Enamorado
Rapunzel
Todos miramos a Hipo perplejos; ¿Enamorado? ¿De Mérida?
- Ya lo dije -dice, apretando los puños-. Me gusta, ¿sí? Lo admito.
No sé qué decir ni qué hacer. Esto nos ha tomado por sorpresa a todos. Miro a Jack rápidamente, pero no alcanzo a reaccionar, y veo cómo se le lanza encima con un gruñido.
- ¡No mientas sobre ella! -le grita Jack.
Corro hacia ellos para detenerlos, pero Tadashi se me ha adelantado. Tomo de los brazos a Hipo y lo sujeto bien.
- ¡Suéltame! -dice Jack.
De reojo veo cómo una secretaria llama a los de seguridad
- ¡Tú no sabes nada de ella! ¡No puedes decir que te gusta!
- ¿Por qué no? -responde Hipo, a gritos-. ¡Tú qué sabes sobre mí!
Ambos se quedan callados. Me duelen los brazos de tenerlos tensados mientras sujeto a este chico. Necesito investigarlo...
Pero será luego, porque en eso llegan dos oficiales que sujetan a Jack e Hipo y los llevan fuera del hospital.
Los miro por última vez, antes de ser subidos a la patrulla.
Pobre... Hipo acaba de encender esa chispa que más odio en Jack...
Sus celos.
*****
- Hey, Hipo -lo llamo.
Han pasado dos días desde que ambos salieron sin problemas de la comisaría, pero les han prohibido acercarse al hospital a menos de 1 kilómetro.
Se vuelve, preocupado y nervioso. Tiene ojeras y la mirada perdida. No ha dormido nada, y todos los días me espera en la entrada de la casa para preguntarme por Mérida.
- ¿Puedes hablar? -pregunto, con voz suave.
Asiente, y tomo asiento junto a él a una distancia aceptable. No quiero incomodarlo, así que hablo lo mas dulce que puedo.
- ¿Cómo estás?
- Bien -responde sin pensar, pero se retracta al instante-. No. No sé.
- No has dormido estos días, ¿verdad? -me inclino a él-. ¿Ya desayunaste algo?
Niega, y lo invito a pasar a la casa. Ayer cené arroz con pollo y sobró un poco más del que esperaba.
- Siéntate donde gustes -le digo, mientras camino a la cocina-. Perdona el desorden.
Se sienta en la mesa, justo en la silla donde Mérida se sienta. Sonrío. Comienzo a calentar el arroz en la sartén para que no se enfríe tan rápido.
Me asomo ligeramente por detrás de refrigerador sin dejar de cocinar y lo veo mirando a todos lados, como si estar aquí lo incomodara. ¡Qué bonito!
Tomo dos platos y le pongo más cantidad al suyo. Ha de tener mucha hambre.
- Toma -le digo-. Cómetelo todo.
Asiente, toma un tenedor y picotea granitos de arroz frito, hasta que toma un puñado y se lo come.
- Está rico -me dice, un poco sonriente.
- Me alegro -respondo, contenta.
Y lo que restó de la comida, no volvió a decir nada. Cuando termina, se levanta y lleva sus trastes al lavabo y los lava. Me toma un poco más de trabajo acabarme la comida, así que cuando llego a la cocina, él ya se está secando las manos.
- Gracias -le digo.
Me sonríe y se recarga en la barra de la estufa. Levanta la vista un poco y ve a lo lejos el arco de Mérida tirado en el sillón.
Camina con cuidado pero con rapidez hacia éste y lo toma en sus manos con delicadeza. Como si fuese a romperse.
- ¿Lo usará en los juegos? -pregunta.
- Creo que sí -respondo, caminando a él-. Es por eso que lo hizo.
Se queda mirándolo un par de largos minutos. Mientras, recojo la sala lo más que puedo.
Caray. No sé qué hacer. Quiero hablar con él sobre lo que pasó en el hospital, y qué ha pasado con Jack, porque no lo he visto últimamente.
- ¿Podemos hablar? -me pregunta. Me ha ganado.
- Por su puesto -le digo, suavemente-. ¿Sobre qué?
Me toma una mano y me sienta junto a él, pero no me suelta. No me molesta en lo más mínimo; lo conozco, y sé que no es un fanfarrón, o un sujeto que anda coqueteando con las chicas por gusto. Él quiere y necesita apoyo, y estoy dispuesta a dárselo.
- De Mérida.
Asiento. Sé exactamente bien lo que dirá ahora;
- Ella, en serio me gusta... -dice, sonrojándose.
- ¿Cómo lo sabes? -le pregunto, seria.
- Porque sin ella, lo demás no tiene sentido para mí. Cuando estoy con ella me siento... Feliz de cierto modo -explica-. Me pone de buen humor su presencia, y... ¡Dioses! -se pone en pie de un brinco con una sonrisa en la cara-. ¿Has visto sus ojos? ¡Son preciosos! Y su risa... Caray. Toda ella es hermosa. Tiene una personalidad asombrosa y... -baja la mirada y su energía se apaga-. Y es mi culpa que esté ahí.
Se supone que es ahora donde debo intervenir y aclarar las cosas, pero no puedo. Necesito saber qué hay más allá de esas palabras; necesito saber realmente qué siente Hipo.
- Si tan solo me hubiera percatado de que no había comido... -continúa-. Si yo tan sólo... La hubiera vigilado mejor. Hubiera hablado más con ella... No estaría ahí ahora. Y Jack no estaría molesto conmigo.
Guau. No sólo está preocupado por Mérida, sino que también lo está por Jack. Pobrecito.
- Si algo llegase a pasarle a Mérida -dice, mientras rueda una lágrima por su mejilla-. Jamás me lo perdonaría.
Un sentimiento de culpa y pena me invaden desde el fondo de mi pecho, pero todavía no puedo levantarme a consolarlo. Todavía no ha dicho lo que quiero escuchar.
Aprieta los puños, tanto que, los nudillos se le hacen blancos, y hace firme su postura. Levanta la mirada llena de furia y enojo, mezclada con tristeza y preocupación, y con un grito de dolor, me dice:
- ¡La amo!
Me levanto en un brinco y lo envuelvo en mis brazos.
Lo ha dicho. Y lo ha dicho como debió haberlo hecho. Él realmente la ama.
Encaja su rostro en mi hombro, y siento cómo se me va humedeciendo poco a poco. Me abraza con fuerza, pero con la fuerza débil.
Siento un nudo en la garganta. Una pena y un dolor que me invaden poco a poco junto a él. Comparto su pesar, su preocupación y angustia.
Si tan sólo Hipo supiera que... Mérida será su destrucción. Y su mayor dolor.
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