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16. Un héroe emplumado

Esther volvía del baño con los artículos personales de Estela, cuando observó a Fluver entrar despavorido en la habitación de ella. Detrás de él iba don Afrodisio con un cinturón en la mano. La escena le causó gracia, pero se contuvo de reír en voz alta. A continuación se oyeron gritos desde el interior del dormitorio. Los ex novios discutían acaloradamente. Al principio no le dio mucha importancia a que estuvieran solos, Estela sabía defenderse y pondría en su lugar a esa cucaracha de alcantarilla. No obstante, cuando ella gritó pidiendo auxilio, las alarmas se dispararon, y no dudó en llamar a la familia de su amiga. Deslizó el dedo por la pantalla del celular y marcó el número de doña Leticia.

—Aló —respondió Leticia con voz somnolienta.

—¡Doña Leti, Fluver no deja salir a Estela de la casa! —informó con palabras atropelladas—. ¡Venga de inmediato, me da miedo lo que pueda pasar, ese hombre está como loco!

—¡¿Qué, cómo es eso que no la deja salir?!

Esther la puso al tanto de todo, obviando el incidente en la oficina de Vinicio, no le correspondía a ella revelarlo.

—¡Salimos para allá!

—¡¡Andrés, Andrés!! —Leticia se vistió deprisa, al tiempo que llamaba a su hijo a los gritos—. ¡Estela está en grave peligro!

Andrés dormía plácidamente, hasta que el vozarrón de su madre lo despertó. Salió al corredor, asustado al oír el nombre de su hermana. En el camino se encontró con sus sobrinos y Lucas, todos igual de alarmados.

—¡¿Abuela, qué pasa con la tía?! —inquirieron Raia y Eduardo al unísono.

—¡¿Mamá, qué pasa con Estela?! —preguntó Andrés con el corazón agitado.

—¡Esther me llamó! Me dijo que Estela terminó con Fluver y él se puso como loco y no la deja salir de la casa. ¡Vamos para allá! Me muero si ese hombre le hace algo. —Leticia lloraba de preocupación.

—¡Ese maldito, si se atreve a tocarle un pelo lo lamentará!

Andrés y sus sobrinos se vistieron en un santiamén. No hubo tiempo para verificar si la ropa combinaba o no, ayudar a Estela era imperativo.

Toda la familia, a excepción de Humberto, que había salido a comprar el pan, fueron al rescate de Estela. Eduardo ayudó a subir a su abuela al auto de su tío, que en los nervios casi se cayó.

Raia se apresuró a cerrar el garage, cuidando de que Lucas no se saliera. Mas este no pensaba quedarse atrás, logró escurrirse y subió al auto, aprovechando que la puerta estaba abierta. Nadie le impediría ir, su mamá humana estaba en peligro y él debía ayudarla.

Raia intentó devolver a Lucas a la finca, pero este opuso resistencia agitando las alas y graznando con fuerza.

—Raia, hazte cargo de Lucas, por favor —solicitó Leticia, consciente de que no podrían dejar al pato—. Él te hace caso, procura que no le pase nada. Estela se moriría.

—Tranquila abuelita, yo lo cuido —dijo la chica, agarrando a Lucas en sus brazos.

Mientras el auto estaba en movimiento, el celular de Leticia sonó, y al leer el nombre en la pantalla, la preocupación aumentó. Se trataba de Humberto. Quería saber el porqué no había nadie en la casa. No le quedó más remedio que decirle a su marido hacia dónde se dirigían cuando este no creyó la excusa que le dio. Rogó al cielo que a su marido no le diera un soponcio a causa de la emergencia que se les vino encima.

—¡Andrés, date prisa! —suplicó Leticia abrumada—. ¡Ay, Dios mío, que ese hombre no le haga nada a mi hija! —Los ojos se le cristalizaron, la angustia de madre era visible.

