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Capítulo 14. ¿Qué haces? ¿La dejarás huir de nuevo?

Eddy dio un trago a su café y apretó el rostro en una mueca de desagrado. Lo había pedido fuerte y sin azúcar, buscaba un sabor amargo que le quitara de la boca, y de la mente, la dulzura de la piel de Colette, pero ese no era suficiente.

Desde que se había marchado de la casa de la rubia vivía con el recuerdo de su cuerpo sensual y de su boca de fuego rondándole la cabeza. Nada era capaz de distraerlo y eso lo irritaba. Ni siquiera pudo irse de putas en la noche, para descargarse, prefirió hacerlo solo en casa.

Jamás se había obsesionado con una mujer y le molestaba hacerlo con alguien que no sentía las mismas ansias que él.

—Si lo que hallamos en ese teléfono es verdad, haremos estallar una bomba —comentó Leroy. Preparaba su cámara de fotos sin dejar de vigilar la entrada del café ubicado a varios metros de distancia, en las afueras de la ciudad.

—Ujum —respondió Eddy, al tiempo de que le daba otro trago a su bebida.

Leroy lo observó con el ceño fruncido. Su amigo parecía estar en otra dimensión, al menos, sus pensamientos, y no en el auto con él, rondando de nuevo a Ruth Malloy, la amante del congresista Patterson.

—¿Estás bien?

Eddy no le respondió, hurgó en la guantera para sacar una botella pequeña y chata de licor, agregándole un buen chorro al café. Sus manos tenían un suave temblor. Leroy resopló con enfado al notarlo y desvió su atención hacia la entrada del establecimiento para no seguir siendo testigo del derrumbe de su amigo.

—Este será otro día difícil —masculló como para sí mismo, pero Eddy pudo escucharlo.

Le dio un buen trago a su bebida y apretó las facciones con fuerza mientras aquel líquido caliente, agrio e intenso bajaba por su garganta.

—Confía en mí —dijo con una voz ronca y se recostó en el asiento respirando hondo.

Leroy no dijo nada. Solo apretó la mandíbula y negó con la cabeza. Sus palabras ya no generaban ningún efecto en Eddy, lo mejor era no malgastarlas y guardarlas para cuando estuviera en prisión, internado de por vida en un hospital o acostado dentro de una urna. En ninguno de esos sitios lo callaría.

El hombre olvidó su enfado cuando vio a Ruth Malloy bajar de un vehículo y entrar casi a las carreras al establecimiento. Con la cabeza gacha y semienvuelta en un pañuelo, como si temiera que alguien pudiera reconocerla.

—Llegó —avisó nervioso y sin perderla de vista.

—En cinco minutos llegará «muñeco» —comentó Eddy con desinterés y se colocó unos lentes de sol gimiendo por la jaqueca que sentía.

Leroy lo miró con el ceño apretado. La despreocupación de su amigo no era habitual.

—Anoche te pasaste con la bebida, ¿cierto?

—Necesitaba de un acompañante para descargarme.

El moreno resopló divertido.

—¿La rubia te rechazó? ¿Te dio otra patada en las pelotas?

Eddy gruñó, pero no le dio la cara.

—No. Me puso una pistola en la cabeza.

La risa burlona de Leroy retumbó dentro del vehículo.

—Quizás esté por aquí, disfrazada de indigente o algo por el estilo. O dentro del café, simulando ser una camarera.

—No creo —masculló molesto, pero no pudo evitar dar una mirada a los alrededores—. Dudo que la policía haya hackeado el teléfono de Malloy, como lo hicimos nosotros. No deben saber que ella está aquí, a punto de reunirse con su otro amante.

—No sé, Bro —expresó Leroy con recelo y repasó los alrededores mirando con mayor atención a las personas que se hallaban cerca del auto—. Es la policía. No son estúpidos.

Eddy sonrió con poco ánimo. Sin embargo, la idea de su amigo comenzó a amellarle la paciencia e hizo palpitar con ansiedad su corazón. Empezó a vigilar los alrededores del establecimiento con interés. Si ella estaba cerca, la abordaría, pero no vio nada fuera de lo normal y eso le causó cierta irritación.

Cuando un personaje conocido llegó al restaurante, Leroy se agitó.

—¡Eddy, ese es Gerarld Buffé, el asistente del comisionado de la policía! —exclamó con emoción y comenzó a fotografiarlo mientras el sujeto bajaba del auto y caminaba hacia la entrada del café observando todo con precaución—. Ese tiene que ser «muñeco». Oh, Dios, esto se va a poner muy bueno.

Eddy siguió al sujeto con rostro adusto. Se trataba de un hombre joven, de unos treinta años, que habitualmente vestía con elegancia y distinción, pero que en esa ocasión decidió utilizar vestimenta casual para intentar pasar desapercibido.

Se trataba del asistente privado del comisionado de la policía de Nueva York, a quien posiblemente Ruth Malloy había registrado en su móvil como «muñeco». Si él estaba allí por ella, entonces, eran amantes, y había posibilidades de que la chica compartiera con él la información del Laboratorio Dopler Pharma que Patterson obtenía de Jimmy Carter.

Ese hecho podría incluir al comisionado en la red de corrupción, justificando su interés por que ningún diario publicara lo que ocurría con Patterson y Carter. Así como los problemas que se gestaban en el departamento policial, para evitar que siguieran persiguiendo al político.

Tanto Buffé, como el comisionado, habían hecho en pocos años una fortuna considerable que avivaba sus suposiciones.

—Tenemos que entrar —exigió Leroy, al ver que se dirigía al fondo del establecimiento, donde estaba Malloy, siéndole difícil seguir sus movimientos.

