Mingi
La primera vez que sucedió fue terriblemente doloroso. Ya estaba acostumbrado al dolor, pero aquello fue diferente, agonizante, casi indescriptible.
Conocía a Yunho desde siempre, se podría decir que éramos amigos de toda la vida, literalmente. Nos conocimos una tarde de primavera, cuando apenas teníamos cinco años. Yo estaba en el patio trasero de mi casa jugando con una pelota que me habían comprado recientemente cuando noté que en la casa de al lado había movimiento. Algo extraño, pues aquella casa había permanecido vacía desde que mi joven consciencia había empezado a funcionar.
Una reja de un color verde desgastado separaba los jardines de ambas casas así que fue fácil para mí ver como un niño de seguramente mi edad me observaba con una sonrisa en su rostro. En sus manos llevaba una rosa blanca a la cual le estaba arrancando los pétalos con extrema lentitud.
—Hola, soy Mingi. — Dije con voz algo temblorosa al niño.
Solté la pelota y me acerqué a la reja para observarle más de cerca. Ya había acabado de deshojar la flor y conservó uno de esos pétalos en su mano antes de tirar el tallo al suelo. Se acercó a la reja y me enseñó el pétalo.
—¿Has visto qué bonito es? Mi mamá dice que esconden un secreto pero no ha querido decirme nada más... Por cierto, soy Yunho y me acabo de mudar.
Contemplé el pétalo blanco, impoluto y cuando levanté la vista contemplé su sonrisa, tan bonita y pura como este.
—¿Quieres ser mi amigo?— Dije pasando una de mis manitas por la reja para tendérsela.
—Claro, desde ahora seremos los mejores amigos.— Contestó y colocó en mi mano el pequeño pétalo blanco.— Y este es mi regalo.
Cuando pude contemplarlo desde más cerca me di cuenta de que tenía pequeñas gotitas de sangre. Observé sus manos temblorosas y vi cómo había varias heridas en estas.
—¿Qué te ha pasado en las manos?— Dije haciendo un puchero.
—Me he hecho daño al coger la rosa, tenía muchas espinas pero no importa porque al final conseguí cogerla.
No era apenas consciente de lo que sucedía a mi alrededor, todo daba vueltas y el dolor en mi pecho aumentaba. El aire parecía no lograr entrar en mis pulmones y estos parecían estar siendo desgarrados desde dentro, como si algo pugnara por salir de allí, obstruyendo mi tráquea, privando a mi cuerpo de aquello que necesitaba para vivir.
Habían pasado catorce años desde aquel día y tal y como lo habíamos pactado nunca dejamos de ser amigos. Fuimos juntos a la escuela primaria y también a la secundaria, éramos inseparables. Todo el mundo hablaba de cuán admirados estaban de que nunca pelearamos o discutiéramos. La conexión que había entre nosotros era tal que incluso era innecesario hablar puesto que con una simple mirada podíamos entender lo que el otro estaba pensando.
Fue cuando entramos a la universidad que las cosas empezaron a cambiar, él decidió estudiar botánica mientras que yo me decanté por la hostelería, algo que siempre me había llamado la atención.
Los estudios consumían nuestro tiempo y fue perfectamente lógico que ya no tuviéramos la oportunidad de vernos tan seguido como nos habría gustado a pesar de vivir literalmente al lado.
Aún recordaba aquella época de risas, de juegos, de miradas traviesas, una época en lo único que importaba éramos nosotros dos. Más de una vez nos habíamos quedado en las ventanas de nuestras correspondientes habitaciones, que se hallaban una delante de la otra, chateando con el teléfono mientras nos mirábamos y reíamos por lo bajo ya que solían ser las tres o las cuatro de la mañana. También recuerdo como él hacía caras graciosas en clase para hacerme reír sabiendo que no podría parar y como al final me echaban de clase junto a él. Cuando eso sucedía íbamos corriendo a la biblioteca a buscar libros para poder leer juntos sobre las plantas y el significado del nombre de estas.
Caí de rodillas al suelo, solo podía verlos a ellos en la lejanía. No había nadie cerca de mí y no podía pedir ayuda. Algo me oprimía la garganta y empecé a toser para intentar echarlo.
—Mingi... Me aburro demasiado, ¿Vienes a mi casa o voy a la tuya?— Dijo Yunho por llamada telefónica.
—Ven tú, no me encuentro muy bien y no quiero levantarme de la cama.
Después de decir aquello oí un pitido y minutos después cómo alguien subía apresurado las escaleras que conducían a mi habitación. Era plenamente consciente de lo que me estaba ocurriendo pero aún así no se lo había dicho a nadie, ni siquiera había podido acabar de asimilar lo que me estaba pasando.
