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Jack

- Lamento llamarte a esta hora -se disculpa Chris-. Necesitaba hablar con alguien.

- Descuida -le digo.

Tengo los cabellos alborotados y la pijama puesta. Estaba dormido, quizá en mi más profundo sueño, cuando una llamada a las 2 de la madrugada me despierta. Chris me ha pedido que viniera a su casa para hablar; últimamente ha tenido pesadillas y conciliar sueño le cuesta.

Pasamos a la casa y nos sentamos en la sala. Yo, me medio acuesto en el sillón más largo. Me ofrece un vaso de agua, lo cual me caería bien en estos momentos.

- ¿De qué querías hablar?

- No sé por dónde comenzar -admite-. Hay tantas cosas.

Me entra una oleada de sueño que ni si quiera yo me aguanto. ¿Por qué me habla a esta hora? Aunque no puedo culparlo; tiene problemas. Miro al suelo, y veo muchas botellas de vidrio tiradas. Claro que, refrescos no son.

- Es que no lo entiendo -se queja-. Las cámaras están congeladas. No hay nada.

- Oh, sí -digo-. Lo recuerdo.

Me mira de golpe, pero no de manera tan obvia. Verga... La cagué. De repente me entra una oleada de miedo.

- ¿Disculpa? -dice, serio, pero intrigado.

- Sí -me controlo-. Salió en las noticias.

- No lo recuerdo -se endereza y me mira confundido.

- Sí -me cuesta trabajo pensar-. Los sujetos congelaron las cámaras.

Oh no. Mierda, mierda, mierda, ¡mierda! ¡Carajo! ¿Y ahora qué hago? Bien, solo debo relajarme y actuar de manera calmada. No pasa nada.

- Oh, sí... -dice, recostándose nuevamente-. Lo había olvidado.

Cierra los ojos y se concentra en relajarse. Menos mal... Eso estuvo cerca. Maldita sea, mi cabeza se ha despertado por completo. ¿Habrá sospechado algo? Y de ser así, espero de todo corazón que no.

*****

- ¿A qué viene esto? -pregunta Elsa.

- Vine a verte -digo, escondiendo por detrás mío una flor que encontré.

Por alguna razón, quería ver a Elsa hoy. Desde Navidad no la he visto, y, hoy, quería hacerlo.

- Pero... -dice, haciéndose a un lado, dejándome ver a Hans-. Ya tenía planes.

Me sorprendo un poco.

- Tengo que ayudarle con unas cosas -explica, acomodándose la bufanda-. Olvidé decírtelo.

- Está bien -respondo de manera despreocupada.

Parece seria. Me hago a un lado para dejarla pasar, y Hans me saluda con la cabeza. No lo conozco mucho, pero, sé que es un chico más o menos inteligente que sobresale del promedio, muy guapo y popular entre las chicas, sobre todo después de los juegos.

Bajan caminando, riendo, y por un momento, un ataque de algo me ataca; como cuando tengo el presentimiento de que algo va a suceder. Se me hace un nudo en el estomago.

- Jack -llama Mérida.

Me vuelvo al instante. Luce muy linda con el cabello trenzado, y su camisa color verde agua amarrada a la cintura. Me gustan sus botas; son tan geniales.

- ¿Qué? -le pregunto sonriente.

- Hola -saluda.

- Hola...

- ¿Querías ver a Elsa? -indaga.

- No -miento-. Quería ver a Rapunzel.

Mierda. ¿Ahora qué hago? No puedo llegar con una flor diciendo que es para Punzie cuando en realidad era para Elsa, porque si no pensarán mal de mí.

- Pásale -me invita.

Por alguna razón, me quedo quieto, sin saber bien qué hacer. Camina hacia mí y me envuelve un brazo en el cuello, caminando junto a mí.

- Está arriba -comenta-. Probablemente pintando. Toca antes de entrar.

En un rápido movimiento, escondo la flor dentro de mi chamarra. Carajo, se va a maltratar.

- ¿Quieres té? -pregunta-. Estaba a punto de bajar por uno.

- Claro -respondo sin pensar.

