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Capítulo 32. ¡Te pillaron!

Esa noche, el clima les había dado una tregua. Aunque el frío seguía cubriendo todo a su alrededor, el viento se había apaciguado, haciendo más llevadera la tarea que Colette tenía entre manos. Sin embargo, eso no la tranquilizaba. La rabia le impedía pensar con claridad.

Se hallaba en un improvisado cuartel general que habían ubicado en un estacionamiento que se encontraba frente al hotel donde Carter y Patterson se reunirían. Gunter consideró poco apropiado estar dentro. No estaba de acuerdo con que ella estuviera cerca de sus blancos y protagonizara una detención que podría poner en riesgo su trabajo y su integridad.

A pesar de haber sido Colette quien se ocupó, con la ayuda de los policías que se habían reunido con ella esa tarde, de conformar todo el plan y el equipo de policías que actuaría en el operativo, Gunter le quitó la dirección tomando él las riendas. Según el Capitán, para protegerla en caso de que sus superiores se enteraran que incumplían sus instrucciones e intervenían para proteger a los delincuentes. Ninguno de los implicados se mostró feliz con la decisión, pero nadie la contradijo, como siempre ocurría.

A Colette le enfermaba que Gunter la sobreprotegiera. Había acudido a él por ayuda, porque a pesar de todo, confiaba en su criterio, pero era muy capaz de asumir las consecuencias de sus actos. Sin embargo, Gunter siempre actuaba como un padre arbitrario y no escuchaba sus sugerencias cuando veía que el peligro era inminente. Además, estaba furioso con ella, por esa relación íntima que habían mantenido con Eddy Bass.

Él echó por tierra todo el plan que ella había trazado e ignoró las opiniones del resto del equipo. Halló un contacto en el hotel para colocar cámaras de vigilancia en la recepción, en el bar y en el restaurante, los sitios preferidos de Carter, así como micrófonos. Grabarían la reunión desde afuera, evitando tener contacto con los implicados, de esa forma el riesgo se simplificaría. No pensaba detenerlos para quitarles el cronograma, sino ir con las pruebas que tenían al FBI para que ellos se encargaran de la captura. De esa forma sus superiores no tendrían opción de sospechar de ellos.

Colette no estaba de acuerdo. Carter y Patterson tenían demasiado contactos e influencias y el FBI estaba siendo manejado por una burocracia lenta y excesiva. Cuando llegaran a ellos, estos podrían estar blindados ante sus acusaciones o habrían tenido tiempo de escapar. Deseaba asegurarse de que se cortarían de raíz las maldades que hacían, pero Gunter no se lo permitía, era demasiado cauto.

Esperaba oculta dentro de la casilla de vigilancia algo ofuscada. Los dueños del estacionamiento habían sido abordados horas antes por su jefe, exigiéndoles su colaboración. Ella quería salir, estar cerca de sus blancos para evitar que se escaparan, miraba con ansiedad los alrededores esperando que aparecieran, aunque en realidad, había algo más que la inquietaba: la posible presencia de Eddy.

A pesar de que habían hablado en la fábrica, antes de despedirse, acordando de que él no se inmiscuiría en el hecho para que Gunter no desesperara, sabía que ese hombre era muy testarudo y buscaría los medios para hacerse con la noticia. Una parte de ella, una que estaba tomando dominio de sus acciones, deseaba con todas sus fuerzas que él apareciera e hiciera una de las suyas, destrozando el tonto plan de su jefe. Otra, una con menos capacidad de liderazgo, no deseaba tenerlo cerca. Él la ponía muy nerviosa y con facilidad le hacía olvidar sus responsabilidades sumergiéndola en una espiral de pasión, locura y deseo de la que no quería salir nunca.

A pesar de que esa «parte de sí» le aseguraba que él no se aparecería por miedo a represalias, no dejaba de repasar los alrededores esperando verlo. Anhelaba encontrarse con su mirada abrasadora y con su estúpida sonrisa arrogante. Lo deseaba, más de lo que se podía permitir, y eso le preocupaba. No quería relacionarse con nadie, tenía muchos problemas personales que resolver. Eddy era una distracción, aunque una exquisita distracción.

Gunter revoloteaba a su alrededor atento a cualquier movimiento, tanto del exterior como de ella, y con el radio pegado a su boca recitando cientos de órdenes. Por seguridad, había mandado a rodear el hotel con los policías citados, solo por prevención, a pesar de no estar dispuesto a utilizarlos. Y se quedó allí, escondido con ella, no quería dejarla sola y eso enervaba a Colette.

Odiaba que la consideraran una mujer débil. Con él allí le costaba actuar, Gunter le prohibía realizar cualquier acción y se apoderaba del control total del operativo. «Nada de improvisación», era su ley, por eso él odiaba a Eddy.

