Preocupación
Mérida
Jack me ha dicho que fuera a su casa, que necesita decirme algo, que es urgente, que quizá no me guste y que probablemente me moleste. Y que tiene que ver con Hipo...
Quisiera decir que no estoy preocupada por mi novio. Que quizá ha faltado tres días a clases porque ha tomado un resfriado y que me ha bloqueado las llamadas porque quiere probablemente descansar del mundo exterior.
Pero me tiene preocupada. Ni si quiera Jack sabe algo. Lo único que sabemos, es que de su cuarto no ha salido para nada...
Toco la puerta, un poco cansada y acalorada. Vine corriendo en cuanto termino la llamada; conté 24 segundos. A pesar de que estamos en las vísperas de invierno, el sol quema la piel a un grado que cala.
- Pasa -pide-. Hipo está...
- ¿Qué tiene? -pregunto, jadeando.
Agacha su mirada y frunce el ceño mientras tuerce la boca. Como cuando sabe que la respuesta es dolorosa y no sabe cómo decirla.
- ¡Jack! -grito un poco nerviosa.
- Entró en un estado de ansiedad. No me abre la puerta, desde hace días -explica, aún con la mirada abajo-. No hemos querido llamar a sus padres, por varios motivos.
Sé cuáles.
A juzgar su mirada, siento que es muy grave. Que es algo que solo nosotros tres debemos saber... Como si... Fuese a repetirse el asunto del ataque. Siento un ataque en el estómago, y mi corazón a mil por hora.
- ¡Hipo!
Esquivo a Jack por un lado y comienzo a correr por toda la casa hasta llegar a las escaleras, subo los escalones de dos en dos, brincándome uno, tomando la barandilla para darme un mayor impulso. Con estas piernas tan débiles no puedo. Comienzo a dudar de que alguien como yo pueda hacer algo con Hipo.
Termino aún más cansada y agitada, toco la puerta con fuerza.
- Hipo, soy yo -le digo calmada-. Abre, quiero hablar contigo.
Sin respuesta.
Me arriesgo a hacer algo que nunca había hecho antes: llamarlo por apodos ridículos.
- Vamos, corazón -siento un escalofrío-. Ábreme, por favor.
Escucho pasos dentro de la habitación. ¡Sí! ¡Funcionó! Ahora sólo debo esperar a que abra, resolver todo eso juntos e irnos a casa. Abre ligeramente la puerta, lo suficiente como para ver parte de su rostro. Está oscuro, lúgubre, y tiene los ojos perdidos, tal como la otra vez. Aún así me alegra verlo.
- ¡Hipo!
Exclamo, y cuando pienso abrir la puerta un poco más, me detiene con su voz seca y fría:
- Lárgate.
Cuando cierra la puerta con un azote, siento una punzada de dolor en mi pecho. Lárgate... ¿Q-qué? ¡Cómo se atreve!
Me enojo tanto, que comienzo a golpear la puerta y a gritarle que me abra. Pero no lo hace. ¡Me ignora!
Hipo...
*****
Le pedí a Jack que preparara un buen pedazo de carne con pan y verduras cocidas. Llevo más o menos quince minutos tratado de abrir la cerradura de la puerta. ¡Parece imposible!
Mi frente ya está sudando.
- Déjame a mí -me dice Tadashi con una sonrisa, dulcemente, mientras me levanta.
Le cedo el pasador y comienzo a darle vueltas a la situación. ¿Habrá algún otro método? El sistema de ventilación es muy pequeño. No cabría por ahí. No voy a romper el techo, o atravesar alguna pared.
- Mérida -dice Tadashi-, ¿podrías cerrar las persianas de la ventana? El sol me pega en la cara.
El pasillo no es muy estrecho, pero la luz que se filtra por la ventana es algo que calienta un poco el lugar. Y yo estoy empapada en sudor. Camino a la ventana y jalo de los cordoncillos de la cortina que están en un costado.
- Gracias -dice aliviado.
¡Eso es! ¡La ventana! ¡Entraré por ahí! Solo tengo que abrirla. Eso sí lo sé hacer: solo la tomo y la subo con fuerza.
- Sigue intentando -le digo-. Probaré algo.
