
3. Nuestra amistad se rompió [Krest]
Eran las ocho de la mañana con catorce minutos del Sábado 10 de Febrero. Los acordes de la música salidos de los auriculares inalámbricos fueron acompañados con un par de movimientos de unos rizos azabaches llevando el ritmo. Los increíbles ojos de zafiro recorrieron la zona de espera del aeropuerto. Con la diestra arrastró su maleta de mano y con la otra, mantuvo en sus espaldas el backpack donde guardaba su computadora y pertenencias más importantes.
—¡Krest!
El grito le permitió ubicar con rapidez a su familia. Su sonrisa se perfiló en los labios, plena y satisfecha al caminar hacia ellos. Sus manos se extendieron dejando la maleta atrás y rodeó con ellos la anatomía del ser más querido para él.
—¡Papá!
Lo estrechó con vehemencia, llenando sus pulmones del aroma tan particular de Camus Roux. Su padre, su primer amor, su consejero y aliado. Su rival más temible y su maestro más ríspido.
—¡Hola, pequeño! —dijo el otro contra su oído, con esa voz barítona cargada del amor que le prodigaba.
Las risas acompañaron los recibimientos. Primero su padre, después sus hermanos mayores, Sisyphus y Écarlate, dejando al final a...
—Patotas —dijo, impregnando en esa palabra el más absoluto desdén—. ¿Por qué no te quedaste en tu casa? No era necesario que vinieras y me amargaras la llegada.
—Ay, Tenecito —le respondieron con una sonrisa torcida—. ¿Cuándo vas a dejar de decirme así?
Los dos varones se midieron a través de los ojos y evaluaron el humor del otro. Krest encaró así a su Némesis: Milo Antares, a pesar de que el rubio le sacaba cabeza y media porque la vida no le concedió gran estatura al azabache. Milo, el algo de su padre y el acérrimo rival de su más tierno amor.
—No sé, ¿cuando el Tártaro se congele?
—Al menos salúdame, Tenecito.
—Ya te saludé, dije: Patotas...
El rubio contuvo un impulso. Krest lo retó con una sonrisa torcida a demostrar su molestia a sabiendas de que, frente a su padre, Patotas evitaría cualquier exabrupto que incomodara al mayor de los Roux.
—Krest, hijo, por favor, ten la amabilidad de demostrar tu educación y saluda a Milo como corresponde.
Ambos voltearon en dirección a Camus. Éste jalaba la maleta de mano olvidada por el azabache. En los orbes de rubí se leía la advertencia. De seguir jodiendo al otro, Camus con seguridad desataría los vientos polares y les congelaría las bolas...
Krest decidió que, por hoy, podía concederle el capricho a su padre. A finales de cuentas, viajó para celebrar el cumpleaños de ambos.
—Hola, buenos días —saludó con la voz más átona de todo su repertorio—. ¿Cómo has estado? ¿Te dejaron de apestar las patas a queso?
Una vena sobresalió en la sien del rubio. Krest supo ganada la batalla.
Marcador del año en curso: Krest 98 — Milo 104.
—Bien, Tenecito. He estado muy bien y ahora más que tu papá y yo tenemos la casa para nosotros solos. Deberías tener cuidado de dónde te sientas porque a últimas fechas, me lo follo en cualquier rincón, según se me ocurra o apetezca.
Para confirmar la declaración, el rubio apretó contra su costado al pelirrojo y le dispensó un beso en los labios que fue bien recibido, a pesar de las protestas de Camus por revelar su vida íntima.
—Hijo de toda tu... —pausó Krest apretando las mandíbulas—, alacrana madre.
—Sí, mi madre era muy ponzoñosa. Gracias por hacerlo notar. De ella saqué todo lo que te jode, Tenecito.
Krest 98 — Milo 105.
Los colosos buscaron en sus archivos alguna pulla para no quedarse atrás, en esta interminable pelea que databa desde que Krest era un niño de tres años.
—Ya dejen esta contienda para otro momento —aconsejó Sisyphus—y vamos a casa. Papá hará tu desayuno favorito, Bóreas.
—Uh, esas son palabras importantes.
Su sonrisa espléndida fue obsequiada a su padre y en parte, para joder al rubio, se acomodó al costado del pelirrojo y le abrazó mimoso, restregando su cabeza contra el hombro del mayor, aprovechando su baja estatura.
»Extraño la comida de papá.
—La que no te indigesta, claro —aclaró su hermano mediano.
—Por supuesto, la otra nunca la extraño.
Las risas fueron las protagonistas y la familia dirigió sus pasos al estacionamiento. Sisyphus encabezaba la comitiva, arrastrando la maleta de mano desprendida de la custodia de Camus.
Bajo ningún motivo, Krest soltó a su padre y éste lo mantuvo a su lado con una mano sobre su hombro. La distancia los hacía extrañarse y Krest aprovechaba al máximo los momentos en su compañía.
—Espero hayas traído las pastillas de Pepto Bismol porque papá ha estado practicando sus habilidades en la cocina —informó Écarlate—. Dice que le sale mejor todo.
—¿Cómo que "dice"? —renegó Camus—. ¡Me sale mejor todo!
—Al menos ya no quema el agua —le dio un punto a favor Sisyphus.
—¿Cómo que quemo el agua? ¡No se puede quemar el agua, hijo! Es físicamente imposible que el agua se queme.
—Si tú lo dices, papá. Yo sólo veo cómo el agua perdió su contienda contra el fuego y la olla saca humo, hermanito.
Las carcajadas fueron en aumento. La maleta de Krest terminó en el portaequipaje y los cinco subieron a la camioneta. Como ya era costumbre en estos casos, Écarlate ocupó el asiento del copiloto y Milo condujo a la casa. Detrás, Krest echó la cabeza en las piernas de su padre y, mientras recibía las caricias del mayor en sus rizos, les platicaba de su vida en la Universidad.
—Mi último examen fue un fiasco, pensé que el profesor de verdad se iba a lucir y resultó una bazofia.
—Y por eso sacaste 7 —picoteó Écarlate.
—¡Claro que no! Si mi papá no me hizo tonto.
—No, pero mamá...
—¡Cabrón!
Lanzó una patada al asiento de su hermano, eso no evitó las burlas del otro.
—Krest, ese vocabulario.
—Ash, papá. Me exiges mucho.
—Te exijo lo suficiente. Eres mayor de edad y tu vocabulario debería reflejar tu educación. ¿No te lo he dicho?
—«Chi».
—¡Que no se dice «chi»! Krest, tienes 21 años, deja de hablar mimado.
—Ash, contigo. «Sí» en español, «yes» en inglés, «oui» en francés y «naí» en griego. ¡Terco te hizo tu papá!
Se levantó con disgusto de las piernas del pelirrojo. Camus lo mantuvo en su sitio con una mano en el tórax y el menor se dejó hacer.
—Más terco te hizo el tuyo.
—¡Eres tú! Eso te pasa por heredarme lo que te sobra.
—Ahí vamos otra vez —canturreó Milo.
