1
Entró en la oficina sin esperar a ser anunciado.
Daba igual si se molestaba; era necesario lo que tenía que decirle a su mejor amigo.
Abrió la puerta de forma tan brusca que la azotó contra la pared.
Sobresaltando al hombre que estaba de cabeza en la computadora, pero rápidamente su semblante cambió a uno serio al ver que era su amigo quien entraba como si fuera dueño y señor del lugar.
—Señor, lo siento —dijo la secretaría, entrando tras el hombre casi sin aliento—. Estaba en el baño y... —Dejó de dar explicaciones, pues su jefe, levantando una mano en señal de que guardara silencio, bueno, eso y que la cara de perro que normalmente tenía la asustaba a muerte.
—Ya está aquí, ¿qué más da? Tráeme un café y una aspirina. —Demandó sin quitarle la vista al hombre que se sentaba frente a él sin permiso alguno.
—Que sean dos Betty, por favor —dijo el hombre cruzando uno de sus tobillos sobre su pierna de forma relajada. —Eres todo modales —le dijo a su amigo luego de que la pobre secretaria salió temblando por los cafés.
—No me toques las pelotas, Aarón. ¿Qué quieres? —preguntó aflojando el nudo de su corbata mientras se ponía de pie y miraba la ciudad a través de los enormes ventanales de la oficina. No iba a negar que la vista era estupenda; desde donde estaba todo se veía minúsculo.
—Bueno, no sé cómo decirte esto sin que me tires por la ventana.
—Déjate de rodeos y habla de una buena vez.
—Está bien, está bien —sonrió—. Quería preguntarte, ¿a qué hora es la cena? Porque pensabas invitarme, ¿cierto? Christian, no me digas que no me ibas a invitar porque soy capaz de armar un espectáculo apareciendo en plena cena y...
—No seas idiota —pellizcó el puente de su nariz—. No pensaba ir a esa estúpida cena.
—Oh no, amigo, vamos a ir —dijo Aarón al tiempo que se ponía de pie abotonado su saco y se colocaba a su lado—. Quiero saber con qué candidata sale tu madre.
—Esto es ridículo. ¿Puedes creer que mi padre cree que eres mi pareja?
Aarón lo vio perplejo y se carcajeó.
—Ja, ja, ja, ja, no lo puedo creer. ¿Y quién se supone que soy? ¿La mujer en la relación? Ja, ja, ja, ja —volvió a carcajearse.
—No seas estúpido.
—Más respeto, cariño —le dijo Aarón, colocando una mano en su cintura y ondeando la otra de forma afeminada—. No puede hablarme así, soy el amor de tu vida y... —Su ridícula actuación para sacar de quicio a su amigo quedó arruinada con el estruendo de las tazas de café que la secretaria había dejado caer sin querer al escuchar la declaración de Aarón.
—Ay, querida, qué desastre —le dijo Aarón, acercándose a ella aún con la mano en la cintura y toqueteando el piso con uno de sus pies.
—Lárgate de mi vista. —Christian elevó la voz unos cuantos decibeles, asustando a la secretaria y haciendo que Aarón dejara de sonreír. —Tú no —le dijo a la secretaria cuando estaba por salir—. Tú, idiota, compórtate y fuera de mi vista.
—Está bien, está bien, me voy —salió sacudiendo las pelusas imaginarias de su saco.
La secretaria estaba recogiendo los pedazos de vidrio de las tazas cuando la voz de Aarón la sobresaltó, haciendo que se cortara un poco la palma de la mano.
—Cariño, ¿a qué hora es la cena esta noche? —preguntó asomándose una vez más en el marco de la puerta.
Christian se acercó rápidamente al escritorio, agarró un lapicero, que fue lo primero que vio, y se lo lanzó justo en la cabeza.
Aarón salió casi que corriendo mientras se reía por todo el pasillo.
