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Visita

Jack

- ¿Adónde vas? -pregunta Tadashi.

- Mérida ha estado rara desde hace días -me pongo los zapatos y camino fuera de la habitación-. Tengo que ver qué pasa con ella.

- Yo creo que primero deberías ordenar tu parte de la habitación -dice mientras cierra su libro y me mira, serio.

Volteo a mi escritorio, a mi cama, al único mueble que es 100% mío... Están desordenados, con las cosas por todos lados. ¡Es perfecto!

- Lo haré cuando llegue.

Cierro la puerta y me voy casi corriendo a la casa de las chicas. Mérida estará tan feliz de verme.

Atravieso un tramo de bosque para ahorrar camino, tomando la zona iluminada. Se siente un frío tenebroso.

Me detengo en seco al ver una sombra en un árbol. Una sombra con ojos brillantes.

Salta y me percato de que es un gato negro. Uno muy pequeño. Río entre dientes y lo levanto, mientras acaricio sus orejas.

- Demonios, amiguito -le digo-. Casi haces que me dé un susto.

Comienza a ronronear suavemente. ¡Es tan lindo! Tengo que mostrárselo a Mérida.

Sigo caminando con el pequeño gato entre mis brazos hasta que llego a la entrada de la zona de las chicas. Un escalofrío me recorre la espalda.

Camino rápida pero nerviosamente. A veces las chicas me dan miedo.

Cuando llego a la puerta, toco el timbre. Dejo con cuidado al gato en mis pies y saco mi móvil;

Mérida, te tengo un regalo.

Rapunzel abre en cuanto doy enviar.

- ¡Jack! ¡Hola! -dice dulcemente-. ¿Qué pasa?

- Hola Punzie -digo mientras relajo mi mirada. Había olvidado que la tenía tensa-. Pues, vine a traer a...

Miro a mis pies para tomar al gato, pero éste ha desaparecido. Me sorprendo.

- Yo, uhm, bueno... -sueno confundido-. Traía un gato.

Rapunzel se ríe suavemente.

- ¿En serio?

- Sí. Pero... -me rasco la cabeza. ¿Dónde está el gato?

Lanza otra risa al ver mi cara. Me toma del hombro y cierra la puerta por detrás de ella mientras camina.

- Ven. Tengo que ir a comprar un café. Yo invito -me guiña un ojo.

Sonrío. Miro atrás, buscando una ultima vez al gato negro... No estoy loco. Él vino conmigo.

- Ya déjalo -me dice-. Seguramente huyó de tu mal aliento.

- ¡Yo no tengo mal aliento! -reacciono.

Suelta una risa y sigue caminando. Yo... No tengo mal aliento. No.

- Eres una grosera, rubiecita -le digo con una sonrisa.

- Así es -me golpea suavemente con su cadera-. Lo soy...

El aire sopla, pero por alguna razón no siento frío. No. Nada...

Solo es aire.

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