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Si a Jihyo le preguntaran cuales son aquéllos pequeños momentos que más detesta, respondería cosas como el tráfico de la ciudad, olvidar su paraguas en un día lluvioso o tener que esperar a la persona delante de la fila a que termine de comprar sus decenas de productos cuando ella solo fue a conseguir comida para su gato.
Jihyo respondería cualquiera de esas cosas con tal de que a nadie se le pasara por la mente que levantarse temprano lo detesta tanto como todas aquellas situaciones. Siente que aquello no va con su imágen de profesora, así que estaría avergonzada sí alguien se enterara que, aún después de ocho años ejerciendo, no se ha acostumbrado. Todas las mañanas se reclama lo mismo: debe ser alguien responsable que de el ejemplo.
No, no debe. Tiene que serlo.
La cabellera oscura desparramada sobre la almohada se mueve ante el intenso pitido de la alarma de un celular. Su mano busca a tientas el aparato molesto sobre la mesita de noche a un lado de su cama, pero se detiene cuando el sonido cesa para fortuna suya. Jihyo gira hasta quedar boca arriba, abriendo poco a poco sus ojos; había olvidado momentáneamente que su alarma sonó cuando observa el techo de su departamento, manteniendo una mirada perdida en el. No fue hasta que recordó que hoy es lunes, el inicio de un nuevo ciclo escolar, que se levanta de un salto de su cómoda posición.
Jihyo suelta maldiciones al aire mientras se mueve por su desordenada habitación, casi cayendo al piso cuando sus pies se enredaron con una sábana tirada. Con apuro empieza a buscar su celular hasta dar con el sobre la cómoda. Al acercarse, para su sorpresa, se encuentra con un post-it pegado; en el hay un mensaje con una hermosa caligrafía: "Gracias por la noche. Llámame". Jihyo ni siquiera se molesta en leer el número escrito, simplemente arruga el papel para después lanzarlo hacía el cesto de basura más cercano. Lo que realmente le importa a ella es la hora marcada en el reloj: las seis cuarenta y siete de la mañana. Así es como se dió cuenta que lo que escuchó fue su última alarma.
—Mierda —exclama abriendo de golpe los cajones de su cómoda para tomar un par de ropa interior antes de ir corriendo hacia el baño de su habitación. ¿Cómo pudo ser así de descuidada? Ella es muy responsable, pero por alguna razón pensó que sería buena idea ir a divertirse un domingo por la noche.
Jihyo termina de bañarse en tiempo récord. La ducha fría la ayuda a despertar completamente, algo que necesitaba después de la noche agitada y agotadora que tuvo. Lo bueno de que el invierno haya terminado es que puede andar sin ropa encima por su cuarto sin temer a sufrir de hipotermia.
Después de vestirse con su ropa habitual, que suele ser un pantalón de vestir (que a veces cambia por una falda entubada) junto a su blazer y una camisa, ella se dirige a maquillarse. Ahí es cuando se da cuenta de como su peinador se encuentra desordenado al ver productos de limpieza y maquillaje tirados; ahora entiende la razón por la cual su espalda baja le duele, fue con lo que chocó cuando la encaminaban a ciegas por su habitación oscura. A pesar de estar apurada, se toma unos momentos para ordenar rápido, logrando percatarse así del marco boca abajo al pie del mueble, el cual seguramente cayó por el impacto del golpe.
«Oh, no, no, no, no, no»︎. Jihyo se preocupa al ver aquel objeto de valor tirado. Rápidamente se pone de cuclillas para relevar su otra cara, suspirando pesado cuando ve el vidrio estrellado. Ella, con cuidado, lo remueve dejando el marco a un lado. Se siente mal de haber arruinado lo que fue el hogar de aquella foto por tanto tiempo, y más porque alguien especial se lo obsequió.