—Tú cállate, Patotas. A ti nadie te invitó a la conversación —aclaró golpeando el asiento del conductor con el puño.
—¡Hey, que soy el que conduce!
—El que conduce, no el dueño de la camioneta, así que cierra la bocota.
—Krest, no seas maleducado con Milo.
—Soy como me sale, papá. Además, Patotas ya sabía cómo era yo cuando se metió contigo. Son las consecuencias de coquetearte.
—Éste si no gana, arrebata —rumió el rubio.
—Por supuesto, soy un Roux. ¿Pensaste algo diferente?
—Me vengaré después.
—Si no lo hago yo primero.
—Cuidado, papá Milo —intervino Écarlate—. ¡Te va a meter en un ataúd de «quistal»!
Los escorpiones recordaron esos arrebatos y se burlaron a costillas del azabache.
—¡Ya sé decir "cristal"! —señaló malhumorado—. Y ya dejé atrás la etapa de Saint Seiya.
—Si tú lo dices.
—¡Cállate, Écolgate!
—Ay, ¿te acuerdas de ese apodo? —comentó Sisyphus—. «Écolgate». Me encantaba escucharlo. No sé de dónde lo sacaste.
—Ya a estas alturas de la vida, ni yo, pero quedó genial.
—Ja-ja —ironizó el aludido—. Mucha gracia no me hacía.
—Yo lo decía con mucho cariño. Claro, siempre que no me hicieras renegar.
El hermano pelirrojo se asomó desde su asiento con una sonrisa ladeada.
—Eso era imposible, Krest. Eras y sigues siendo un tiquismiquis.
—¡Hey! No es mi culpa, lo heredé de papá.
—Ah, bien que saben zafar de algo, jodiéndome.
—¡PAPÁ, ESE VOCABULARIO! —dijeron los tres hijos fingiendo escandalizarse.
Hasta Milo se incluyó en esa broma.
—No me jodan, ya pasamos esa etapa y son todos adultos. Yo ya cumplí con mi labor.
—¿No te gustaría tener más hijos, amor?
—¿Más? ¿Estás loco, Milo? No, señor, yo ya cumplí con mi cuota. Tres hijos míos y tres postizos, fueron suficientes.
—¿Cuáles tres postizos? —quiso saber Écarlate.
—¿Cómo que cuáles? —reclamó Sisyphus—. Recuerda: Sasha, Kiki y...
La simple mención de su mejor amigo, le dejó una sonrisa en los labios. Krest lo adoraba a pesar de que...
—Ah, sí, sí —interrumpió Écarlate—. El que me faltaba era Kiki. Ok, pues sí, lo tuvo jodido papá. Kiki y Krest eran tremendos. Todavía ahora hacen pendejadas.
—¿No te has visto la cola, alacrán de poca monta? —acusó el menor—. ¡También tú haces pendejadas!
—¡Chicos, ese vocabulario!
—Pierdes fuerza cuando a nosotros nos mandas al Tártaro las veces que te corregimos, papá.
—Nada que pierdo fuerza, Sis. El padre soy yo y a estas alturas de mi vida, me doy el lujo de ser malhablado. Ustedes, en cambio, pronto tendrán sus hijos. Así que la consigna sigue sobre sus cabezas: mantener un vocabulario adecuado para que sus nenes no lo utilicen.
—Lo dicho, así son todos los Roux —intervino Milo—. Si no ganan, arrebatan.
—Tú cállate, Patotas.
—¿También tú, Camus?
—¿Qué quieres, Patotas? A papá también lo fumigas con tu olor a patas por las noches.
Las risas siguieron en el vehículo. Milo negó con la cabeza y formó pequeñas rendijas con sus párpados.
—Mira Tenecito, mejor cálmate porque tengo un pastel de nueces especialmente horneado para ti.
—Ya quisieras, Patotas. No me voy a comer nada de eso. Soy alérgico.
—No, si no es para que te lo comas, es para que cuando lo veas, imagines cómo usé el merengue en el cuerpo de tu papá mientras me lo cogía.
—¡MILO, NO LES CUENTES ESO!
—¡IUGHHH, PAPÁAAA, ESO ES MUCHA INFORMACIÓN!
Marcador, Krest 98 — Milo 106.
Volver a casa era... extraño. Se acostumbró tanto a la vida en la Universidad, que reencontrarse con las cuatro paredes de su habitación, le traía una ventisca de variados recuerdos, cada uno más potente que el otro.
Acarició con nostalgia a Papa Ours, ahora durmiendo el sueño de los justos sobre una de las repisas, con su pañuelo azul, viejo y deslavado en el cuello.
Krest tocó a su vez su inseparable pañoleta de seda negra, regalo de Navidad de su padre y que adornaba su propio cuello. Desde pequeño tuvo fascinación con ese detalle, quizá como una calca de la bufanda roja de su tío Kardia y su muñeco de apoyo no se quedaría atrás con esa nota de color.
Al paso de los años y conforme alcanzaba la madurez, se encargó de decorar ese espacio. Había quedado atrás el puff de oso polar, la piscina de pelotas o la resbaladilla. Ahora, era un moderno y juvenil cuarto con la apariencia de un bosque de invierno con muebles en plateado y cortinas delicadas.
—Muy como Alfheim, el reino de los elfos —reconoció con esta nueva visita anual.
Las vacaciones las pasaba dependiendo de los planes de su familia. Navidad en Rusia, para visitar las tumbas de sus abuelos y de su bisabuelo, el hombre más querido de su padre. Verano en Grecia, este año en la isla de Santorini, en casa del tío Julián, para que Patotas visitara la tumba de Trivia, su madre.
Y para Semana Santa, Krest tenía vía libre para decidir a dónde ir. Era el momento en que se ponía de acuerdo con sus hermanos y se iban juntos a mochilear por Europa o, como el año pasado, a América.
Sin embargo, París estaba destinado a ser el sitio para celebrar los cumpleaños de Camus, Dégel y Krest. La única fecha en que todos volvían al hogar paterno, sin importar dónde se encontraran.
Krest dejó su backpack sobre el escritorio, sacó su computadora y colocó sus pertenencias en orden. Estaría ahí ese fin de semana y el Lunes por la mañana saldría su vuelo a Londres, para asistir a la escuela por la tarde.
De cualquier forma, fiel a las enseñanzas de Camus, el desorden era impensable. Krest vació su maleta y guardó todo en su sitio. El Domingo por la noche, volvería a llenar la valija.
Se acercó a la ventana y observó el enorme jardín interno. Éste conectaba con la parte trasera de las casas construidas en el perímetro de la calle. De cierta forma, recordaba al Central Park de Nueva York.
El corazón le latió acelerado, al distinguir a un par de individuos paseando por el sendero dibujado gracias a los árboles. Abrió rápido la puerta de acceso al balcón y se asomó ignorando el viento helado que lo saludaba.
—¡Hey, borrego! —gritó en dirección de los sujetos—. ¿Te olvidaste dónde están las zanahorias y las estás buscando?
