Mandados
Hipo
- Yo creo que estuvo bien la rebanada -me dice, alegre-. Quedé satisfecha.
- También yo -miento. La verdad es que quería más.
La charla durante la cena fue más larga de lo que esperábamos. Hablamos de costumbres antiguas que se practicaban en Noruega, o de la vez que estuvimos en secundaria, y salimos de excursión al bosque. También mencionamos una que otra anécdota de cuando éramos pequeños. Astrid y yo vivimos en la misma ciudad casi toda nuestra vida, y como era pequeña, se podría decir que nos tocaba frecuentemente en el mismo salón.
Me hace recordar la vez que tuvimos nuestra primer cita formal. Solo que en vez de pizza, fueron baguettes. Deliciosos. Y el restaurante era un estilo nórdico.
- No creo encontrar algo barato hoy -digo, decepcionado.
Idiota. ¡¿Cómo pude olvidar mi cartera?! Estoy seguro de que la traía; nunca salgo sin ella.
- ¿Por qué no buscas mañana? -propone-. Hoy vas a descansar, y mañana sigues.
Me la pienso dos veces; ¿funcionaria? Tal vez si me doy prisa durante la mañana, alcance a tener algo de tiempo en la tarde. Al fin y al cabo, es en casa de las chicas, a las 6 de la tarde. Tengo tiempo hasta de sobra si quiero.
- Bien -acepto-. Entonces vámonos.
*****
Estaciono la motocicleta frente a su casa. Es pequeña en comparación nuestra; pero se ve bastante cómoda. Tiene apenas dos pisos, y es amplia. Es al menos una cuarta parte de la nuestra. ¡Qué lindo!
- Bueeeno -comenta-. Gracias por traerme.
- Gracias por pagar la cena -ataco de manera amable-. Y por hacerme reír un rato.
- ¿O sea que soy tu payasa personal? -dice entre risas, dándome un empujón.
- Algo así -y le regreso el empujón.
Comenzamos a reír. Me causa gracia la idea de que ella misma haga conclusiones divertidas, y que para mí sean más o menos ciertas. Me da risa su risa; me gusta escucharla.
Nos relajamos, y nos quedamos mirándonos el uno al otro. Una serie de rápidos y fugaces sentimientos me atraviesan el pecho; quizá confusión, melancolía, tristeza, felicidad, extrañamiento, dolor.
- Bien -se aclara la garganta-. Creo que... -comienza a caminar hacia atrás lentamente-. Mejor entro.
- Sí -digo, relajando mi sonrisa.
- Sí... -repite.
Abre la puerta de su casa y antes de cerrarla, me dice adiós con la mano. Subo a mi motocicleta y arranco suavemente. Mi cuerpo esta en un estado medio apagado, medio prendido. Está atontado.
No conduzco ni diez minutos, cuando mi teléfono vibra. Astrid, seguramente.
Cuando llego a la casa, meto la motocicleta a la cochera, y al abrir la puerta que conduce al pasillo que conecta a la sala de estar. Lo primero que me recibe es un aroma a carne ahumada. Y manzana. Mucha manzana.
- ¿Qué es esto? -pregunto cuando veo a Fred con guantes de cocina puestos.
- ¡Hipo! -exclama alegre al verme-. ¿Dónde habías estado?
- Fui a buscar unas cosas -me quito la chamarra y me la cuelgo en el hombro-. ¿Qué haces?
- Oh -se sacude los hombros-. Punzie llamó hace rato. Dijo que si podíamos ayudarle a hacer un par de cosas, y claro, dijimos que sí.
Me encanta su actitud relajada y despreocupada. Es tan genial en muchos sentidos.
- ¿Necesitas ayuda? -digo, quizá sea malo que esté solo en la cocina.
- No -responde tranquilo-. Tadashi me está ayudando.
Me asomo ligeramente a la parte delantera de la cocina, y lo veo cuidando el horno.
- Uhmm -le digo a Fred-, ¿no deberían hacer eso mañana?
- La carne debe cocerse al menos 3 veces -explica Tadashi desde la cocina-. Mañana no vamos a alcanzar. Es un proceso delicado.
- Bueno, entonces díganme qué hacer para mañana -me ofrezco.
Se quedan callados. Escucho el crujido de una hoja y rayoneos rápidos. Tadashi sale de la cocina y me da una hoja con garabatos escritos en ella.
- Bien -explica-. Mañana la mayoría estaremos ocupados. No estabas cuando fue la repartición de tareas, así que yo te doy estas.