—Ey... ¿Cómo te encuentras?— Susurró Yunho cuando entró a mi habitación y una punzada de dolor atravesó mi cuerpo haciéndome estremecer. Sin querer gemí, dolía demasiado, pero él no podía saberlo. No quería que se preocupara por mí y mucho menos hacerlo sentir culpable de algo como esto.
—No muy bien... Creo que tengo gripe o algo así.
Se sentó a mi lado y traté de no mirarlo mucho a los ojos, sabiendo que él podría descubrir que le estaba mintiendo con una sola mirada.
—No debes presionarte tanto... Y debes dormir más, últimamente no hemos hablado mucho pero estoy seguro de que casi no duermes por estar estudiando.
Ojalá fuera por eso.
—Lo intentaré pero no prometo nada.— Contesté con una leve sonrisa. Tocó mi frente para comprobar que no estuviera ardiendo en fiebre cosa que sí me estaba sucediendo.
—Voy a prepararte un té, no te muevas.— Bromeó mientras me guiñaba un ojo. Y sabía que ya era tarde, muy tarde.
En cuanto salió de la habitación noté como mi corazón latía desbocado, ya casi me había acostumbrado a la presión en el pecho, pero no a lo que le seguía a eso.
Quería gritar y no podía. Coloqué mis manos en el suelo y unas terribles arcadas llegaron a mí. Y como el iluso que era, creí que iba a vomitar lo que había comido antes de llegar allí. Sorprendido observé lo que había escupido de manera tortuosa. Pequeños pétalos de rosa que creía que eran rojas de por sí, pero estaba equivocado. Los pétalos eran blancos y el rojo de mi sangre era quien los teñía.
No podía dejar que me viera así, era lo peor que podría pasar. Tendría que darle explicaciones, argumentos poco creíbles sobre una enfermedad demasiado inverosímil que si no fuera por mi afición a la mitología y a las leyendas seguramente nunca me habría dado cuenta de lo que me ocurría.
Ni siquiera supe cuando fue el día en que empecé a enamorarme de Yunho, me sentía eufórico, las ganas de pasar tiempo con él eran inmensas, el querer acariciarlo, el verlo sonreír, apreciar como sacudía su cabeza para apartar el cabello de su rostro. Lo sabía todo, absolutamente todo de él y fue por ese motivo por el cual no puedo recordar un día exacto. La sensación de estar enamorado era maravillosa, no podía evitar sonreír como tonto al verlo o mencionarlo cada dos por tres, algo no tan extraño pues era algo que siempre hacía. Un año entero pasó. Mi amor aumentaba cada día, era inevitable, pero yo seguía feliz porque a pesar de que todavía no le había confesado mis sentimientos por él, tenía la vaga esperanza de que quizá algún día él sintiera lo mismo que yo. No pude estar más equivocado.
Seis meses bastaron, seis meses desde que había empezado la universidad para que él encontrara a otra persona. Supongo que yo todavía creía que la burbuja que habíamos creado nosotros dos solos nunca se iba a romper, pero claro está que las burbujas son demasiado frágiles como para resistir al tacto de otra persona.
—Mingi debo contarte algo.— Dijo emocionado una tarde de fin de semana mientras nos reuníamos en el jardín aún separados por esa desgastada reja.
—Claro dime, hacía por lo menos una semana que no hablábamos.— Contemplé su sonrisa e inconscientemente una se instaló en mis labios.
—He conocido a una chica en la facultad... Ah... Es hermosa y me ha pedido mi número, en serio, deberías verla. Creo que me gusta, a ver hace a penas seis meses que empezamos las clases pero estoy seguro de que por muchas chicas guapas que hayan en mi curso no hay nadie como ella.
El tiempo se congeló en aquel instante, todos mis anhelos y esperanzas cayeron en un pozo sin fondo. Ahí, fue en ese preciso instante que sentí como mi corazón, aquel que con tanto aprecio había atesorado para entregárselo a Yunho, se rompía en mil pedazos y al mismo tiempo algo se clavaba en él con profundidad.
Como el mejor amigo que era, tuve que forzar una sonrisa y felicitarlo por lo que me había contado cuando lo que realmente quería era encerrarme en mi habitación y gritar, gritar de desesperación e impotencia. Por no haberle contado que lo amaba como algo más que un simple amigo, algo más que un hermano... Pero en caso de haberle confesado mis sentimientos no sabría qué habría pasado. No quería que por culpa de lo que sentía por él nuestra relación se volviera incómoda y complicada, no quería que Yunho se sintiera culpable por no corresponderme, no quería ver ni oír su rechazo.