El aludido se detuvo y volteó hacia Krest. Resopló y su gesto, a pesar de la distancia, hizo reír al azabache.
—¡Sapo, idiota! —le devolvió furioso—. ¡Soy Aries, no borrego y en el peor de los casos, los borregos comen forraje! ¡Las zanahorias son para los caballos!
Krest salió al balcón y apoyó los brazos en el barandal, dedicándose a admirar a su amigo y lo mucho que cambió su cuerpo durante estos tres largos años sin verse. Una cosa era hacer videollamadas y otra, tenerlo en vivo y a todo color, en carne y hueso.
—¡Igual no es que reconozcas mucho las zanahorias del forraje! ¿Olvidaste cómo te engañaba tu tío? ¡Le ponía nombres a los platillos y tú te tragabas el forraje bien contento! ¡Eras un tonto!
—¡Ven y sostén eso en mi cara! —renegó el otro—. O mejor, yo entro y te parto la cara por insultarme así.
—Huy, qué miedo ¡mira cómo estoy temblando! ¡El terrible borrego me dará una lección! —azuzó divertido—. Anda, ven. A ver si es cierto que me la partes.
—¡Te vas a arrepentir, Sapo de pacotilla!
El pequeño castaño rojizo se despidió de su acompañante y salió como flecha directo a la casa de Krest.
—Hola, señor Shion —saludó el azabache al mayor—. Buenos días.
Shion Arietis se acercó al borde de la casa y le saludó con un ademán.
—Hola, Krest, buenos días. Veo que has vuelto con fuerzas este año. Me alegra, nos vemos al rato.
—Sí, vengo con mucho ánimo. Nos vemos al rato.
Shion se despidió con la mano y retornó el camino a su casa. Krest se introdujo en su habitación esperando la llegada de su mejor amigo.
Kiki no se hizo esperar mucho, entró como un vendaval y azotó al azabache contra la cama. La diferencia de tamaños estaba a favor del otro. Krest gimió al sentir el golpe en su espalda y de paso, el azotón de la nuca.
—¡Repite eso!
—¡Borrego!
—¡Sapo idiota!
Un par de golpes fueron prodigados en sus costillas sin mucha fuerza. Krest gimió con uno bien puesto en su hígado.
—Ay, idiota. ¡Eso me dolió!
—¡Era la intención!
Se revolvió como gato boca arriba y lo atrapó con las piernas haciendo un candado en el cuello.
»¡Hey, te estás pasando!
—¡Fue tu culpa!
Apretó con vigor. Kiki buscó un punto débil y lo encontró: le hizo cosquillas. Krest soltó la presa entre risas revolviéndose en la cama. Volvió a quedar apresado bajo el cuerpo del otro.
—¡En lugar de saludarme apropiadamente, haces pendejadas!
—¡Fue tu culpa! Vas caminando como idiota, ¿qué esperabas? No iba a desperdiciar la oportunidad de joderte.
—¿Enfrente de mi padre? Oh, tú no conoces los límites.
—¿Límites? ¿Qué es eso?
Los juegos de manos siguieron y mientras más se afanaban en someter al otro, éste lograba zafarse. Se conocían demasiado bien.
—¡NIÑOS! ¡CUIDADO PORQUE SE PUEDEN LASTIMAR!
Ese grito los separó. Fingieron urbanidad con los rostros rojos y las respiraciones aceleradas.
—¡Sí, papá!
—¡Sí, señor Camus!
El mayor negó resignado y señaló a sus espaldas.
—El desayuno está servido, nos encantaría que nos acompañaras, Kiki.
—¡Gracias, señor Camus! Los acompaño con un jugo porque ya papá me dio de desayunar.
—Forraje.
—¡Cállate, Sapo infernal!
Más golpes, exabruptos e insultos siguieron a esa declaración. Camus rodó los ojos dentro de sus cuencas, cerró la puerta de la habitación y fue a buscar a sus otros hijos.
Krest le propinó un buen codazo en el estómago y le sacó el aire. Aprovechó para echarse encima del otro, a horcajadas y sujetar las manos a los lados de la cabeza.
—¡Ya estate quieto!
—¿Yo? ¡Tú eres el que salta como sapo encima mío!
—¡Idiota! ¡En el peor de los casos, soy Pato, no Sapo! Odio que me digas así.
—¡Cálmate, Paballedo del Patito! ¿Crees que no lo sé? ¡Por eso te digo así!
—Hijo de tu borrega madre.
Más golpes, más gemidos y pujidos. Hasta que Kiki lo mantuvo quieto a base de echarle todo el peso encima.
—Padre, el borrego es mi padre, el Patriarca. ¿Te acuerdas de eso?
—¡Obvio! Siempre me pareció genial tu padre.
Kiki le soltó y se acomodó al lado del otro en la cama. Las respiraciones agitadas evitaron la charla hasta normalizarse.
—Deberíamos ir a desayunar.
—Dijiste que tomarías un jugo nada más.
—Obvio, si como algo, estallo. Papá dijo que estaba muy flaco y su maridito me llenó la panza para el resto del año.
Podía imaginar fácilmente el despliegue de platillos, propio del padrastro de Kiki.
—Ese tipo es genial —aseveró feliz—. ¿Todavía tu mamá lo ve con cara de pocos amigos?
—Siempre, pero es porque todavía no entiende cómo papá se lo consiguió antes que ella.
Las risas de ambos se contagiaron. Krest suspiró mirando el techo, acomodando las manos en su nuca.
—Es extraño volver aquí.
—¿Uh? —volteó en su dirección con una tika arqueada—. ¿Por qué?
—No sé, estos años fuera de París fueron muy intensos. ¿No lo crees? Es decir, el sitio es nostálgico para mí, pero ya no lo siento mi hogar.
—Es normal —aseguró regresando la mirada al techo—, yo me siento igual ahora que volví a casa después de tres años. Veo a papá y a mi padrastro y siento que... sobro.
—Sí, algo así siento. Veo la dinámica de mi papá con Patotas y si bien me alegra su felicidad, siento que ya no soy parte de ese núcleo.
—Crecimos y maduramos. Podría ser hora de hacer nuestro propio nido.
Hacer su propio nido. Saboreó esas palabras. De cierta forma, lo tenía en su departamento en Cambridge. ¿Era así? ¿Por qué se sentía tan solo de pronto?
Giró el cuerpo y apoyó la cabeza en su mano. Sus ojos se llenaron de Kiki y su crecimiento estos tres años sin verse.
—Oye, Kiki...
—¿Sí?
—¿Tienes novia o novio?
El castaño rojizo levantó una tika y sus ojos se llenaron de misticismo. Era un rasgo particular de su amigo estos tres últimos años: Kiki era una tumba en cuanto a sus relaciones.
—¿Por qué lo preguntas?
—¿Por qué siempre evades mi pregunta? —contraatacó frustrado.
—Porque deberíamos ir a desayunar, tu padre se esforzó en hacer tu comida favorita. Serías un desconsiderado si lo haces esperar.
