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Flor

Rapunzel

Los días se pasan, o bien largos, o bien cortos con los exámenes finales. Todos desearíamos que no fueran tan extensos, sobre todo los que están en la clase de las 11. A veces me llego a preguntar, a estresar y a alterarme por los resultados de mis exámenes, pero, me relajo cuando sé que estudié. Y aun así, no dejo de darle vueltas al asunto.

- Vamos, linda, relájate -me dice Honey-. Todo estará bien.

- Gracias -le digo nerviosa-. Intentaré controlarme. Es que...

- Es que nada -interrumpe, caminando a mí-. ¿Has comido ya algo?

- Tomé café con pan -respondo, dejando un cojín sobre el sillón.

- Bien -dice, quitándose las plataformas-. Estaré allá arriba por si necesitas algo.

Me sonríe y se va. Está ligeramente lluvioso, pero con nubes demasiado grises y espesas. Espero que Hipo esté bien; ha tenido que quedarse tarde hoy en la escuela. Valka está muy al pendiente de su hijo, de lo que come y adónde va. La mayoría de los padres se han perdido en la cuidad, viendo y conociendo, paseando. Decidimos contratarles un servicio turístico para ellos durante un día completo; nosotros no contábamos con el suficiente tiempo como para pasear.

Tocan la puerta, lo cual me sorprende bastante. Camino con discreción, y en cuanto mis ojos se topan con el rostro de Jack, me pongo nerviosa.

- ¡Jack! -exclamo más o menos sorprendida-. ¿Qué haces aquí?

Ríe por lo bajo, de manera nerviosa al tiempo que lleva una mano a su cabello mojado. Como si en serio no supiera a qué vino. Saca por detrás de él una flor de color rosa pastel y me la entrega.

- Te traje una flor -me dice dulcemente, mirándome con las mejillas sonrojadas.

Mi pecho siente una punzada de algo cuando me la muestra. ¿Una flor? ¿Para mí? No es que antes Eugene no me hubiera dado alguna que otra flor, pero, viniendo de Jack, es extraño. Pero lindo.

- G-gracias... -respondo, tomando la flor.

Me sonríe dulcemente, nervioso, pero dulce. Se hace un poco hacia atrás al percatarse de que está mojando el piso de la entrada.

- Lo siento -se disculpa-. Ya me voy...

Da media vuelta, y yo me quedo sin saber qué hacer. Me quedo parada como tonta, solo viendo cómo baja las escaleras del pórtico, metiendo sus manos a las bolsas de su chamarra.

- Espera -lo detengo de inmediato-. ¿Veniste... Caminando?

Se voltea y asiente con la cabeza una sola vez. Me lo pienso dos veces antes de decirle:

- ¿Quieres pasar?

*****

- Lamento haber mojado la entrada -dice, sentándose en mi cama.

- No hay problema -le digo, poniendo la flor en agua-. ¿Estás seguro? -le echamos una rápida ojeada a la bella planta-. ¿No prefieres dársela a Elsa?

- La encontré en el camino -dice, secándose el cabello con una toalla de mano-. Quería dársela a Elsa pero recordé que... Es alérgica a esta.

- Bueno, si lo dices así...

El cuarto está tibio. No caliente ni frío: solo tibio. Muy agradable y acogedor. Camino a mi clóset y busco entre las cosas algo que pueda darle. De reojo veo cómo se quita su chamarra y su playera. Me volteo de inmediato y sigo buscando algo.

Caray...

Me sacudo la cabeza rápidamente y le entrego una sudadera color azul. Es unisexo así que no se le ve tan mal como creía. De echo, se le ve mejor que a mí, en muchos sentidos.

- Luce bien -dice, examinándose en el espejo, ya con la sudadera puesta-. ¿Es de Eugene?

- Es mía -digo nerviosa-. Compré la talla equivocada.

- Oh, ya veo.

Camina a mí y me envuelve en un rápido abrazo. Uno como amigos, rápido y fuerte. Uno juguetón, que me revuelve todos mis sentimientos de una manera que no puedo explicar. Mi corazón está al mil.

- Mírate -me dice cuando se separa de mí, un poco divertido-. Estás roja como un tomatito.

Me agacho al instante. ¡Cielos, qué vergüenza! Se ríe dulcemente y me pone un brazo encima de mis hombros, al tiempo que me conduce fuera de la habitación. Aún tiene el cabello mojado.

- ¿Cómo está Mérida? -pregunta distraído.

- Bien, supongo -respondo neutral.

Bajamos las escaleras y llegamos a la cocina. Abre el refrigerador y saca un par de cosas para comérselas: jamón, mermelada, jugo, queso y yogurt.

- ¿Qué harás? -pregunto, al ver que comienza a meterlo todo dentro de una bolsa.

- Shh -responde, de manera sospechosa-. Es una bomba apestosa. ¡Ven, ayúdame!

Me toma de la muñeca y me jala hacia él con cuidado, pero emoción. Una punzada de algo me recorre el estomago y la espalda. No hago nada, solo lo observo con cuidado para estudiar sus reacciones. Me trajo una flor... A mí. ¡A mí!

- Pásame una liga -me pide.

Mientras busco una, él toma otras cosas para rellenar el contenido. Cuando menos lo espero, ya tiene varias cosas y está de un color verdoso. Como un gas color verdoso. Guácala.

- Listo -dice, incorporándose.

Me vuelve a tomar de la muñeca y me jala junto a él escaleras arriba. Recorremos todo el pasillo a la derecha y se detiene en la última habitación. Se ríe por debajo de su aliento, y por alguna razón, también me parece divertido lo que está a punto de hacer.

- Shhh -dice entre una suave risa, llevando el dedo índice a sus labios-. No hagas ruido.

Me guiña un ojo, y justo en eso siento otra punzada. Abre la perilla de la puerta con cuidado, y cuando se percata de la existencia de Mérida en la habitación, la azota con fuerza y grita:

- ¡Bomba explosiva! -y lanza la bolsa cerca de Mérida.

Ella voltea a gran velocidad, pero reacciona demasiado tarde; Jack cierra la puerta con fuerza y se queda sosteniéndola para que no pueda ser abierta.

- ¡Aaaa! ¡Qué asco! -se escucha dentro de la habitación-. ¡¿Pero qué...?! ¡¡Iuugh!!

Me da risa. Por muchísimos motivos, me da risa. Ambos compartimos una risa tan unísona que hasta nos sorprende, pero nos reímos incluso de eso.

- Gracias -me dice.

- Cuando quieras -le respondo, guiñándole un ojo.

Se pone rojo al instante. Espera... ¿Por qué hice eso? Cielos; me siento verdaderamente avergonzada.

- ¿Harás algo en la noche? -pregunta, un poco nervioso.

- Supongo que no -demonios. No quería decir eso.

- ¿T-te gustaría ir conmigo por un licuado o algo? -su tono de voz es dulce.

- ¿Pero, y Elsa? -¡diablos! ¡Tampoco quería decir eso!

- Descuida -me tranquiliza-. Somos amigos. Ella entiende eso.

Una especie de dolor extraño me recorre el cuerpo rápidamente. Un dolor que me invade la mayor parte del pecho. Como cuando te recalcan que no tendrás oportunidad con ella, de cierto modo, porque son amigos, y él prefiere quedarse así, como muy buenos compaleritb

- Está bien -acepto.

Tengo que dejar de escuchar a mi corazón y hacerle más caso al cerebro. A la razón. A lo que está correcto.

- Bien -finaliza-. Pasaré a las 8.

En un rápido momento y movimiento, me toma del brazo y me jala a él, y me da un beso. Uno en la mejilla.

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