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Dias Soleados

Jack

Mi equipo luce prometedor. Hemos entrenado a más no poder, y hemos hecho un excelente trabajo en nuestra condición física.

Noto algo raro en las chicas. Digo, están alertas a todo, noto a Mérida más fuerte, y a Rapunzel también.

De todos modos, me da igual. Mi equipo es el mejor... Mi equip–

– ¡Oigan! -les grito-. ¿Qué hacen todos ustedes ahí aplastados? ¡Levántense!

Nadie me hace caso; están rendidos.

- ¡Oh, vamos! -me quejo-. ¿Se van a dejar ganar?

Veo a Tadashi, tirado en el césped. Me cuesta trabajo gritar y recuperar el aire que he perdido.

- ¿¡También tú?! -grito-. ¡Arriba todo mundo!

Nadie me hace caso. Todos se quejan, y aunque odio admitirlo, estamos completamente agotados. No tenemos ya muchas ganas, aunque sé bien que podemos.

Nadie me escucha. Están perdidos en su cansancio, y, por alguna razón, me quiero unir a ellos. Entonces sale Hipo por detrás mío mientras me pone una mano en el hombro.

- ¡Hey! ¡Ustedes, flojos! -grita con más fuerza de la debida-. ¿Qué hacen ahí tirados? ¡Deprisa, de pie!

Lo miran, pero no mueven ni un músculo.

- Viejo, estamos molidos -exclama Fred, desde el otro extremo.

- Jack, Hipo, al menos déjennos descansar unos minutos -dice Christoph, levantándose-. Hemos entrenado por tres horas seguidas.

- Y debemos hacer cuatro -digo, cruzándome de brazos-. Así quedamos todos, ¿lo olvidan?

- Jack, hermano -dice Tadashi-. Lo sabemos... Pero... Es difícil.

Hipo lanza un risa. Un solo Ja.

- Recuerdo cuando media hora era difícil. También recuerdo que una hora era imposible -agacha la cabeza, con la mirada perdida-. Y miren hasta dónde hemos llegado. Tres horas, para pasar a cuatro.

Todos nos quedamos callados; tiene razón. Antes éramos nada. Y ahora, ya somos algo. Iniciamos en cero, y hemos llegado a un 4. Eso es un avance.

Poco a poco todos se van poniendo de pie.

- Ti discurso me inspiró -dice Eugene, encogiéndose de hombros-. Creo que podemos hacerlo mejor.

Me tiemblan las piernas. A Hipo también, y la mano, que no ha quitado de mi hombro desde que la puso.

- Vamos por la victoria -digo, decidido.

Y entonces, por detrás de mis amigos, veo una fila de chicas del otro lado de la acera corriendo coordinadamente.

Todas siguen a una sola. Y, cuando la de hasta el frente me ve, ríe.

- ¡Los veo del otro lado de la meta!

- ¡Méridaaaaaaaaaa! -grito, enojado.

*****

Hemos quedado de ir a la cuidad en dos días. Tadashi tiene una tía que tiene un café, y dice que sus pastelillos son lo más rico que puede haber en la ciudad.

El comité de los juegos nos ha permitido a los de nuestra carrera, usar nuestros inventos para los juegos.

¡Será asombroso! Hipo con su espada mágica, Tadashi con su... Cosa rara, Mérida con su arco explosivo, y yo con mi bastón congelante.

¡Serán los mejores juegos de la vida!

Aunque no dejo de pensar en Hiro, que llegará pronto. Es asombroso cómo alguien de 14 años puede graduarse de la preparatoria tan rápido.

Espero que mi hermana esté bien. Es lista, pero me preocupo por ella. La vida no es fácil en la escuela.

Miro a mi equipo, reunido en la sala, descansando, viendo televisión. Luego un rugido emanante de mi estómago atrae mi atención.

Tengo hambre. Todos lo tenemos, y, lo más que puedo invitarles a cenar como el líder que soy, son sándwiches de pollo asado, o jamón.

Salgo de la escuela, así como estoy, sucio, sudado, y con aroma a pescado. Soy un asco. Un asco hambriento.

Me salgo por la puerta trasera sin hacer ruido, con la esperanza de que cuando regrese, ellos estarán ahí.

Camino un poco a prisa, y cuando llego, me recargo en la barra.

- Deme seis de pollo para llevar -pido.

La ciudad me encanta; tantas luces y colores, vida, alegría y... Diversión esperándome.

Me siento en una mesa disponible y me dejo ser sobre la silla, queriendo derretirme como paleta en pleno calor. Entonces la campanilla de la entrada suena. No sé quién es, y ni me importa.

Comienzo a pensar en el equipo, en Tadashi, que ha tenido un avance favorable, en Fredd, que mejoró drásticamente, en Eugene, que diminuyó su cintura, en Christoph, que lo veo más delgado, y en Hipo, que lo veo mejor que a los demás.

Alguien me jala el cabello. Es un jalón suave, pero me duele.

- ¡Hey! -grito involuntariamente, volviéndome al agresor con el ceño frundio-. ¿Qué te...?

Y veo a Rapunzel frente a mí, con una fslda y unos malones blancos. Tiene un suéter morado muy bonito, y tiene color de nieve bordados.

Se ríe ante mi reacción.

- Oh, lo siento -digo, apenado-. No sabía que eras tú.

- Descuida -responde-. Debí haber saludado primero.

Río por lo bajo, y me sonríe. Se vuelve a la caja y pide una orden; dos sándwiches de jamón, dos de pollo y una ensalada con pollo. Sin aderezo.

Se sienta junto a mí, esperando su orden.

- ¿Por qué una ensalada? -pregunto, casi retractándome al instante.

- Mérida, ya sabes -responde, neutral, encogiéndose de hombros-. No puede co–

- Sí -corto, un tanto incómodo-. Ya recordé.

Era lo que menos quería escuchar en lo que restaba del día. Todo marchaba perfecto.

- Oye -dice Rapunzel, tocándome el hombro-. Deberías hablar con ella. Yo ya lo intenté pero...

- No te hizo caso.

El muchacho me entrega una bolsa grande de papel y la recibo.

- Jack, creo que deberías hablar con ella respecto a s–

- Lo siento -le digo, dejando el dinero sobre la barra y dándome la vuelta-. Tengo que irme.

Siento la cara roja e hinchada. Tengo un nudo en la garganta, y no de tristeza, sino de coraje. Quiero golpear a Mérida en la cara. Quiero abrazarla, quiero gritarle, quiero...

Yo quiero...

Ya no sé ni lo que quiero si se trata de ella.

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