Mérida
Tengo que hablar con Hipo. Tengo que hacerlo hoy, decirle algo que... En serio necesito sacar. Pero... Me da una terrible inseguridad y miedo intentarlo.
- ¡Rapunzel! -grito mientras hundo mi cabeza en la almohada-. ¡Aaaagh!
Quiero que sepa. Creo que él también siente lo mismo; creo que... Le gusto también. ¿Pero cómo decírselo?
- ¡Rapunzel! -grito con más fuerza.
Tengo una pereza increíblemente grande como para caminar tres habitaciones e ir a buscarla. Puedo escuchar a lo lejos el sonido del piano siendo tocado con un poco de brusquedad. Elsa.
Después de varios minutos rodando por la cama, dando patadas al aire y peleando conmigo misma, decido ponerme de pie y camino al cuarto de Rapunzel, pero cuando abro la puerta, no está. De hecho nadie está arriba, mas que Elsa y yo, así que bajo las escaleras trotando y antes de dar un brinco ruidoso contra el suelo, veo a Jack, Honey y a Rapunzel hablando entre ellos en la sala. Jack trae puesta una bufanda, tal como le dijimos, pero en su rostro hay una expresión que me pone los pelos de punta; al principio no sé bien si se trata de sorpresa, miedo o desconcierto, pero sus ojos demuestran una tremenda ansiedad. Tiene entre sus manos una taza de té humeante, pero tiembla mucho. La televisión está prendida.
- ¿Qué pasa? -pregunto mientras me acerco.
Honey y Rapunzel parecen confundidas, pero apoyan a Jack.
- ¿Jack? -insisto, acercándome a él.
- Es PJ -responde, con la pupila dilatada-. Él...
No logra terminar la frase, y por un momento temo lo peor. Por la mirada que tiene en su rostro, no ha de ser nada bueno. Paso mi vista por el rostro de todos, para luego descubrir qué irradiaba realmente la expresión de Jack;
Horror...
- Murió -termina Rapunzel por él-. Ayer, durante el ataque.
¿Qué? Siento que mi corazón da un vuelco inesperado. Por lo poco que veía en ese chico, notaba una vida normal. Una demasiado aburrida y normal.
El televisor cambia automáticamente de canal, y sale un reportaje. O noticiero, lo que sea.
- Interrumpimos este programa para traerles una noticia de ultimo minuto -dice la reportera-. Los ataques en la cuidad seguirán, y no se detendrán hasta que consigan su venganza.
La cámara enfoca un gran mural con un mensaje pintado con pintura en aerosol.
- Las autoridades hacen lo que pueden, pero mientras tanto -suena tan alarmada que apenas y se le entiende-. Damas y caballeros, les recomiendo que no salgan mucho, que aseguren sus casas, y que cuiden mucho a sus familiares.
Enfocan otra pared; venganza. Ojo por ojo, saldaremos deudas.
Siento un tremendo sentimiento de miedo y angustia cuando leo eso. Quiero vomitar, y desmayarme; quiero casi morirme tan solo pensar en ese mensaje.
Ojo por ojo. Disparo por disparo. Muerte por muerte... Mierda. No puede ser...
¡Hipo!
- Entonces PJ -digo casi sin habla.
- Sí -interrumpe Jack, todavía perdido en sus pensamientos-. Fue al que Disparó Hipo... Y ahora los otros quieren venganza.
Oh, no...
*****
- ¿Alguien más sabe de esto? -pregunto al cabo de un rato.
- No... En sí, nadie tiene pruebas como para demostrar quién fue el que disparó -explica Rapunzel-. Las cámaras no funcionaban durante el ataque, así que encontrar al culpable será un poco complicado.
Siento que mi corazón se me sube a la garganta, que el azúcar se me baja, y me siento terriblemente enferma con ganas de vomitar.
- ¿Qué hacemos? -pregunto.
- Guardar la calma -dice Gogo de la nada, saliendo por detrás de nosotros-. Nadie puede saber esto. Ni Anna, ni Elsa, ni nadie más -mira a Rapunzel y a Honey-. Ni si quiera a Tadashi. O a Eugene.
Todos asentimos. Este tema es demasiado grave y delicado, y si esta información cae en manos equivocadas, podría causar un terrible error.
- ¿Hipo lo sabe? -pregunto.
- No... -responde Jack-. Aún no.
- Yo le diré -me ofrezco antes de que alguien más lo haga. Todos me miran-. Yo hablaré con él.