—Jo~.
Se levantó a regañadientes, Kiki le siguió y bajaron a la cocina. En el camino, Krest mantuvo los ojos fijos en su mejor amigo, haciéndose un sinfín de preguntas. Les recibieron los Roux con un Milo alegre como cascabel.
—¡Hola, Kiki! ¡Tenía años sin verte!
—¡Y mis ojos eran felices por ello!
—¡Kiki! ¿También tú me insultas, borrego malagradecido?
—Uh, vienen los insultos. Espero que esta vez sean ingeniosos, Patotas.
—¿Patotas? ¡Te contagia Tenecito!
—Sí, el Patito me contagia. Es tu culpa, eres materia de bullying.
—Hijo de tu borrega madre.
—Y muy borrega, sigue jode que jode con que me vaya a vivir con ella y a estas alturas de mi vida, lo último que quiero es regresar al seno materno.
—No eres tan grande —criticó Sisyphus.
—No, pero dime tú, después de vivir tres años solo, si te irías a vivir con tu padre otra vez.
—Ah no, yo estoy muy feliz en mi departamento donde hago lo que quiero, cuando quiero y no veo desfiguros.
—¿Quién hace desfiguros? —se interesó Camus.
Las miradas de los chicos fueron elocuentes y se posaron en...
»Ah ya —dijo el pelirrojo mayor y se rascó la nuca—, no sé para qué pregunté.
—¿Yo? —interrogó Milo señalándose—. ¿Yo hago desfiguros?
—¿Quién baila con bóxer y una camisa usando un plumero como micrófono? —respondió Sisyphus.
—¿Quién se ducha en la tina con burbujas y una gorra de baño de alacranes con corazoncitos? —señaló Écarlate.
—¿Quién besuquea a papá un día sí y al otro también? Además, ¡la última vez tuve que lavarme los ojos con cloro porque te vi pellizcándole la nalga!
El rubio rió con todas las fuerzas de sus pulmones, agarró a Camus y, sin aviso, lo giró y echó atrás, sosteniéndolo entre sus brazos en una posición que imitaba perfectamente a un ángulo obtuso, sólo para darle un tremendo beso
—¡IUGHH! ¡NOOOO! —exclamó Écarlate.
—¡Otra vez, arroz! —gimoteó Sisyphus.
—¡Tenían que provocarlo! —acusó Kiki.
—¡Mis ojos, necesito cloro, necesito clorooo! —exigió el menor tapándose con las manos la zona afectada.
Milo devolvió a su posición recta a su pareja y sonrió con beligerancia.
—Ya, para que digan que hago desfiguros, mocosos desagradecidos. ¡No recuerdo sus reproches cuando los llevé a ver Saint Seiya en sus estrenos o cuando les ponía crédito para su juego o cuando quisieron viajar a Grecia para visitar las ruinas del Partenón!
—Ah, es que ahí sí hacías las cosas bien —aseguró Kiki.
—Hijos de su madre.
—¡Parientes de nuestros padres! —completó Sisyphus—. Vamos a desayunar y por favor, Milo, contrólate.
—Lo intento, pero tu padre es una tentación andante.
La mirada de lujuria en los ojos de Milo fue bien ¿o mal? interpretada por los otros.
—¡Qué horror! ¡Por eso sigues siendo Patotas!
—Cálmate, Tenecito. Ya quisieras tener a alguien a quien besuquear.
—Déjame en paz, yo besuqueo a papá.
—No igual que yo.
—Iuugh, papá, ¡dile a tu cosa que se controle!
—Cosa, contrólate.
—No quiero.
Y para dejar las cosas en claro, Milo sujetó a Camus y le mordió el cuello amoroso. El pelirrojo se dejó hacer, mientras los chicos ocupaban sus ojos en analizar algo más interesante como...
—¿Están seguros que esto es comestible?
—Sí, Écar. Es comestible, ya Milo lo probó.
—Sis, papá Milo tragaría cicuta con tal de complacer a papá.
—Ah, buen punto.
Los tres jóvenes levantaron parte de la comida y la revisaron con ojo crítico. Kiki fue el bendecido porque tomaba su muy natural zumo de naranja, proveniente de una segura botella de vidrio.
—Hey, que Camus hizo bien el desayuno. Su apariencia no podrá ser la mejor, pero...
—¡Óyeme, bicho! ¿Cómo que mi comida no tiene la mejor apariencia?
—Juzga por tí mismo, amorcito.
Le tocó el turno al pelirrojo de ser objetivo con su labor. Los chicos esperaron impacientes el resultado.
—Ash, ¡por eso me gusta cocinar con la computadora!
Las risas volvieron a la casa. A pesar de todo, cuando Krest llevó la comida a su boca, encontró un sabor buenísimo y siguió consumiendo con tranquilidad. Los demás le imitaron, si el quisquilloso del azabache comía sin emitir queja, entonces era seguro.
Ya otra cosa sería sacar boleto para ir al baño después de la indigestión...
—Bueno, ¿cuál es el plan para hoy? —se interesó Krest.
—Haremos una fiesta en el jardín por la tarde-noche. Invité a todos desde hace semanas. Así que el menú será variable, dependiendo de lo que cada uno traiga.
—Cuenten con el follaje, cortesía de la casa —informó Kiki con picardía.
—¿Al menos esta vez le pondrán queso?
—El tío Mu dijo que llevaría tofu, ¿te sirve, Écar?
—¡Dije queso, no esa cosa que parece gelatina de leche!
—Bueno, ve el lado positivo.
—¿Hay uno, Sis?
—Obvio, comerás verduras con gelatina de leche.
Las risas volvieron a la mesa, incrementadas con la cara de espanto del pelirrojo menor. Éste sacudía la cabeza con frenesí.
—No que no, paso. Lo bueno es que a mí sí me va a ayudar tío Kardia.
—¿Ah, sí? ¿Cómo va a hacerlo, hijo?
—Haremos el asado —aseguró Milo—. Cooperamos cada uno con la mitad para comprar de todo.
—¿Asado, carne? —se espantó Kiki—. No, por favor. Papá joderá y correrá a traer las berenjenas para asarlas.
—¿De las que asolea tu tío? —indagó Écarlate malicioso.
El silencio se hizo en la mesa, Kiki boqueó con la aclaración de aquél comentario que pululaba en su casa cuando era niño.
—Ojojojo, ¡ahora todo tiene sentido! ¡La berenjena del tío Mu!
—¿Apenas caíste en la cuenta?
—¡Cállate, Sapo! Tú tampoco te diste cuenta antes.
—¡Lo hice el día que Patotas criticó el desayuno del tío Kardia!
—Oh sí —sonrió Écarlate con elocuencia—, recuerdo que le dijo: "¿otra vez quieres tragar plátano? ¡Ni se te ocurra enseñarle eso a los chicos! Deben aprender lo bueno que es que les chupen la verga, como yo, que ¡me encanta atragantar a Camus con mi berenjena!"