La coreana se deja caer en la silla frente al peinador sin dejar de observar fijamente aquella imágen a la vez que pasa sus dedos sobre ella recordando. Lo que ve es así misma sentada en medio de uno de sus grupos, el 3-D, hace seis años. Fue antes de la graduación, todos ellos se habían reunido para la toma de fotos, entre ellas la grupal. Originalmente aquella foto era hecha junto a su tutora, y así fue, pero por la solicitud de una alumna hizo que todos comenzaran a pedir que Jihyo se uniera y se tomara una foto como recuerdo. Un mes después, en su cumpleaños, había recibido esa misma foto como regalo.
Aún tiene ese día fresco en su memoria.
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—¡Profesora Park! —la puerta corrediza del club de literatura se abre revelando a una jóven de cabellera castaña; su respiración agitada hace intuir que estuvo corriendo por varios minutos—. ¿Acaso estuvo escondiéndose de mí? ¡La busqué por casi toda la escuela! —Jihyo tiene que apretar sus labios entre sí para evitar reír al ver a su alumna molesta; había algo en la menor que hacía que no pudiera tomarla en serio cuando se enojaba con ella.
Tzuyu entra a la habitación cerrando la puerta detrás suya mientras se quita el saco y lo deja sobre el respaldo de una silla; a diferencia de afuera, el club se mantiene cálido y protegido del helado invierno.
—Desde que terminé mi última clase he estado aquí —responde cerrando el libro que antes tenía su atención—. ¿Me necesitas para algo, Tzuyu? —pregunta, sin embargo no obtiene una respuesta.
Jihyo observa detenidamente cada uno de los movimientos de su alumna; la menor rodea la mesa larga de madera y camina a paso seguro hasta quedar a un lado de donde se encuentra. Nota con rapidez los brazos de Tzuyu que se encuentran tras su espalda ocultando algo, y antes de que pudiera preguntarle por ello, revela sus manos dejando ver entre ellas un objeto rectangular envuelto en un bonito papel de regalo con un moño azul.
—Feliz cumpleaños, profesora Park —aquellas simples palabras hacen que el corazón de Jihyo se agite, dejándola sin habla—. ¿Acaso pensó qué me lo podía ocultar? —Tzuyu sonríe victoriosa aún con las mejillas sonrojadas a causa del frío.
Si Jihyo es sincera, algo dentro suya esperaba, y ansiaba, una sorpresa de este tipo por parte de Tzuyu; no sabe como, pero su alumna tiene el don de convertir todo lo que antes odiaba en algo que puede llegar a amar. Su cumpleaños entra en esa categoría.
Jihyo suelta una risa nasal al aceptar el regalo que sostenía Tzuyu. Sus ojos comienzan a lagrimear, pero se fuerza a no mostrarse sentimental. Cuando tiene el obsequio de cerca, emite una pequeña carcajada al notar el papel de regalo lleno de unicornios—: ¿Cómo lo supiste?
—Cinco vueltas a la cancha y treinta sentadillas. ¿Debería reportar a la profesora Yoo por chantaje? —ella se recarga en la mesa sosteniéndose de sus brazos. Jihyo no puede evitar más su risa al escuchar lo que fue el plan de su alumna—. ¡No se burle de mí, profesora Park!
—¿Hiciste todo eso para qué Jeongyeon te dijera mi cumpleaños? —Jihyo no puede creer que Tzuyu se haya esforzado solo para conseguir una simple fecha—. No tuviste que hacerlo.
—Si no lo hubiera hecho, no sabría que hoy es su cumpleaños. Para mi es algo importante, profesora Park —su sinceridad termina de conmover a la mayor—, Y antes de que diga algo más, ¡mejor abra su regalo! —añade rápidamente cuando la ve con intenciones de seguir discutiendo.
Jihyo niega con su cabeza; aún tiene mucho que decir, pero decide dejar el tema por terminado, pues nada de lo que diga cambiará que Tzuyu le haya obsequiado algo. Su mirada regresa al regalo sobre la mesa, sintiendo un cosquilleo en sus manos debido a la emoción y expecta de saber que se encuentra escondido tras el papel.
