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Dolor

Hipo

Despierto con un terrible dolor en el cuerpo. Me sabe la boca a medicamentos, y me alarmo un poco cuando veo agujas insertadas en distintas zonas del cuerpo. Reacciono antes de gritar; apucultura.

Dicen que es peligroso moverse con las agujas, porque podrían desacomodarse y causarme un terrible y tremendo dolor.

- ¡Tadashi! -digo en voz alta-. ¡Eugene!

Nada.

- ¡Oigan! -intento mover el cuello, pero me detiene en seco un dolor terriblemente fuerte.

Ahogo una queja en mi garganta.

No recuerdo nada. Después de que tomé la cerveza número 7, dejé de recordar. ¿Quién me hizo esto? Quiero pensar que fue Mérida, pero ella no sabe mucho de apucultura. ¿O sí?

Tengo frío en mis piernas y brazos. ¡Por todos los dioses! ¡Qué frío! Comienzo a recuperar la sensibilidad en la mayor parte del cuerpo.

- Despertaste -dice una figura alta y delgada mientras entra.

La señora Dunbroch. Tiene un abrigo que le llega a los tobillos, y unas botas altas y mojadas. Miro a la ventana, y me encuentro con la hermosa sorpresa de que... Está lloviendo. Muy poco.

- ¿Cómo te sientes? -pregunta mientras camina a mí.

- Adolorido -explico-. No recuerdo qué pasó.

Camina tranquila y con la postura bien derecha. Parece de alta sociedad, aunque no lo presuma; luce formal y elegante. No presumida.

- No te vayas a mover -me pide, y comienza a examinarme-. Podría lastimarte.

Así que fue ella, pienso. Saca las agujas una por una, y cada vez siento jaloncitos de mi piel, como si me pellizcaran hormigas diminutas. En serio tengo frío.

- ¿Tienes hambre? -pregunta al cabo de un rato.

Está demasiado seria. No convivo mucho con ella, así que no sé bien de qué hablarle. Ahora lo único que puedo hacer es mirar al techo y no respingar.

- Un poco -admito-. ¿Qué día es?

- Miércoles -responde sin más.

¿Qué? ¿Dormí un día? ¿Y la escuela...? Oh, ya: falté 4 días. Caray. Tendré mucho trabajo después de esto. Espero que el señor G. no se haya molestado conmigo por faltar tanto a sus clases.

- ¿Dónde está Mérida? -suelto sin más, y sinceramente no sé por qué.

Parece indiferente ante mi pregunta, como si se estuviera pensando la respuesta. Saca un par de agujas más y luego responde:

- Abajo, comiendo.

Una rápida y fugaz imagen pasa por mi cabeza; Mérida molesta, con sangre en el labio. Levanto la mano derecha y veo mis nudillos rojos y mallugados. Me entran unas ganas terribles de llorar, no por el hecho de haberla lastimado emocionalmente, sino también ahora físicamente. Soy un monstruo...

Llevo la mano a mi rostro y lo cubro mientras comienzo a llorar. Mierda; qué vergüenza. Llorando frente a la madre de Mérida me hace querer desaparecer, así que intento tranquilizarme y relajarme. Aunque me cuesta un poco de trabajo.

- Está bien -mantiene su tono serio-. No pasó nada grave.

¿No pasó nada grave? Incluso cuando no sonríe me siento mal... El tan solo imaginar que la toqué, me hace sentir una persona vil y sucia. ¿Qué clase de novio agrede a su novia? Tanto tiempo que quise evitar eso... Me siento como un ser despreciable y odiable. Primero PJ... Ahora Mérida...

- Estarás mejor en unos días -dice, poniéndose en pie.

Tiene las agujas guardadas en una caja de madera. Me siento mal. Tanto, que hasta quiero cortarme las venas y olvidarme de este mundo. Soy...

- Basta -dice la señora antes de salir-. Mejor arréglate y baja. Tienes muchas cosas qué hacer.

Por alguna razón, no suena enfadada. Es como si no quisiera estarlo. Como si no pudiera...

- Gracias -digo.

Se queda unos breves instantes mirándome y luego deja las agujas en una mesita. Camina a mí y luego se sienta a mi lado, con cuidado. Me mira y me sonríe dulcemente.

Me sonríe.

- Hipo... -me dice, llevando su mano a mi mejilla-. ¿Por qué...?

No digo nada. Solo la miro con lágrimas en los ojos; tiene los mismos ojos de Mérida.