Se limpia los dedos en su camisa y comienza a señalarme las tareas que me corresponden.
- Kristoff y Jack llevaron unos trajes a la tintorería; los del padre padre de Elsa y Rapunzel -me señala un mapita malhecho-. Está junto al hotel Real Gold. Se ve desde el sexto semáforo de la quinceava avenida.
Luego de eso, Kristoff y Eugene te estarán esperando en la tienda de carnes que está como a 5 cuadras de ahí. ¿Recuerdas? -asiento con la cabeza al tiempo que hago memoria-. Bueno, les vas a entregar un pedido de hamburguesas que estará listo más o menos a las 11.40.
¿Qué es esto? Si no lo hacía yo, ¿entonces quién? Bueno, debo ser organizado y tener mi mente clara.
- Después de eso, se supone que Jack iría a recoger el vino -hace una pausa y se presiona las sienes suavemente-. Pero no sé cuánto tiempo tarde en la pastelería. ¿Crees que puedas ir ahí?
Me quita la hoja con cuidado y tacha unas cosas. ¿Vino? Creí que solo seríamos unas 20 personas.
- Yo me encargo de lo demás -dice-. Pero si vas por el vino, te tardarás un poco.
- Claro, no hay problema -respondo-. Déjamelo a mí...
*****
Bien. Quizá no debí haber hecho eso. Creí que no sería tan difícil pero, viéndolo ahora... ¡No tendré tiempo ni de arreglarme! El negocio está en medio de una calle medio sola, pero es pequeña, y nos toca hacer la fila afuera de ella.
Suena mi teléfono.
- Mande -respondo.
- ¿Cómo vas? -pregunta Jack.
- Bien -miento-. Ya casi me toca. La fila es eterna.
- Viejo -me dice-. Es la vinatería más fina y buena que hay en la ciudad.
Me asomo por un costado de la fila. Faltan al menos 12 turnos para que me toque.
- Te creo -frunzo el ceño-. ¿Cómo van las chicas?
- Bien, pero habló Mérida.
- ¿Y? ¿Qué te dijo? -digo, interesado-. ¿Se le ofrece algo?
- Nada. Avisó que saldría un momento.
- Bien -avanzo un lugar-. ¿Estás libre?
- Más o menos -responde-. ¿Por?
Bien. Cuando llegue, no quiero estar lidiando con mi vestuario (que ahora que lo pienso, debí haberlo arreglado en la mañana), y traigo tantas cosas en mi cabeza como que, cuánto tiempo invertiré bañándome, cuánto en elegir la ropa adecuada, y cuánto en todo lo demás, que no quiero tener que pelearme contra Chimuelo para ponerle un suéter.
- En el escritorio de mi cuarto dejé un suéter rojo -explico-: pónselo a Chimuelo.
- Claro -me dice despreocupado.
- No se lo lleven -les digo-. Lo haré yo cuando vaya para allá.
- Muy bien. Cuidado con la lluvia.
Clic. Cuelga.
¿Lluvia?
Clic. Una gota en mi nariz. Clic. Otra en mi brazo.
Maldito Jack. La invocó. Comienzo a escuchar murmuros de la gente, y varia comienza a salirse en cuanto comienzan a caer más. ¡Genial! ¡Están cediendo el lugar! Poco a poco se hace más fuerte, pero, conforme eso pasa, yo avanzo más rápido. Ahora estoy a 2 lugares. En esta parte hay techito, así que no me mojo tanto. El cielo se ve medio claro, y para nada oscuro. No entiendo qué pasó.
Un mensaje.
5.47p.m.
Chimuelo no se deja poner el suéter
>:p
Y está horrible! Jajaja ya sé por qué no se lo quiere poner xD
*****
- ¿Ya vienes? -pregunta Tadashi.
- Ya -digo-. Me atrapó la lluvia.
- Bien -agrega-. Iremos llevándonos las cosas. Regresaremos a cambiarnos.
- Suerte.
Bien. Chimuelo ya tiene el suéter, la comida ha quedado lista, el vino va en camino, voy a buen tiempo (más o menos), y parece que no lloverá en la noche. ¿Qué más falta?
Subo a la moto y comienzo a conducir.
Podría usar el pantalón de mezclilla oscuro que tanto le gusta a Mérida, con el chaleco que me dio mi mamá, una buena camisa con una corbata que combine y un cinturón negro. ¡Perfecto! Pero... Continúo sintiendo que alg—
¡¡¡EL REGALO DE MÉRIDA!!!
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