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Secuestro

Mérida

Cuando abro los ojos, lo primero que intento hacer es brincar, pero no puedo; algo me sujeta muy bien las piernas y las manos, y me duele mucho.

- ¿Qué chingados? -subo mi mirada y veo una ventana. La ventana del edificio donde estudio...

Al principio no veo a nadie, así que no me molesto en gritar. No hago movimientos bruscos y respiro con suavidad a pesar de la situación en la que me encuentro. Recuerdo bien todas y cada una de las palabras de mi padre, así que las pongo en marcha. Busco con la mirada algún objeto que pueda serme útil par acortar estas cuerdas, pero estoy en lo que parece ser un cuarto blanco, y una luz terriblemente fuerte; el sol.

- Veo que despertaste -dice una voz-. Eres astuta, chica.

Bueno, ya me vieron, ahora puedo actuar normal. O eso creo. Busco de dónde viene la voz, pero no veo nada.

- ¿Sabes? -vuelve a decir-. Tengo el presentimiento de que tienes el síndrome de Estocolmo.

Da un brinco increíble del segundo piso, y logra caer en pie, seguido de una  sombra ligeramente más pequeña que él. Me cuesta trabajo concentrarme en los rostros, pero intento adaptar mis ojos. Con un brinco, logra quedar frente a mí, y pe un momento, demuestro pánico, pero lo arreglo rápidamente fingiendo un estornudo.

- Salud -dice serio el tipo de atrás.

Pero inmediatamente es golpeado en la cabeza por un zape que le da el primer tipo.

- Recuerda que no es amiga -le explica con voz baja, molesto-. Uno de ellos mataron a PJ y a Albert. No lo olvides.

Entonces, el sujeto se abalanza sobre mí y termina a pocos sentimientos de mi cara. Tiene un aroma a cigarrillo y a alcohol.

- Bien -dice entre dientes-. Ahora me dirás, cómo supiste nuestro plan. Cómo sabías que llegaríamos aquí.

- Son predecibles. Deduje -suelto sin más-. Eso fue todo.

- ¿Y ya? -no parece sorprendido-. ¿Estás diciendo que no nos seguiste? ¿Que todo lo sacaste a deducción?

Asiento, y suelta una risa pequeña. Es un señor, y tiene en el mentón barba, pero una que apenas le está creciendo, que se une con una cabellera castaña y grasosa. Tiene una cicatriz a un costado del ojo que se extiende hasta llegar a su mejilla.

- Sí.

- Tenemos una chica lista -dice mientras se empuja hacia atrás para incorporarse-. Entonces he de suponer que sabes quién fue el que atacó a nuestro amigo.

Maldición. Mantengo mi posición derecha y mi expresión seria.

- Verás que -explica, dando vueltas por la silla, como si estuviera rodeándome-. Hemos recorrido todas y cada una de las escuelas y universidades de la cuidad y no hemos encontrado al chico de cabello blanco...

Jack...

- Ese tonto gritó un nombre -continúa-. Y lo gritó hacia la otra sala, como si hubiera alguien ahí. Y ese alguien, ese bastardo... Mató a dos de mis amigos.

Se sitúa frente a mí otra vez y me dedica una mirada sádica, lo cual me hace preocuparme.

- Así que quiero respuestas.

Se inclina más hacia mi rostro, y por unos segundo puedo verlo más a detalle. Sus ojos son cafés oscuros, y está sudando.

- Dime, preciosa -su tono de voz es grave-. ¿Quién fue?

No respondo, pero pienso en Hipo y en Jack. Estos tipos capturarán a Jack, lo van a moler a golpes y... y si logran sacarle información... Van a....

- Sabes quién es -dice el sujeto, con una sonrisa.

No contesto, pero por más que lo intento, no puedo evitar que el labio me tiemble.

- Ja. Sí sabes -parece complacido-. Dime quién es, y nos olvidaremos de esto. Te dejaré libre, y todos podremos ir a casa a descansar.

Me quedo callada lo más que puedo. Debo estar tranquila. Debo calmarme. Debo mantener el control antes de que revele algo inapropiado. Pero lo más import—

*****

Me duele la cara en un nivel que no puedo numerar y mucho menos describir. Tengo casi todo adormecido en el rostro y... Tengo muchísimo calor. Y nauseas.

- Preciosa, no has dicho nada -dice.

Tiene los nudillos rojos y ligeramente ensangrentados. Pero le duele el puño. Puedo verlo.

- ¿Cuánto tiempo más debo hacer esto? -dice, riendo-. ¿No te cansas?

- Ya te dije que no sé nada -respondo molesta.

Me suelta otro golpe en el estómago y luego se da media vuelta. Camina un poco hacia la salida pero se detiene en seco. Luego empieza a reír de la nada; este tipo en serio está loco.

- Robert -dice el sujeto al chico, que está sentado a unos metros de mí-. Cuídala. Hay pájaros en el alambre.

Saca por detrás de él una pistola y sale. Comienzo a forcejear contra las cuerdas pero después de casi una hora, tengo las muñecas destrozadas. El chico no se mueve, solo me mira, pero, parece, asustado... No pasan ni diez segundos, cuando escuchamos varios disparos. Ambos nos sobresaltamos ligeramente. Necesito hablar con él, intentar apelar a su lado bueno y... Salir de aquí.

