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Capítulo 1

Como cada mañana y vengo haciendo durante ya casi tres años, desde que decidí quedarme con el negocio de mi padre, comienzo mi día preparándome un café y mirando las facturas, haciendo los pedidos para que me traigan lo que necesito para mi negocio, una pastelería. Antes lo hacía mi padre, pero desde que me hice yo el cargo todo el papeleo lo llevo yo, es un poco estresante pero no me queda de otra. Vivo con una compañera de piso desde que me independicé. Mis padres son maravillosos, los mejores, siempre han trabajado duro para que no me faltase de nada y poder estudiar la carrera de arquitectura.

Y como se suele decir las desgracias no vienen solas. Cuando mejor estaban mis padres, mi padre cae enfermo y lleva meses postrado en una cama, con la esperanza que algún día puedan hacerle un trasplante de corazón. Me apena mucho ver como mi madre sufre en silencio y lleva la carga de la enfermedad de mi padre, yo intento ayudarla, pero mi tiempo en la pastelería es tan extenso que no me tengo el tiempo que desearía.

Mi día a día tras un mostrador atendiendo a la gente no es tan malo. Pero claro ir a una pastelería y verme a mí, con mis caderas anchas y con esos michelines que ya son parte de mi vida, la gente te mira e incluso algunos se permiten hacerte un comentario grotesco.

Antes me lo tomaba a mal, pero ya no tanto. Me he acostumbrado a que la gente me diga que estoy gorda porque me dedico a comer pasteles. Un comentario algo dañino, pero ya me lo tomo como si nada. Solo en apariencia, disimulando que esas palabras no me dañan, cuando en realidad si me lastiman.

Intento esconder bajo una sonrisa falsa aparentado que todo está bien. Lo peor es la noche, en mitad de la noche a solas conmigo misma, comienzo a recordar todo lo que me ha pasado a lo largo de la jornada y mi pobre corazón se me parte. Me miro al espejo, si, debería sentirme bien con mi figura, pero no lo acepto. Acabo mirándome de un lado a otro sacándome mil defectos y desfavoreciéndome por no tener el valor suficiente de admitir que soy bella, da igual mi talla de pantalón. Aunque mi gran sueño sería poder vestirme con una talla 42, y no una 48. Pero por más que me esfuerzo en hacer dietas, hacer fitness, que escapo con un dolor de cuerpo que tardo hasta cuatro días en recuperarme de las agujetas. Derrotada, término de ducharme, me pongo mi pijama y me meto en la cama agotada.

Esta mañana el barrio está más alborotado que de costumbre, al parecer están llegando rumores que quieren derribar el edificio por su antigüedad y porque ya nos ha pegado varios sustos cayendo trozos de fachada a la calle.

Yo trato de no pensar en eso, para llegar a un derrumbe se necesita muchos procesos.

―Samia, Buenos días, ¿no te has enterado hoy de la noticia?―Me pregunta nerviosa Paquita, una mujer mayor y clienta fija, en ocasiones me ha ayudado a preparar lacitos de chocolate.

―Paquita mujer, tranquilízate, no le van a echar de sus casas. Para eso se necesita muchos trámites.

―¡Ay muchacha! Ojalá pudiera yo pensar así, pero hija, llevo dos noches sin dormir, desde que me enteré de la noticia.

―Paquita, descanse, y verás como todo se va solucionar. Mañana mismo iré con Javier el presidente de la comunidad al ayuntamiento y verás como nadie va a derribar el edificio.

Paquita me compró el pan y se marchó algo más convencida, pero yo me quedé pesando durante un buen rato si fuese cierto que cupiera la posibilidad de derrumbar el edificio, yo me quedaría sin negocio, el dinero que invirtieron mis padres se iría al Garete. ¡Oh dios mío! Me tapé mi boca nerviosa intentando quitarme de la cabeza esa posibilidad.

A lo largo del día los vecinos se reunían, y todos hablaban de lo mismo.

Al día siguiente acompañada de Javier, fuimos al Ayuntamiento para ser informados sobre el derribo. Tras marearnos de pasarnos a unos y a otros funcionarios, al final pudimos hablar con la aparejadora, la que lleva los trámites del pueblo.

―Hola, hemos venido para saber si es verdad que van a derribar el edificio que está situado en la calle Macabí.

―Déjeme ver la información.―La mujer empezó a teclear en el ordenador. Minutos después se quitó sus gafas posándolas encima de unas fotocopias que había hecho, comunicándonos que un dos meses se efectuará el derribo.