Colette respiró hondo y se cruzó de brazos, ansiosa porque de una vez por todas llegaran Carter y Patterson y terminara todo aquello. Si todo marchaba bien, podría obtener un ascenso con ese trabajo, lo que la dejaría al mismo nivel que Gunter.

No tendría más jefes absorbentes, siendo más independiente. Estaba cansada de que le marcaran la pauta en todo lo que hacía.

Anhelaba ser libre y esperaba que esa noche pudiera lograrlo.

Eddy iba acostado en el depósito trasero de un furgón de carga y bajo decenas de paneles led, que estaban cubiertos por una lona negra. Aunque el peso no era grande, le incomodaba tener encima esos objetos, pero era la única manera de infiltrarse en el hotel sin que lo descubriera, o se metería en grandes problemas.

La camioneta entró sin problemas en el estacionamiento privado del establecimiento y tuvo que esperar varios minutos a que abrieran el furgón y le indicaran que podía salir.

—No hay policías a la vista, ni empleados —reveló el hombre alto y fortachón que lo había llevado a ese sitio mientras le quitaba la carga de encima. Él salió, mirando como un vehículo más pequeño se estacionaba junto a ellos y un chico pecoso se bajaba con prontitud para abrir el maletero.

Leroy saltó del baúl empujando al muchacho y se sacudió la ropa con ansiedad. Sus ojos brillaban por el terror. Eddy corrió hacia él y lo tomó por los hombros.

—Ey, tranquilo. Todo está bien, ¿dónde está la cámara de fotos?

Leroy se liberó de su agarre con irritación.

—No volveré a meterme en un maldito maletero. ¡¿Me escuchaste?! —dijo alterado—. Casi muero asfixiado. La próxima vez serás tú...

—¡Cálmate! —ordenó Eddy, apretándole con firmeza los hombros y obligándolo a verlo a la cara—. Ya todo está bien, no volverás a entrar allí. Necesito que estés sereno. Vamos a entrar en el hotel.

Leroy retrocedió para que su amigo lo soltara, sin apartar su mirada aterrada de él.

—Maldito seas, tú y tus locas ideas. Eres una mierda, Eddy —se quejó, antes de dirigirse al maletero y sacar de allí el morral donde se hallaba su cámara de fotos, con miedo, como si el baúl estuviera infectado de tiburones.

Eddy disimuló la risa. Nunca imaginó que su amigo, además de antrofóbico, fuera claustrofóbico. Comenzaba a creer que tenía un imán especial para atraer a gente repleta de traumas.

Se colocaron lentes oscuros y gorras de beisbolistas antes de despedirse de los sujetos que los habían acompañado. En tiempo record Leroy había contactado a esas personas para que le ofrecieran a los dueños del hotel sus pantallas led y así tuvieran una manera de entrar sin que Colette o algún otro policía lo notara. La mujer los había amenazado con encerrarlos en una cárcel de por vida si se atrevían a asomar sus narices por aquel lugar.

Los sujetos esperarían a uno de los gerentes para mostrarles sus productos, luego, se marcharían de allí sin que levantaran ninguna sospecha. Eddy y Leroy quedaban a su suerte dentro de aquella instalación.

Según lo conversado, Eddy tenía un plan de escape, que consistía en no escapar. Luego de que tomaran fotografías del encuentro Carter-Patterson se quedarían a pasar la noche en una de las habitaciones. Leroy ya había hecho la reservación.

No podía quedarse sin esas imágenes, serían un gran peso para su artículo, pero además, una coartada segura para impulsar la investigación que propiciaba Colette. Si la exclusiva no salía en las noticias, los «policías malos» apoyados por los «políticos malos» podrían esconderla, pero si se hacía un escándalo nacional no lograrían hacerse los desentendidos. Ese era el plan B que impulsaría al A.

Entraron con la cámara de fotos camuflada dentro de una mochila y se acercaron a la recepción para solicitar las llaves de la habitación. Mientras Leroy se encargaba de los trámites, Eddy repasaba el lugar buscando guardaespaldas o policías. Al no divisar nada, se dirigieron al bar y dieron un vistazo.

—Habrán cancelado la cita —murmuró Leroy con ansiedad, aún no superaba el terror de haber estado encerrado en el maletero de un auto.

—Es muy temprano para asegurar eso, creo que falta una hora para la reunión. Vayamos al restaurante —propuso, ocultando sus nervios. ¿Dónde estaría Colette?

Sabía que el plan no había tenido cambios porque la última vez que se comunicó con ella se hallaban de camino al hotel, pero no veía movimientos en el interior. Tal vez, rondaban los alrededores esperando a que Carter o Patterson aparecieran.