Para no perder la costumbre, el atragantado con semejante declaración en la boquita de Écarlate fue su padre. Camus tosió frenético y manoteó a Milo cuando éste quiso ayudarle. Las risas de los chicos empeoraron el episodio. Krest se apresuró a llevarle un vaso de agua. Su padre lo bebió y sacudió la cabeza.
—Chicos, ¡estamos desayunando! —dijo con voz ronca.
—No, pues si de eso se trata, tú ya desayunaste muy bien, papá.
—¡ÉCARLATE!
—¡¿Qué dije ahora?! —se quejó sacudiendo las manos con frenesí—. ¿Me dirás que no, después de que yo tengo la desgracia de dormir al lado de su habitación? ¡Me despertaron desde las cuatro, papá!
—¡ÉcaR! —chilló Camus con un trozo de voz.
—¿A mí qué me reclamas? Dile a Milo que, después de tantos años, no te la sabe chupar. Hasta le gritabas "así no, Milo, chúpala bien".
El mayor perdió el habla y casi le da un síncope al saber que, por desgracia, habían sido escuchados otra vez.
—¡Te dije que no quitaras el sistema de insonorización de las habitaciones cuando hiciste la remodelación, Camus!
—¿Por eso no escuchábamos nada cuando éramos niños? —se asombró Sisyphus—. Ya me parecía raro que nosotros no tuviéramos leyendas urbanas a diferencia de Regulus.
—Por supuesto, si fue idea de Dégel —apuntó Milo—. Salió caro, pero valió la pena.
—¡Con razón siempre dejaban los monitores de audio en nuestras habitaciones!
—Obvio, si no ¿cómo sabríamos que algo les pasaba?
Las expresiones de Krest se llevaban las palmas, el chico era incapaz de acoplar a su mente la idea de que su padre tenía tal salvaguarda para hacer...
—¡USTEDES Y SUS COCHINADAS! ¡MIS VÍRGENES OÍDOS!
—¿Todavía eres virgen, Bóreas?
Esa pregunta puso a la defensiva al azabache. Responderla podría meterlo en graves, gravísimos problemas.
—¿Y tú?
Écarlate le respondió con una expresión que no dejó lugar a dudas su postura. Krest resopló y se cruzó de brazos.
»De que los hay, los hay... ¡Eres un alacrán pervertido, como todos los de esta familia!
—Pervertido serás tú, que a tu edad sigues sin meterla...
—¡Óyeme, animal!
—¿Y por qué dejar de ser virgen para ti, únicamente significa meterla?
La pregunta de Kiki levantó polvo. Camus tapó de inmediato la bocota de Milo con la mano y ambos, se dedicaron a forcejear entre juegos del rubio y la censura del pelirrojo. Por otro lado, Écarlate señalaba a Kiki con expresión risueña, mientras Sisyphus se tapaba la boca azorado por semejante razonamiento.
—¡Tú sí sabes! Debiste irte a estudiar con Kiki, hermano. Así al menos, habrías aprendido a dejar de ser virgen.
—¡Cállate, animal!
—Vamos, Krest. ¿Esperabas que te juzgáramos si tuviste sexo antes o no? —concilió Sisyphus—. En esta casa lo que menos hay son prejuicios y mucho menos cuando papá se consiguió a Milo.
—¡Hey! ¡¿Cómo es que siempre termino embarrado?!
—Tú lo dijiste, papá —señaló Écarlate—: "les doy el ejemplo" y tal cual, te conseguiste a Milo. Eso significa que podemos tener a alguien igual a él o menos exhibicionista.
—¡Milo no es exhi...!
Camus se mordió la lengua y resopló.
»Olvídenlo.
Las risas siguieron. Sí, todos lo sabían. En varias ocasiones la pareja tuvo accidentes y los chicos se dieron cuenta pronto de cuánto se amaba ese par. Esta vez, Krest mantuvo el silencio y, de reojo, se encontró con la mirada de Kiki.
Si su familia supiera... quizá lo acusaran de idiota.
Y se lo merecía.
Krest revisó por tercera ocasión su apariencia en el espejo. El nerviosismo le sabía desconocido y lo atacaba sin darle tregua. Tras el desayuno, Kiki alegó una disculpa y se escapó de casa. Sí, escapó era el término correcto porque Krest lo conocía.
Su amigo evadía la pregunta de si tenía o no novia o novio. Además, ¿cómo no tendría si se había puesto tan guapo en estos tres años lejos de París? Tres largos años sin verse, después de aquella dolorosa separación.
—Vamos, Krest. Papá no hizo hijos cobardes y tú no empezarás con eso ahora. Ponte la armadura de nuevo, imita al Caballero del Cisne y enfrenta la situación con agallas.
Abandonó su habitación con paso seguro y bajó las escaleras. Se dirigió a la cocina y salió a la parte trasera de la casa. El enorme jardín compartido por las casas construidas alrededor, lucía diversos faroles colocados estratégicamente para dar visibilidad absoluta. Los árboles de frutos y los ornamentales brindaban sombras e impedían las violentas corrientes de aire.
Se encaminó hacia el centro del gigantesco jardín, donde las mesas dispuestas para la comida lucían soberbias, los asientos alrededor eran ocupados por los invitados y pululaban los letreros de felicitación a los tres Roux: Dégel, Camus y Krest, nacidos con pocos días de diferencia entre unos y otros.
De paso, saludó con un fuerte abrazo a su prima Sasha, hermosa y radiante como siempre, colgada del brazo de Sisyphus.
Más allá, encontró a su tío Kardia discutiendo con Patotas sobre la disposición de la carne.
—Hey, ¿por qué no mejor me saludas y te endulzas el día? Patotas no entiende, su papá lo hizo muy tonto.
—¡Krest! ¡Hola, guapo!
Lo saludó a la vieja usanza, con el saludo secreto creado desde su niñez. Después, le abrazó con fuerza, llenándose de la energía de su tío.
»Feliz cumpleaños atrasado, Patito.
—Gracias, tío. Ya no soy Patito, soy Krest.
—Ah, esos tiempos. ¿Te acuerdas? Renegabas por tu nombre y querías que te dijéramos Acuario.
—Claro, hasta que mi padre encontró una fisura en mi discurso y me obligó a ser el Caballero del Cisne.
—¿No era del Patito?
—Me olvidaba el nombre "Cisne", así que lo dejé en "Patito".
—Ahora todo tiene sentido.
—¿A mí no me vas a saludar?
—Tío Dégel, pero claro. ¡Feliz cumpleaños atrasado!
—Gracias, sobrino. Feliz no cumpleaños para ti.
—Ah, cierto —razonó entre risas—. Es mi no cumpleaños. Nunca me dejarás de sorprender, tío.
—Eso espero, de lo contrario, sabré que estoy enfermo.
—Tú no te me vas a enfermar, elfo de los cojones —renegó el escorpión abrazando al otro con posesividad.
—¿En qué quedamos? Tú no tienes por qué decirme qué puedo y qué no puedo hacer, bicho. Mucho menos después de lo que pasamos con tu corazón.
