Apuñalada
Hipo
Un beso como los de antes, como los de Noruega. Y me gusta mucho, tanto, que hasta la abrazo hacia mí con todas mis fuerzas. Mi teléfono no ha dejado de vibrar, pero... La verdad no quiero contestar. No ahora.
Claro, que, no duraría por mucho.
- ¿H-hipo...?
Ambos nos volvemos hacia la voz que nos hace volver a la realidad. Hay, no...
Le examino la mirada a una velocidad increíble, quizá porque me siento como un tonto y un verdadero idiota... O simplemente porque no sé qué más hacer. Tiene lágrimas en los ojos, y el teléfono en la mano.
- Por eso no contestabas...
Le miro la pierna, que la tiene ligeramente ensangrentada.
- ¡Mérida! -corro hacia ella-. ¿Qué te pa—
- ¡No! -grita, dando un paso atrás.
Su grito me llega tan fuerte, que me detengo en seco. Nunca la había visto así... Y nunca me había hablado así, hiciera lo hiciera.
- Aléjate. No te me acerques -me dice entre tientes-. Ya no hace falta.
La miro a los ojos. Está tan molesta como triste, y lo refleja bien. Mierda, no sé qué hacer ahora. Intento moverme apenas, y ella retrocede otro paso, con cuidado. Me mira directamente a los ojos, y siento como si me estuviese clavando decenas de dagas en el pecho. Frunce el ceño mientras los ojos le tiemblan del coraje y el llanto. Niega, como reprochándome lo que le hice, y no puedo culparla. Está en todo su derecho.
- Mérida, yo...
- Cállate -dice en voz baja, para que la escuche-. Cállate.
Otro paso.
- No quiero volver a verte. No por ahora...
- Por favor, déjam—
- ¡No! -grita molesta.
Da media vuelta y se sube al primer taxi que encuentra libre. Miro a Astrid, que está tan asustada como yo, y la tomo de la mano.
- Ven -le digo, llevándola hacia la moto casi corriendo-. Te llevaré a tu casa.
- Hipo, yo...
- No -le digo-. No fue tu culpa. No te disculpes.
Y aunque fue algo que me causó problemas, definitivamente no lo borraría de mi cabeza.
******
- Lamento todo, en serio -se disculpa-. No quería...
- Shhh -la abrazo con cuidado-. No pasó nada. Todo estará bien, lo prometo.
Suspiramos. Me alejo de ella y le alboroto el cabello un poco para demostrarle que no estoy molesto con ella o algo por el estilo.
- Gracias por lo de hoy -le digo.
Doy media vuelta y me subo a mi motocicleta, al tiempo que me pongo el casco y conduzco a gran velocidad. Debería sentirme preocupado, nervioso, asustado, pero en lugar eso... Solo estoy ansioso. Y no sé bien por qué.
Cuando llego a la casa de las chicas, toco la puerta, un poco desesperado. Tengo que explicarle a Mérida qué pasó, y saber qué le pasó en la pierna. Se veía fresca la sangre, como recién hecha.
- Hipo -dice Rapunzel, un poco sorprendida-. ¿Qué haces aquí?
Lo dice como si fuera un intruso que no debe rondar o estar al menos cerca de su casa.
- ¿Y Mérida?
Intento pasar con cuidado, pero me empuja hacia atrás con poca fuerza, quizá como advertencia. Tiene la mirada perdida y confundida.
- No. Lo siento -me dice-. Por ahora no...
- Rapunzel, yo...
- No, Hipo -me examina el rostro-. En serio. Es mejor que te vayas...
Cierra la puerta con dolor, como si no quisiera hacerlo. Entonces, se me ocurre una idea, corro hacia el lado derecho de la casa y trepo por la pared con cuidado y a una velocidad que incluso a mí me sorprende. Cuando logro ver por las paredes de vidrio del cuarto de Mérida, no la encuentro, lo que me hace creer que no está en la casa. Pero no, su pantalón está en la cama, y tiene el teléfono junto a él.
Rayos, las manos tiemblan al igual que las piernas.
Sale del baño con el cabello agarrado, me agacho un poco para que no me vea, y observó como toma una sudadera del clóset y se la va poniendo mientras sale.
¡Tengo oportunidad de hablar con ella! Bajo tal y como subí, y cuando estoy a punto de llegar al suelo, la puerta de la entrada se abre y se cierra de golpe. Mierda, no voy a alcanzarla. Desde donde estoy, brinco, y cuando caigo, un dolor terriblemente agudo me recorre desde el tobillo hasta la rodilla, y me tira.
Mérida se vuelve al escuchar mi exclamación de dolor.
- Espera -le digo, intentando incorporarme-. Por favor...
- ¿Cómo te atreves a venir? -dice molesta-. Después de lo que hiciste -su frase se mezcla con el tronar de las nubes. Hay, no, va a llover.
- Tu pierna...
- Ah -asiente con la cabeza, irónica-. Ahora te importo.
Al final quedo en pie. Me mira como si fuera la misma roña o algo peor, algo que no si quiera merece tener frente a ella. Dioses... Esto me está matando. Esa mirada me está deshaciendo por dentro.
- Mérida, yo...
Se me hace un nudo en la garganta, así que dejo de hablar. Si hablo ahora, no va a entender palabra, y puede que eche a correr; y lo hará, hable o no.
- Mira -dice al cabo de unos segundos, seria-. Tengo cosas qué hacer.
Da media vuelta, se pone la capucha de la sudadera y se va trotando justo cuando comienza a llover. Hay, no puede ser. Camino hacia la moto, intentando no usar mucho la pierna que me duele y me pongo el casco. Justo cuando voy a prenderla, me percato de que no tiene gasolina. Está en ceros.
¡¡Ah, maldita sea, no puede ser!!
Golpeo varias veces el manubrio de manera molesta mientras me suelto a llorar. Carajo... Esto me pasa por imbécil e idiota. Fui un verdadero tonto con Mérida. No sé cómo le voy a hacer para que no esté molesta conmigo, o qué hacer para arreglarlo todo...
Tanto con ella como con Astrid.
Solo espero que Mérida no haga ninguna tontería.
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