2. El aeropuerto [Camus]
Las doce horas sonaban en el reloj. Las personas iban y venían con sus maletas. Las pisadas lentas o aceleradas, según el tiempo sobrante en el reloj. Las emociones variopintas se dibujaban en sus rostros, los ropajes cómodos o elegantes los distinguían.
Camus Roux levantó la mirada de la pantalla de su computadora dejando a un lado el análisis de datos. Alargó la mano y se apoderó de la bebida caliente, cuyo aroma le despertó el apetito. La llevó a los labios. El café le entregó el pleno funcionamiento de su conciencia y después del segundo trago, regresó a la pantalla.
Trabajó intensamente hasta el momento en que su vuelo fue anunciado. Se dispuso a guardar sus pertenencias y de reojo, captó la imagen de un hombre, de esos capaces de quitar el aliento. Con disimulo siguió sus pasos, concentrado también en meter la computadora a su bolso.
El rubio, cual dios griego, se dirigió al mostrador con paso decidido. Las largas piernas estaban cubiertas por jeans desgastados. Una camiseta con el emblema de Metallica abrazaba su amplio tórax y los anchos hombros. Sobre ésta, una chaqueta de motoquero cerraba el atuendo.
Las botas militares hicieron eco conforme el rubio se acercó a la empleada de la aerolínea. Ésta tragó saliva y bajó la mirada con timidez, sin la fuerza para encararlo. El rubio ladeó una sonrisa y le entregó sus documentos de embarque.
A unas cuatro personas detrás, Camus seguía cada movimiento del tipo. Por más que se esforzaba en desviar la mirada, sus orbes de rubí volvían como olas de mar a la playa. Ese rubio era un imán y Camus se sintió incapaz de alejarse demasiado de su área de atracción.
Lo vio caminar delante y centró su atención en las zancadas firmes que marcaban bien las redondas nalgas cubiertas por los jeans. Eran una tentación irresistible. Le hormiguearon las manos con la simple idea de golpear esa carnosa zona con violencia. Con seguridad, su palma rebotaría por la fuerza de esos glúteos.
Por otro lado, el largo cabello crespo era un desafío a los estándares de la etiqueta. El tipo lucía la melena libre y sus grandes manos la arreglaban a su antojo. Camus pudo imaginar esas rubias hebras a lo largo de su almohada.
El estómago del pelirrojo se hundió al verlo sonreír de nuevo, esta vez a una de las azafatas. Se reprendió internamente por su estupidez y se obligó a ignorarlo. En su turno, le mostró su documentación a la encargada y le señalaron el camino. Por fortuna, su asiento se encontraba en un pasillo contrario al del rubio.
Subió su equipaje de mano al compartimento, se ubicó en su lugar y esperó paciente colocando sus dispositivos en modo avión.
El vuelo inició sin contratiempos, su único problema fue el hombre de al lado, en el asiento del pasillo, pues su cuerpo voluminoso complicaba el sentarse cómodamente. Su compañera de la ventanilla era menuda, por lo que se corrió hacia ese lado lo más que pudo.
Sin duda, la clase Turista fue creada para hacer sufrir a cualquier persona. Camus no fue la excepción. Por más que evitaba el roce con el compañero del pasillo, era imposible. Además, el pobre sacaba un aroma a sudoración que lo obligó a fingir una tos y usar un cubrebocas.
El viaje por fortuna era corto, aún así, sacó su computadora y se concentró en las cifras. Cualquier cosa era mejor a prestar atención a los aromas. En algún momento, su compañero del pasillo se puso en pie y él respiró de alivio. Cinco minutos más y hubiera sido él quien saldría de ahí sin pensarlo dos veces.
La tranquilidad le duró poco. Alguien llegó como una tromba y se sentó a su lado.
—Hola, lagoudaki.
¿Lagou...da...ki? ¿Le dijo "conejo" en griego? ¡¿Cómo se atrevía?!
La cabeza pelirroja giró hacia el de la voz con la intención de ponerlo en su lugar y, a través del cubrebocas, la fragancia se intensificó. Unos ojos aguamarinos se engancharon a los suyos y una sonrisa torcida lució en el rostro de rasgos perfectos bajo los estándares griegos.
Era el rubio del embarque. Sentado a su lado. En el lugar del otro tipo. Y su aroma era adictivo.
"Oh, la lá !".
—¿Te conozco? —cuestionó queriendo salir rápido del atolladero.
Imposible, la sonrisa ladeada del rubio era imposible de ignorar.
—No, pero eso tiene fácil solución —acotó ofreciendo la mano—. Milo Antares. El gusto es todo tuyo.
—¿Cómo dices? —increpó obligándose a levantar la ventisca que alejaba a todos.
Por supuesto, no le tomó la mano. ¿Para qué? Si todo salía bien, este tipo saldría volando pronto de ahí.
