Capítulo 15. Vamos, hombre, ¡respira!
No volvieron a hablar hasta llegar a una empresa pequeña donde fabricaban tuberías de acero. El vigilante, un viejo delgado de rostro amigable, saludó a Colette con camaradería y al ver a Eddy sonrió divertido. Él arrugó el ceño con extrañeza.
Atravesaron la instalación por una calle lateral y siguieron hasta llegar a unos depósitos solitarios. Se detuvieron en la parte trasera del que se hallaba más apartado.
—¿Traes a muchos aquí? —preguntó cuándo ella abrió la puerta trasera y lo sacó a empujones. Colette lo llevó hacia una portezuela de hierro, manteniéndose en silencio—. ¿Allí tienes tu cuarto de torturas? —consultó, mientras ella abría la cerradura—. ¿Tienes contacto en esta empresa? Es raro que te sirvan de cómplices sin pedir nada a cambio. ¿Les brindas protección? O... ¿información privilegiada? —pinchó, pero Colette no respondía a ninguna de sus preguntas.
Ella abrió la puerta y cruzó con él un depósito lleno de tuberías hasta que alcanzaron un cubículo asentado al fondo. Lo introdujo en el interior y cerró tras de sí. El cuarto quedó en semipenumbras, era una oficina abandonada, llena de cajas y de otros objetos dispuestos en los alrededores de manera desordenada.
—¿Acaso compartes con ellos el botín que sustraes de la policía?
—¿Puedes callarte? —pidió con enfado, antes de obligarlo a sentarse en una butaca y encender la luz.
Eddy sonrió de manera seductora y la repasó de pies a cabeza. Ella se había parado frente a él con las manos apoyadas en las caderas. Lo traspasó con una mirada severa que lo que hacía era alborotarle las hormonas.
—Cállame —la provocó.
Aquella solicitud, pronunciada con una voz ronca y sugerente, estremeció a Colette y por un instante la hizo perder el norte. Se sintió confundida, sobrepasada por sus emociones. Con la sangre fluyéndole con energía en las venas.
Para recuperar la compostura apretó los labios inclinándose hacia él sosteniéndose de los reposabrazos del sillón. De esa forma su cara quedaba muy cerca de la del hombre y, aunque se bañaba con el calor de su aliento, que parecía una poderosa fuerza de atracción, sacó a flote toda su voluntad para mantener su actitud arisca y evitar caer en su trampa.
—¿Cómo supiste del encuentro de Ruth Malloy con Gerarld Buffé?
Eddy mostró una media sonrisa, algo tensa. La cercanía de la mujer lo descolocaba, así como su mirada de fuego.
—Soy periodista, corazón. Ya te lo dije —respondió con un nudo de deseo atado en la garganta.
—Dime cuál es tu fuente.
—Eso no podrá ser.
Ella rugió y se alejó un paso de él. Al verlo desde esa distancia, sin ser agobiada por su hechizo, pudo divisar su mirada hambrienta, brillante por la lujuria y el anhelo. Captó también su respiración lenta y profunda, similar a la que tienen los depredadores cuando ubican una presa. Podía sentir como la desnudaba con los ojos, acariciando su piel con el deseo ardiente que emanaba. Eso la excitó, pero también la ayudó a entender que de esa forma podría manipularlo para sacarle información.
Se irguió, haciendo dibujar una sonrisa sensual en su boca, y volvió a avanzar el paso que la separaba de él. Se aclaró la garganta para darle un tono sugerente a su voz, logrando que Eddy la observara con mayor interés.
—Dijiste que podíamos compartir información.
—¿Para eso me trajiste aquí, luego de golpearme y esposarme?
Ella le acarició con un dedo la mandíbula. Respiró hondo al sentir como los vellos de su barba le raspaban la piel. Los parpados de Eddy temblaron por el sutil contacto y sus labios se abrieron para dejar escapar un pequeño suspiro.
—Me perseguías. Me asustaste.
—Me acechabas —murmuró él, gimiendo al ver que ella bajaba la cabeza y dejaba sus labios muy cerca de los suyos, abrasándolos con el calor de su aliento.
—Tú comenzaste el acecho al ir a mi casa —susurró, y con la punta de su nariz rozó con sutileza la de él, haciendo que Eddy cerrara los ojos e intentara alcanzar su boca, pero Colette no se lo permitía.
