Paredes
Mérida
- Te juro que los vi en la casa de abajo -le digo a Rapunzel-. Y no creo que hayan venido a ver la casa.
- ¿Crees que se muden ahí? -pregunta Anna, nerviosa.
- Es lo más probable -le responde Elsa-. Pero me pregunto por qué esa.
Esto parece una sala de debates. Honey y Gogo están calmadas porque así no seremos las únicas en la zona, Elsa y Rapunzel están titubeantes, y Anna y yo estamos inconformes.
- Pueden vernos desde el tercer piso -agrega Anna.
- Ahí está el ático -explica Gogo-. A menos que quieran ver nuestra sala o cuarto de música, se asomarán por ahí.
Me desagrada la idea de vivir junto a ellos. Es algo raro.
- Nos quedaremos -dice Rapunzel-. Puede que sea incómodo al principio, e incluso molesto, pero nos adaptaremos.
Anna se molesta. Nos costó a todas muchísimo esta casa como para que vengan ellos y nos digan que vivirán frente a nosotras. Aunque relativamente es frente-abajo.
- Miren -dice Elsa-. Entiendo que queríamos soledad y calma. Pero deben comprender que tarde o temprano estas viejas casas quedarían habitadas -se cruza de brazos y continúa-. No está tan mal. Ya conocemos a los chicos, y sabemos que no nos harían nada. Además estamos arriba de ellos. Es muy poco probable que suban.
Sí, es poco probable que uno de ellos si a hasta acá... Pero es exageradamente probable que yo baje hasta allá.
- Bien -digo-. Nos quedamos.
Y sin decir nada más, tomo el trapo y continúo limpiando el piso de madera.
*****
- Necesito que revises los planos conmigo -le digo a Rapunzel-. Creo que tenemos un problema.
Se acerca, y le señalo una habitación.
- ¿Cómo accedemos a ella? No veo puertas ni pasillos.
- ¿Será un error? -escudriña el plano sobre la mesa-. Probablemente se equivocaron.
- Puede ser -digo-. Aunque sí encaja en las revisiones que le hice. La estructura está en orden; solo le hacen falta unos cuantos arreglos al piso y a las paredes. Con nuevas lamparas iluminaremos mejor las habitaciones, y conozco a alguien cerca que puede ponernos vidrios resistentes.
Señala una parte en el mapa con su dedo. Está hasta atrás en una esquina, que apunta hacia el lado sur de la casa; el bosque.
- ¿Revisaste esta parte? -pregunta.
- Sí -respondo-. ¿Por?
- La habitación. Esta de aquí -señala la ultima de la esquina-. Las paredes me preocupan.
- ¿Qué tienen de malo? Yo creo que serian perfectas para mi cuarto.
- Deberíamos poner pared y quitar los vidrios -parece titubear.
- No -le digo-. Dejaremos los vidrios. Me gusta ver hacia el bosque.
- Pero es peligroso... -suena nerviosa, como preocupada.
- Está en el segundo piso, a más de 5 metros del suelo. No hay nada que pueda alcanzarlo -comienzo a molestarme-. Las paredes de cristal se quedan.
- Mérida, es peligroso. Podrían romperse en algún temblor, o en alguna lluvia fuerte -explica-. Tú más que nadie conoce los riesgos de los vidrios. ¿Por qué tanta insistencia?
Quiero golpear algo, gritarle, decirle que los vidrios se quedarán, y que nada ni nadie me va a impedir esa vista al bosque.
- Porque quiero ver cuando regrese -digo con un hilo de voz.
- ¿Quién? -parece ligeramente molesta.
Maldición. Quisiera levantarme e ir yo misma a la negra espesura del bosque a buscarlo. Me gustaría tener un par de alas para recorrer más terreno y abrazarlo con todas mis fuerzas.
- ¿A quién? -repite un poco fuerte.
Rompe mi paciencia y cordura con esa última pregunta. Me levanto de la silla hecha una furia y doy un fuerte puñetazo a la mesa que la hace retumbar unos segundos.
- ¡¡A mi padre, maldita sea!!
La mano, la cabeza, mi pecho, mi garganta y mis ojos me arden. Un fuego me invade desde el interior, queriendo explotar. Siento una lagrima rodando en mi mejilla, y en eso alguien llama a la puerta.
- Mérida -dice la voz-. Vine a traerte el libro que me prestaste.
Mi salvación, pienso.
Me limpio con rapidez las lagrimas y corro a la puerta. Tengo ganas de llorar, de lanzarme algo a la cabeza, de moler algo a golpes... Pero lo único que hago es abrir la puerta, jalar de la mano al chico y llevármelo lejos de ahí.
- ¿Oye, esta—
- Cállate y sígueme -le digo sin dejar de jalarlo hacia otro lugar.
Doy pasos largos y rápidos. Quiero alejarme de ahí lo antes posible. Camino mientras el nudo en mi garganta comienza a hacerse más grande y doloroso.
Cuando por fin encuentro un lugar solitario, donde estoy segura que nadie me molestará, le suelto la mano, y me quedo de espaldas contra él. Los hombros comienzan a temblarme.
- Mérida...
Dice, y me quedo ahí. Siento que una lagrima acaricia mi mejilla, luego otra y luego otra. Al final, ambas mejillas me quedan mojadas.
Siento unos brazos envolviéndome frente a mí. Están tan cálidos y reconfortantes que... No lo separo de mí. Mi corazón se acelera y no puedo hacer nada para pararlos, y me dan todavía más ganas de llorar. Siento su respiración en mi cabello, sus brazos alrededor de los míos, y sus manos en mi espalda.
- Tranquila... -dice con voz suave y aterciopelada.
Hipo...
Y lo aferro a mí con todas mis fuerzas.
*****
- Toma -dice mientras me entrega una botella de agua.
- Gracias -y la tomo.
Nos quedamos sentados un momento afuera de la cafetería. No quiero hablar, ni moverme, ni decir nada. Solo quiero mirar la luna y el frío cielo negro.
Hipo me ayudó, y me dio apoyo moral. Me abrazó y no dije nada... Odio estar con él. Lo odio en serio. Pero, si tanto lo hago, ¿entonces por qué me es tan agradable estar con él?
Me sacudo los pensamientos de mi cabeza y me concentro en la hora. Mañana debo levantarme temprano para ir a limpiar la casa. Pero no quiero regresar por ahora con Rapunzel, que sé que estará esperándome en la puerta para disculparse y decirme que lo siente.
Pero no. No quiero eso. Y no quiero verla por ahora, hasta que toda mi ira y tristeza se hayan disuelto por completo. No puedo entrar por la ventana porque haría ruido, y tampoco puedo ir a la casa de Elsa o de Honey porque seguramente le avisarán que estoy ahí e irá a buscarme. No... Debo pensar bien.
Lo que deseo es un lugar donde descansar tranquila, sin que me molesten, en donde pueda desahogarme a gusto, en donde nadie me diga nada. Un lugar sereno y... Relajante.
- Hipo -le digo, y siento cómo mis mejillas se ponen rojas-. Vámonos.
Se pone en pie rápidamente y me ayuda a levantarme. Me da un jalón que hace que quede cerca de él, pero me retiro rápidamente.
- ¿Te llevo a tu casa? -pregunta.
- No -respondo, y me maldigo por no saber cómo decirle esto con otras palabras-. Yo... No quiero ir a mi casa.
Me mira confundido.
- Mi motocicleta está a unas cuadras... Si quieres pued—
- Quiero ir a tu casa, Hipo. Y pasar la noche ahí...
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