculpes, google es muy chivato todo lo que le preguntes te lo dice.

Aquel comentario me hace reír, y de alguna manera hace que me relaje.

―Y a qué debo su visita.

―Yo venía para invitarla a comer, y pedirle disculpas por mi comportamietno de ayer. Ayer había roto con mi novia de un mes, y la pagué contigo. Lo siento Yasmi, no volverá a suceder.

―Tranquilo, suele pasar. Y bueno no me negaré de ir contigo a comer, de hecho ya me iba.

―Perfecto, te gustan las gachas.

―¿Qué?

―Las gachas, es una comida típica de mi pueblo, me las hacía mi abuela cuando era pequeño y hace poco un amigo ha abierto un restaurante y le pedido que me haga gachas y he pensado en usted.

Me quedo alucinando, desde luego con este hombre no sabes por donde te va saltar. Bueno pensándolo bien, tampoco pierdo nada en ir a probar las gachas y de paso saber lo que es. Le sonrío mientras voy a ponerme mi chaqueta  me sorprendo que el se me ha adelantado, muy cortés me ayuda a ponérmela. En ese momento siento una pequeña descarga que recorre mi espalda llegando a inquietarme cuando las yemas de sus dedos rozan mi nuca. Es una sensación rara, pero al mismo me pone nerviosa. Trago saliva, y saco esa mujer profesional que soy, por nada del mundo voy a dejarme cautivar por un hombre que cambia de mujer como de calcetines.

Salimos hacia el ascensor, para mi suerte no bajamos solos, es un alivio, porque hay algo en él que me arrastra como si fuera un imán.

Al llegar al restaurante, me presenta a Borja su amigo, hablamos un rato y después nos sienta en una mesa reservada solo para nosotros. De primero nos pone unos entrantes acompañado de un buen vino rosado. Durante la comida charlamos de todo un poco, al final me va resultar simpático y todo.

―Mira Yasmina ya nos traen las gachas, ahora prepárate para mojar pan. O quieres que te pida una ensalada.

Lo fulmino con la mirada antes de responderle.―No tengo ningún problema en  comer con pan. Y tampoco me preocupa mucho mi peso, no tengo a nadie que gustarle.

―Lógico con esa ropa que llevas, más que una psicóloga pareces un cura, y que conste que lo digo con cariño. No te molestes rica mía.

―Mira Néstor te vas a pitorrear de tú tia del pueblo, no sé que te pasa conmigo pero yo me veo bien con mi ropa. No tengo que cambiar de estilo porque tú me lo digas.

―Yasmina guarda la fuerza para otras cosas, Querida es un consejo, eres una mujer guapa, creo, si te quitas esas grandes gafas, te sueltas el pelo y te pones un buen escote y una mini falda estoy seguro que a más de un tío le gustarás más.

Aquel comentario me tocó mi fibra sensible, si me visto así es precisamente por eso, porque no quiero llamar la atención. Y ahora me viene este metiéndose con mi aspecto dándome a entender que no se arreglarme. No lo puedo soportar más, incomoda y agobiada por sus comentarios decido irme.

―Yasmina no te vayas quédate al postre, van a poner leche con arroz.

―Néstor no te das cuenta que me irritas con tus comentarios, que no tengo porque escucharte.

―Yasmina, no lo hago con mala intención. Solo son consejos, puedo llegar a entender que la verdad nos duele, pero solo quiero que recapacites.

―Guárdate tus consejos donde te quepan. Toma, pago la mitad de la comida.

―Espérate que traigan la cuenta, no sé qué cuánto va costar la comida.

―Quédate con la vueltas.―Le dejo el billete encima de la mesa y me marcho enojada y roja de la furia. Pero que se piensa ese imbécil, que va llegar de la nada y va poner mi vida patas arriba. Pues lo lleva claro, no voy a dejar que nadie intente cambiarme, yo soy así y no hago mal a nadie, el que quiera que mire y el que no pues que no me mire. Esta es mi vida y nadie va volverme a lastimar como me hicieron  hace años. Esta es la nueva Yasmina, más enérgica, más impasible y serena. Por nada del mundo voy a permitir que un casanova como él venga a darme instrucciones de lo que debo o no hacer.

Al llegar a la consulta, estoy que hecho chispas, tiro mi bolso contra el diván, apoyo mi mano en mi frente y la otra mano en mi cadera intentando tranquilizarme.

Me sirvo un vaso de agua fría, algo más relajada aviso a mi secretaria que de paso al siguiente paciente.

En esta ocasión es una señora divorciada que está travesando por una larga depresión. Tomo asiento cruzando mis piernas, tomo mi carpeta en mi regazo y de pronto mi mente deja de prestar atención al paciente para pensar en lo que me ha dicho Néstor. Tan horrible estoy para que un hombre me diga eso. Miro mis zapatos planos negros, subo por mis pantalones grises, mi camisa blanca y mi pelo recogido con un moño. Hago una mueca, y al mismo tiempo me odio por estar pensando en esos momentos en él y encima tener que darle la razón de que siempre voy vestida con trajes pantalones en tonos oscuros. Cierro los ojos ojos por unos segundos, tomo un sorbo de agua y sigo escuchando a mi paciente. Esta es mi vida, este es mi trabajo y si algún día cambie algo en ella será por un buen motivo. De momento no lo hay, por ello no lo voy hacer y rezo por no volver a tenerlo que ver, y menos tener que lidiar con sus comentarios.

«Yasmina atiende a tu paciente y deja de pensar en un presuntuoso hombre que solo piensa que pasar un buen rato con una mujer sin valorarla. Solo sexo, esa clase de hombres  se piensan que lo tienen todo, solo desean sexo porque mujeres no les faltan. Y yo por supuesto no pienso caer en su juego»

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