—Otro requisito que me pidió la profesora Yoo para que me dijera su cumpleaños fue tener que explicarle lo que tenía planeado para usted; no tuve ningún problema con eso —Tzuyu habla mientras observa a su profesora quitar la envoltura con cuidado hasta revelar la foto grupal dentro de un bonito marco oscuro—. Pero, si soy sincera, hice trampa porque oculté mis verdaderos motivos de porque justamente decidí darle esto.
Park Jihyo nunca fue fan de su cumpleaños, siempre sentía aquel "día especial" como uno más. Sin embargo, teniendo la foto de ella junto a sus alumnos entre sus manos, comienza a agradecer que exista tal fecha. Ella respira de forma temblorosa sin dejar de ver el cristal que protege el recuerdo de aquel día que agrupa todo un año cargado de memorias que llevará en su corazón.
—Fue fácil convencer a todos de que usted debía tomarse una foto con nosotros. Puede no notarlo, pero mi vida no fue en la única que influyó —Jihyo observa fijamente a su alumna, quien tiene una sonrisa sincera que la hace sentir un extraño sentimiento cálido extenderse por su pecho y al cual siempre le tuvo miedo—. Es alguien muy querida —aquella confesión es como un abrazo para la pequeña Park Jihyo, la misma niña que estuvo en busca de esas palabras por mucho tiempo.
—Gracias, Tzuyu —a pesar de ser un corto agradecimiento, para la taiwanesa es suficiente ya que nota lo genuino y significativo de el cuando vió el temblor en la mirada y labios de su profesora, demostrando que el objetivo del obsequio se cumplió.
—No me agradezca. El verdadero motivo de mi regalo es egoísta, así que no merezco su agradecimiento —dice dejando que su cabeza caiga hacía atrás, sonriendo de lado por su "travesura"—. A finales de este mes es la graduación, así que me iré muy pronto —aquel recordatorio hace que la mandíbula de Jihyo se tense y deje de observarla; el semblante oscurecido de la mayor expresa que está mejor cuando ignora aquel detalle importante—. Así que le regalo esta foto para que, cada vez que la vea, me recuerde.
A Jihyo le parece absurdo que Tzuyu, por un momento, haya pensado que ella podría olvidarla. ¿Cómo decirle qué, aún si no tuviera una imágen suya de referencia, recordaría perfectamente cada parte de su ser? La huella que dejó su alumna en su vida es indeleble. No puede olvidar algo que se ha alojado en lo profundo de su corazón.
—Aunque ese regalo perdería su utilidad si me quedo, ¿no lo cree? —aunque la pregunta se oye inocente, Jihyo exhala pesadamente al captar con rapidez el significado de sus palabras—. Usted sabe que abandonaría toda idea de irme al extranjero si me lo pide —la forma tranquila y segura con la que lo admite llega a sorprender a la profesora: ¿tan importante es en su vida qué dejaría todo por ella?
Jihyo mantiene su mirada en la foto; detrás de donde se encuentra sentada, el cuerpo rígido como un soldado de Tzuyu la hace reír. A pesar de verla tan tensa —seguramente por el nerviosismo que le produjo estar cerca de su profesora—, no borra la gran sonrisa que tiene en su rostro demostrando lo feliz que fue.
Solo Jihyo sabe cuanto le dolerá el día que deje de ver a Tzuyu.
—Sí es así, entonces quédate —en medio del silencio, Jihyo se pronuncia.
Tzuyu jadea sorprendida al escuchar a su profesora decir aquello en voz alta. Ella se despega de la mesa para ver fijamente el perfil de su mayor, pero su emoción se escapa de su cuerpo al observarla; pudo haberle creído si tan solo se mantuviera tranquila como siempre, pero cuando giró su cabeza mostrando una suave sonrisa, la taiwanesa deja caer su mirada al igual que sus esperanzas.