—Jooo... pero eso se arregló, ¿que no?
—¿Y eso gracias a quién?
Los mayores desviaron el rostro a Krest, pero éste había aprovechado la discusión para alejarse y todo porque, a la distancia, descubrió a Kiki. Esta vez, no lo dejaría escapar...
Al lado de su amigo, un Mu acompañado de su rubio esposo le entretuvo felicitándolo.
—Tu regalo está en la mesa.
—Gracias, Mu.
—También agregué uno.
—Gracias, Shaka. Eres muy amable. Ammm... si me disculpan, les robo a Kiki unos momentos.
—Por favor, es todo tuyo.
Mu y Shaka pusieron una mano en cada hombro del castaño rojizo y lo empujaron. El chico les reprochó con la mirada y obtuvo de Mu, una señal con la cabeza. De cierta forma, Krest sintió que lo animaban a hablar con él.
—Felicidades, ahora sí.
Krest recibió el abrazo de su mejor amigo y un beso en la mejilla.
»También te dejé un regalo en la mesa. Tiene una tarjeta y...
—Gracias, pero me gustaría más que me regalaras un poco de tu tiempo para hablar.
—Ya... pues... vamos.
Ambos caminaron alejándose un poco de la reunión. De quien no pudieron escaparse, fue de la tía Seraphina. Ella les dejó un plato de ensalada y un vaso con zumo a cada uno.
—Deben comer algo, ya es tarde y si Kardia los jode con beber cerveza o vino porque ya son mayores de edad, van a terminar mareados. Así que por favor, obedezcan.
Acataron la orden y siguieron su camino. Se instalaron en una banca en el perímetro del jardín, cerca de la casa de Krest. Un poco incómodos, picotearon el plato.
—¿Por qué cada que saco el tema sentimental, desvías la conversación?
Kiki se tomó su tiempo e introdujo un bocado para alargar el momento de hablar. Krest deseó sacudirlo para obtener sus respuestas. Se abstuvo porque lo conocía, presionar a su amigo sería contraproducente.
Terminarían peleados y era lo último que deseaba para este fin de semana.
—Vamos, Krest. ¿De qué te serviría escuchar de mis conquistas? Sólo es un tema banal entre nosotros.
—Hey, ¿no se supone que somos mejores amigos? Nos conocimos desde la infancia y de no ser porque estudiamos en universidades diferentes, seguiríamos juntos. ¡Antes nos contábamos todo!
—Pues tú estudias en Cambridge y yo en el MIT.
—Por terco, pudiste quedarte conmigo en Inglaterra —refunfuñó airado—. ¿Qué necesidad de irte al otro lado del mundo?
—Sí, ¿qué necesidad?
El silencio volvió como invitado renuente a largarse. Krest chasqueó la lengua y dejó a un lado su plato.
—¿Qué hice mal? Es decir, somos mejores amigos y somos libres de estar con quienes deseemos. ¿No?
—Por supuesto.
Silencio.
El azabache rechinó los dientes.
»Le estás dando muchas vueltas, Krest. Ya suelta esto. Déjalo ir y estar en paz.
—No, no quiero soltarlo. ¿Qué te pasa por la cabeza cada que te saco el tema de los novios? ¿Por qué sólo con ese tema? Yo quiero que me lo cuentes todo, como antes hacíamos.
La incomodidad se unió al silencio y los persiguieron como dos malditas bestias. Se ensañaron con los chicos y les dejaron con un mal sabor de boca.
—"Antes" fue hace mucho tiempo, las cosas han cambiado. Hemos cambiado.
—Cambió desde esa noche... Es lo único que se me ocurre.
—Vamos, Krest, no hagas un drama donde no lo hay. Esa noche nos emborrachamos y terminamos como bien sabes. Después de ello, volvimos a ser amigos. ¿Cuál es el lío?
—Tú haces el lío.
—Ah, ¿yo? Claro, no debería sorprenderme que me eches la culpa. A finales de cuentas, tú eres el que dijo que hiciéramos como si no hubiera sucedido nada.
¡Por fin sacaba algo a relucir! Al menos, se lo restregaba en la cara con suficiente emoción para tomarlo en cuenta.
—¿Eso fue lo que te molestó?
—Krest, no se tapa el sol con un dedo. ¿Fingir te sirvió de algo?
El azabache resopló mirando sus manos intensamente. Sus brazos se cruzaron sobre el pecho y le dedicó una dura mirada. Al contrario de sus expectativas, Kiki sonrió con dulzura.
»Todavía recuerdo cuando intentabas imitar a tu tío Dégel con esa pose de brazos cruzados y te salía lo que llamabas "un abrazo de momia".
A pesar de su disgusto, el rostro de Krest cambió a uno de nostalgia. Con la fuerza de ese gesto tierno en Kiki, se atrevió a meter el acelerador.
—Te extraño mucho. Después de esa noche, de mi reacción, siento que se formó un muro inquebrantable.
—Un muro de cristal —acotó con amargura—. Mi especialidad como Caballero del Borreguito. ¿Lo recuerdas? Peleábamos fingiendo lanzar nuestras técnicas. ¡Era tan divertido!
Deseó regresar al punto. La sonrisa de Kiki lo evitó. Quería ver más de esos gestos auténticos porque a últimas fechas, Kiki disimulaba frente a él. En sus videollamadas, en sus pláticas. Le mostraba un falso Kiki.
—No, tú eras el aprendiz del Patriarca. ¿Recuerdas?
—Oh, claro, sobre todo porque odiaba ser el Borreguito. Tú eras el Patito, no digo que fuera mejor, pero decir "borrego" cuando tienes tres años y te falla la "r", es humillante.
—Hey, si por algo decía Patito. Me olvidaba de la palabra "cisne".
—Cierto...
Esta vez, la incomodidad se largó y el silencio se quedó como un buen amigo. Los chicos guardaron para sí sus recuerdos. Krest decidió continuar con lo que le dolía:
—Kiki, yo te sigo queriendo con toda mi alma... Eso no ha cambiado.
Una sombra de tristeza embargó la cara de Kiki y el azabache temió haber metido la pata hasta el fondo con su declaración.
—También te quiero, Krest, pero ya somos adultos —exhaló compungido—. Debemos afrontar la situación con madurez y lamento mucho decirte que ya hay temas que no me gustaría compartir contigo.
—¿Por qué te lastimaría platicarme de tus novios? ¿Qué tiene de malo? ¡Somos mejores amigos!
Kiki se hizo un facepalm. Krest se rascó la nuca, sintiéndose como el bobo de Patotas. Ahora sí que se le había contagiado la tontez y como si necesitara afirmarse esa sospecha, vino la diatriba de su amigo:
—Es que tu papá no te hizo tonto, te hizo re'tonto y tarado.
—¡Hey! ¡No te metas con mi papá!
—Entonces tú te hiciste re'tonto y tarado. Además, de estúpido y ciego.