- ¿Por qué hacer algo como eso? -insiste-. ¿No te das cuenta que lastimas a los que te quieren?

Desvío la mirada un poco. Esto es muy vergonzoso, y aunque sé que no lo hace con el afán de recalcarme mi error, me hace sentir mal.

- Eres un gran chico -dice, acariciando mi mejilla con su pulgar-; no desperdicies tu vida de esta manera. Hiciste lo que era necesario.

Me sobresalto un poco. Perfecto, ahora también sabe lo de PJ... Me suelto a llorar con más ganas. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

- Tranquilo -acaricia mi cabello-. Está bien. Está bien...

Por alguna razón, mi cuerpo se endereza de golpe y abrazo a la señora. A Eleanor, soltándome a llorar por conpleto. No hace nada. No se mueve.

- Pobre niño -me dice, correspondiendo al abrazo-. Ya todo está bien ahora. Todo bien...

Me aprieta suavemente con sus brazos y nos quedamos así unos minutos...

Qué buena primera impresión para la madre de mi novia...

*****

Cuando la señora salió, me di cuenta de que... Me encontraba en ropa interior. Calzoncillos y una playera de tirantes. Oh, y calcetas. Creo que a Jack le pareció un buen detalle qué ocultar. (Por lo que Tadashi me dijo)

Tengo moretones en varias partes de mi cuerpo. Los nudillos me arden ligeramente, y el cuello también. Me pregunto qué tanto habrá pasado...

Tomé una rápida ducha de no más de 10 minutos y me arreglé lo mejor que pude. Son las 2 de la tarde; alcanzo a robarme a Mérida un rato. Kristoff me ha dicho que Elanor y ella se fueron hacía un rato a su casa.

Sigue lloviendo, aunque muy poco. El clima no se ve muy prometedor hoy: me encanta. Prefiero congelarme a derretirme.

- Hipo -llama Eugene. Camino a él-. ¿Irás a ver a Mérida?

- Sí -tomo mi chaqueta negra y me la pongo.

- Hazme un favor -dice, tomándome del hombro-. No importa qué, olvida lo que pasó. Lo que hicieron o no, fue para protegerse.

Habla de los golpes... Diablos. ¿Tan grave fue? Quiero sonreírle, pero no puedo en estos momentos. Asiento con la cabeza un vez y me subo el cierre.

- Está bien -digo.

Tomo mis llaves y voy a la cochera. Abro el portón al tiempo que me pongo mi casco, y arranco en cuanto puedo.

Tardo casi 20 segundos en llegar. Ya no llueve, gracias a los dioses, aunque sigue haciendo mucho frío. Estaciono la moto afuera de la acera y me bajo corriendo a tocar la puerta.

Abren casi al instante.

- ¡Hola! -dice Honey, alegre-. Cuánto tiempo.

- Sí -digo nervioso-. ¿Está Mérida?

- Está arriba -se hace a un lado-. Pasa.

Asiento con la cabeza para darle las gracias. Atravieso la sala de estar y el recibidor corriendo, y subo escalones de dos en dos para llegar más rápido. Atravieso un largo e infinito pasillo y cuando llego al último cuarto, toco la puerta.

Me dio un poquito de calor.

- Adelante -dice Mérida desde adentro.

Me armo de valor y giro la perilla. Cuando la abro, la veo sentada en su cama, revisando unos planos. Tiene unos shorts y su cuarto está tibio, aunque tiene el cabello mojado y agarrado en una cola de caballo.

Queda asombrada cuando me ve de pie afuera de su puerta.

- ¡Hipo...!

No puedo moverme. No puedo. Tiene la cara golpeada, y aunque los golpes no los tiene hinchados, sí los tiene morados. Puedo ver dentro de ella un pequeño sentimiento de miedo y confusión al verme.

La lastimé... La herí.

Rápidamente se pone en pie y corre a mí con sus débiles y frágiles piernas. Tiene una sonrisa plasmada en los labios y lágrimas en los ojos.

También comienzo a llorar.

Antes de percatarme, la veo aferrada a mí con ambos brazos, besándome. Me aprieta a ella con tanta fuerza que hasta quedo sorprendido. Sus labios saben a cereza, y son suaves. Es un beso suave y hermoso, que me dan ganas de recordarlo por siempre. Un beso que no quiero que acabe nunca; la tomo de la cintura y la aferro a mi cuerpo. Mi corazón está como loco. Está contento.

Nos separamos y nos miramos a los ojos. Me sonríe dulcemente:

- Hola...

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