Herencias
—¿Buena noche? —preguntó mamá viéndome sobre su taza de café y rodé los ojos quitando la mano de mi espalda baja.
—Nada de lo que sea que tú mente imagine ocurrió. —me crucé de brazos y ella sólo rió dejando la taza sobre la mesa.
—Ya lo sé, cariño. Sólo me divierto un poco contigo. —extendió su mano hacia mí y la tomé. —¿cómo está ella?
—Sigue dormida. No quise despertarla, creo que... Es posible que sea la única vez que haya dormido así de tranquila. —el rostro de mamá se entristeció, pero rápidamente se puso de pie, tomando su taza para dirigirse a la cocina.
—Entonces deja que descanse todo lo que quiera.
—¿Y papá? —la seguí detrás. —pensé que estaría desayunando contigo. Quería platicarle sobre Marinette y... Ya sabes. —miré mis manos.
—Se levantó temprano. Está en el cuarto de atrás, por si quieres acompañarlo, y no te preocupes. —se acercó acariciando mi mejilla. —conversé con él la situación.
—Gracias, ma. —ahora golpeó mi mejilla e hice una mueca cuando la agarró con sus dedos. —a-auch, eso duele.
—Eso no te levanta el castigo, jovencito. —sonrió e hice un puchero. —bien, come algo antes de ir con tu padre.
—Estoy bien así... —no pude seguir hablando, ya que mamá me sentó en el taburete.
—No te estoy preguntando, Adrien. —suspiré cuando se dio la vuelta para prepararme el desayuno.
—Puedo hacerlo yo... —me puse de pie, pero me miró sobre el hombro de manera amenazante.
—Lo tengo más que claro, pero en un año más no te tendré aquí en casa. —se giró nuevamente y comenzó a hablar de manera cantada. —irás a la universidad, tendrás una vida separada de mi, y yo no estaré para... —no sé porqué sus palabras me hacían sentir tan triste. Pude notar como limpiaba su rostro a pesar de darme la espalda.
—Mamá... -me puse de pie y caminé hacia ella poniendo una mano sobre su hombro. —¿Estás bien? —volteó a verme y sus ojos estaban cristalizados.
—Claro que si. Es sólo que... —se puso a reír, pero las lágrimas cayeron. —me puse a pensar cosas y no lo sé. Estás tan grande. —se concentró en mi camiseta y limpió lo que sea que tuviese invisible. —parece que fue ayer cuando te cambiaba los pañales. -tomé sus hombros y la abracé. —te haz convertido en un buen hombre. No me hagas caso. —sonreí en medio de la tristeza que me daban sus palabras, aunque no era una tristeza desgarradora, sino una cargada de nostalgia.
—Mamá, sabes que yo siempre voy a estar para ti. Incluso cuando seas una viejita cascarrabias. —pellizco mi espalda y contuve el dolor con un gemido en mi garganta.
—Serás un payaso. Eres igual que tu padre a su edad. —se separó de mí y pasó sus dos manos por el rostro. —ya, basta de tantas lágrimas. —su expresión se vio mas serena. —ve con tu padre, te llevaré comida para allá. —asentí y besé su frente prolongadamente.
—Te amo, mamá. —susurré.
—Y yo a ti. —respondió de la misma forma y salí de la cocina. —¡ponte un abrigo que está helando! —la oí a lo lejos y solté una carcajada.
Tomé un abrigo de la entrada y me puse unas botas de ahí mismo, sin calcetines. Salí hacia afuera y definitivamente la brisa fría me estremeció.
Los domingos suelo despertarme más tarde, papá en cambio, se levanta igual de temprano que toda la semana, sólo que trabaja en su pequeño taller en el jardín trasero.
Para ser un abogado, su lado artístico está bastante desarrollado. Talla esculturas de madera sólo por amor al arte, y siendo sincero es muy bueno en eso. Su padre se lo enseñó y ahora creo que lo usa para distraerse del estrés de la oficina, cuando era niño intentó enseñarme, pero mi lado artístico fue más cargado a lo musical, algo aprendí, pero nunca tan bueno como él.
Me sorprendió ver que esta vez no tallaba una escultura, más bien sacaba una marquesa del cuartucho. Plagg estaba echado sobre la mesita a un costado del cuarto, supongo que haciéndole compañía.
—Papá. —llamé su atención y sonrió acomodando sus lentes sobre su nariz.
—Hijo, que bueno que despertaste. —tomó la madera y la apoyó en la casa. —¿cómo dormiste?
—Bien, pero... ¿Qué es esto?
—Una cama, claramente. Estaba guardada en el taller y pensé que sería bueno despejar la habitación del piano, ¿no crees? —aún no comprendía del todo lo que quería decir y se paró frente a mi. —no pensaras que Marinette dormirá contigo en tu habitación siempre, ¿no? —rio con tono burlón. —también tuve tu edad. —palmeo mi hombro y volvió a cargar la madera.
—Espera, eso quiere decir que... ¿No tienes problema en que se quede con nosotros? —volteé a verlo y él ladeo la cabeza.