Asienten, y antes de que pase algo más, le ordeno a mi cuerpo volver a la realidad y ponerse en marcha. Tomo una chamarra de Anna que está colgada en el perchero de la entrada y salgo corriendo a toda velocidad cuesta abajo hacia la casa de los muchachos. Durante todo el trayecto lo único que hago es pensar en lo que acaba de pasar, en los mensajes que los noticieros han estado mandando, y en que Hipo mató a uno de los integrantes. Pienso en que todo esto es una verdadera mierda, y por alguna razón, siento que es culpa mía. Sólo mía.
Toco la puerta un poco más fuerte de lo que espero, y me tomo un momento para recuperarme; me arden las piernas y los pulmones, y dentro de mí hay un cansancio demasiado grande. Levanto la vista y veo mi casa, tan blanca y brillante como acostumbro verla, con las ventanas perfectamente limpias.
- ¡Hipo! ¡Ábreme! -grito con desesperación.
En eso la puerta se abre y Fred me recibe. Trae puestos como de costumbre unos pescadores flojos y una playera con un estampado llamativo, con unos tenis para correr.
- ¡Mérida! -dice con alegría-. ¡Hola!
- Hola -digo entre jadeos-. ¿Está Hipo?
Apenas escuchó el sí, pongo en marcha y me meto a la casa esquivándolo. Mientras subo las escaleras, le grito:
- ¡Gracias, Fred! ¡Lo siento pero es una emergencia!
Ubico el segundo cuarto del pasillo izquierdo y me adentro en él. Me detengo en seco y toco la puerta, anunciando mi presencia. Abre en cuanto escucha mi nombre.
- Mérida -parece confundido-. ¿Qué pasa? -se percata de mi cansancio y sudor-. ¿Estás bien?
- Sí -miento-. ¿Podemos hablar...?
Se lo piensa uno segundos, se hace a un lado, y veo su computador encendido, con una imagen en grande de dos jóvenes tirados en el suelo, con un charco de sangre al rededor de ellos.
- Oh, no... -digo preocupada.
Agacha la mirada, y aprieta los puños junto con los dientes. Parece molesto.
- Fui yo, Mérida. Yo los maté...
Camina un par de pasos lejos de mí y me da la espalda, como si le avergonzara la idea de que lo veo después de lo que hizo.
- Maté a esos chicos... -repite-. Yo, maté a mi amigo...
Intento caminar a él, pero se aleja otro paso. Y continúa apretando sus puños; tanto, que hasta que empieza a encarnarse las uñas.
- Soy... Un asesino -dice para sus adentros-. Soy un maldito asesino...
Me parte el corazón verlo de esta manera, siento que mi corazón quiere llorar, que debo llorar, porque ver que se esta torturando a sí mismo, sentir y presenciar este dolor que se auto infringe, es hacerme sufrir también.
- No merezco vivir -dice-. ¡Simplemente no lo merezco!
- ¡Cállate! -le suelto molesta-. ¡No digas eso!
- Mérida...
- ¡No! ¡No vuelvas a decirlo! -lo regaño, mientras un nudo se me comienza a hacer en la garganta-. ¡No. Digas. Eso! Tu mereces vivir... Tanto como yo.
Se me rompe la voz en la última palabra, y no sé cómo calmarme ahora. Idiota. ¿Cómo puede decir semejante cosa?
- Hiciste lo que tenías que hacer -prosigo con la voz más calmada-. ¿Okay?
- Eso no evita el hecho de que lo hice -interrumpe-. No soy bueno, ni para ti, ni para nadie.
- Hipo... -digo, y las lagrimas salen de mis ojos.
En dos pasos logró alcanzarlo, y me aferro a él con tanta velocidad que ni si quiera él pudo verlo llegar. El impacto es suave y delicado, pero el apretón es fuerte. Mi cabeza queda en el borde de su nuca, y mis brazos quedan aferrado a su cintura como cadenas que lo aprisionan, y, por unos cortos segundos, siento que me pertenece.
- Soy un desastre -continúa, llevando una mano a su rostro para cubrir sus ojos llorosos-. No soy listo. Tampoco inteligente... Ya no sé qué soy.
Siento una punzada de dolor al escucharlo decir esas palabras. Entiendo que se siente triste y quizá como un criminal, pero, lo hizo para defenderse... Y lo entiendo. Lo entiendo.
- Eres lo que siempre has sido -mi tono de voz es suave-; mi amigo...
Se da la vuelta muy rápido, haciendo que mis brazos se suelten, pero en menos de lo que pienso, está abrazándome de frente con todas las fuerzas que tiene, con todos los sentimientos que siente. Puedo respirar su perfume penetrado en su playera, sentir sus brazos rodeando mis hombros, su cabeza hundida en mi hombro y su aliento en mi oído. Es hermoso. Incluso llorando, es todavía más hermoso.
Y ambos nos dejamos llevar.
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