Capítulo 29. Cuidado, amigo. Ahora puedes ser tú la presa.
Colette los llevó a la fábrica de tuberías de acero donde había ido con Eddy días atrás.
—Estaciona allí —ordenó la mujer mientras terminaba de enviar un mensaje de texto.
—¿No pensarás torturar también a mi yerno? —preguntó Eddy, dirigiéndole una ojeada desafiante antes de ocuparse en detener el auto en un galpón diferente al que ella lo había llevado.
No se fijó en el rostro alarmado que había asumido Milton desde el asiento trasero.
—Mejor cierra la boca, Bass —se quejó ella saliendo del vehículo.
—¡Reclamo la exclusividad de ese trato! —gritó, confundiendo al chico.
—¿Qué trato? ¿De qué hablas, Eddy? ¿Van a torturarme? —quiso saber Milton algo preocupado.
—Cierra la boca, muchacho —dijo y salió colocándose sus lentes negros.
Milton lo siguió algo nervioso, abrazando el bolso donde tenía su computador portátil como si aquello fuera un escudo de protección. Continuaron tras Colette hasta la puerta principal del galpón, que ella abrió dándoles paso.
Eddy, al llegar a ella, redujo su andar y se aproximó, acercando su rostro al de la mujer, permitiendo que su aliento le bañara los labios. Así le quedaría en claro que la deseaba. Luego siguió, dejándola ahogada en un suspiro y enfurecida. Ella odiaba que él actuara de esa manera, arrasando con una mirada o con algún gesto su autocontrol.
Se mordió los labios, sin quitarle la mirada de encima, y repasando el cuerpo masculino que se veía apetecible bajo el vaquero y la chaqueta. Aferró su cartera a su costado, dentro tenía un par de esposas. Sonrió traviesa al recordarlo desnudo, acostado sobre su cama, e inmóvil por la prisión a la que estaba sometido, dispuesto solo para ella. Sus músculos, maduros y flexibles, ardían como una hoguera, incinerándola con ayuda de una mirada embriagada y de los gemidos de ansiedad que él emitía al exigirle que lo poseyera de una vez por todas, sin seguir alargando la tortura con besos y caricias.
—¿Va a torturarme, oficial? —La pregunta de Milton entorpeció su exquisito recuerdo.
—Si vuelves a interrumpirme te daré una patada en las pelotas —respondió, irritada, antes de entrar en el galpón.
Milton quedó inmóvil un instante, observándola con alarma.
—Ya entiendo porque Leroy dice que esta mujer es ideal para mi suegro —masculló y la siguió.
Ellos sabían que Eddy necesitaba de alguien fuerte y con mucho carácter que lo ayudara a entender sobre límites y detuviera su carrera precipitada, antes de que terminara de hacer añicos su vida. Colette Morrison parecía poseer todos los requisitos.
El galpón había resultado ser un depósito de productos terminados, pero al final, se hallaban dos oficinas cerradas. Una de ellas estaba ocupada por dos sujetos de aspecto común, que en realidad, eran policías vestidos de civiles. Instalaban computadores a un servidor que estaba conectado a equipos satelitales.
—Guao —expresó Milton, maravillado por los aparatos—. ¿Tienes una central propia?
—Nos conectaremos a los servidores de la policía de Nueva York —confesó ella.
—Y supongo que los polis no saben nada —completó Eddy, observando todo con agudeza y cruzándose de brazos—. Dijiste que no podías utilizar recursos de la policía sin que Gunter supiera.
Ella respiró hondo.
—Ellos forman parte del departamento informático del comando y han sufrido injusticia por parte del comisionado actual —explicó y señaló a los hombres que no parecían interesados en la conversación, solo en el trabajo que hacían—. Les conté lo sucedido y accedieron a colaborar.
Eddy arqueó las cejas.
—¿Qué harás si encontramos pruebas que incriminen al comisionado con la red de corrupción? —quiso saber Eddy con desconfianza. Ella lo miró fijamente.
—Le pasaré las pruebas a Gunter.
Eddy suspiró, con enfado.
—¿Y él hará algo para ayudarte, o te delatará?
Tanto Colette como los dos policías lo observaron con reproche.