― ¿Cómo? Usted está bromeando. ―Comencé alterarme.

―Sí, señorita, al parecer una empresa constructora está empeñada en ese edificio para poder construir un hotel de lujo.

―Y dónde van a vivir esas familias, qué va pasar con mi negocio ¿Eh? Vamos a ir todos a vivir en el hotel. ¿Por qué no hemos sido informados?―Cada vez sentía más rabia con todo lo que estaba pasando. Y encima la mujer solo se limitó a darnos la información justa.

Salí de aquel lugar más quema que un pan recién hecho. No me lo podía creer. Después de hablar peor que un camionero e insultar a todo el mundo por la injusticia que nos iban a hacer, me senté en el bordillo de la acera pensando en la manera que le íbamos a decir aquellas siete familias que iban a perder sus casas.

Entre Javier y yo pensábamos en buscar alguna solución, pero no lleguemos a ninguna parte. Entonces se me ocurrió una. Ir personalmente hablar con el dueño de la empresa constructora para que me dieran al menos una explicación del por qué nos iban arrebatar nuestras casas.

Alguien debía hacer algo y por supuesto yo no me iba a quedar con los brazos cruzados.

A la mañana siguiente, me puse mi mejor traje. No es que tenga muchos que digamos. Solo uno negro y es que llevo a todos los entierros.

Me doy un poco maquillaje y me subo a mis tacones, mirándome al espejo. Pero qué guapa que estoy. Me repito a mí misma.

―Vaya pero quién se te ha muerto esta vez.―Me pregunta mi amiga Ciara.

―Qué graciosa. Es que tú vives en otro planeta. No te has enterado de que quieren derrumbar el edificio.

―Sí me enterado. Quien si no, si hasta en las noticias ha salido. Pero tú donde vas de súper heroína o al duelo del constructor.

―Al duelo. Voy a enfrentarme a él y a qué me explique porqué demonios quiere tirar abajo el edificio y mi negocio también.

―Vas sola.

―Sí, prefiero ir sola, si las cosas no van bien, llamaré a la artillería.

―Ven, te llevo en mi coche.

Vale, reconozco que voy de tipa dura, pero es mi negocio, son las casas de esas pobres familias. Alguien debe hacer algo.

Bebo sorbos pequeños de agua mientras me despido de Ciara, ella me desea suerte y quedamos en vernos cuando salga.

Haber Samia, tranquila. Me repito a mí misma. Me retoco mi traje y mi pelo y camino decidida hacia el edificio donde se encuentra el tío que quiere quitarme mi negocio.

Primero paso por un control de seguridad, después me dirijo hacia un mostrador y le enseño la tarjeta que me dieron en el ayuntamiento. La secretaria o lo que sea me mira con asco. Incluso se da el lujo de murmurar con la compañera sobre mí.

Mi irritación empieza apoderarse de mí, mi paciencia a escasear y esas dos sin hacerme ni caso.

Visto lo visto, veo que pasa un hombre trajeado con el móvil pegado a la oreja. Lo sigo hasta entrar juntos al ascensor. Él sigue hablando por el móvil sin apartar sus ojos de mí. Yo le devuelvo la mirada sonriéndole, desde luego es guapo, así que aprovecho y lo miro de arriba abajo sin cortarme un pelo.

―Hola soy Marcos.

―Hola yo Samia. ―Nos damos la mano en forma de presentación.

―Disculpe, me podría decir dónde puedo encontrar al señor Zisis.

―Sí, por supuesto. Venga conmigo, precisamente en veinte minutos tengo una reunión. ¿Qué viene por una entrevista?

―No a patearle el culo.―Mierda me ido de la lengua. Pero parece que ha Marcos le hace gracia.

Llegamos a la planta y lo sigo. Tras saludar a varias personas me pide que lo espere en un pequeño recibidor.

Espero y espero pero el señor Zisis está muy ocupado. Me dice una secretaria. Menudo coraje, he venido para nada. Pero no, si este se piensa que no me va recibir lo lleva claro. Mañana volveré a venir, y si no me atiende la próxima vez no vendré sola. Me debe una explicación y me la dará, yo no soy una mujer que tira la toalla enseguida. No puedo tener un cuerpo perfecto, no soy una modelo 90.60-90. Pero tengo mi orgullo y más cuando se está cometiendo una injusticia yo pienso luchar hasta el final.





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