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Capítulo 13. Dime, ¿necesitas un par de golpes para recapacitar?

Eddy se frotó las manos en el reposabrazos del sofá sintiendo en las palmas la suave fricción de la tela de la tapicería, similar a la de un peluche. Eso le creaba una débil sensación de placer con la que podía sofocar las ansias que atormentaban a su cuerpo.

La miraba, sentada frente a él en un sofá similar, con su piel blanca y tersa muy a la vista gracias a su atuendo corto y ceñido. Deseaba frotar sus manos en ella y no en ese mueble frío, explorar sus picos y sus desconocidos valles, perdiéndose en el misterio de sus profundidades. Estaba seguro que la calidez que encontraría allí avivaría aún más el fuego que ardía en su interior.

Reprimía su deseo por la imagen de la pistola cargada, y sin seguro, que ella seguía teniendo en su mano. Si no fuera por ese amenazante aparato y por la evidente disposición de la rubia de alojarle una bala en el estómago si se movía de su lugar, ya le hubiese saltado encima.

—Entonces, eres un periodista. —Él asintió, sin decir una sola palabra. El deseo lo tenía tenso, como la cuerda de una guitarra—. E investigas desde hace una semana a Dorian Patterson.

Eddy volvió a repetir el movimiento afirmativo de cabeza, aunque estaba concentrado en la forma de los labios de la mujer, apretados entre sí con rigidez. Anhelaba besarlos, lamerlos y morderlos por un largo rato, hasta hacerles perder el rictus severo que poseían.

—¿Sabías que ese es un caso de estado y cometes un delito al inmiscuirte?

Él apretó la mandíbula para apartar el deseo de su mente y enfocarse en el tema que le interesaba. No podía perder la exclusiva, pero si lo encarcelaban por meterse en una investigación del gobierno, de allí no saldría por mucho tiempo.

Se incorporó en el mueble hasta quedar sentado en el borde y apoyar sus codos en las rodillas enlazando sus manos entre sí. Colette arqueó las cejas al tener más cerca ese rostro varonil y decidido. Apretó las facciones para no dejarse intimidar por el fogonazo que se produjo en su vientre y le llegaba al pecho acelerando sus palpitaciones.

—No teníamos idea de que este caso había trascendido y que la policía está detrás.

Ella sonrió con burla y enfado.

—Esa gente lleva años haciendo estafas. ¿Crees que pasan desapercibidos?

Eddy arqueó las cejas con sorpresa.

—Supongo que no han pasado desapercibido, pero... —agregó, aplicando a su voz un toque de superioridad con intención de molestarla. Comenzaba a encantarle sus caras de enfado—. Nunca han hecho nada por detenerlos. Nosotros, en cambio, estamos en ello.

Colette resopló y se frotó con una mano el puente de la nariz.

—Así que, ¿son ustedes quienes hacen justicia en esta ciudad?

—Solo queremos destapar el delito para que los indicados actúen.

—¡No! —dijo, harta de aquella situación, y asumió una pose similar a la de él, dejando el arma colgada entre sus piernas—. Ustedes lo único que quieren es la noticia para hacer con ella un escándalo nacional, algo que les dé fama y fortuna. Nosotros intentamos evitar que despilfarren dinero del estado en actos de corrupción. Hay mucha gente que depende de ello.

—¿Dinero del estado? —preguntó desconcertado.

—¡Por supuesto! —exclamó—. ¿De dónde crees que sacan el dinero para comprar las acciones de los laboratorios? ¿De sus cuentas bancarias?

Eddy quedó pensativo un instante.

—No sé. Eso no lo hemos confirmado.

Ella volvió a resoplar, pero esta vez, con cansancio.

—El crimen no solo está en el hecho, sino en las graves consecuencias que deja en la sociedad. Eso ustedes no lo analizan. No saben quiénes son los afectados, quiénes son los que van a perder sus empleos por esa situación, los que...

—Espera, espera —pidió, interrumpiéndola. Colette lo observó con irritación—. Claro que nos interesa todo eso, es parte de la exclusiva. —La chica se levantó de su asiento enfadada y se alejó hacia la mesa del comedor murmurando maldiciones. Eddy la siguió—. Nosotros no tenemos sus recursos, vamos paso a paso. Seguíamos a Ruth Malloy porque creemos que a través de ella, otros podrían estar implicados.

La mujer negó con la cabeza, sin darle la cara. Apoyó sus manos en la mesa del comedor, dejando la pistola sobre ella, y bajó la cabeza en señal de agotamiento. Ese caso la estaba llevando a sus límites.

—Es de esperarse que hay más gente detrás. Es estúpido pensar que solo Dorian Patterson está inmiscuido en una estafa millonaria —masculló irritada.

Eddy quedó por un instante inmóvil, sopesando la información que la mujer inocentemente le daba. Luego se aproximó deteniéndose a escasos centímetros de distancia, mirando su largo cabello rubio atado en una trenza floja que caía sobre su espalda encorvada y tensa. Sabía que era capaz de hacer desaparecer la rigidez de sus músculos con el seductor toque de sus manos, por eso siguió con la vista las formas que marcaban su columna vertebral, anhelando recorrerla con los dedos y la boca. Bajó hasta llegar a sus nalgas, que se erguían soberbias cubiertas por una licra delgada y brillante. No pudo evitar suspirar por el deseo.

—Podemos ayudarnos mutuamente —susurró junto a la oreja de Colette, con una voz suave y ronca, que la hizo estremecer. Sonrió al percatarse de su reacción. Tenía que aprovechar esa debilidad.