—Calma. Dale unos minutos o será muy evidente. —A pesar de la recomendación, Leroy salió del auto y caminó con prontitud hacia el café. Eddy resopló con hastío y en medio de un suspiro de cansancio bajó para seguirlo—. Y soy yo el del problema —masculló como una queja y cruzó la avenida para entrar en el restaurante.

Al abrir la puerta acristalada, el olor a carne asada y patatas fritas le hizo sonar las tripas. No había comido nada ese día, porque la resaca no lo dejaba en paz, pero el aroma de la comida despertó a su estómago.

Encontró a Leroy sentado en una mesa en el extremo contrario al lugar donde se hallaba la pareja que acosaban, viendo como estaban sentados uno frente al otro y hablando de manera confidencial, con sus rostros muy cerca y sus manos entrelazadas sobre la mesa. La postura les favorecía, ya que fortalecía a la noticia.

Eddy se ubicó frente a su amigo, de espaldas a los amantes, y llamó a una camarera.

—No hagas una de las tuyas —advirtió Leroy, sacando con disimulo la cámara de fotos de su abrigo para prepararla.

—¿Quieres que me voltee y mire lo que hacen para que ellos se pongan nerviosos y se marchen? —se burló—. Te estoy dando un coartada, idiota —amonestó, ocupándose en pedir una hamburguesa.

Minutos después, Leroy ya estaba harto de capturar momentos románticos y de conversaciones confidentes con su cámara y Eddy había consumido alimentos que sosegaron un poco su jaqueca.

—Esto se va a poner bueno —repitió el moreno, algo agitado.

Eddy sonrió y quiso hacer un comentario, pero al lanzar una mirada furtiva hacia el exterior, su corazón se paralizó. Vio a una rubia medio oculta tras un árbol ubicado al otro lado de la calle, que miraba con ansiedad hacia ellos. La cabeza la tenía cubierta por la capucha del abrigo que portaba.

Todo en su organismo vibró por la expectativa. Se puso de pie sin decir nada, con intención de salir del restaurante.

—¿A dónde vas? —preguntó Leroy.

—Está aquí.

—¿Quién? —consultó nervioso y repasó con forzado disimulo los alrededores guardando con rapidez su cámara.

—Colette —pronunció, antes de salir.

Leroy gruñó con enfado.

—Maldita sea. ¡¿No vas a pagar la comida?! —exclamó, pero su amigo ya había llegado a la puerta y se marchaba sin mirar atrás.

Al llegar a la acera, vio como ella se sorprendía al descubrir que él la había encontrado y escapó a toda prisa.

Eddy corrió como si no hubiera un mañana. Cruzó la avenida prestando poca atención a los autos que pasaban, haciendo que sonaran un par de bocinas y obligando a uno a frenar para no arrollarlo.

Ella era rápida. Dos cuadras más abajo se introdujo en un estacionamiento, perdiéndose entre el conglomerado de autos. Eddy no se rindió. Siguió hasta el final del aparcadero inclinándose de vez en cuando al suelo para echar una mirada bajo los vehículos. Sabía que ella se había ocultado.

Su desesperación por encontrarla le impidió que se percatara de la emboscada que tenían preparada para él. Al pasar por un camión, Colette salió de forma imprevista de la parte trasera y le golpeó con fuerza el pecho hasta hacerlo caer de espaldas.

Eddy se quejó por el dolor y la falta de aire, pero no pudo reaccionar a tiempo para defenderse. Ella se abalanzó sobre él y lo giró con facilidad tomándolo con fuerza de las muñecas. Las colocó en su espalda y con rapidez se las apresó con unas esposas.

—No te muevas —ordenó, y lo sostuvo con firmeza del abrigo para obligarlo a ponerse de pie.

Eddy sonrió para controlar su enfado. No obstante, cuando la rubia lo giró y le quitó los lentes de sol buscando su mirada, sintió un tirón en la entrepierna. Ella lo observó con una expresión de ansiedad y anhelo que se esforzaba por ocultar tras una máscara de furia.

—¿No vas a besarme? —la provocó, hablándole con sensualidad, pero ella no le respondió. Lo tomó por un brazo y lo arrastró hacia el final del estacionamiento—. ¿Estoy detenido, oficial? —preguntó con mofa, sin recibir respuesta.

Colette lo llevó a un vehículo semioculto tras un tractor descompuesto. Abrió la puerta del asiento trasero y lo empujó dentro. Luego subió al asiento del piloto, encendió el motor y se puso en marcha para salir del lugar.

—¿Me estás secuestrando? —Ella suspiró hondo y le dirigió una mirada dura a través del retrovisor—. Eres linda. ¿Te lo he dicho?

—Si no cierras la boca, me pondrás más nerviosa —alegó con enfado—. Y créeme, eso no será bueno.

Eddy se estremeció y arqueó las cejas.

—Soy bueno dando masajes, podría ayudarte a relajar...

—¡Cállate! —exigió, apretando la mandíbula al escuchar la risa del hombre—. No es divertido.

—¡Yo soy el esposado! —dijo sin abandonar la sonrisa.

Colette volvió a llenarse los pulmones de aire, pensó que aquello le sería fácil, pero el periodista se lo ponía muy difícil.

—Escúchame, vamos a llegar a un acuerdo —propuso Eddy, tratando de recuperar la compostura—. Somos adultos, podemos hablar y resolver nuestras diferencias —comentó, y dio una mirada al exterior notando que ella tomaba una vía solitaria que llevaba a una zona industrial—. ¿A dónde me llevas, corazón?

—¿Te interesa?

—Mucho.

—Pensé que eras de los que se dejaban llevar —alegó con una voz provocativa que impactó a Eddy.

Él la observó entre desconcertado y ansioso. No sabía qué esperar de ella. Las condiciones no le eran favorables. Sin embargo, no pudo evitar que el deseo le palpitara en las venas.


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