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Sombra

Hipo

El día comienza temprano. Mi madre va a correr conmigo, a pesar de que hacemos pausas continuamente para que pueda volver a tomar aire, o descansar un poco cuando mi pierna pide piedad.

Eugene me comentó que hace apenas dos días, por la noche, atropellaron a un sujeto y Mérida quiso acogerlo en su casa y curarlo. Típico de ella; andar de caritativa y piadosa. Como si todos fuésemos alguna especie de animal malherido. No necesito su lástima, ni su dolor.

De hecho, no la necesito en lo más mínimo.

- ¿Hipo? -pregunta mi madre-. ¿Te encuentras bien?

Vuelvo a la realidad y la miro a sus ojos. Siento los míos húmedos.

- ¿Uh? -me limpió las supuestas lágrimas que traía-. Oh, sí. Está bien.

- ¿Quieres irte a casa?

Odio que pase esto. Comienzo a recordarla y mis ojos se llenan de lágrimas, el corazón me duele, y me dan ganas de golpear a todos en la cara. Como si vivir no fuera suficiente.

- No. Quiero seguir -digo, y continúo corriendo con todas mis fuerzas.

No me concentro en absoluto. Solo corro por correr, sin sentido ni dirección. Es lo que me gusta hacer; de todos modos, tarde o temprano, tendré que olvidarla. Y debo aprender a superar este dolor.

- Hipo -dice mi madre entre jadeos-. Espera, más despacio.

Me detengo en cuanto la escucho. ¿Qué está pasando conmigo? Suelo olvidarme de todo y de todos en segundos. Quizá mi mente está dañada ya.

-Vámonos a casa -dice, seria-. Ya corrimos mucho por hoy.

-Pero...

-No. Nada -dice, un poco molesta-. No sé que está pasando, pero llevas días actuando raro.

- No es nada -me arrastra con ella-. En serio. Estoy bien.

Llegando a casa, me lleva hasta mi cuarto y me deja ahí, en la cama. Parece molesta.

- ¿Qué?

- Tú dime -se cruza de brazos-. Tú eres el que está extraño.

- No tengo nada -vuelvo a decir.

- ¿No hay nada que quieras decirme?

A juzgar por su mirada, ella sabe que yo sé algo que ella no. Y quiere saberlo. ¿Pero qué es? Soy como un libro abierto.

- No sé a qué te refieres -finalizo.

Se queda callada, mirándome, quizá examinándome.

- Bueno -dice, seria-. Regresaremos ahora. 

No digo nada. A juzgar por su mirada, sé que está molesta, así que mejor guardo silencio. Esto apesta. Todo apesta últimamente, me molesto con muchísima facilidad, mi cabeza no logra estar enfocada en una sola cosa, me cuesta trabajo sacar tonterías de mi cabeza.

Y lo peor de todo, es que me muero de ganas por estar con ella.

Al llegar, Jack me recibe con una botella de agua y una toalla pequeña. Tomo una rápida ducha de no más de 10 minutos y me siento en el escritorio del estudio para dibujar un rato.

- ¿Quieres que te traiga algo? –pregunta Jack, asomándose por un espacio de la puerta.

- Estoy bien, gracias –respondo, un poco serio.

Saco una libreta vieja de uno de los cajones y comienzo a sacarle punta a los lápices.

- ¿Puedo quedarme contigo? –pregunta al cabo de un rato.

Me vuelvo a él; tiene los ojos de un azul brillante que me cautivan. Parece cansado, aburrido. Y no lo culpo, todo el día está aquí encerrado.

- Claro.

Se adentra y se aplasta en el pequeño sillón que tenemos, al tiempo que toma una revista que tiene cerca y comienza a hojearla. Mientras, yo me dejo llevar por las ganas de mi mano, y comienzo a hacer trazos a lo tonto. Poco a poco, me voy percatando de que estoy dibujando un animal pequeño, de cola larga y patas finas.

Chimuelo.

Una especie de ataque me recorre el cuerpo, y comienzo a temblar.

- Oye, oye –siento la mano de Jack en mi cabello-, cálmate. Tranquilo.

Respiro suavemente para calmarme un poco. Necesito a Chimuelo, a mi amigo. Necesito verlo. Primero pierdo a Mérida, luego a Chimuelo. ¿Quién sigue? ¿Jack?

- Necesito caminar –le digo, un poco alterado.

- Vamos entonces.