—Deja eso, Betty, envía a alguien para que se encargue de este desastre. — Volvió a sentarse y se terminó de quitar la corbata; estaba estresado y para colmo sentía que le iba a explotar la cabeza, y lo peor del caso es que no era ni el mediodía. —Y tómate el resto del día; reagenda para mañana todas las reuniones que tengo para hoy.
—Sí, señor... Pero... —la mujer se removió incómoda y Christian la miró de forma severa; le molestaban las personas que andaban con rodeos. ¿Por qué no decían las cosas de una buena vez y ya?
—Habla, Betty, quiero irme a casa.
—Señor, yo... Renuncio—dijo finalmente; tenía las manos unidas al frente, intentando frenar los temblores por el nerviosismo.
Christian la observó por un momento. Era su quinta secretaria, era la que más tiempo le había durado; era una mujer de unos cincuenta años, regordeta y con gafas. Tenía un aura maternal, por esa razón no era tan severo con ella, eso y que era muy eficiente, demasiado, y no podía permitirse dejar que se fuera. ¿Dónde encontraría a otra tan eficiente como ella?
—¿Por qué? —fue lo único que dijo, repiqueteando los dedos en la madera del escritorio.
—Es que... Usted me asusta mucho, señor; sé que no es malo, pero le juro que he tenido pesadillas —le dijo la mujer con la mirada baja. No era mentira, el hombre realmente le asustaba; era alto, corpulento, de cabello negro y en su oficina con tonalidades oscuras parecía el mismo Dios del inframundo y sus ojos era lo que más le tenía miedo.
Una mañana, cuando llegó más temprano de lo normal, lo vio con los ojos violetas y creyó que estaba loca, alucinando, pero cuando le llevó su café mañanero, se dio cuenta de que efectivamente los tenía violeta y, desde ese día, cuando llega muy cansada, tiene pesadillas. Claro, desde ese día ya no lo ha vuelto a ver con ese color de ojos, era obvio que usaba lentillas, pero igual el trauma ya estaba ahí.
Christian la miró.
Siguió mirándola.
Unos minutos más, poniendo más nerviosa a la pobre mujer.
—No acepto tu renuncia, Betty. Puedes tomarte unas vacaciones, te las mereces; después de todo ya tienes un año conmigo. Eres muy buena en tu trabajo, no me puedo dar el lujo de perderte.
La mujer lo miró estupefacta, era el primer cumplido que su jefe le decía, él... Bueno, no era muy amable que se diga, de hecho, era un verdadero ogro. Siempre tenía una cara de culo increíble, no sabía cómo había mujeres que querían tirarsele encima para que se las follara.
Sí, estaba bueno el hombre, pero no valía la pena El carácter que se gastaba, o por lo menos eso pensaba Betty. Ya no estaba en edad para andar de enamoramientos y menos con muchachitos con veinte años menos que ella. Era prácticamente su hijo, aun así daba miedo, le tenía respeto, sí, pero también terror y más cuando pegaba esos gritos que retumbaban por todo el piso. Gracias al cielo, él jamás le había gritado, eso era un punto a su favor.
—Debe de estar cansada, es lógico, vaya, tómese unas vacaciones desde hoy y cuando vuelva la quiero ver como siempre, sonriendo. —La mujer parpadeó. ¿En serio era él quien hablaba? ¿O era solo una táctica para que ella no renunciara? Lo que fuese funcionó, ya ella no estaba para andar buscando otro trabajo, y allí le pagaban de maravilla, pero... ¿Quién la reemplazaría?
Christian vio la cara de pánico que puso la mujer y supo a qué se debía.
—Tranquila, no perderá su empleo.
Poco después la mujer salió de la oficina de su jefe con una sonrisa, pues el mismo había hecho una transferencia en su presencia como un bono extra por su desempeño, ¡Y qué bono! Era una suma muy jugosa.
Ahora Christian tenía que conseguir otra secretaria mientras Betty estaba de vacaciones.
Lo que faltaba, otro dolor de cabeza.
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