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Capítulo 16. Es mejor comenzar desde el principio

Eddy empezaba a desesperarse. Odiaba tener poca libertad de movimiento. Seguía esposado dentro de la oficina mientras Colette hablaba afuera con el hombre que los había interrumpido.

Se levantó de la butaca y caminó hacia la puerta. Por una rendija pudo ver que se trataba de un sujeto de más de sesenta años que portaba el uniforme de vigilancia. Por los movimientos de las manos pudo deducir que discutían, pero no lograba escuchar la conversación, hablaban muy bajo. Cuando ella notó que él estaba cerca, se enfadó y cerró la puerta, impidiendo que cotilleara.

Eddy resopló con fastidio y dio vueltas por la habitación sin saber qué hacer. Se sentó sobre un escritorio, porque la butaca había quedado inservible. A los pocos minutos, Colette entró con postura rígida y clavando en él una mirada severa que le provocó una explosión de placer en el pecho.

—¿Era tu papi? —preguntó socarrón.

—¿Cómo supiste sobre la relación de Ruth Malloy con Buffé?

Eddy sonrió de medio lado. Ella se detuvo a pocos pasos y se cruzó de brazos.

—Llevo una semana investigando. Sigo a Patterson y a su círculo más cercano buscando pruebas que lo incriminen.

—Yo tengo un mes investigándolos y no lo sabía. ¿Cómo lo supiste?

Él comprimió el rostro en una mueca.

—No puedo revelarte mi fuente, ni mis estrategias.

—Te llevaré a la comisaría.

—Hazlo —dijo y alzó los hombros con indiferencia—. No es la primera vez que ocurre.

Colette apretó la mandíbula para controlar la rabia y respiró hondo.

—Te seguí, anoche cuando saliste de mi casa. Así supe donde vivías.

—Maldición, hubieras tocado el timbre. Estuve muy solo —se quejó, recordando que tuvo que descargarse en el baño al no tener compañía. Ella ignoró su comentario.

—Esta mañana vigilé tu departamento y te seguí hasta tu trabajo y luego al café. Nunca imaginé que ibas de nuevo tras Ruth Malloy y mucho menos, que Gerarld Buffé se reuniría con ella. Necesito esas fotos. —Eddy sonrió con superioridad y negó con la cabeza—. No voy a permitir que sabotees mi caso.

—No quiero hacerlo. Te ofrecí ayuda.

—¿A cambio de qué? —quiso saber, irritada.

Eddy le mostró una sonrisa seductora. Ella bufó, pensando que aquel tipo estaba algo enfermo, solo pensaba en sexo. Sacó la llave de las esposas y se acercó a él para quitárselas.

Al quedar libre, Eddy se frotó las muñecas al tiempo que le dirigía una mirada ansiosa. Ella no pudo evitar quedar prendada de sus ojos, que se notaban oscuros, aunque bañados por un fuego abrasador.

—Hola, soy Eddy Bass, periodista del New York Reporter —dijo a modo de presentación y estiró una mano hacia Colette.

Ella la observó con recelo un instante, antes de estrecharla. El calor de aquel contacto la arropó.

—Colette Morrison, detective de la comisión de delitos fiscales de la policía de Nueva York.

—Sí, ya sé —se burló, logrando que la mujer entrecerrara los ojos con enfado y quisiera retirar su mano, pero él se lo impidió apretando su agarre—. Nunca había trabajado en casos de corrupción que involucren a políticos —confesó, haciendo que ella le prestara atención y no se volviera arisca de nuevo—. Mi especialidad es la criminología, pero mi jefe me ofreció este reto por su complejidad. No tiene mucho personal arriesgado —mintió, para no confesarle que lo había hecho como un castigo—. Lo acepté porque necesitaba un cambio.

Colette lo observó con rostro adusto y se alejó un paso soltándose de su agarre.

—Lo sé. Yo también te he investigado.

—Ah, ¿sí? —preguntó socarrón.

—Mi jefe te reconoció en el operativo que realizamos en el parque infantil. Sabe que eres un policía impertinente, que le gusta meter sus narices en casos policiales.

—¿Tu jefe? ¿Hablas del negro que estuvo sentado junto a Jimmy Carter ese día? ¿El mismo que discutió con él en el estacionamiento de la discoteca?

Colette suspiró con agotamiento.

