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Capítulo 37. Eres todo un galán.

Eddy se acostó en el suelo de cara al techo. El profundo dolor que sentía en el hombro izquierdo le escocía. Se sostuvo con una mano la zona afectada, sintiendo hilos de sangre escurrirse entre sus dedos.

—Maldita sea —se quejó, retorciéndose.

—¡Eddy! ¡Eddy! —gritó Colette, cayendo junto a él y evaluando su herida con rostro aterrado—. Dime que estás bien. ¡Dímelo! —exigió, logrando obtener un quejido lastimero del accidentado.

—Lo siento, corazón. De esta no salgo —dijo con fingida debilidad.

Ella temblaba por el miedo y la rabia. Al ver que la herida era superficial, que la bala solo había rozado el hombro aunque produciéndole una herida algo profunda, respiró aliviada.

—¡Está inmovilizado! —avisó el policía que había entrado con ella y logró esposar al guardaespaldas que había disparado.

—¡Sácalo de aquí! ¡Llévalo con Gunter! —decidió, viendo como el hombre cumplía con su orden.

Enseguida regresó su atención a Eddy, notando con enfado como el periodista se hacía el moribundo.

—¿Qué te pasa?

—Voy a morir... voy a morir... —exclamó, enclenque. Ella puso los ojos en blanco.

—La herida no es de gravedad, estarás bien.

—Veo la luz... está cerca.

—Eddy Bass, si no dejas los juegos me negaré a tu petición.

Él abandonó instantáneamente su expresión de «casi fallecido» para mirarla con fijeza, asombrado.

—Es decir, si sobrevivo, ¿serás mi chica?

Ella resopló con cansancio.

—Vas a vivir, idiota.

—Solo si me dices que sí. En caso contrario, moriré de amor. ¿Lo harás?

Colette respiró hondo y se puso de pie, ayudándolo a levantarse. Tomó la cámara de fotos y su chaqueta para liberarlo a él de ese peso.

—Camina. Gunter atrapó a Carter, pero Patterson escapó, aunque los periodistas lograron captar imágenes de su huida. No tiene salvación, esto será un megaescándalo. Tenemos que revisar si el audio nos ayudará a incriminarlo y a asociar al comisionado con esos delincuentes.

Eddy se detuvo, impidiéndole que siguieran avanzando, y obligándola a mirarlo a los ojos.

—¿Serás mi chica?

Ella se mordió el labio inferior con cierta inseguridad. Los temores aún la dominaban.

—¿Qué te parece, si lo intentamos? —propuso, haciendo que una sonrisa de alegría se dibujara en el rostro del hombre.

—Me sirve. Yo me encargo de lo demás.

Colette sonrió, divertida por la seguridad que él reflejaba. Siempre odió a los hombres arrogantes, pero con Eddy ese comportamiento le parecía tierno. Evidenciaba el alma sensible y vulnerable que en realidad poseía.

Lo invitó a continuar para salir de aquel lugar, aferrándose a su brazo. No deseaba apartarse de él. La sonrisa en su rostro lo demostraba. Estaba feliz y Eddy lo había notado, eso lo hizo sentirse satisfecho.

Francine resopló con cansancio al escuchar el grito amenazador de Colette. Si no habría la puerta cuanto antes, tendría serios problemas.

Dejó el bol con las palomitas de maíz sobre la mesa de centro, donde habían estado sus pies, y caminó a la entrada con los hombros caídos y una expresión de «joven esclavizada» en el rostro, para demostrarle al visitante cómo la tenía su hermana.

Al abrir, su semblante cambió de manera involuntaria. Eddy estaba parado al otro lado, vestido con un traje negro que parecía cortado a la medida, camisa blanca y corbata de cachemira de un color rojo oscuro. El cabello se lo había peinado hacia atrás, con elegancia, y mantenía una sonrisa brillante en el rostro que casi encandiló a la chica.

—Y, ¿cómo me veo? —preguntó con arrogancia, acomodándose el nudo de la corbata.

Francine suspiró, llenándose los pulmones del aroma varonil que lo rodeaba, tan atrayente y adictivo, y alzó una ceja, repasándolo de nuevo de pies a cabeza.

—¿Y quién eres tú? No te reconozco con esa ropa sexi —bromeó, coqueta, y sacó pecho para hacer notar sus senos apretados en la musculosa.

—Tu cuñado, corazón —le siguió la corriente, dedicándole una mirada picante y una sonrisa de medio lado, pero no pudieron seguir con su juego porque enseguida se escuchó un grito autoritario de Colette preguntándole a su hermana si había abierto la puerta. La chica puso los ojos en blanco.

—¿Por cuánto tiempo serás mi cuñado? —agregó, cruzándose de brazos. Eddy sonrió divertido.

—Ya llevo un mes y hoy llegué a tiempo —aseguró, viendo la hora en su reloj de pulsera—. Eso me da posibilidades de llegar al fin semana.

—¡Francine! ¡Te hice una...!

Colette apareció en la sala quedando muda al ver a Eddy. Él también se mostró pasmado y pasó al departamento apartando a Francine para llegar hasta «su chica».

—Hola, belleza. ¿Estás lista? —preguntó, devorándosela con los ojos.

Ella llevaba un vestido negro de mangas largas, que le llegaba a la mitad de los muslos. Se ceñía a su cuerpo como si fuera pintado en él y el escote era muy pronunciado. Eddy se maravilló con la piel bronceada y brillante que el traje dejaba a la vista, le resultaba tan provocativo que su deseo se encendió generando grandes llamaradas a su alrededor.

Colette pudo captar el calor de su excitación cuando él se acercó y eso la hizo suspirar hondo. Se inquietó a verlo casi encima de ella, arropándola con esa mirada hambrienta que la hacía sentirse desnuda.

—Sí, estoy lista —dijo en voz suave, produciéndole a él un involuntario estremecimiento.

—De regreso podrían traerme algo de comer —comentó Francine con fastidio, pero ninguno de los dos la había escuchado. Ambos estaban atrapados en los ojos del otro, sincronizando los latidos de sus corazones.

—¿Nos vamos?

Ella asintió, tomó su abrigo y la cartera tipo sobre que había dejado en una mesa auxiliar y caminó a la puerta lanzándole ojeadas precavidas.

Eddy la seguía como un halcón a un pequeño ratón y Colette sabía muy bien lo que sucedía cuando él se ponía en ese estado. Debía estar alerta.

Salió del departamento, esperando llegar al restaurante donde celebrarían su ascenso en la policía sin que un solo cabello se saliera de su moño.

—¿Me traerán comida? —preguntó Francine, indignada, porque su hermana se había marchado sin dedicarle ni siquiera una mirada aireada, como solía hacer siempre. Odiaba a ese hombre porque estaba cambiando sus costumbres.

Eddy pasó por su lado sin dejar de vigilar a Colette, pero dirigió una mano hacia la chica para negarle con un dedo.

Ella gruñó furiosa. No obstante, cuando él estuvo afuera, cerró la puerta evitando que la joven le respondiera con alguna impertinencia.


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