Observé incrédulo la sangre que salía de mi boca y el aún más sorprendente hecho de que acababa de escupir los pétalos de una flor. Pero no de una flor cualquiera, sino de una rosa blanca, aquel símbolo que nos unía a Yunho y a mí.
Me levanté tembloroso del suelo pues en mi intento de caminar hacia el baño me había caído. Esas insoportables ganas de vomitar habían vuelto y sabía perfectamente el porqué, si él no me hubiera tocado la frente de ese modo, acelerando el latir de mi corazón, si él no me hubiera guiñando ese ojo de manera tan coqueta, si yo no supiera que ese guiño no era más que una inocente broma... Seguramente ahora no estaría sintiendo el sabor de la sangre en mi boca, no me estaría ahogando en busca de un poco de aire. Y me maldigo por haber aceptado que viniera a mi casa sabiendo que sería completamente perjudicial para mí, pero no podía negarme, lo extrañaba demasiado.
Las arcadas empezaron justo cuando la puerta se abrió y en ese precioso instante entré en pánico y vomité por primera vez, desde que mi enfermedad había comenzado, rosas enteras. Observé horrorizado el suelo, nunca me había ocurrido aquello, siempre habían sido simples pétalos, no rosas enteras bañadas en sangre. Asustado a más no poder giré mi rostro hacia Yunho para contemplar como me observaba boquiabierto y en completo estado de shock. El silencio era aturdidor pero el sonido de la taza al estrellarse contra el suelo, desparramando el té que me había traído nos hizo reaccionar a los dos.
Él empezó a acercarse a mí pero retrocedí cuando las ganas de volver a vomitar volvieron.
—¡No!— Conseguí graznar a pesar de que la garganta me dolía horrores.
Podía sentir detalladamente cómo las espinas se clavaban en esta, sentía como la sangre bajaba de las heridas internas e inevitablemente tragué intentando no sentir aquella asquerosa sensación pero no hizo más que empeorarlo todo pues las espinas se clavaron aún más haciéndome lloriquear de dolor. Todavía tenía pétalos atorados en la tráquea y casi no podía respirar.
Aún así Yunho se acercó hasta llegar a mí y cuando tocó mi espalda para acariciarme en un intento de consuelo volví a toser y acabé vomitando de nuevo. Lágrimas silenciosas bajaban por mis mejillas, me estaba mareando y el tener a Yunho a mi lado era un analgésico para mi mente pero para mi cuerpo era una completa tortura pues lo único que hacía era incrementar los efectos de la enfermedad.
No tengo muy claro como llegamos al hospital, pequeñas lagunas mentales me impedían recordar en qué momento Yunho había llamado a la ambulancia o cuándo me habían metido en esta. De lo único de lo que era consciente era de la presión que ejercía la mano de Yunho sobre la mía y como lágrimas calientes caían en mi rostro.
Demasiado ruido a mi alrededor, mucho movimiento y sobre todo, por encima de todo eso, el dolor... No el dolor físico, que había menguado por lo que suponía que eran analgésicos, sino ese dolor que se había instalado en mi corazón. Dolía el saber que nunca sería correspondido, dolía el hecho de que estar enamorado de él no solo me afectaba a mí sino que ahora Yunho también sufría por culpa mía. Sabía que me quería demasiado, como amigo, sabía que su dolor era el mío y que el mío era suyo.
Solo quería dejarme ir, la muerte era la opción más fácil para mí, quiero decir, no porque realmente lo deseara, pero sabía que tarde o temprano acabaría así... Porque lo quería demasiado como para decirle que la causa de mi enfermedad era él, porque mi amor era tan grande que no podía soportar el hecho de que él se culpase por no amarme del mismo modo. Si llegaba a morir, todo habría acabado, él sufriría por un tiempo pero podría rehacer su vida con su actual novia y todo estaría bien. El sería feliz y yo ya no me sentiría culpable de amarlo.
Volví a levantar la vista y aquella imagen seguía allí. Yunho y una chica, seguramente de la que ya me había hablado, consumidos en un beso apasionado, sentados en un banco al otro lado de la calle en un ángulo lo suficientemente concreto para que yo pudiera contemplarlos pero ellos a mí no. Solo una pregunta cruzó por mi mente en aquel instante: ¿Qué acaba de pasar?
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Bueno, esta es la primera parte de este two shot, si hay algún error pido disculpas y prometo colgar la segunda parte pronto. Estoy muy emocionada por esta historia así que realmente deseo que os guste.💖
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