Mamá
Mérida
Tuve que pedir prestadas unas botas negras, y una playera de tirantes. No sé qué me pasó aquel día cuando bajamos del autobús. ¿Habrán sido mis ganas por estar con él las que me hicieron comportarme así? Sea lo que sea, estoy con él, y me alegro mucho. Cuando me bajo de la motocicleta me acerco a Hipo un poco más de lo que debo, pero estoy demasiado nervioso.
- ¿Estas bien? -me pregunta mientras se detiene y me examina.
- S-sí -digo titubeante-. ¿Po—
Soy interrumpida por un rápido movimiento; pone su mano en mi frente y me mira directamente a los ojos. Me examina muy a fondo, como si intentase descubrir algo más allá de mis ojos. Intenta penetrarlos y ver algo. Algo...
- Fiebre no tienes -dice mientras se separa de mí y se cruza de brazos.
Siento la cara roja. Maldición, me he ruborizado. Todos los de nuestro alrededor nos miran como si fuéramos algo. Solo espero que no estén suponiendo lo que creo que suponen. Miro a todos; demonios, son diferentes a mí en absoluto. No sé que estaba pensando cuando creí que sería más atractiva o llamativa haciendo esta clase de tonterías. Ahora quiero irme.
- ¿Estás segura de que quieres entrar? -pregunta al percatarse de mi cara.
- La verdad, no -admito mientras me agarro un chino y lo envuelvo en mi cabello.
- Bien -dice, me toma de la muñeca y me saca de ahí.
Sube a su motocicleta, se pone el casco y enciende el motor. Me hace una seña para que suba, así que ahora yo tomo mi casco y me aferro a sus hombros. Por ahora no quiero tomar su cintura; a veces creo que le incomoda.
- Descuida -me dice-. Sé a dónde ir.
Da unos leves aceleros y luego suelta el freno, así que salimos disparados hacia atrás, avanzando junto con el frío y atroz viento que me ruge en los oídos. No quiero preguntar a dónde vamos, así que me pongo a ver todo el camino; autos, luces, edificios, casas pequeñas y coloridas, personas, niños disfrazados, adornos "espeluznantes", declaró todo.
- ¿Quieres conocer a alguien? -me pregunta en voz alta. Apenas y lo escucho-. Creo que le agradarás.
No respondo. No creo que logre escucharme, así que solo asiento sin que se percate. Por alguna razón, siento que es un amigo suyo, o algún familiar, quizá algún conocido, pero mientras tanto miro hacia todo lo que hay al rededor mío, y, por un breve y corto momento, se me antoja ir a pedir dulces con los niños.
Qué tontería.
Después de unos minutos, siento las piernas frías. Muy frías; casi heladas, y moverlas me duele un poco. El aire cada vez está peor.
- Llegamos -dice mientras apaga el motor y se estaciona frente a una casa.
Es pequeña, pero muy cómoda. Tiene un hermoso jardín decorado con fantasmitas, calabazas, brujitas y cosas "aterradoras". Pero... Este jardín es...
- ¡Es adorable! -digo con un grito un poco agudo-. ¡Mira las figuritas!
Me acerco corriendo a una calabaza que cuelga de un árbol, y me percato de que tiene una adorable cara sonriente.
- Mira qué monadas -digo mientras me vuelvo a Hipo.
Me sonríe dulcemente, y siento una punzada en el pecho. Camina por el camino de acera que conduce a la casa y cuando subimos al pórtico toca el timbre. Parece nervioso, aunque no tanto. Me pregunto quién vivirá aquí, ¿será un hermano? No... El jardín está muy bien decorado como para ser un hombre. Esto lo hizo una mujer; aquí vive una mujer.
En eso abren la puerta, y casi brinco del susto.
- ¡Buuuu! -grita alguien con una mascara de bruja mientras abre. Finge una voz ronca, y luego comienza a reír.
Su risa es tan fina y delicada que hasta me sorprendo.
- ¡Hola, muchachos! -dice una señora mientras se quita la máscara-. ¿Qué hacen aquí? ¿También quieren dulces?