Andrés manejó lo más rápido que pudo, su hermana, con cada minuto que transcurría, estaba en potencial peligro. Por suerte, al ser temprano, las calles se hallaban casi vacías, por lo que la ruta de cuarenta minutos la hizo en veinticinco. Aparcó el auto en la calle, sin fijarse si lo estacionó bien.

Leticia corrió a la casa y pulsó el timbre con insistencia. Tras ella se posicionaron Andrés y sus nietos. Lucas, en brazos de Raia, graznaba impaciente.

Nadie salió. La desesperación aumentó al escuchar unos gritos en la lejanía.

Leticia recordó que Esther estaba en la casa y la llamó al móvil.

—¡Doña, Leti, qué bueno que vinieron! —Esther corrió a abrirles la puerta de la calle—. Estela y Fluver siguen encerrados. ¡Él no la deja salir!

Andrés entró como una tromba a la casa, se guio por los gritos. Leticia lo siguió de cerca, vigilada por sus nietos. Afuera del cuarto, Afrodisio exigía a Fluver que dejara salir a Estela. Pilar, por el contrario, gritaba a Estela que no le hiciera nada a su hijo o se arrepentiría.

Leticia se indignó por el tono displicente que la mujer empleaba para referirse a su hija. Era claro que Estela era la víctima y no Fluver.

—¡Cuidado cómo se refiere a mi hija o no respondo! —amenazó Leticia, enfadada.

—¡¿Qué hacen ustedes en mi casa?! —vociferó, percatándose de la presencia de los familiares de Estela—. ¿Quién les dio permiso de entrar? ¡Fuera de aquí o llamo a la policía!

—¡Vinimos por Estela, y no nos iremos sin ella! —bramó Andrés—. ¡Dígale a su hijo que abra esa puerta o la tumbo!

—Pero qué le pasa, usted no me va a dar órdenes... ¡¡Ayyy, quítenmelo!! —Pilar pegó un alarido.

Lucas se soltó de los brazos de Raia y voló hacia Pilar, directo a la nariz. Se prendió con furia y apretó como una entenalla comprimiendo un metal.

Afrodisio intentó ayudar a su esposa, pero el pato la tenía agarrada con fuerza.

Después de dos intentos, Raia consiguió separar al ave del rostro de la mujer. La mordida del pato le dejó una marca muy notoria.

Raia, Eduardo y Esther soltaron una carcajada sin poder evitarlo.

—¡Los denunciaré por esto! —rugió Pilar, sobándose la nariz. Corrió hacia su habitación a verificar el daño.

—¡Usted se lo buscó! —exclamó Leticia.

Lucas 1 - Familia Aguilar 0

—¡Floripondio, deja salir a mi hermana, ahora! —Andrés se preparó para echar abajo la puerta si no respondía a sus demandas.

—¡Andrés, mamá! —voceó Estela tras la puerta—. ¡Fluver, abre la puerta! Mi hermano está aquí y te romperá la cara si no lo haces —dijo para intimidarlo.

—¡Mija, cómo estás! ¿Don Afrodisio, usted no tiene la llave de este cuarto? —Leticia contempló con angustia al hombre.

—¡Hay una copia! Con lo sucedido no me acordé, voy a buscarla. —Bajó corriendo al primer piso. Mas no fue necesario, la puerta al fin se abrió.

El primero en entrar fue Lucas, e igual que hiciera con Pilar, se arrojó a picotear a Fluver con gran violencia.

Un quejido se escuchó...

Un grito femenino desgarró el ambiente.

—¡¡Lucas!! —Estela corrió a auxiliarlo.

Lucas recibió en su cuerpo una patada que lo dejó atontado. Fluver golpeó al ave sin importarle las consecuencias. El pato graznaba adolorido, moviéndose con dificultad.

—¡Lucas, noooo! —Lloró Estela, desesperada. Salió de la habitación con el ave en brazos—. ¡Andrés, llévame a un veterinario! ¡Mi Lucas se muere!