—Es un policía infiltrado, un Capitán que dirige la comisión en la que trabajo. En la discoteca quiso convencer a Carter de regresar con Kevin Patterson, luego de que tú hicieras que se marchara —reprochó—, pero él se negó. Mis compañeros se pusieron nerviosos por la discusión y uno de ellos quiso acercarse. Carter se asustó y le disparó. —Eddy sonrió, asintiendo con la cabeza. Sentía alivio al comprender parte de sus dudas—. En el parque infantil pudimos acercarnos para escuchar sus conversaciones y descubrir su red de corrupción, pero de nuevo hiciste que todo acabara —volvió a reprocharle—. Para mí este caso no es un juego. Su éxito o fracaso marcará mi carrera.

—Yo no he dicho que sea un juego —alegó y alzó las manos en señal de rendición, esperando que con ese gesto ella bajara su nivel de enojo—. Esto es diferente a lo que he hecho antes, pero gracias a mis trabajos anteriores tengo contactos y recursos que me han ayudado a obtener pistas. Fue así como logré entrar en la discoteca la otra noche y me colé en la fiesta infantil. Gracias a eso también pude dar con la información de Ruth Malloy y su nuevo amante. ¿Es eso lo que querías saber?

Colette apretó la mandíbula, demostrando que no estaba satisfecha, pero reconociendo que esa excusa era una buena noticia. Él tenía experiencia y medios para conseguir lo que ella tanto buscaba.

—¿Qué sabes sobre el caso? —preguntó.

Eddy se carcajeó.

—¡No te voy a dar mi trabajo de gratis! —expresó abriendo los brazos. Colette arqueó las cejas—. Eres detective, así que supongo que también has investigado. ¿Cierto? Si vamos a un café o... a mi casa —dijo guasón—, podríamos analizar las evidencias de cada uno y... resolver este asunto —propuso y se frotó las manos entre sí mientras la repasaba de pies a cabeza.

—¡Por tu culpa mi jefe canceló el caso! —se quejó— Sabes que fuiste tú quien publicó la información de la discoteca y cuando te vio en la fiesta infantil echó todo atrás. De un momento a otro sacarás la noticia a la luz, poniendo nuestros trabajos en riesgo. El mismo comisionado nos prohibió seguir investigando y nos amenazó con echarnos sin beneficios si le llevábamos la contraria, pero yo necesito llegar al fondo de esta investigación. Gunter, mi jefe, me estaba apoyando, ¡ahora, por ti, no puedo hacerlo! —exclamó con enfado y dolor. A Eddy le sorprendió verla de ese modo.

—¿Por qué el comisionado les prohíbe investigar? ¿Por el romance que Gerarld Buffé tiene con Malloy? —Colette resopló y le dio la espalda. Eddy sonrió al confirmar sus sospechas—. Ahhh, entonces es cierto que la policía de Nueva York está metida en esa red de corrupción. Malloy le pasa información a Buffé y él, al comisionado.

—¡La policía no! —rebatió ella, señalándolo con un dedo. Le advertía que no calumniara el departamento que la había ayudado a desarrollar sus capacidades.

Él asintió, su mente aclaraba las dudas.

—No la policía, el comisionado —enfatizó. Ella apretó la mandíbula y lo observó con fiereza—. Eso es más delicado aún. El comisionado está en ese cargo porque es la persona de confianza del Alcalde, y si el comisionado está inmiscuido en corrupción, entonces, el Alcalde podría...

—Me prohibieron continuar con la investigación —lo interrumpió, más calmada—, pero yo necesito seguir.

—¿Mucho?

—Mucho —ratificó, haciéndolo sonreír con malicia.

—Yo puedo ayudarte.

Ella respiró hondo y se apretó los labios reflexionando su ofrecimiento. Le era urgente resolver pronto aquel embrollo, su estabilidad laboral dependía de ello, así como su paz mental. El periodista tenía contactos muy buenos. Sola no llegaría lejos.

Gunter, su jefe y amigo cercano, al principio le había dado esa tarea para convencerla de lo complejo que resultaba el trabajo en las calles, empujándola a aceptar su oferta en los archivos de la oficina central de la policía. La creía frágil, por todas las responsabilidades y traumas que pesaban sobre sus hombros, pero Colette estaba decidida a demostrarle que estaba equivocado, y si para eso tenía que hacer trampa...

