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Desahogo

Jack

- Jack -me dice en tono serio. Casi como regaño. Ja, ja-. Cuántas te has tomado.

- No lo sé -río por lo bajo-. ¿Doce?

Parece molesta. Tiene las cejas fruncidas y me dedica una mirada iracunda. Je, je, je. Se parece a mi mamá cuando hace eso.

- Vámonos -me dice-. Ahora.

- ¡No! -exclamo con rabia-. ¡Me gusta este lugar! Es demasiado cómodo.

- Jack, vámonos -ahora parece furiosa, y hace su agarre más fuerte.

Le dedico una larga y severa mirada, ella hace lo mismo y ambos nos quedamos así unos eternos segundos. Me toma del brazo con más fuerza y me pone de pie. Guau. Además de bonita es fuerte.

- ¡Hey! -dice el sujeto-. ¡Tienen que pagar!

- ¡Aliviánate güey! -le digo-. ¿Cuánto es?

Al darme la nota, casi se me baja lo ebrio. No tengo tanto dinero en el momento. Y no creo que alguien me preste.

- No tengo tanto dinero -le digo al sujeto.

Mérida me da un zape en la cabeza, y antes de que me grite algo, llega Hipo y la detiene. También parece molesto conmigo. Je, je, je, son idénticos.

- Yo pago -dice Hipo mientras saca un puñado de monedas y billetes. Está tan molesto que ni si quiera se fija cuánto dinero dejó-. Quédese con el cambio.

De un jalón me levanta y comienza a arrastrarme. Me suelto de él de un jalón.

- ¡Déjame! -le escupo con agresividad-. ¡No me toques, traidor!

- ¿Qué? -exclama, pero luego se tranquiliza-. Oh, ya... El alcohol.

- ¡No! -le grito-. ¡Eres tú!

Estoy casi llorando, y siento un calor terriblemente ardiente en mi cuello, en mi cabeza y en mi estómago. Comienzo a caminar fuera del lugar y me pierdo entre la gente. Creo que recuerdo en dónde queda la salida. Pero, en vez de eso, termino en la parte trasera del restaurante. Cuando miro para atrás, no veo nada, así que supongo que los he perdido. Gracias al cielo.

Dejo soltar un respiro y me recargo en la barandilla de madera mientras miro al horizonte, sintiendo la brisa fresca en mi cara y el silencio que inunda todo. El muelle 17... Mi primer borrachera.

- ¡Oye! -exclama una voz por detrás mío.

Cuando me vuelvo, veo a Mérida caminando a mí con pasos pesados y molestos. Por alguna razón, me da gracia verla tan furiosa.

- ¿Qué carajo te pasa? -me grita-. ¡Vámonos! Voy a curarte esa borrachera.

- Cállate -digo con voz apagada-. No necesito que me cures.

- Jack, déjame ayudarte -dice, un poco más calmada-. Por favor...

Ella... Hipo, mis dos mejores amigos... ¿Por qué? ¿Por qué yo no? ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¿Será mi cabello blanco...?

- Vámonos -vuelve a decir-. Por favor...

Camina a mí ahora con pasos rápidos y suaves, y de la nada, me toca la mano y la atrae hacia ella, pero, por alguna razón me quema, me arde y me duele su tacto. Siento una ola de calor entrando a lo mas profundo de ahí, aprisionando las cosas buenas que me habían enseñado antes.

- ¡No! -digo liberándome de ella-. ¡Suéltame! ¡No me toques!

- Solo quiero ayudarte...

- Ya me has hecho bastante daño, ¿no crees? -le digo, soltado una lagrima.

Mierda. Tanto que había estado reprimiéndola; el llanto, el coraje, todo está saliendo.

- ¿De qué hablas? -dice molesta.

- Tú...

Vamos, idiota. Es ahora o nunca...

Aprieto mis puños con un poco más de fuerza de la que creía, al igual que mis dientes, que por un momento creí que los escucho rechinar. Doy un paso hacia el frente, y entonces lo dejó escapar todo con un grito.

- ¡Tu me gustas!

No sé qué siento primero. Si culpa, ansiedad, felicidad al haberlo dicho, vergüenza por habérselo contado en este estado, o miedo de saber qué pasará después. O tal vez solo siento una desahogo.

Mérida queda sorprendida. La conozco, y sé que cree que es una broma, pero lo ve en mi rostro, y sabe que digo la verdad; de lo que siento por ella.

- Jack... -dice con voz suave.

- Yo... ¿No soy suficiente para ti...? -me cuesta trabajo hablar, y mi voz se rompe en la última palabra-. ¿Nunca te diste cuenta? ¿De lo que sentía por ti?

Se queda callada, mirándome. O creo que eso hace. Yo no he despegado mi vista del suelo, y no quiero hacerlo.

- ¿Yo... Al menos te gusto? -me arriesgo a preguntarle.

Por unos momentos se queda callada, como pensándose las respuestas para ella. ¿Por qué hice esa pregunta? Claramente sé la respuesta. Sé qué dirá, y como un imbécil fui a preguntarle.

- No... -responde, un poco decaída-. Lo siento...

Siento un ataque de dolor en mi pecho, que recorre todas mis venas hasta llegar a mi corazón. Siento que se me baja todo; las ganas de seguir respirando, el azúcar, los ánimos, la alegría... Todo. Pero ya sabía:

- Lo sabía -digo con una sonrisa dolida-. Solo quería asegurarme.

Comienzo a sentirme mal; los efectos del alcohol. Lo último que veo es a Mérida dando unos pasos a mí mientras me desplomo. Y en su cara hay lágrimas, pero, ¿por qué? El que está sufriendo aquí soy yo.

- Idiota -la escucho decir ante de cerrar mis ojos.

*****

Despierto en mi cuarto, con pijama y con un pañuelo húmedo en mi frente. ¡Mierda! Me duele hasta pensar. ¿Me habré golpeado ayer en la cabeza? Intento moverme, pero me retracto al instante, pues me provoca una fuerte oleada de un horrible dolor.

- Ya despertaste -dice una voz que apenas puedo reconocer; Tadashi-. ¿Cómo te sientes?

- Como si me hubieran dado la golpiza de mi vida -digo, incorporándome.

- Bien -dice con una sonrisa mientras se levanta del sillón-. Te traeré un té.

- ¿Desde cuándo sabes de tés? -pregunto entre risas.

- Son órdenes de Mérida -dice mientras me guiña un ojo y cierra la puerta.

¿Mérida? ¿Cómo sabe ella que...? Oh, Dios...

Una serie de rápidos flashbacks llegan a mi cabeza, haciendo que ésta me duela muy fuerte. Veo a Mérida, pizza, y luces. Mucha luces. Intentando recordar qué pasó, me da otra punzada de dolor que me dan ganas de tirarme por la ventana.

Cuando logro incorporarme completamente, voy dando pasos hasta llegar a la puerta. Pero alguien se adelanta a abrir la perilla y empuja la puerta para abrirla, acción seguida de una épica caída mía.

Lo primero que siento es un dolor increíblemente insoportable en la espalda, que poco a poco me va invadiendo el cuerpo. Cuando me vuelvo al culpable, me encuentro con Mérida.

- Veo que ya te sientes mejor -me dice mientras me estira una mano.

La tomo, y jala de mi con un poco de esfuerzo. Cuando la tengo frente a mí, me percato de lo pequeña que es, y, por un momento, me siento con ganas de besarla.

- Vamos -me dice con una gran sonrisa en la cara-. Voy a darte un buen castigo por lo que hiciste ayer.

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