- ¿Tienes agua? -pregunto cuando veo su botella en su mano, pero no contesta-. ¿Podrías darme un poco?

No responde, pero me mira nuevamente. Debo escucharme amable y gentil para ganarme su confianza.

- No te haré daño -le digo-. No puedo hacer nada...

Creo que está viendo mi rostro golpeado y maltratado. He de dar asco.

- Por favor... -repito, y comienzo a llorar-. Por favor...

Cierro los ojos y agacho la cabeza. Sería mucho más fácil para todos que me dieran un disparo en la cabeza, pero no puedo hacerle pasar ese dolor a Hipo, o a Jack, o Rapunzel. A mi familia... Pero ya no quiero seguir con esto. Unas manos me toman el rostro con delicadeza y lo suben, mientras siento un liquido demasiado agradable recorriendo mi boca y mi cuello. Robert. Cuando termina, me pone el rostro como lo tenía y se aleja unos pasos, sin decir nada.

- Gracias -digo con una sonrisa.

Pero no responde. Otra serie de disparos nos hacen brincar ligeramente, y lo veo, tan frágil y asustado... Este chico no ha de tener más de 18 años.

- M-me llamo Mérida -le digo-. ¿Tú eres Robert, no?

Sigue sin mirarme, pero sé que escucha. Eso es algo.

- ¿Estás bien? -no espero respuesta así que prosigo-. Te ves mal. Con miedo.

Se vuelve, preocupado, como si hubiera acertado. Me examina con la mirada.

- ¿Tienes familia? -me invade el pánico-. Mi mamá es enfermera y mis hermanos son trillizos -lanzo una risa nerviosa-. ¿Sabes dónde queda Irlanda?

Asiente suavemente. ¡Asiente! Me da un aire de tranquilidad infinito, así que prosigo mientras intento no arruinarlo.

- Durante un invierno, una avalancha me enterró -río. Es lo único que hago-. Y mi padre me sacó lo más rápido que pudo -aprieto mis puños-. Pero semanas después me diagnosticaron anemia.

Una lágrima rueda por mi mejilla, pero sonrío a pesar de todo y lo miro a los ojos. Otra serie de disparos nos envuelven los oídos, y se queda quieto menos yo.

- Mi padre fue enviado a la guerra -digo con tono claro-. Hace 14 años.

Da un paso a mí.

- No lo he visto desde entonces...

¿Por qué dije eso? ¡Agh! ¡Maldición! La sal de las lágrimas me provoca un ardor en la piel que me da comezón, y no puedo rascar.

- ¿Dónde está? -pregunta.

Levanto la cabeza de golpe al escuchar su voz. Es grave pero suave, nada ronca o tosca, solo, linda. Ya estamos conversando.

- En África -respondo con la voz apagada.

- Mi padre también está en África -dice, y la mano comienza a temblarle.

Esto ya se hizo una conversación. Ahora lo que tengo que hacer es convencerlo de que me deje ir.

- Lo siento -digo.

Camina a mí hasta quedar de frente, y me mira. Tiene los ojos verdes brillantes, penetrantes como la noche, y un cabello increíblemente oscuro y ligeramente despeinado. Es lindo.

- Vámonos -le invito con un tono de voz suave-. Vayamos a un lugar seguro.

Parece que he hecho entrarlo en pánico.

- N-no puedo -exclama con un susurro-. No puedo. No puedo...

- Sí puedes -digo con decisión-. Ayúdame a salir, y te ayudaré. Libérame...

Está confundido, nervioso, asustado, sin saber qué hacer y sin salida. Debe tomar una elección y debe hacerlo ahora.

- ¡Vamos, Robert! ¡No tenemos mucho tiempo!

Una lagrima rueda por su mejilla, y cuando la más mínima esperanza nace en mí de quedar libre al ver sus labios abrirse, es totalmente aniquilada por su respuesta:

- No. Lo siento.

Comienza a caminar hacia atrás, y me da la espalda. ¡No! ¡No, no, no, no! ¡Espera, vuelve!

- ¡Por favor! -digo contra desesperación-. No quiero morir.

Mi voz se rompe con la ultima palabra que digo. Y es que la verdad no quiero. Y no quiero que muera nadie hoy... Me armo de coraje y levantó la mirada, y con todo el coraje que tengo le grito:

- ¡¿Esto es lo que tu padre hubiera querido que hicieras?!

Se detiene en seco, y después de un par de segundo eternos, da media vuelta y camina a mí demasiado molesto. Creo que la he cagado. Saca su navaja, y un frío me envuelve repentinamente, haciendo que me quede paralizada. Cierro los ojos para recibir el golpe, y escucho que algo se rasga, sintiendo en mis muñecas con una libertad increíblemente reconfortante. Abro los ojos y veo sudor en su frente. Con una velocidad increíble me corta las demás cuerdas y me mira directo a los ojos.

- Vámonos -me dice, y de un brinco logro incorporarme.

Le sonrío a manera de agradecimiento. Doy un paso y caigo al suelo de golpe. Me duelen los pies demasiado fuerte, y apenas y los siento.

- No puedo moverme -digo asustada mientras lo miro...

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