Tiene un vestido negro entallado que hace resaltar su figura. Tiene un cinturón morado con naranja y unas botas negras de tacón de aguja. Es muy guapa... Y...
- Hola, má -dice Hipo mientras la abraza.
La señora ríe y corresponde al abrazo de su hijo. ¿Entonces... Ella es su... Madre? Tienen parecido en los ojos? Y un tanto en el cabello.
- ¿Y quién es esta hermosa señorita? -pregunta mientras me mira y me sonríe delicadamente.
Me ruborizo al instante y le devuelvo la sonrisa, estrechando su mano.
- Mucho gusto -digo un poco tímida-. Soy Merida. Merida Dunbroch.
Me mira directamente a los ojos y, noto un brillo peculiar en ellos que me intriga.
- ¿De dónde vienes jovencita? -me pregunta, sin dejar de examinar mi mirada, lo cual me intimida.
- Irlanda, señora -respondo casi al instante, sin apartar mis ojos de los suyos.
- ¡Oh! -exclama con regocijo-. ¡Yo estuve ahí hace un par de años! Es hermosa...
- Mamá -interrumpe Hipo mientras le pone las manos en los hombros y la dirige hacia la casa-. Creo que es mejor que entremos; hay niños esperando en la puerta.
Cuando intento moverme, una de mis piernas me duele; el frío me lo ha entumido. ¡Pobre de mí cuando venga el verdadero frío!
- ¿Te ayudo? -me pregunta mientras me ofrece una mano.
Oh, cielos, ¿qué hago? ¿La tomo? ¿Me trago mi orgullo? Si la tomo, entraré a la boca del lobo, estaré con su madre probablemente hablando de Irlanda y de comida. Pero, me agrada la idea. Y...
Quiero.
- Claro -sonrío y le extiendo la mano.
Siento una sensación extraña cuando su tacto roza mi piel. Pero me gusta. Sostiene fuertemente mi brazo para no dar un traspié y terminar boca abajo.
Cuando entramos a la casa, lo primero que noto es el olor a dulces, a azúcar y a una especie de té. Está cálida, y el ambiente se senté demasiado relajante y agradable.
- Siéntate, querida -me dice la señora-. Ahí hay una cobija por si tienes frío.
Miro a un lado mío y me encuentro con una especie de manta de lana blanca. Antes de que la tome, Hipo se me adelanta y me la cuelga por detrás de mis hombros, cubriendo mi espalda.
- Gracias -digo.
Asiente, y va a la cocina con su mamá. Qué adorables se ven ambos charlando. Me siento en un sillón y concentro mi atención en las fotografías de la mesa; hay muchas de ella con su esposo, y una que otra con Hipo. Pero sólo de bebé.
- ¿Té? -ofrece Hipo mientras sonríe y me estira la taza.
- Gracias -correspondo a la sonrisa y tomo la taza.
Está caliente. Y no hablo de la taza...
Me sacudo estos pensamientos de mi cabeza y me concentro en el vapor que sale de la taza. Se hace y se deshace.
Después de unos minutos, ambos se sientan en sillones distintos y comenzamos a charlar. Hay momentos en que Hipo y yo nos quedamos solos hablando en lo que ella va a dar dulces, pero, como acaba de decirnos "la noche es joven", así que...
- Hipo... -le digo-. Ya que tienes eso puesto -le lanzó una mirada rápida a su atuendo-. Hagamos que valga la pena.
Me levanto. Creo que la cobija y el té me ha hecho entrar en el suficiente calor como para hacer lo que quiero. Le extiendo una mano y le guiñó un ojo.
- Vámonos -le digo-. Sé a dónde ir.
- ¿Adónde iremos? -pregunta confundido y toma mi mano-. ¿Traigo mis llaves?
- No -respondo y tiro de él hacia mí-. Iremos a dar una vuelta sólo nosotros dos.
Quizá tiré de él con mucha fuerza, o se levantó muy rápido, pero nuestras caras quedan muy cerca, tanto que puedo sentir su aliento en mi nariz. Solo un poco más y...
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