Andrés fue tras su hermana, muy angustiado por el estado delicado del pato. Lucas era más que un ave, era un miembro de la familia.

Al salir a la calle, se encontraron con Humberto y don Olvido que en ese momento iban llegando. Estela pasó de largo sin saludar a su padre.

Leticia le pidió a Eduardo que se quedara y le explicara la situación a su abuelo. Ella y los demás acompañaron a Estela en la búsqueda de un veterinario.

—¿Dónde encontraremos una veterinaria que esté abierta a estas horas? —dijo Andrés afligido.

En medio de la conmoción, Estela recordó la clínica de Martín.

—¡Hay una veterinaria por el Club de tenis, vamos para allá!

Andrés se dirigió a toda máquina al lugar señalado.

En cuanto el vehículo se detuvo, Estela bajó de un salto, corrió a la puerta de la clínica y apretó el timbre de forma insistente. A través del cristal identificó un rostro conocido acercarse. Era Martín.

—¿Estela? —murmuró sorprendido, abriendo la puerta.

—¡Martín, salva a mi pato, por favor!

—¿Qué pasó? —inquirió preocupado—. Sígueme.

—Recibió un golpe en el cuerpo. —Lloriqueó.

—Colócalo aquí. —Señaló a una camilla de metal—. Voy a revisarlo. Ve con la enfermera y espérame en la sala.

Martín le pidió a su ayudante que tomara los datos del paciente y de su dueña. En la camilla auscultó a Lucas con detenimiento, lo paró y notó que tenía dificultades para apoyar una de sus patas. Revisó las alas y demás partes del cuerpo. Luego de unos minutos salió a hablar con Estela.

—El pato tiene una lesión bajo la ala derecha que le provocó una inflamación —diagnosticó Martín.

—¡¿Es grave?! —preguntó angustiada—. ¿Se pondrá bien?

—Quédate tranquila, no fue un golpe que comprometiera su vida. No obstante, lo mantendré en observación durante veinticuatro horas. Noté que renguea y quisiera descartar...

—¿Renguea? ¿Qué significa eso? —interrumpió ella.

—Cojea, a eso me refiero. No vi nada malo en su pata, es posible que sea producto del shock por el golpe que recibió —informó—. Le acabo de dar unos medicamentos para reducir la hinchazón.

—¡Gracias, Martín! —Estela lo abrazó en un impulso—. Lucas es más que una mascota para mí.

—No es nada, solo hice mi trabajo —respondió, azorado por el gesto de ella.

—Gracias por salvar al pato de mi amiga. —El nombre del veterinario le resultó familiar a Esther, ¿sería acaso el ciclista?

Leticia y Raia también se sumaron a los agradecimientos.

—Nada que agradecer, como dije, es parte de mi trabajo —expresó sonriente.

—¿Lo puedo ver? —preguntó Estela.

—Por supuesto. —Llamó a la enfermera para que la llevara a la sala de cuidados.

—¡Espera, mija! —Leticia la detuvo—. Voy a ver a tu papá, no quiero imaginar lo que haya hecho. Cualquier cosa, nos avisas. Andrés, Raia, vamos —demandó.

—¡Ay, verdad! Me olvidé totalmente de mi papá. —Otra inquietud ocupó su mente—. Ve con él, yo me quedo aquí con Lucas.

Madre e hija se despidieron con un beso en la mejilla.

Andrés observó a Estela alejarse en compañía de la enfermera. Desde una distancia prudencial había visto con asombro la conversación entre ella y el veterinario. Y antes de dejar la clínica, quería resolver cierta cuestión que le surgió.

—Martín, ¿de dónde conoces a mi hermana?

—¿Andrés? —dijo el otro, igual de intrigado.

Los hombres se sostuvieron la mirada a la espera de una respuesta.



Lucas la está pasando mal, pero sabemos que su estado no es de gravedad. Habrá que esperar cómo evoluciona.  🦆 🥺

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