—Me noqueaste en aquel baño al salir del parque infantil, ¿lo recuerdas? —alegó Eddy, tratando de aproximarse a ella, molesto por su juego.
—Tú estropeaste la vigilancia que tenía sobre Jimmy Carter. No solo en esa fiesta, sino también en la discoteca. Te lo merecías.
Eddy gruñó al sentir que la mujer pasaba su lengua aterciopelada por su labio superior. Se inclinó para atraparla con su boca, pero ella se alejó. La mirada cálida que le dedicó tensó aún más el deseo en su organismo.
—Suéltame y te pediré perdón como te lo mereces —expresó con voz embriagada.
Un oleaje de emociones se extendió por el pecho de Colette, haciéndola sonreír. Le gustaban esas sensaciones, habían resultado ser más poderosas de lo que había imaginado.
—No. Así es más divertido, ¿no crees? —susurró y se sentó a horcajadas sobre él, algo nerviosa, posando sus manos en los hombros del hombre.
No sabía cómo reaccionaría él, pero al ver que respiraba hondo y sus párpados temblaban de gusto mientras ella restregaba su sexo sobre su pene endurecido, se sintió poderosa. La explosión de gozo que experimentó por el delicioso roce, la obligó a cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás emitiendo un sonoro gemido.
—Escúchate. Estás muy sensible —masculló Eddy, y movió las caderas para afianzar la fricción, llevando su boca a su cuello, para chuparle la piel e intensificar el placer que ella sentía—. Suéltame. Te juro que lo disfrutarás.
Colette tenía ganas de llorar. El goce se le acumulaba en la boca del estómago. La asfixiaba y le producía una lluvia de emociones placenteras que le bañaba todo el cuerpo, haciéndola estremecer. Con el movimiento apretaba su clítoris contra la dureza de aquel pene ardiente y lo frotaba en la húmeda tela de sus bragas provocándole un placer incontenible. No deseaba que aquello parara, quería que durara para siempre.
Llevó la cabeza hacia él, hundiendo la lengua en su boca. Eddy la succionó enroscándola en la suya, exprimiéndole todo el sabor, para luego repasar con hambre cada centímetro mientras los jadeos de ambos se hacían eco en la habitación.
Colette se arqueó al sentir un cosquilleo en las puntas de los senos. Buscaba el contacto con el pecho de él, para acariciárselos. Los movimientos comenzaron a hacerse más firmes y desesperados, así como los sonidos que hacían con sus bocas. Las emociones se intensificaban, subiendo como una marejada por la nuca de la mujer hasta expandirse en su cabeza. Ella se acercaba más a él, buscando placer, inclinando con peligrosidad la butaca hacia atrás.
Estuvo a punto de gritar de goce, pero el sonido cortante que hizo la silla al estar muy doblada la asustó.
Se detuvo y enseguida se puso de pie al sentir que la butaca se inclinaba cada vez más. No llegó a partirse completamente, pero Eddy quedó casi acostado. Su rostro, enrojecido por la embriaguez del placer, enseguida se aclaró por la impresión de aquel imprevisto.
—Oh, Dios —susurró ella y se frotó con manos temblorosas la cara sudorosa. Se sorprendió al sentir sus mejillas húmedas por lágrimas.
—¡Señorita Morrison, ¿está allí?!
Una voz masculina retumbó tras la puerta cerrada, alarmándola.
—Oh, Dios —lloriqueó de nuevo, mientras intentaba arreglarse los cabellos y la ropa. Su cuerpo estaba transpirado y ardía, y sus partes íntimas palpitaban húmedas—. ¡Ya voy! —exclamó, procurando poner en orden su apariencia.
Con el corazón a punto de desbordarse, dirigió su atención hacia Eddy. Él seguía sentado, pero se había inclinado hacia adelante para no estar recostado en el espaldar de la butaca y terminar de romperla.
La observaba con fijeza, con un rostro tan tenso por el deseo que le remarcaba las facciones varoniles. Sus ojos, oscuros y amenazantes, la veían ansiosos, ahogados aún en la lujuria.
No pudo evitar estremecerse ante esa mirada.
—Eres un demonio —dijo, enfadada consigo misma por haberse dejado llevar por el arrebato.
—Suéltame y te llevo ya mismo a mi infierno, cariño —prometió con una sonrisa malévola, que a Colette le resultó arrebatadora.
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