—No lo dice en serio, ¿verdad? —fuerza una sonrisa para no verse tan devastada como lo está en el interior.
—¿No era lo qué querías escuchar?
—Sí, pero no es algo que usted también desea.
—No puedo arrebatarte ese sueño, Tzuyu; sé cuanto te has esforzado para ser aceptada en esa universidad y también sé cuanto amas el solo hecho de pensar en irte al extranjero. Es simples palabras, es lo que más deseas, ¿no? —Jihyo responde luciendo inexpresiva y Tzuyu no puede describir todo lo que daría por saber que es lo que está pensando su profesora justo en este momento.
Tzuyu muerde su labio inferior con fuerza, pero después lo suelta en un suspiro—. ¿Sabe? Hay alguien que amo más que todo aquel sueño de irme —admite para después alejarse de Jihyo. Cuando se encuentra frente a la puerta del salón, le da un último vistazo a la persona que dejó atrás—: Espero que disfrute su día, profesora Park.
El sonido de la puerta cerrarse causa que Jihyo deje salir todo el aire en sus pulmones. Esconde su rostro entre sus brazos tratando de controlarse como lo ha venido haciendo últimamente, pero se está haciendo difícil entre más se acerca el día en que la perderá. Realmente no quiere dejarla ir, pero no hay otra alternativa: tiene que hacerlo.
Cuando levanta su mirada, se da cuenta del saco que la menor olvidó sobre la silla. Jihyo se pone de pie y se acerca hasta tomar la suave tela entre sus manos, permitiéndose acariciar la prenda como si se tratase de la piel de Tzuyu. Dirigiendo su mirada a la puerta por donde su alumna desapareció, un solo pensamiento vaga por su mente:
«¿Qué se supone qué haga sin ti?»︎.
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Por primera vez en el día Jihyo tiene el tiempo de relajarse después de una mañana caótica. Adora enseñar y hablar con sus alumnos, pero está vez se encuentra feliz de que por fin la jornada escolar haya terminado; necesitaba aunque sea un respiro y la única manera de conseguirlo fue alejándose de todos, hasta de sus colegas que murmuraban un rumor que no está interesada en escuchar.
«Ya es primavera». Los labios de Jihyo se cierran para sostener el cigarrillo antes de darle una calada; sus codos se recargan en la barandilla de metal de un segundo piso sin dejar de observar delante suya los árboles verdes y los cerezos florecidos después del helado invierno.
La primavera llena de color y renovación siempre le ha traído recuerdos. En esta estación se vieron por primera vez, y en esta misma estación se despidieron.
Recordar aquellos años siempre la dejan sorprendida, pues le cuesta creer lo rápido que puede llegar a pasar el tiempo. Supone que para sus treinta y dos años ya es normal que se sienta así. Entre más se hace mayor, la vida se escapa de sus manos: pensarlo solo la hace sentir como si no hubiera logrado nada.
—¿Día agotador? —Jihyo mueve su rostro para ver la nueva presencia no esperada. Observa posicionarse a su lado al profesor Hwang, un compañero suyo desde hace cuatro años.
—Como suele serlo —contesta dejando que el humo salga de entre sus dientes. Por el rabillo de su ojo ve como su acompañante obtiene una cajetilla de su saco para después tomar un cigarro y posteriormente prenderlo.
«Parece que ya se volvió costumbre que nos hagamos compañía»︎.
—¡Adiós, profesora Park! —el escandaloso grito de uno de sus estudiantes la saca de sus pensamientos. Bajo ella se encuentra un grupo de alumnos que la ven mientras agitan sus manos. Jihyo les regresa la despedida con un ligero movimiento de mano.
—¡Tengan cuidado al regresar a sus casas! —grita para que sean capaces de escucharla.