Los insultos le ofendían, pero nada se comparaba a soportar la mirada herida de Kiki. El azabache hizo a un lado todo y lo arropó entre sus brazos. Kiki lo empujó y se alejó de él.
—¿Por qué? ¿Por qué te alejas, Kiki?
—Porque eres un imbécil, eso eres.
—Explícame.
Kiki giró su cuerpo y su dedo acusador golpeó el pecho del azabache.
—¿Cómo quieres que te explique la verdad? ¡Pedazo de zoquete! ¡Sapo maldito!
—¡Kiki!
—¡Es verdad! Te convertiste en un asqueroso sapo lleno de verrugas y babas. ¿Cómo se te ocurre que después de estar juntos podíamos dar marcha atrás y fingir que nada pasó? ¿Ser mejores amigos? ¡Claro que no!
Krest se restregó angustiado las manos. El dolor de su estómago se asentó, como cada que enfrentaba una situación difícil.
—Yo no quería perder a mi mejor amigo.
—¡Pero lo perdiste...! Esa noche que nos emborrachamos y después, el día que dijiste tus palabras mágicas del: "hagamos como si nunca pasó", ¡lo perdiste!
Esa verdad cruel y despiadada le golpeó con más fuerza que una Ejecución de Athena. Krest dio un par de pasos atrás y bajó la cabeza conteniendo las lágrimas.
—¡¿Por qué?!
—Porque tapaste el sol con un dedo, en lugar de encarar las cosas. Estuvimos juntos, Krest. ¡Tuvimos sexo!
El azabache sacudió la cabeza y dio media vuelta. Kiki le tomó la mano y lo obligó a enfrentar la situación.
»Vamos, Krest. Tuvimos relaciones sexuales y te penetré... Tuvimos un orgasmo compartido y no sólo uno, fueron tres.
—Yo no llevo la cuenta —susurró avergonzado.
—Yo sí...
—¿Por qué? ¿Por qué vienes con esto?
—¡Porque yo nunca lo olvidé! Porque esa noche, alcancé los Campos Elíseos y de pronto, ¡me metiste en un maldito ataúd de hielo!
—¡Deja de hacer alegorías de Saint Seiya! ¡Ya no somos niños!
—Esa parte que ahora escupes, nos unió —siseó ofendido—. ¿Lo olvidaste? Por eso me acerqué a ti, por eso seguí a tu lado. Porque compartíamos cosas en común.
—Las compartimos y cuando se nos fue de las manos, te pedí que volviéramos atrás, a esos momentos y tú, en lugar de hacerlo, dices que te metí en un ataúd de hielo. ¡Fuiste tú quien me dejó de considerar como su mejor amigo! ¿Cómo quieres que me agrade esa etapa cuando nunca pudimos volver a ella?
—¿Por qué debíamos volver a algo que se había roto?
—¡No quería que se rompiera, Kiki!
—Pero se rompió, Krest. ¡Se rompió! Dejamos de ser mejores amigos esa noche.
Las lágrimas escurrieron por sus mejillas. Krest sacudió la cabeza queriendo escapar de esa horrible realidad y sólo se encontró con el tórax de Kiki. El otro lo abrazó y Krest se dejó envolver entre sollozos desgarradores, atrapando la inseparable bufanda blanca del otro con desesperación.
—Yo no quiero separarme de ti, yo no quiero alejarme de ti —susurró entre lágrimas e hipidos—. ¡Y tú te fuiste! Pisoteaste nuestros planes y te fuiste a América.
—¡¿Cómo querías que me quedara contigo cuando tú pisoteaste la noche en que todo cambió?!
—¡YA TE DIJE QUE NO QUERÍA QUE NADA CAMBIARA!
—¡PERO LO HIZO! ¡AMBOS CAMBIAMOS ESA NOCHE! —aseveró a pesar del dolor que le infligía a Krest—. Y yo no quería que volvieras a la etiqueta de mejor amigo, Krest. ¡Yo no te quería como mi mejor amigo!
—¡Pero yo sí! —gritó desesperado.
Él no quería perderlo, que se alejara de él, que no volviera a su lado. Al menos, aún cada uno en un extremo del mundo, podían verse. Le sabía desabrido hacerlo por videollamada, pero... tenía algo de Kiki.
—¡PUES YO NO!
—¿Y QUÉ QUERÍAS QUE HICIERA? ¡¿QUÉ QUIERES QUE HAGA PARA QUE NO TE VAYAS?!
—¡QUIERO ESTO!
La mano de Kiki sostuvo su cabeza y sus labios encontraron los de Krest. El corazón del azabache se saltó un par de latidos y sus lágrimas cayeron por sus mejillas. El cuerpo se le paralizó y sólo la presión de la mano de Kiki en su nuca tuvo sentido.
Esa y el roce agresivo de sus labios. La inmovilidad de Krest cambió la táctica de Kiki. Éste exhaló contra su boca y le dispensó un beso más amable y dulce. Lleno de cariño y afecto.
Sin saber bien las razones, Krest le atrapó la cintura al otro y movió sus labios queriendo alargar el momento. Kiki gimió y lo estrechó hasta que ninguna parte de su cuerpo sintió el vacío. Se comprimían igual que sus bocas, mientras sus lenguas se exploraban con avidez.
La respiración necesitó un momento para normalizarse. Las cabezas se alejaron y los zafiros de Krest, cargados de preguntas, se clavaron en los ojos de cielo de Kiki.
—Dejaste de ser sólo mi mejor amigo cuando nos entregamos al otro —susurró contra su boca—. Nuestra amistad se rompió, pero yo quería que tomáramos los pedazos de esa relación y la lleváramos al siguiente nivel, no que... ¡NO QUE ME ESTANCARAS EN EL PAPEL DE MEJOR AMIGO!
Kiki se separó llevándose las manos al cabello. El azabache se quedó frío, sin el calor de ¿su mejor amigo?
»Me cerraste la puerta en las narices con tu necedad de hacer como si no hubiera pasado nada. Me enloqueciste de dolor con tu deseo de seguir siendo mejores amigos.
—Y-yo... yo...
Kiki exhaló sentándose en la banca mientras jugaba nervioso con sus manos.
—Lo siento, Krest. Sé... —se lamentó restregando sus cabellos con desesperación—. La verdad no sé qué creer de ti.
Él tampoco sabía qué creer de sí mismo.
»No sé si tienes miedo de empezar algo diferente conmigo o si en realidad deseas sólo ser mi amigo, que es válido. Es sólo que...
Kiki se levantó y caminó en círculos, como una bestia enjaulada.
»No quiero hablar de mi relación sentimental porque me muero de celos sólo de pensar que puedes estar con alguien, sonreírle o... o besarlo... ¡Ahora imagínate si me platicas de ellos, de tus relaciones sexuales o de... que tienes novio o... vas a casarte! Yo...
Se restregó el rostro angustiado, tembloroso y dolido.