Miró con interés el cuerpo sin desperdicios del periodista y su mirada decidida, llena de promesas, y no pudo evitar relamerse los labios. Había tenido relaciones sexuales antes, pero ninguna le había resultado placentera. La primera fue durante su adolescencia, con un chico inexperto y asustadizo. La experiencia le sirvió para conocer el cuerpo masculino, pero todo se basó en el temor a ser descubiertos y en el dolor de su primera vez. Luego, mientras estudiaba en la academia de policía, probó en un par de ocasiones el sexo con desconocidos en medio de borracheras. Ambas fueron bochornosas, con tipos que solo buscaban eyacular sin importarles si sus parejas disfrutaban. Después de eso, no quiso saber nada ni con el sexo, ni con los hombres, hasta que comenzó a trabajar en la policía y tonteo con un compañero, pero ese romance nunca llegó muy lejos. Él era demasiado enchapado a la antigua y ella estaba hambrienta de emociones fuertes. Anhelaba sentirse viva.

Eddy la animaba con el magnetismo sexual que emanaba, que la envolvía atrayéndola hacia su cuerpo. Sin darse cuenta Colette avanzó hacia él, manteniendo su atención fija en los provocativos labios del hombre.

—¿Aceptas la propuesta? —preguntó Eddy cuando la tuvo cerca. La tomó por los cabellos con una mano para alzarle la cabeza y con la otra le cubrió el cuello.

Colette gimió, ardida por el calor de su tacto, y con la piel erizada por el deseo y la incertidumbre.

—Sí... —susurró de forma casi inaudible, pero siendo suficiente para Eddy.

Él bajó la cabeza y unió su boca con la de ella, invadiéndola con la lengua, acariciándola a fondo y gimiendo sobre sus labios.

Colette alzó las manos y lo tomó por la chaqueta, quitándosela con cierta rudeza, actitud que aceleró la ebullición de hormonas en el cuerpo de él. Eddy la estampó contra la pared, le inmovilizó la cabeza con ambas manos e intentó llegar más lejos con su lengua insaciable. El organismo se le había encendido con llamas potentes y hambrientas que deseaban arrasar todo a su paso. Trataba de aferrarse al cuerpo de aquella mujer y desnudarlo con premura, pero ella luchaba contra él para hacerle lo mismo, debatiéndose ambos en una guerra por el dominio de la situación.

Con un empujón, Colette llevó a Eddy de nuevo al escritorio, allí le abrió la camisa y acarició su pecho como si fuera la primera vez que hacía tal cosa, observándolo con aturdimiento y deseo. Se paseó por las tetillas, rozándolas con la punta de sus pulgares.

Él se maravilló por esas caricias y cerró los ojos un instante mientras suspiraba extasiado, pero enseguida la abordó para volver a apoderarse de su boca. Adoraba su sabor. Era una mezcla dulce y placentera que le resultaba adictiva. Los labios de la mujer eran acolchados y cálidos, ideales para morder y chupar.

Sus manos se deleitaron con las curvas de su cintura antes de colarse por debajo del suéter y alcanzar los senos, que amasó y apretó con firmeza. Colette subió las manos a la nuca de él, acariciándola y enrollando los dedos en sus cabellos, para luego bajar con sutileza por su cuello y pecho, hasta llegar al estómago.

Pasaba el dorso de los dedos por la línea de vello que iba de su ombligo al borde de sus pantalones. Al escucharlo gemir de gusto se ocupó en soltar el cinto de su pantalón, quitar el botón y abrir la cremallera.

La tarea la interrumpió un instante para alzar los brazos y darle facilidades a él de quitarle el suéter por la cabeza. Eddy estaba demasiado ansioso y sería capaz de romperle la ropa. Luego de que la dejara desnuda de la cintura para arriba y la calcinara mirando lujurioso sus senos expuestos, ella le bajó los pantalones, dejando libre su pene erguido y tenso.

No pudo evitar observarlo con admiración y apetito, relamiéndose los labios, imaginando su delicioso sabor, pero Eddy no pudo controlarse luego de verla desearlo de esa manera, con una mano la tomó por la cintura mientras la otra se aferraba a uno de sus senos. Le mordió y succionó el cuello antes de llevarse el seno a la boca, chupando su punta y apretándola entre los dientes.