—Gunter no es así. Aunque cuida mucho su posición y el trabajo de los demás, si tiene pruebas incriminatorias sabrá a quien hacérselas llegar. Me ha apoyado en mi terquedad de continuar con la investigación a pesar del riesgo.
—Te engañó una vez. Él no me agrada —aseguró Eddy y la traspasó con su ira.
Colette experimentó un estremecimiento al captar lo que la reacción del hombre escondía. Eddy estaba interesado en ella, de la misma manera en que lo estaba Gunter. La diferencia era que Gunter pretendía dominarla como lo hacía con todos a su alrededor, imponiéndole modos de actuar, e incluso, de pensar, algo que jamás toleraría. Eddy, en cambio, la empujaba a enloquecer, a sacar de adentro lo que le hacía bullir la sangre, no importaba si fuera un absurdo o una torpeza. Para conocerse, primero debía conocer sus límites y capacidades.
—Todos cometemos errores. Además, tú tampoco le agradas a él, pero igual estás aquí —apuntó, manteniéndole la mirada, dispuesta a retarlo.
—¿Eso quiere decir que el Capitán sabe que estás haciendo esto?
—Por supuesto —aseguró con obviedad—. ¿Cómo crees que conseguimos el permiso para conectar estos equipos a las bases de datos de la policía?
Eddy volvió a suspirar, pero esta vez, con evidente enfado.
—Y, ¿aceptó mi presencia?
—No, pero me da igual. Este es mi caso y como detective de la policía de Nueva York tengo el deber de resolverlo y para eso, tu ayuda es importante.
Eddy achicó los ojos, tratando de descubrir en la mirada altiva de la mujer si realmente estaba dispuesta a llegar al final de ese camino, que parecía escabroso.
Delatar al comisionado de la policía implicaba poner en tela de juicio al Alcalde, pues el comisionado había sido puesto en ese cargo por ser de su entera confianza, y si el hombre resultaba ser un delincuente, el Alcalde podría ser señalado como su cómplice. No solo ella arriesgaba mucho, Gunter lo arriesgaba todo, ya que su trabajo consistía en controlar las acciones de sus subordinados. Si permitía que Colette realizara aquella investigación por su cuenta, aunque se lo habían prohibido, era porque debía tener motivos de fuerza.
Colette lo ignoró y le dio la espalda para ocuparse de indicarle a Milton el lugar donde debía ubicarse.
—Necesito toda la información que puedas obtener del teléfono móvil de Carter: conversaciones de Whatsapp, mensajes de texto, páginas que haya consultado en internet, audios, imágenes, ¡todo! —enfatizó—. Ellos te ayudaran a procesar los datos y a realizar reconocimiento facial si fuese necesario. —Milton asintió, con el rostro iluminado por la emoción que sentía al encontrarse rodeado de tanta buena tecnología—. Revisa hasta el más mínimo rincón de esa memoria, necesitaremos todas las pistas posibles.
—Sí, señora —dijo el chico, e hizo un saludo militar antes de ponerse manos a la obra.
Colette se irguió, mirando con severidad como el equipo que había reunido hacía el trabajo que había indicado. Luego observó a Eddy de reojo mientras su cuerpo experimentaba un súbito estremecimiento. Él seguía los movimientos de los hombres dentro de la oficina con desconfianza, sin imaginar lo que su mente codiciosa fraguaba a escasa distancia.
Se mordió el labio inferior y respiró hondo para llenarse de valor. El anterior ataque de celos de Eddy la dejó pensativa y quería saber hasta dónde se hallaba su nivel de interés. El de ella era muy alto, pero se mantenía al margen porque él no era un hombre de estabilidades, ni de relaciones serias. Lo suyo era aprovechar el momento y paladear la mayor cantidad de placeres posibles. Ella, en cambio, no podía dejar de pensar en él, aunque se esforzaba, y temblaba como gelatina cuando se encontraban.
—Ven, acompáñame —ordenó, pasando a su lado para salir de la oficina.
Eddy la observó confuso, pero igual la siguió. Estaba ansioso por saber qué otra estrategia se le había ocurrido a la mujer para lograr su meta.
Comenzaba a encantarle la mente atrevida de ella. La acompañaría hasta el fin del mundo si se lo pidiera, porque estaba seguro que allí se estaría muy a gusto.
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