Me mira confundido. Abro las cortinas y subo la ventana con fuerza. Me subo a la mesita de madera y me salgo por la ventana.
- ¡Mérida! -grita Tadashi mientras se levanta.
Corre hacia mí y luego se asoma. Estoy bien aferrada a la pared y a un tubo de agua que hay aquí. Es poco probable que me caiga.
- ¿Estás loca? -exclama-. ¡Baja de ahí!
- Aunque quisiera -digo mientras comienzo a moverme hacia la ventana de Hipo-, el suelo me queda a casi 6 metros.
Muevo un pie, y luego el otro. Luego una mano y después la otra. Fácil. Es como el rapel, pero sin piedras. Es divertido. Quisiera que mi madre me viera justo ahora para ver su cara. Estoy segura de que sería la típica de "¡Mérida-bájate-vas-a-morir!"
Debo admitir que me da un poco de miedo el saber que si caigo podría romperme una pierna. Pero recordar cuando tenía la pata enyesada hace 11 años me causa gracia.
- ¡Por Dios, baja!
- Sigue abriendo la puerta -le digo-. Ya llegué a la ventana.
Antes de abrirla, me asomo a través de la cortina. Tiene el cuarto muy tirado, con ropa sucia por todos lados y en su escritorio tiene varios líquidos derramados. Igual en el piso. Hay botellas de todo.
Hipo está en dirección opuesta mía, con unos viejos jeans de mezclilla (esta vez abrochados) pero sin camisa. ¿Qué es esto? ¿Es que siempre tiene que estar así? Me gusta pero... También me incomoda.
Apoyo una pierna en el borde del marco de la ventana y con las manos empujó la ventana hacia arriba. ¡Abre! ¡Sí! Trepo la otra pierna con alegría y luego empujo mi cuerpo hacia adelante. Entro al cuarto. ¡Entré al cuarto! Me siento tan orgullosa de lo que he logrado.
- Hipo -lo llamo en cuanto lo veo.
Esta de pie, dándome la espalda. No me sorprende. De hecho, estoy tan feliz de lo que he hecho que será difícil que alguien me la quite. Incluso sonrío.
- Mira qué cuarto -le digo-. Esta vez no te lo voy a ordenar yo.
Tiene una botella en la mano. Medio vacía.
- ¿Cuándo fue la última vez que te duchaste?
No responde, pero veo que hace más fuerte su agarre a la botella. Como sea, debo ayudarle un poco. Esta vez le daré un baño de espuma muy largo.
- ¿Tienes hambre? Le dije a Jack que...
- Te dije que te largaras -parece molesto.
Me vuelvo a él con cuidado. Hipo... No está molesto. Está furioso, y le tiemblan los hombros.
- Eres muy desobediente -me dice-. No quería verte.
Camina a mí con pasos agresivos y pesados. Por un momento, me siento insegura con Hipo. ¿Adónde puedo correr? Debo ayudarlo.
- ¡No quería ver a ninguno de ustedes! -grita-. ¡Vete! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero verte!
- Hipo, escúchame -le digo, sin moverme de mi lugar-. Sé que esto es algo difícil, pero podemos ayudarte.
- ¡¿Qué no lo entiendes?! -grita-. ¡Maté a un ser humano! ¡Ahora su hermano y su clan quieren destruirme! ¡Quieren matarme!
- No dejaré que te hagan daño -digo, con un nudo en la garganta.
- ¡Tú qué sabes de dolor! ¡Tu eres feliz! ¡Has tenido una buena vida!
Me gustaría contestarle, gritarle que se equivoca, pero me abstengo. Quiero llorar, pero por verlo así, en este estado. Ni si quiera piensa lo que dice.
Tiene los nudillos rojos. Y la botella en su mano me da un poco de miedo.
- Hipo... -digo relajada-, dame la mano. Te voy a ayudar.
- Cállate -dice en voz baja para sus adentros.
- Ven conmigo -continúo-. Prometo que todo estará bien.
- Vete ya -habla entre dientes. Está irritado.
- Confía en mí...
Sube su mirada bruscamente y me enseña sus colmillos. Sus cejas casi se tocan de lo fruncido que tiene el ceño.
- ¡DIJE QUE TE LARGARAS!
Y se abalanza sobre mí...
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