Enfermera
Rapunzel
- Madre, padre -digo alegre-. Quiero presentarles a Eugene.
Lo tomo de la mano y lo acerco a ellos. Parece ligeramente nervioso.
- Mucho gusto -dice.
- Encantado de conocerte -responde mi madre-. Rapunzel nos ha contado mucho de ti.
Eugene me mira con una ceja ennarcada y una sonrisa en los labios, como diciéndome "¿en serio lo hiciste?" Me siento avergonzada, pero de una buena manera.
- ¿Estás en artes también? -indaga mi padre.
- Sí -me toma de la mano discretamente y luego me acerca a él-. Rapunzel me ha ayudado mucho en la materia de arte clásico.
Mi madre me mira con una sonrisa en la cara, como diciéndome "Hay, hija, qué amable eres con todo el mundo. Estoy orgullosa". Mis padres siempre han sido populares debido a su alto nivel educativo, ya que en todos lados son bien recibidos por su carácter bondadosos y amigables. Los adoro.
- ¿Y... Ya desayunaron? -pregunto, para cambiar de tema.
- Nosotros ya -responde mi padre, sonriéndole a mi madre-. Hace no mucho.
- Bien -digo-. Eugene y yo tenemos que ir a clases. Los veremos al rato.
- No lleguen tarde, ¿sí? -agrega papá.
Asiento con la cabeza mientras sonrío. Dios. Amo a mis padres. No sé qué haría sin ellos.
- ¿Adónde iremos hoy? -pregunta Eugene.
- Es una sorpresa -le guiño un ojo a mi mamá.
Lo tomo del brazo y lo llevo conmigo a la entrada. Mis padres se quedarán en la casa desempacando y descansando del largo viaje. Los de Elsa están del otro lado del puente; vendrán al rato. La madre de Mérida está en la escuela hablando con el director y algunos maestros...
- Los amo -digo mientras cierro la puerta.
Caminamos hacia el auto de Eugene. Tenemos más o menos treinta minutos para llegar a la escuela, y al parecer no somos los únicos que salimos a esa hora. Hipo y Mérida llegan corriendo del bosque, sudados y con ropa deportiva. Puedo ver la cintura de Mérida pegada a su playera. Están empapados.
- ¡Hola! -dice alegre, jadeante-. ¡No puedo hablar debo bañarme!
Probablemente estuvieron corriendo y haciendo ejercicio por ahí perdidos en el bosque. Dejo ponerme a hacer ejercicio antes de que comiencen los días festivos, o no entraré en el vestido.
- ¡Hola, hermano! -saluda Hipo. Eugene levanta una mano y ambos la chocan, sin detenerse. Me sonríe dulcemente-. ¡Hola, Rapunzel! ¡Buenos días!
Veo cómo entran a la casa. Es muy probable que mi baño termine siendo usado por Mérida. Hoy las clases son cortas, debido a que varios maestros han decidido faltar por el día libre que el director otorga cada fin de mes.
Tenemos todo el día para nosotros.
- ¿Nos vamos? -me dice, extendiéndome una mano y abriéndome la puerta.
Sonríe, dulce, como suele hacerlo siempre. Eso me gusta...
*****
Terminando las clases, llamo a Mérida. Elsa no contesta.
- ¿Dónde estás? -pregunto.
- Voy saliendo de la escuela -escucho el motor de la moto, así que no me molesto en preguntar-. Vamos a la casa. Tengo que recoger a mi mamá, e Hipo a la suya.
- Bien -respondo-. Avísale a Jack que en media hora nos vamos.
- Okay. ¡Adiós!
Cuelga. Eugene me llevará a mi casa en lo que él se prepara. Pensamos irnos en su auto, otros en el de Kritoff, y varios otros en camionetas. Será un día precioso.
Al llegar a la casa, me percato de lo turistas que se ven mis padres. Tienen bermudas como si fuese pleno verano, bloqueador en la nariz y camisas. Me sobresalto un poco.
- Uhm -digo-, creo que deberían cambiarse. Hará frío en la noche.
- Es cierto, señores -agrega Eugene-. La temperatura no tarda en bajar, y es probable que el frío los envuelva cruelmente con esas ropas.
Se acerca a mi madre y la toma del hombro, al igual que a mi padre.
- Yo les recomendaría un suéter y unos pantalones -los revisa rápidamente-. Los zapatos lucen bien, señor.
- Gracias -dicen amables, y suben las escaleras a cambiarse.
- ¡Tenemos 10 minutos! -digo para apresurarlos-. ¡No tarden!
Mérida baja corriendo las escaleras. Cuando da un brinco y aterriza en el suelo de pie, escucho la voz de su madre: va bajando las escaleras.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso? -parece serena, como si no le sorprendiera-. Hasta que no te caigas, aprenderás.
- ¡Hay, mamá! -se queja Mérida, volviéndose a ella y caminando en reversa-. Relájate. No pasa nada -gira su mirada y nos salda alegre con la mano.
Es alcanzada por la fuerte mano de su madre: llega hasta la oreja y la jala hacia abajo. Mérida grita ligeramente y agacha su cuerpo para aminorar el dolor. Por alguna razón, me suda gracia.
- Hola -respondemos al unísono.
Miramos a la señora Dunborch, y ella asiente con un sonrisa a manera de saludo. Hacemos igual. Camina derecha y con la mirada en alto, pero no lo suficiente. No presume ni nada, simplemente camina más erguida que el resto. Ella es tan amada como mis padres, pero sobretodo, respetada...
- ¿Ella es la...?
- ¿Mamá de Mérida? -termino por él-. Sí.
- No, no -parece asombrado-. Es la.... Enfermera de guerra...
Miro a la señora y a Mérida. Que parecen normales ante el ojo humano. Pero sólo Dios sabe los problemas que ellas tienen, y con el dolor y sufrimiento con el que han tenido que cargar.
- La señorita de carmesí... -no se lo puede creer.
- Sí...
- ¿Pero cómo? -pregunta. Sigue sin creer-. Ella...
- Sus abuelos eran nobles burgueses -comienzo a explicar en voz baja-. Lo tenía todo, pero a la vez nada. Ella quería ir más allá.
Las veo, riendo y jugando entre ellas, y por un momento me siento todavía más afortunada de tener a mis padres juntos justo ahora.
- Se alistó en el ejercito como paramédica -continúo-. Conoció a Fergus.
- ¿Fergus el grande? -parece intrigarle.
- Sí -asiento con la cabeza suavemente-, él. Le salvó la vida, sacándole una bala a tiempo. Luego le regresó el favor, una noche que atacaron el campamento donde residían.
Intento imaginarme la escena, pero mi mente me lo prohíbe por respeto.
- Poco tiempo después se enamoraron. Mérida nació meses después.
Me quedo callada unos segundos, digiriendo todo. Tanto Mérida como su madre han llevado una vida un tanto complicada... Y yo que me quejaba de la mía...
- ¿Y, Fergus?
- En la guerra... -respondo con la voz perdida, sin sentimiento-. Desde hace 14 años.
Miro a Mérida una última vez. Sonriente a pesar de todo. Positiva sin importar qué. Amable y cariñosa pese al dolor y sufrimiento que carga con ella día a día en su espalda, como un costal de papas.
La adoro...
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