Se dieron una vuelta por el restaurante y, al no encontrar nada, decidieron ir a la habitación que le habían asignado.

Colette caminaba ansiosa de un lado a otro sintiéndose un león enjaulado. Todos tenían una función que hacer, aunque no estaban felices con la decisión tomada, pero el trabajo de ella consistía en quedarse allí, y mirar, a través de las pantallas de las cámaras de vigilancia, lo que ocurriría dentro.

Recordó la discusión que había tenido a solas con Gunter, antes de abordar aquella operación. Habían reñido de forma aireada, más que todo, por Eddy, lo que ponía al hombre a la defensiva, desconfiando del criterio de ella. Aceptó participar por la delicadeza de la información que se manejaba, pero desde el principio exigió que fuera a su manera. Ella sabía que ese era su castigo por su actuar imprudente.

No deseaba que la siguiera tratando como a una niña estúpida o a una muñeca de porcelana, sabía que era más fuerte que eso, pero él no deseaba arriesgarla. Le repetía que «la amaba», con una voz que aspiraba a ser sensual, pero que a Colette le pareció demencial. Para convencerla, se ocupó en mostrarle el amplio prontuario policial de Eddy Bass, recitándole todas las ligerezas cometidas y las incontables visitas a la comisaría luego de protagonizar escándalos en bares, casas de apuestas y fiestas clandestinas con putas; así como las peleas en las que se vio involucrado por sus borracheras o por meterse con la mujer de alguien, donde no solo el alcohol era su acompañante, sino también, las drogas.

Se esforzó por hacerle entender que ese hombre no era para ella, pero sus insistencias eran tan agobiantes, que lo que hacían era irritarla.

No podía seguir soportando que él pretendiera marcar cada acción que emprendía, incluso, sus pensamientos y sentimientos. Sabía, mejor que nadie, que Eddy no era un hombre ejemplar, ya lo había investigado por su cuenta, pero lo que pasara entre ellos, luego de esa operación, sería algo que decidiría por su cuenta, sin la influencia de nadie, mucho menos, de él.

Si aquel trabajo no resultaba como lo había planificado, renunciaría a la policía, a pesar de que adoraba estar de servicio, pero se alejaría de igual forma de él. Entró allí por la expectativa de peligro y aventuras, sin imaginar que encontraría a un jefe asfixiante y que éste se enamoraría de manera enfermiza de ella, limitando sus acciones. Maldijo su suerte en silencio.

Sin embargo, se retractó al recordar a Eddy Bass. Si no hubiera sido por su trabajo jamás lo habría conocido y esa suerte sí la agradecía, aunque de forma disimulada. Le costaba aceptar que le fascinaban las impertinencias de aquel sujeto, quien la empujaba a perder el juicio y a dejarse guiar por lo que le dictaba su corazón.

Miró a las pantallas por inercia, sintiendo bullir la rabia y el inconformismo en su interior, pero quedó paralizada al divisar a dos sujetos con gorra y lentes oscuros que caminaban en dirección a los ascensores.

La altura y la postura arrogante y seductora de uno de ellos le propulsaron los latidos del corazón de forma alarmante. Se acercó a los monitores, inclinándose sobre el policía encargado de vigilar las pantallas. Necesitaba observarlo con fijeza.

¡Ese era Eddy! Estaba segura de ello. Su mal disfraz no lo ayudaba a pasar desapercibido.

—¿Todo bien? —preguntó Gunter al notarla inquieta y observó los monitores para captar lo que ella había encontrado.

Colette se irguió, nerviosa. No quería que su jefe descubriera a Eddy.

—Nada, pensé que este chico era Jimmy Carter —mintió, señalando la imagen de un jovencito rubio sentado en un sillón y jugando con una Nintendo Switch.

—Por favor, Colette. ¡Ese es un niño! Deja que los expertos se encarguen de hacer el trabajo de reconocimiento. No interfieras —respondió de forma despectiva antes de atender un llamado que le hacían a su teléfono móvil.

Ella le dirigió una mirada asesina, pero no dijo una sola palabra. La ira le recorrió el cuerpo a través de las venas.

—¿No soy experta? —dijo para sí misma, alejándose—. Voy al baño —indicó en voz alta, para que todos la escucharan.

Gunter hizo un gesto con una mano indicándole que se marchara sin molestar, ella apretó la mandíbula para no gritarle un improperio.

—Imbécil —masculló entre dientes para liberar tensiones y salió de la casilla dirigiéndose a los baños de servicio.

La emoción había desechado a la rabia de su sangre. Eddy estaba allí, no la había defraudado.


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