Ella jadeó con arrebato, buscando acariciarle el pene con una mano, frotando su punta húmeda, que ardía como una barra de hierro en medio del fuego.

Después de degustarse con ambos senos, él cambió de posición, le bajó los pantalones y apretó sus nalgas con avaricia. La giró, inclinándola sobre el escritorio, poseyéndola por detrás. Se hundió completamente en ella de una estocada, sintiendo como la mujer se estremecía por su irrupción y escuchando su grito ahogado de placer. La sostuvo por los muslos para elevarla un poco y mecerse, entrando y saliendo de su cuerpo sin apuro, pero de manera firme.

Colette apretó los labios para no gritar, el placer que experimentaba era incontrolable. Jadeaba con cada penetración, sintiéndose saturada por el goce hasta ir perdiendo con lentitud la conciencia. Apretó los puños para no dejarse ir, quería disfrutar al máximo, experimentar la dicha de sentirse plena y llena hasta ser rebasada. Cuando Eddy aumentó la velocidad de sus estocadas, ella creyó enloquecer. La vista se le nubló y las emociones se le agolpearon en el vientre, tensándolo.

Él acrecentó su goce apoderándose con una mano de uno de sus senos. Estrujó y pellizcó la punta, jalándola hasta producirle un dolor placentero que la hizo gritar entre dientes. Los jadeos de él parecían alaridos de satisfacción que a ella le erizaban aún más la piel y le volvían líquido las emociones que había tenido atoradas en el pecho.

Se corrió al perder la visión, todo se volvió negro a su alrededor, pero sublime. Eddy fue bajando la aceleración de sus embestidas porque él también se estaba vaciando dentro de ella, expulsando fuego en su vientre.

Colette se recostó en el escritorio sudando deseo y respirando con dificultad. Sonrió escondida entre la maraña de sus cabellos, dichosa por haber tenido por primera vez aquella experiencia con una intensidad arrolladora, dejándose llevar por la locura y el arrebato.

Un minuto después, Eddy salió con cuidado de ella y la ayudó a incorporarse girándola para sentarla en el borde del escritorio.

Ella enseguida se acomodó los cabellos y comenzó a limpiarse el sudor del rostro, sin mirarlo a los ojos. Algo incómoda. De reojo notó como él se subía los pantalones. A medida que se le extinguía la lujuria de las venas, comenzó a sentir vergüenza.

Quiso inclinarse para tomar su ropa abandonada en el suelo, pero Eddy se lo impidió.

—Déjame hacerlo —pidió con una sonrisa dulce y buscó para ella el suéter y el sujetador. La besó en los labios antes de darse media vuelta y dejarla vestirse en paz.

Colette por un momento se sintió fuera de lugar, pensando que el hombre que estaba con ella era otro y no el periodista cachondo e impertinente que la acosaba. Al darle la espalda para acomodarse la camisa, él le daba una privacidad que ella agradecía, como si le concediera un poco de espacio para recuperar la cordura antes de enfrentarlo de nuevo. No esperaba ese gesto tan considerado.

Se vistió con rapidez y puso en orden sus cabellos. Al dar una mirada por los alrededores recordó el lugar donde se hallaba y rogó internamente porque nadie hubiera estado en los alrededores y escuchara lo que allí había ocurrido, o se metería en serios problemas. Ya le habían llamado la atención por usar aquel lugar sin notificar, a pesar de que le pertenecía.

—Usted dirá lo que tengo que hacer, oficial. Creo que sigo detenido, ¿cierto? —dijo Eddy con socarronería, al tiempo que se colocaba el abrigo.

Ella apretó los labios, molesta por la insolencia, pero al ver su sonrisa transparente y satisfecha sintió un quiebre en su interior. Se mordió los labios y suspiró hondo antes de responderle.

—Siéntate —ordenó, y le señaló una caja de madera ubicada cerca del escritorio.

Eddy la obedeció sonriente, aumentando el desasosiego de la mujer. Ella quería quitarle la satisfacción del rostro. Sin embargo, apretó la mandíbula mientras lo veía hacer lo que le había indicado y suspiró hondo al recibir su mirada cálida.

No podía dejarse embrujar por los gestos adorables de ese hombre. Él era un desconocido del que ella iba a aprovecharse en todos los sentidos, y punto.


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