—Oh, enojado eres muchísimo más atractivo —aseguró emocionado—. Vamos, ¿crees que puedas enojarte más?
—¡¿Cómo dices?! —repitió muy cerca del síncope.
Este tipo se comportaba como un atrevido y un imbécil. Las rodillas del rubio presionaron los muslos de Camus. El instinto y el disgusto lo llevó a quitarlas. La mesa desplegada y la computadora encima de ésta, le impidieron un certero escape.
—¿Tienes problemas de oído?
—¡Por supuesto que no! —aseveró y se acomodó las gafas sobre la nariz—. Escucho perfectamente.
—Me alegra porque...
El rubio se le acercó demasiado y el cálido aliento penetró su canal auditivo.
»Odiaría que ignoraras mis órdenes mientras...
Por impulso, se alejó de él frunciendo las bifurcadas cejas.
—¿Cuáles órdenes? ¿De qué estás hablando? ¡A mí nadie me ordena!
—Oh, lagoudaki... Te enterarás...
—¿De qué hablas?
La plática se interrumpió con la llegada del compañero de pasillo. El rubio se levantó y volvió a su asiento sin pronunciar más palabras dejando a un Camus lleno de intriga.
Y eso era lo único que no soportaba. La intriga.
Aguantó el resto del viaje porque tampoco iría a buscar al rubio y exigirle respuestas. Además, cuando fue al baño —sin muchas ganas—, no logró distinguir su melena entre los pasajeros. Juraría que antes le vio irse hacia la zona trasera del avión.
¿Dónde demonios se habría metido ese tipo?
Vació la vejiga y se lavó las manos con disgusto. Quería ubicarlo para evadirlo, se dijo. Una vocecita en su cabeza, se burló de él. Abrió la mampara con el afán de salir y sus ojos se llenaron con nueve letras pintadas en negro.
"Metallica".
Fue lo único que vio antes de quedarse encerrado en el baño con un rubio a su tamaño. Éste cerró la mampara con habilidad y le dedicó una mirada pícara.
—Nos vemos de nuevo, lagoudaki.
—¿Q-qué... qué...?
Le quitaron el cubrebocas y le pusieron un dedo en los labios.
—Shhh, no subas el tono de voz o nos descubrirán.
Camus le golpeó la mano con un arranque de rabia que se igualó al de los gigantes de hielo tan temidos en las historias mitológicas.
—¡Tú no me ordenas...!
—Yo te ordeno lo que me plazca...
Las siguientes palabras del pelirrojo fueron apagadas contra unos labios. Los párpados de Camus se abrieron como dos puertas sin goznes. El rubio atrapó su mirada con ojos lánguidos y sensuales.
Los pliegues de la boca del atrevido se movieron con experticia, Camus se encontró, aún a su pesar, recibiendo ese beso con fervor. Sus labios se abrieron bajo la presión de una lengua contraria y al contacto de la suya, la temperatura se elevó.
El pelirrojo se aferró a los cabellos rubios y los apretó con sus dedos.
Milo gruñó contra su boca y bajó rápido las manos para apresar las nalgas del otro. Lo guió al frente, hasta que sus virilidades cubiertas por los pantalones friccionaron y se levantó la líbido, así como el tamaño de sus entrepiernas, con fervor.
—Sabes tan rico —susurró contra su boca—, como un delicioso helado de cereza con menta.
El reclamo de Camus quedó apagado con otro ósculo tanto o más decadente que el primero. Se encontró con los pantalones desabrochados y bajados a las rodillas. Incluso, vio su propia cara en el espejo mientras le desprendían del bóxer.
—Estás... loco —acusó a duras penas.
—Por ti, cualquier cosa es posible.
Unos dedos hurgaron en su interior. Camus se erizó como un gato y echó atrás la cabeza. Fue recompensado con unos besos en su cuello y unos dientes marcando territorio en su propia piel. Esa simple acción le voló la cordura.
Empujó las nalgas en una franca invitación. El aroma de Milo, las acciones y las frases lo enganchaban a éste. Además, Camus era un hombre incapaz de negarse a un gusto y el rubio, se llevaba las palmas.
Una gruesa virilidad se hundió en él. Se arqueó de puro placer. Era larga y el dueño la movía con maestría. Ese magnífico miembro se acomodó y golpeó rápidamente su próstata. Cada roce lo llevó al delirio. Camus aspiró y se sujetó del lavamanos siguiendo el ritmo marcado por el rubio intentando por todos los medios no gritar o gemir demasiado alto.
—Estás... delicioso —alabaron contra su oído—. Tan... apretado y caliente.
—Cállate y sigue... Hazlo rápido, antes de... que nos descubran —dijo a duras penas, con las gotas de sudor perlando en sus sienes.