- Mi mamá...

Si salimos y no le avisamos, es probable que termine preocupándose y regañándome cuando llegue.

- Le diremos que nos alcance allá.

- Bien.

Recorro la silla con un poco de brusquedad y salgo disparado hacia la puerta de salida. Necesito aire, ver la ciudad un rato, buscar a Chimuelo, distraer mi mente, y sobre todo, intentar calmarme.


******


Cuando llegamos al parque que está cerca del centro, veo un claro verde que me relaja. Pero no lo suficiente.

- Creo que aquí es perfecto –dice Jack, contemplando la vista.

- No -contradigo-. Necesitamos más altura.

- ¿Quieres treparte a un árbol o qué?

- Algo así –respondo.

Camino un poco más hacia el interior de los densos árboles y cuando ubico uno con el tronco ancho y fuerte, comienzo a treparlo.

- ¿Está permitido eso? –pregunta, al tiempo que corre a ayudarme a subirlo.

- No veo letreros donde digan que no se puede –digo. Y es que no los hay.

Con una de sus manos, me empuja la pierna hacia arriba para darme impulso. Me sostengo de la primera rama que veo lo suficientemente fuerte como para sostenerme. La pruebo varias veces empujándola hacia abajo, y al ver que ésta no se mueve, me siento cómodamente ahí.

Jack me alcanza segundos después, acomodándose junto a mí.

- Así es mejor –digo, respirando profundamente el aroma fresco del árbol.

- Bueno, no hay tanto sol como abajo, pero...

Miro hacia la misma dirección que yo, y se percata de por qué he elegido las partes altas; son perfectas para poder apreciar lo que pasa alrededor nuestro, lo que pasa en el cielo, en la ciudad, y en todo. Se siente... poderoso.

- Bueno. Tenías razón.

- Siempre la tengo –respondo, despreocupado. 

Comenzamos a charlar un poco sobre varias cosas, incluidas Rapunzel y Elsa, en el que Jack actualmente se encuentra en un dilema.

- No sé qué hacer –responde, un poco pensativo-. Es que son tantas cosas, y, la verdad ya no estoy seguro de muchas.

No hablo. Espero a que termine de contar la historia para poder ayudarlo.

- Quiero a las dos, pero, Rapunzel... Ella es tan... No lo sé. 

Este chico está confundido, y está pasando por una crisis como por la yo pasé con Astrid y Rapunzel. Pese a que nuestras novias nos habían terminado, seguíamos amándolas. E, incluso así, con ayuda de otras personas, la que mas sobresaltaban eran ellas, Mérida en mi caso, y Rapunzel en la de él. Y ahora amábamos a las dos, pero, el sentimiento por la primera no se había esfumado del todo. 

- La quiero -continúa-. Y quiero estar con ella, pero...  

Y mi error fue que no quise olvidarme de Astrid tan rápido, y terminé lastimando a Mérida. 

  - Tiene novio -agacha la mirada-. Y es uno de mis mejores amigos. No podría hacerle eso.

Mira a la deriva, sonriendo. 

- Quizá estoy un poco tonto, pero -carraspea un poco. Quiere llorar-. Me duele verla con alguien más.  

Quisiera entender esa parte, Hasta donde sé, ni Mérida ni Astrid tienen pareja actualmente. ¿O, sí? Algo me interrumpe de mis pensamientos. 

- Shh –lo callo de repente.

Me vuelvo por detrás de nosotros y analizo el lugar. Somos los únicos locos trepados acá arriba. ¿Qué es? ¿Una ardilla?

- ¿Qué pasa?

- Shh –vuelvo a callarlo.

Entonces veo que estaba equivocado, cuando observo que una sombra pasa saltando distintos tipos de ramas a una velocidad increíble y con una precisión que se me hace sobrehumana.

- ¿Qué? –digo, y en eso, lo pierdo de vista.

Creo que ya estoy alucinando.

- Hay que bajarnos –le digo a Jack, un poco alarmado-. Ya.

Comenzamos el descenso, cuando algo tira de mi pierna hacia abajo y caigo de espalda contra el piso, perdiendo por completo el aire que tenía en los pulmones.

- ¡Hipo! –grita Jack.

Me cuesta trabajo respirar, o pensar. Y en eso veo a alguien que se abalanza sobre mí, y me mira, molesto, con ojos verdes y brillantes.

- Por fin te encuentro –dice, jadeando.

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