»Prefiero no saberlo, Krest. Prefiero no saberlo y ahora sí, seguir tu consejo de fingir que, de alguna forma, sigues siendo mío. Como en esa noche... Que Krest Roux sigue siendo mi amante a la distancia, el chico al que amo con cada resquicio de mi ser...
El acuariano se miró las manos con la garganta cerrada. Analizó las palabras de Kiki y cuestionó sus propios sentimientos. Las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas, díscolas, sin miedos o incertidumbres. Sólo siendo ellas.
Libres y soberanas.
Llevándose consigo todo el dolor y la incertidumbre.
Los ojos anegados de ellas se alzaron y captaron el momento en que Kiki derramaba la primera de las gotas saladas. Un impulso fue mayor que su propio razonamiento. Corrió a limpiarla con sus labios, mientras lo sostenía en sus brazos. Era Kiki, su mejor amigo, su compañero de aventuras y desastres. Su rival cuando el chocolate aparecía en la mesa y...
—También te amo. También te quiero así, para mí, como... como Papá y Ricitos. Como tu padre y tu padrastro. Como mis tíos Kardia y Dégel. Como una pareja, como... mi novio. Porque eso seremos... ¿verdad? ¿Seremos novios?
—¿Quieres eso?
Le obligó a alzar el rostro, analizó cada uno de sus gestos con vehemencia. Era Kiki, él podía leerlo como un libro abierto. Krest sólo tuvo que sonreír para darle la respuesta.
»¿Estás seguro? —insistió desesperado—. ¡Dijiste que no me querías perder como tu mejor amigo!
—¿Y qué te iba a decir? ¿Que me gustabas? —contraatacó sabiendo que arriesgaba el todo en esta batalla—. ¿No te correspondí el último beso, Borrego del Tártaro? ¿No me entregué a ti esa noche?
Kiki se mordió los labios y apretó los puños con fuerza. Krest tomó aire para ir de lleno a por todo.
»¡Por supuesto que me gustas así! Sólo que tenía miedo de que nuestra amistad se rompiera cuando vieras la verdad que me negué todos estos años. Después de esa noche, también te quería como novio y me aterraba que desearas irte de mi lado.
—¿Estás seguro? —preguntó con los labios temblorosos.
Krest los llenó de besos amables y cálidos para reafirmar sus palabras.
—Sólo veo los hechos, Kiki. Tuvimos sexo y lo disfruté como loco. Me moría de celos cada que te preguntaba sobre tus novios y no me respondías. ¡Quería que me dijeras que no tenías a nadie o que los otros no se comparaban a mí!
Kiki resopló y se aplanó los cabellos.
—¡No tengo a nadie a mi lado y nadie se compara a ti, Sapo idiota!
—¡No me digas Sapo, Borrego imbécil!
Kiki rió. Llevado por un impulso, besó la mejilla de Krest con devoción y luego, sus labios con anhelo y fogosidad. Krest le correspondió con entrega y ganas de seguir así, por siempre.
Toda la vida.
—Oh, joder, nuestra relación va a ser igual a la de tus padres.
—¡¿Mis padres?!
—Patotas y Camus.
Lo abrazó con emoción y lo apretó contra él. Krest dejó su mejilla sobre el hombro de Kiki, disfrutando de su nueva altura, incluso de la amplitud de torso y espaldas que lucía. Además, por fin podía babearlo en su mente con absoluta libertad.
—Ricitos y papá Camus —susurró feliz—. Sí, puedo vivir con eso.
—¿Ahora es Ricitos?
—Siempre lo fue, pero cuando se pone idiota, es Patotas.
—Ah, cierto, siempre me lo olvido.
Los ojos de cielo de Kiki se plantaron en el rostro de Krest. Le sonrió y esta vez, el azabache pudo notar las emociones reales de su...
—¿Somos novios entonces?
—¿Quieres una declaración formal? —respondió arqueando una tika.
—Ay no, qué horror —puso cara de espanto.
Kiki se burló mientras lo arrullaba entre sus brazos.
—Entonces sí, somos novios.
—Ah bueno, sólo quería aclarar el punto.
—De acuerdo, aunque yo querría aclarar el punto en... la cama. Esta noche.
—¡¿Esta noche?!
Saltó como gato tras un buen susto. Kiki sonrió malicioso.
»P-pero... pero...
—Oh, vamos, Krest. No vayas a creer que esperaré hasta las vacaciones de Semana Santa para follarte. ¿O sí?
—Cuando lo dices así, me recuerdas taaanto a Patotas.
El otro tuvo el buen tino de sonrojarse.
—Lo siento, pero ya van casi cuatro años de abstinencia y... bueno, digamos que te ves tremendamente bien para que no deje de pensar en ponerte en cuatro y...
—¡KIKI!
—¿Qué? —renegó y se mesó los cabellos—. Oh, vamos, Krest. Es normal entre novios.
—Sí, ya lo sé, es sólo que... que... —calló y tragó saliva—. Odiaría que Écarlate nos escuchara. Además, Sisyphus dijo que también se quedaría en la casa, por eso aceptó la copa de vino que tío Kardia le dio de beber.
—Bueno, entiendo. Te diría de ir a mi casa, pero están papá y mi padrastro... a menos que los mandemos a otra casa.
—¿A cuál? ¿Con tío Kardia y tío Dégel?
—Cuando lo pones así, «pos» como que no...
Los dos se miraron con cara de circunstancias. El azabache resopló angustiado.
—¿Ves por qué no quería dejar de ser tu mejor amigo?
—¿Cómo dices?
—¡Al menos así no estaría desesperado en follarte!
—Pues... ahora que lo dices.
—¿Qué?
—Tu casa está sola, la mía también... ¿y si aprovechamos?
—¡KIKI!
Sin embargo, fue justamente lo que hicieron. Se tomaron de la mano y se fueron a la casa de Krest rogando porque nadie, absolutamente nadie, se enterara de que su amistad se había roto para transformarse en algo mejor.
Mucho mejor...
¡Hola, Paballed@s!
De pronto, vi el calendario y me di cuenta de que Krest cumplió el 8 de febrero. Ooops, así que decidí hacer este capítulo de No cumpleaños celebrando su cumpleaños, jajaja. Como hacemos muchos en la vida real.
Sin embargo, elegí a nuestro Paballedo porque... no puedo sacármelo de la cabeza y decidí saltar en el tiempo para darle un bonito cumpleaños. Intenté no mostrar mucho del final de Propuesta Indecente porque... no me gustan los spoilers, pero se hizo lo que se pudo.
Espero te haya gustado y lo hayas disfrutado tanto como yo. Esto en definitiva es un mimo para mi Paballedo que se robó la pantalla de Propuesta Indecente y gracias a él, me es más llevadera la vida.
¡En tu honor, Krest!
Y veré si después, saco el de Tristán, el caballero de Acuario de Wings, que por ahí alguien me propuso y me llamó la atención.
Sí, no es un Acuario x Scorpio, pero nuestro Patito sí o sí tiene que terminar con Kiki :D
Cuídate y besos.
Pd. Crédito de imagen a su creador.
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