Pendiendo de un hilo
Habían noches donde lo único que lograba hacer era llorar en silencio, viendo las nostálgicas estrellas luminosas que pegué en mi techo hace unos meses atrás, oyendo el retumbante y agonizante latido de mi corazón.
Intentaba ser fuerte, intentaba no caer en los vacíos de mi mente y en lo pesimista que realmente era cuando se trataba de mi, pero de todas maneras, el pensar lo peor iba de la mano con la esperanza de recuperar por completo la movilidad en mis dedos.
Es cierto, la terapia parecía que hacía magia... Aunque, no la suficiente lamentablemente.
Ya no necesitaba tener mi brazo inmovilizado con yeso, ya no necesitaba la silla de ruedas y eso, generalmente hablando, estaba "bien".
Mis dedos rígidos, temblaban cada vez que intentaba mantenerlos en un acorde tan básico como lo es un Do, incluso, el sólo hecho de querer presionar una tecla, me resultaba increíblemente difícil, no tenía fuerza y mucho menos la técnica tan pulida que mi profesor de piano junto a mi abuela lucharon tanto en inculcarme.
Cerré mi puño y lo dejé caer en seco sobre la superficie, provocando un estruendo por toda la sala, en donde habíamos trasladado el piano de mi abuela cuando arreglamos la habitación de Marinette.
Pensar que nada más hace unos meses no creía volver a tocar nuevamente, que mi vida no tenía un rumbo fijo y mucho menos tenía una meta que alcanzar cuando fuera a la universidad, no sabía quién sería ni quién quería ser, pero cambié mi habitual caminar y algo nuevo nació, una puerta se abrió, la claridad se abrió paso en las sombras sobre mi espalda, tuve esperanza. El problema es que cuando logré superar un obstáculo y decidir seguir una dirección determinada a lo que realmente era, un pianista que de niño pasó horas leyendo partituras al borde de las escaleras, que dejó a su mejor amigo plantado más de una vez por una presentación en el teatro, pues ese sueño... se esfumó en un abrir y cerrar de ojos.
—Adrien. —la voz asustada de mamá llegó a mis oídos. No levanté la cabeza ni un segundo y mucho menos cuando oí unas rápidas pisadas bajar las escaleras.
—¿Qué pasó?, ¿estás bien? —sentía la respiración agitada de mi novia a mi lado, sólo arrastré el taburete y caminé hacia la puerta principal con rapidez. —¡Adrien!
Mamá no dijo nada, creo que entendió que necesitaba un momento a solas.
—Oye, ¡espérame! —caminé más rápido por la acera. Puse mis manos en los bolsillos de mi chaqueta, viendo mis pies dar cada paso de manera furiosa y pesada. —No seas animal y espérame. Mis piernas son más cortas que las tuyas. —se quejó Marinette a mis espaldas. Estoy seguro que en otras circunstancias me hubiera reído, ella se molestaría y luego haría que también se riera conmigo, pero la presión en mi pecho me impedía darme el lujo de eso.
—No me sigas y vuelve a la casa. —me detuve y ella con rapidez se acercó posandose frente a mi. Agachó su cabeza viendo mi cara hacia arriba con las cejas fruncidas.
—Dime lo que sucede. —levanté mi cabeza y solté el aire con cansancio. Lo que menos quería era tenerla cerca y decir algo estúpido. —¿al final te volviste loco? —intentó bromear.
—Marinette... Quiero estar solo. —cruzó sus brazos manteniendo el contacto visual. —no estoy bromeando, vuelve a casa.
—No me digas eso, quiero ir contigo... Donde sea que quieras ir. —no pude evitar sonreír y le regalé una media sonrisa. Saqué una de mis manos para apretar su mejilla un poco. —duele, duele, duele... —golpeó mi hombro después de quitar mi agarre con molestia.
—Estaré bien, sólo necesito caminar un poco para despejarme. No quiero que te expongas.
—No te preocupes por mi, él no me hará nada y lo sabes.
—Vuelve a casa. —sus ojos azules no dejaron de intimidarme, incluso podrían parecer que se incendiaban por lo determinada que solía ser, pero ahora sólo brillaban con preocupación y muy por el contrario a lo que esperaba, ella cedió a mi petición rompiendo el contacto.
—No llegues tarde. Tenemos tarea que terminar. —quise reír, pero no me salió del todo. Marinette se acercó y, parándose en puntillas, alcanzó mis labios, depositando un beso tan fugaz como el viento. —Ten cuidado. —me rodeó y lógicamente no la dejaría ir sólo con ese pequeño toque. Alcancé su mano, haciéndola girar y acerqué su rostro con una de mis manos dándole un beso más completo.
—Te quiero. —esta vez sonrió sinceramente y con un leve rubor en sus mejillas se alejó de mi.
—Yo más.
°°°
Había toda un pinta de que se pondría a llover en cualquier momento, siendo sincero no me importaba mucho un poco de agua sobre mi cabeza, quizás me serviría para dejar de darle vueltas a mi pequeño lapsus depresivo.
Caminé por las calles sin un rumbo fijo, llegué al parque y estuve ahí unos minutos antes de volver con mi andar. Las personas se volvían lejanas, el ruido opaco y el aroma dulce de algunas cafeterías, torturaba un poco mi estómago, aunque, no lo suficiente como para entrar y comprarme algo.
Mi celular comenzó a vibrar. Pensé que sería mamá o quizás Marinette preguntando por mi paradero, pero no.
El contacto de Bridgette iluminó la pantalla, para ser exactos, un mensaje invitándome a un evento en el teatro donde sería participe como violinista.
No sé si el universo quería burlarse de mí con aquella invitación, porque realmente dudo que fuese el mejor momento para asistir a una presentación llena de músicos haciendo lo que yo ya no puedo, ¿era masoquista?, es posible, porque mis pies comenzaron a moverse por si solos hacia la dirección correspondiente.
No me tomó mucho tiempo llegar al teatro, no se veía demasiada gente alrededor, quizás yo era el único que estaba llegando tarde.
Le envié un mensaje a Brid como respuesta, diciéndole que estaba fuera esperando y sólo unos segundos después de enviado alguien tomó mi hombro a mis espaldas.
—Llegas justo a tiempo, ya va a empezar. —me giré algo sorprendido y pude verla más claramente.
Su largo cabello estaba semirecogido, portaba un vestido rojo increíblemente hermoso y sofisticado, algo que no me sonaba muy su estilo, pero lo más probable es que fuese elegido por su maestro o algún asesor. No pude evitar verla, y es que realmente se veía muy hermosa.
—Oye, deja de babear y sígueme. —rió audiblemente y tomó mi mano arrastrándome hacia la entraba trasera. —tienes los mejores asientos, los dos vacíos de ahí. —apuntó en la oscuridad hacia el público cuando atravesamos un largo pasillo lleno de utileria teatral.
—P-pero...
—Deseame suerte. —chilló con alegría y luego respiró profundamente, cambiando su expresión a una seria. —acepto críticas constructivas cuando acabe todo. —me guiñó un ojo y sacudió sus manos, las cuales no dejaban de temblar. —hablamos luego, siento toda esta euforia.
No me dejó ni siquiera hablar y en un parpadeo ya había desaparecido de mi vista por unas puertas hacia el escenario.
—Suerte...
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