Confusión
Jack
Estar con Rapunzel me provoca unas tremendas ganas de besarla. ¡Es que sus ojos me hipnotizan! Son tan grandes y hermosos que no puedo controlarme, o pensarlo con claridad siquiera.
- ¿Qué sigue? -pregunta Hipo. Le estoy ayudando a construir una especie de nave espacial gigante de legos.
- Hay que poner los alerones -le explico.
La escuela nos dijo (de una manera indirecta) que ya no nos quieren ahí porque somos unos imanes de peligros. Al menos Hipo, Rapunzel, Mérida y yo. A los demás sí los quieren, más o menos.
- Está quedando genial -me dice.
- Pues claro que sí. Lo estoy armando casi todo yo.
Me da un suave empujón y terminamos riendo. Llevamos haciendo esto durante casi dos días, y es que es tan divertido, en especial porque las piezas son pequeñas y encontrarlas es un problema. Además, prueba nuestra paciencia, y nos hace acordarnos de las cosas que hacíamos cuando éramos niños.
- ¿Quieres descansar por ahora? -me pregunta.
- Claro.
Dejamos todo en la mesa tal y como está; acomodar todo no tendría mucho sentido. Lo ayudo a levantarse y luego lo llevo hasta el comedor, donde hay muchos planos en la mesa.
Se sienta en una silla y extiende los papeles.
- Mira nada más -le digo, admirando todos los planos-. Ya llevas bastante.
- Y eso no lo es todo -señala unos puntos con el lapicero-. Estas partes, por fin pude conseguirlas.
Este chico está trabajando en una pierna artificial. Parte artificial, porque podrá moverse como una normal, doblarse y, bueno, entre otras cosas. Tadashi ha estado haciendo pruebas con una especie de robot enfermero, y, digamos que las primeras pruebas no le han funcionado del todo bien.
- ¿Ya conseguiste los cables que Irán conectados al circuito central? -cuestiono, observando el plano del interior de la estructura.
Hipo está igual. Esta es la quinta vez que rediseña los planos. Si todo sale bien, estarán listos en dos o tres días. Intentó ayudarlo en todo lo que puedo.
- Todavía no -se pone un lápiz detrás e la oreja-. En internet me salen un poco caros.
- Yo te los consigo. Creo saber dónde.
- ¿Vas a ducharte?
- No. ¿Por qué? ¿Mi aroma de constante trabajo ya te llegó? -le sonrío, intentando tragarme la risa.
- No -ríe por lo bajo-. Pero yo quiero tomar una.
- ¿Me estás pidiendo permiso?
Me da un suave empujón y se cubre el rostro con ambas manos para reírse.
- Te estoy avisando -continúa.
- Iré de una vez por los cables -le alboroto un poco el cabello; está suave-. ¿Necesitas algo más?
Examina el lugar unos segundos.
El otro día encontré botellas en su habitación, vacías, probablemente de algo que contuviese alcohol, porque no olían a nada, y de refresco no eran. No dije nada, y él mismo se encargó de desaparecerlas para que nadie sospechara.
Hace mucho ejercicio para distraer su mente de, lo de... Bueno, su pierna.
- Creo que estoy bien -me dice, sonriendo.
Tomo mi chamarra negra y me la cuelgo en el hombro. El día está soleado, y las pocas manchas de nubes que hay no muestran rastros de lluvia alguna. Y espero que así se mantenga.
- No tardo -le digo, abriendo la puerta-. Intentaré no tardar.
- Tómate tu tiempo. Solo estaré aquí.
Asiento con la cabeza y cierro la puerta. Comienzo a trotar; debo hacer algo de ejercicio antes de que me ponga gordito.
Dejarlo solo me preocupa. Pero, tiene razón; él ya no es un niño pequeño. Lo dijo bien el otro día... Pero incluso si lo dice de ese modo...
No puedo evitar protegerlo.
*****
- Te los consigo para el martes -me dice, sentándose frente a mí. También ella se ha venido corriendo-. ¿Pasas por ellos?
- Claro -respondo.
He sido informante de Mérida desde que rompieron con Hipo. No la mantengo informada a detalle ni lujo, pero al menos sí un par de cosas, como estas. Y ella está dispuesta a ayudarme a mí, pese a que sabe perfectamente bien que es para él.
- ¿Cómo sigue Robert? -le pregunto-. ¿Ya se recuperó?
- Algo así -responde, jugando con un pedazo de servilleta-. Creo que terminó algo mal. Mentalmente.
- ¿Qué? -suelto de golpe-. ¿Por qué?
- No lo sé... A veces hace cosas raras. Está intentando ir al psicólogo.
Pobre chico. No puedo imaginarme los traumas que ha de tener el pobre. Sea como sea, me alegra que esté recibiendo atenciones.
- Es difícil -me explica-. Él acepta a veces mi ayuda, pero siento que lo atosigo. Como que quiere hacer las cosas por sí mismo -se pone roja-. Pero... No quiero dejar que lo haga. Siento que, si lo hace, le va a pasar algo...
Cielos. Yo me siento igual con Hipo...
- Te entiendo -le digo-. Tenemos un instinto... ¿Cómo llamarlo? No queremos que algo les pase, y tenemos miedo a veces. Creo que es—
- Instinto protector -levanta la mirada.
- Sí...
- ¿Y tú, cómo estás? -parece que quiere cambiar de tema-. Con Rapunzel.
- Ah... -llevo la mano a mi cabello, un poco nervioso-. Pues... Je, je. No sé a qué te refieras.
Parece divertirle, pues sonríe de una oreja a otra y se inclina hacia delante para escucharme mejor.
- ¿En serio? -indaga-. Porque el otro día no vi eso.
- ¿Q-qué? -me pongo rojo-. ¿¡E-estabas viéndonos?!
- Shhh -ríe-. Cállate. No hables tan alto.
- ¿C-como pudiste? -me tapo la cara-. ¡Eso no se hace!
Continúa riendo en voz un poco baja. ¿Nos vio? ¿Cómo? A menos que haya sido por el borde de la puerta... Pero aún así, ¡no se debe espiar a las personas!
- Lo siento, lo siento -dice, calmándose un poco-. No volverá a pasar. Solo quería ver qué ibas a hacer con exactitud.
- N-no iba a hacer nada.
- Jack -me toma la mano, y la aprieta un poco-. Recuerda que tiene novio, y es amigo tuyo.
Callo ante eso.
- Sé que la quieres -dice-. Y que te gusta, pero, piensa bien las cosas. Debes respetar su decisión y no presionarla; después de todo su novio es Eugene.
- Lo sé...
Carajo. Ahora me estoy poniendo más rojo. N-no lo había visto de ese modo. Y tiene razón... Eugene es mi amigo, uno de los mejores, y me estoy queriendo meter con su chica. Eso... Está mal.
- Deja que Rapunzel haga su elección -continúa-. Y tome la que tome, deberás respetarla. Te guste o no.
Asiento con la cabeza, se acaba la taza de café que pidió y se levanta. Luego da una sola risa y me da una palmada en el hombro.
- Mira quiénes acaban de llegar.
Me vuelvo y veo por detrás del espejo del lugar muchas chicas. Al menos un poco más de una docena, mirándome y dando pequeños brinquitos de emoción. Hay, Dios mío... Mis fans.
- Yo que tú, comenzaba a correr -deja un par de billetes en la mesa justo antes de irse y salir del lugar.
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