—¡Lo haremos! —asegura otro, pero su sonrisa cae cuando ve lo que sostiene Jihyo en una de sus manos—. ¡Sí sigue fumando así, se enfermará! —le advierte antes de alejarse con sus demás amigos. Jihyo se siente conmovida ante su preocupación.
—¿No deberíamos sentirnos avergonzados? —se pronuncia el profesor Hwang con el cigarro entre sus dientes—. Unos estudiantes nos dicen que dejemos de fumar... se supone que eso tiene que ser al revés, ¿no? —aquella observación hace que Jihyo sonría de lado.
—Eso me recuerda cuando solía decirle a cada uno de los estudiantes que miraba fumar que no lo hicieran, odiaba el olor a cigarro —cuenta pareciéndole irónica la situación. De pronto, una curvatura se forma en su boca cuando algo más llega a su mente—. Me desagradaba tanto que hasta tenía un lugar donde podía escapar de todo eso. Era como mi rincón de paz que pronto fue descubierto por una de mis estudiantes. Parece ser que odiaba el humo del cigarro tanto como yo.
«O simplemente quería estar conmigo». Jihyo piensa que aquello era la razón por la cual, continuamente, se topaba a Tzuyu en aquel lugar. Cada vez que la miraba parecía como si estuviera esperándola. Sin embargo, ella sentía que no debía acercarse; por esa razón muchas veces, cuando observaba desde la lejanía a su alumna ocupando aquel rincón, daba media vuelta y se marchaba.
Ahora que lo piensa, nunca fue directa, en cambio, se esforzaba en crear una línea que las separaba.
En ocasiones Jihyo se arrepiente un poco por ello; a ella le hubiera gustado decirle a la jóven lo que pasaba por su mente, pero supo que nada podría cambiar su relación de profesora-alumna y prefirió quedarse callada.
Aunque algo que nunca pudo callar fue el hecho de que estaba feliz de que Tzuyu la escogiera. Fue tierno viniendo de ella.
—¿Era de esta escuela? —de nuevo la voz del profesor Hwang la saca de sus pensamientos. Él luce interesado ante la forma en que la mirada de Jihyo se iluminó por la sola mención de aquella persona.
Jihyo asiente con la cabeza teniendo una mirada perdida: otro recuerdo llegó a su mente—. Sí, dejó una gran impresión en mí. Era una chica llamada Chou Tzuyu —siente añoranza y melancolía al volver a pronunciar aquel nombre en voz alta después de tanto tiempo. Esa es la marca que dejó su ex-alumna en ella.
Cuando Tzuyu se fue, Jihyo tuvo un año muy ajetreado al comenzar a hacerse cargo de más grupos, aunque ni siquiera eso pudo distraerla del vacío que dejó en su vida. Estuvo pensando en la taiwanesa por un buen tiempo, pero con el paso de los meses dejó de contar las primaveras que pasaron desde que la menor se graduó. Desde entonces, Jihyo no ha vuelto a ver a Tzuyu.
—Hhm. Espera, ¿dijiste Chou Tzuyu? —repite su colega después de haberle dedicado segundos en silencio a acariciarse la barbilla mientras tenía una mirada pensativa, como si intentara recordar algo.
—¿La conoces? —aquel tono que empleó en su pregunta la hace deducir aquello. El profesor Hwang niega con su cabeza.
—No, pero, sí no me equivoco, el nombre de "Chou Tzuyu" estaba en el tablero de noticias de hoy —responde dejando a Jihyo perpleja. «¿Por qué su nombre estaría allí?»—. Oh, entonces es una ex-alumna.
—¿Quién es una ex-alumna? —ahora mismo la coreana se encuentra muy perdida y no entiende absolutamente nada de lo que quiere decir el profesor Hwang.
—Pues Chou Tzuyu, la nueva profesora.
Park Jihyo no había estado tan sorprendida en su vida como lo está ahora.
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