El otro obedeció. Las acometidas fueron certeras e intensas. Camus temió que esos sonidos lascivos, de las nalgas siendo golpeadas por el pubis del otro y los testículos moviéndose al compás, fueran escuchados y grabados por algún influencer.
El colmo fue descubrir un raro fetiche en lo profundo de su ser: mataría por ser descubierto y grabado. Lo disfrutaría al máximo y dejaría claro a los demás a quién pertenecía ese rubio.
Milo empujó más fuerte y elevó el cuerpo del pasivo un par de centímetros. Camus se tapó la boca con la palma y evitó así, que ningún sonido escapara.
Una mano apretó su miembro y lo masturbó con habilidad, sabiendo exactamente dónde tocar y cómo moverse.
Unos labios encontraron su cuello. Se dedicaron a besarlo y a veces, a mordisquearlo, tal como le gustaba al pelirrojo.
La temperatura subió entre ellos y la tensión estalló en mil pedazos al alcanzar el orgasmo. Primero fue Camus y sus contracciones catapultaron el de su compañero.
El pelirrojo fue apretado posesivamente por el rubio. Sus respiraciones procuraron ser ocultas de los demás pasajeros y, sobre todo, de las azafatas. Después de unos instantes, se relajaron y se dedicaron un beso cariñoso.
—Estuvo genial, tal como te lo dije, lagoudaki —susurró el rubio en su oído.
—Cá...llate... —logró decir entre jadeos.
Se tomaron un par de minutos, Milo se apresuró a limpiar y arreglar las ropas de Camus. Después, siguió el turno de las suyas. Besó la nuca del francés y le dedicó una tierna mordida.
Camus gruñó sintiendo sus instintos despertar. Deseaba más que ese leve apretón. Quería que dejara marca.
—Me adelanto y distraigo a las azafatas, apúrate.
—D-de acuerdo.
El rubio escapó de ahí, Camus se concentró en el ritmo de su respiración odiando la rápida recuperación de Milo. Vio su reflejo y sonrió de lado. Nadie le haría olvidar cuánto disfrutó este encuentro sexual.
Se apresuró a recobrar su apariencia y cayó en la cuenta: el otro tuvo razón, terminó obedeciendo sus órdenes...
Maldito, ya le haría pagar su atrevimiento. ¡A él, nadie le ordenaba!
El resto del viaje soportó el hedor de su compañero y los ronquidos de la otra pasajera sentada a su lado. Nada le borró la sonrisa de oreja a oreja.
A su tiempo, el avión aterrizó con éxito, Camus tomó su mochila y se dirigió a la puerta. Atravesó el pasillo y se detuvo en la salida del puente, buscando en sus bolsillos.
Alguien le rodeó la cintura, levantó el rostro listo para congelar al imbécil y se encontró con Milo.
—Fantasía cumplida —le dijo en el oído—. Feliz cumpleaños, mi amor.
La risa del francés fue interrumpida por un tórrido beso. Milo le guiñó un ojo y caminaron juntos. Camus se acomodó contra su hombro sintiéndose pleno y feliz a su lado. Su esposo le cumplía toda clase de fantasías por más descabelladas que éstas fueran.
—Gracias, Milo.
—Olvídalo, también quería hacerlo —aseguró con ojos brillantes—. ¿Te gustó?
—Oh, sí... sexo con un desconocido en el baño de un avión. Aunque los gérmenes...
Se estremeció de repelús.
—Olvídate de eso —exigió besando su mejilla—, concéntrate en la experiencia. ¿Te gustó o no?
—Sí, por supuesto. Contigo siempre me gusta.
Lo decía con honestidad. El sexo con su marido era increíble.
—Bueno, ya sabemos qué sigue para tu próximo cumpleaños.
El pelirrojo arqueó una ceja bifurcada y el rubio le guiñó un ojo.
»Sexo con un desconocido en un tren...
¡Hola, hola, mis Paballed@s!
Como lo prometido es deuda, aquí fue el segundo capítulo y esta vez, en honor a nuestro Camus. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, CAMUS!
No hice el de Hyoga este año porque, quienes me conocen, saben que estuve fuera de casita xD y en realidad, esto del fic de Scorpio & Aquarius surgió de estar aburrida en el aeropuerto esperando a embarcar. De ahí, empecé a escribir este capítulo y luego, vino el de Dégel y al final, bueno, salió este fic.
Sí, mis procesos mentales son muy... complejos xD.
¿Cuándo volveré a actualizar este fic? Pues de preferencia una vez por mes, sólo para que sepas que sigo viva y escribiendo. ¿Te parece?
¿Qué te gustaría leer? Quizá así me pueda dar ideas para escribir, eso sí, agarraré lo que me acomoda porque sólo busco desestresarme.
Besitos y cuídate.
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