Colette amplió los ojos en su máxima expresión. La cercanía del periodista le produjo miedo. Tuvo que esforzarse por controlar sus instintos y no darle un codazo en el estómago para alejarlo. El calor que emanaba su cuerpo amenazaba con descontrolarla. Apretó las manos en puños, pero, al sentir que Eddy le acariciaba el brazo derecho y avanzaba con sutileza hacia la mano que sostenía la pistola, se alarmó.

—Manejo mucha información —continuó él, de manera sensual, sin dejar de acariciarle el brazo, con sutileza, pasando los dedos por su piel erizada hasta llegar a la mano—. Ambos, podríamos beneficiarnos.

El deseo tenía a Eddy al borde de la locura. El cuerpo le palpitaba, de la misma manera en que sentía que el corazón de Colette lo hacía. Hundió el rostro en los cabellos de ella para aspirar su aroma, sintiendo una dolorosa tensión en los testículos. Su pene se agrandó, luchando contra el pantalón, como si buscara desesperado aire en la superficie. Con cuidado fue empujando la pistola para apartarla, envolviendo la mano de la mujer en la suya.

—Hueles fenomenal —reconoció, ocultando su rostro en el cuello de Colette, lo repasaba con la punta de la nariz. Su otra mano se paseó por la cadera de ella y la atrajo hacia sí, para que sintiera su miembro erguido y hambriento.

Colette, a pesar de mantenerse rígida, cerró los ojos y dejó escapar un halo del placer a través de un gemido. Había tenido muchas ganas de sentir todas esas sensaciones, de saber si era cierto que poseían tanto poder hasta ser capaces de nublarte el entendimiento.

Alzó el rostro al techo cuando Eddy comenzó a besarle el cuello. Su respiración se acentuó al captar como los labios del hombre se abrían con sutileza dejando que la lengua le humedeciera la piel, abrasándola con su calor. Su corazón dio un salto provocándole más suspiros al sentir los dientes del periodista clavándose en ella, con sutileza, y sonrió, segura de que todo lo que había experimentado hasta ahora, era nada.

Se apretó a él para captar mejor la dureza de ese pene fogoso contra su culo. Era tan vivo y real que la abrumaba. Sabía que allí no terminaba todo, que había más, y estaba ansiosa por sentirlo. Quería gritar y llorar al estar saturada de placer, que su piel ardiera como los carbones de una hoguera y que su sudor le bañara hasta el alma, inundándola de vida. Pero los semblantes severos de todas las personas que le habían exigido entereza desde niña, haciéndola sentir culpable y sucia, vinieron a su mente.

Sus parpados se apretaron aún más entre sí, al igual que sus dientes, tratando de expulsarlos. Sin embargo, ellos se multiplicaban cada vez más, como un virus destructivo e incontrolable. Le recordaban que no era libre para decidir.

En medio de su borrachera de placer, Eddy pudo percibir la repentina rigidez que invadía el cuerpo de la mujer y su asfixiante silencio. Sus gemidos habían muerto de manera súbita, alertándolo.

Detuvo los besos y las caricias y observó el perfil de su cara. Las facciones las tenía tan apretadas que parecían estar a punto de romperse en cientos de pedazos.

Quiso decir algo, tal vez un «lo siento», pensando que había sido brusco, pero el inesperado sonido de la puerta del departamento abriéndose le impidió expresarse.

Ambos se sobresaltaron y, aunque enseguida se separaron, los rostros arrebatados y las posturas tensas que poseían los delataban.

—Vaya, ¿interrumpí algo? —dijo Francine con fingida inocencia al entrar en la casa y mirarlos con una sonrisa burlona.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Colette entre dientes, llena de ira y arrepentimientos.

—Dijiste: ¡en media hora aquí, señorita! —expresó, tratando de imitar la voz autoritaria y ronca de su hermana.

Colette apretó la mandíbula para no reprenderla de manera despiadada, como siempre lo hacía, sacando a la luz el triste destino que le esperaba por sus inmadureces. Aún estaba abrumada por las fuertes sensaciones que había experimentado minutos antes.

Francine arqueó las cejas impresionada. Sabía que algo intenso había ocurrido a su hermana para que no dijera nada a una de sus impertinencias. Sonrió en dirección a Eddy y le enseñó sus dos dedos pulgares en alto, indicándole que lo había hecho muy bien. Él se frotó el cabello para evitar mostrar su diversión, revelándose aún alterado por la pasión acumulada en su organismo mientras la chica se marchaba perdiéndose tras la cortina de cuentas.

Un incómodo silencio se instaló entre ellos. Eddy sabía que lo sucedido allí merecía una conversación, pero no tuvo tiempo de decir nada porque Colette se giró hacia él y lo observó con tanto desprecio que lo hizo sentir como el muchacho irreverente que fue en el pasado. Aquel que había perdido a una madre consentidora y fue obligado a vivir bajo el mando de un padre déspota y prepotente, dispuesto a aplastar su personalidad.

—Vete de mi casa.

Él se sorprendió ante esa petición.

—¿Qué...? ¿Por qué?

—Vete. Y no vuelvas —pidió Colette con rabia, afincando en él una mirada acusadora que apagó los ardores del hombre convirtiéndolos en viejas rabias y frustraciones.

Ese rechazo fue un duro golpe a su hombría. Nunca le había pasado algo similar.

La miró enfadado, dándole tiempo a que recapacitara, pero al ver que ella seguía asumiendo la misma actitud, observándolo con odio y decepción, de la misma forma en que siempre lo había hecho su padre, se marchó en silencio, herido a profundidad.


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