Me suelta y baja trotando las escaleras. Recorro el pasillo a la izquierda y toco la primer puerta. Me siento nervioso en muchos sentidos.

- ¡Adelante! -grita desde adentro.

Giro la perilla cuidadosamente, sintiendo el aroma a pintura fresca, acrílico y café. Pero el cuarto está demasiado limpio y ordenado.

- Jack, Hola -saluda, sin dejar de pintar-. Pasa. ¿Qué te acontece?

- No lo sé... -admito, rescostándome en el sillón-. Solo vine...

Saco la flor y se la extiendo. Se queda un tanto sorprendida, pero feliz.

- ¿A qué va esto?

- No lo sé -siento roja y caliente la cara-. La encontré.

- ¿Por qué no...

- Elsa no está -interrumpo de manera discreta-. Pensé en dártela; te gustan más que a Mérida.

No dice nada. Lo cual me hace preocuparme un poco, pero luego, se levanta, tira el agua de sus pinturas que tiene en un vaso y le pone nueva. Pone la flor con cuidado ahí y me dedica una sonrisa. Tiene el cabello agarrado en un chongo, y los mechones le cuelgan por los lados. Tiene el cabello dorado, y muy, muy largo. Pero se ve muy linda.

Huele como a comida recién hecha. Está pintando una especie de cara extraña, parecida a la de Hipo, de ojos azules y penetrantes con un peculiar brillo que me resulta familiar.

- Son tus ojos -me dice antes de que pueda preguntarle.

¿Mis ojos? Oh, ya. Me enfoco en el lienzo y por un momento, veo una similitud entre el rostro y el mío, que es como una mezcla entre el rostro de Hipo y el mío.

- ¿Q-qué haces? -digo un poco sospechoso, entrecerrando los ojos.

- Oh, nada -responde con una sonrisa pícara que le abarca casi el ancho de la cara.

- "Nada" -replico-, es "haciendo dibujos raros".

- Claro que no -ríe a pequeñas carcajadas-. Sólo hago dibujos fusionados. Eso es todo.

- ¿Y por qué Hipo y yo?

- Porque son adorables ambos -responde vagamente-. Así de simple. Además, sus rostros encajan a la perfección.

Puede que tenga razón, pero, ¡hyy! No lo sé. De todos modos, de cierto modo, se me hace divertida la idea. Me causa un extraño humor que no puedo describir. Recuesto mi cabeza en la reposadera del sillón, y pongo mi antebrazo sobre mis ojos, relajándome un poco.

- Cuéntame algo -pido.

Me entra una oleada de flojera que hace que me dé sueño. Tengo muchísimas ganas de dormirme un rato, y este cómodo sillón hace que dormirme sea más fácil y rápido.

- ¿Lo que sea?

- Sí -me acomodo en una posición más cómoda-. Solo cuéntame algo.

- Bien.

Escucho las pinceladas que da, las cerdas del pincel rasguñando la tela, y el olor a pintura me relaja en muchos sentidos. De hecho, hasta siento que voy a quedarme dormido ahora.

- La otra vez, en la clase de anatomía, nos hablaron sobre unos proyectos que necesitamos hacer la próxima semana -comienza-. Y ya te imaginarás lo que el profesor nos dijo: "Ahora que han memorizado el libro de memoria, es necesario que ustedes..."

Su voz se va apagando conforme me quedo dormido. Ya casi no escucho nada, pero vuelvo a la vida cuando sube el volumen de su voz o cuando estoy a punto de quedarme dormido. Dejarla hablando sola es una grosería.

- Y quería preguntarte a ti -dice-. Pensaba en Hipo, pero, te prefiero a ti. ¿Me ayudarías?

- ¿Hm?

- ¿Jack? -suena distraída.

- Sí -respondo-. Yo te ayudo...

- ¿En serio? -dice confundida-. ¿No te incomoda ni nada?

- No.... -me escucho apagado.

¿Qué hice? Quién sabe, pero estoy muy cansado como para seguir pensando. O hablando.

Cierro por completo mis ojos y caigo profundamente dormido...

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