—Hijo, si tienes lo suficiente como para brindarle a otra persona, no veo una razón por lo cual no hacerlo. Tu abuelo me enseñó que tu fortaleza puede ser un pilar para alguien con fragilidad, puede ser un impulso de esperanza.
—Creí que el abuelo sólo te enseñó a no combinar zapatos con calcetines blancos. —soltó una carcajada.
—Era un hombre muy peculiar. —me acerqué para ayudarlo y los dos cargamos con la cama en piezas. —sabía lo difícil que era el mundo y es precisamente lo que intento inculcarte. —caminamos hacia el frente de la casa y dejamos todo en la sala.
Me gustaba tener estas charlas con mi padre, y es que sentía que todo lo que me decía era una enseñanza. Un día estaba serio y estricto, pero aún así lo admiraba por eso, ya que otras veces era como mamá, mostrando una sensibilidad incomparable.
Creo que el universo acertó en juntarlos a ambos, eran una combinación perfecta.
—Veo que ya trajeron la cama. —mamá apareció de la cocina con una bandeja, mi desayuno para ser exactos. —toma, cariño. —me extendió una taza de leche y la tomé después de sacudir mis manos.
—Gracias.
Mamá se acercó a mí padre y le dio un sonoro beso en la mejilla, mientras él envolvía su cintura simulando un abrazo.
—¿Quieres que prepare ropa para que te cambies?
—Oh no, cariño. Creo que estaremos bastante ocupados vaciando el cuarto del piano, así que mejor poco antes de que almorcemos. —los dos se vieron a los ojos y conversaron de manera muda.
Me dispuse en terminar mi desayuno y dejé todo en la cocina, para cuando volví a la sala, papá ya estaba apilado cosas del cuarto en el segundo piso. Me dirigí hacia allá y me apoyé en el marco de la puerta.
—Ese fue cuando tenía seis. —mencioné al ver que observaba un trofeo mío de esgrima. Sonrió y lo limpió con un paño antes de entregármelo.
—Recuerdo ese día como si fuera ayer. Te tocó con un niño el doble de grande que tú, —siguió sacando cosas y sólo veía lo que había envejecido con la luz que entraba por la ventana. —pero eso era una ventaja más que nada. Fuiste más rápido y marcaste el primer punto. —asentí y dejé el trofeo en el pasillo sobre el suelo. —justo después de eso tenías una presentación de piano. Tu abuela no alcanzó a felicitarte cuando ya te estaba arrastrando para cambiarte a un traje. —una risa resonó en mi garganta. —que mujer más loca, o al menos eso pensé en su momento.
—Le encantaba verme tocar, ¿no? —asintió entregándome una carpa de campamento.
—Y no sólo a ella, pero creo que era la que más disfrutaba viéndote en un escenario. Esa fue de las pocas veces en las que dejamos que tocaras a una corta edad, creímos que era mejor que siguieras con las clases en casa y te concentraras en jugar.
—Lo recuerdo, vagamente, pero lo hago.
Seguimos sacando todo y lo único que faltaba era el piano. Limpiamos cada rincón e incluso las repizas que había en aquella habitación, la luz era perfecta para que Marinette dibujara, de eso no me cabía duda alguna y era una de las razones por las que me encantó que esta sea su habitación.
—Cuando te encerraste aquí, —susurró papá recargandose en el piano con sus dos brazos y le presté toda mi atención. —realmente nos preocupamos por ti. Nunca pensamos que tuvieras tanta pena guardada desde que tu abuela se fue. —formó una fina línea en sus labios. —pero, Adrien... Pienso que no debes dejar algo que amas por la pérdida.
—Me es difícil. —suspiré. —no es como antes, ahora no puedo tocar una sola nota sin que mis manos tiemblen.
—Eso sólo es miedo. —se acercó a mí y puso una mano en mi hombro hablando en mi oído. —piensa en algo que te haga feliz. Es lo que tu abuela te decía, ¿no? —salió de la habitación y medité sus palabras.
Bridgette me dijo que necesitaba tiempo y que encontraría un motivo por el cual tocar.
Papá me decía que pensara en algo que me hiciera feliz.
Marinette por otro lado... Ella me quitó la culpa y dijo exactamente lo que estaba haciendo mal.
Tomé asiento frente al piano y levanté la tapa, viendo cada una de sus teclas en todo su esplendor. La luz se reflejaba en la superficie lisa y mis dedos tomaron posición cuando cerré mis ojos.
—Tocar por un motivo que me haga feliz o simplemente tocar porque me hace feliz hacerlo.
¿Qué miedo se compara con el que Marinette ha sentido toda la vida?, esto no es nada y no tiene porqué serlo. No es menos importante, pero si puedo hacer que valga menos para mi y superarlo.
¿Qué he de perder?
El sonido fue opaco, como si estuviera bajo el agua o como si hubieran cien paredes de concreto a mi alrededor. Mi corazón me daba el tiempo y los pedales la intensidad, pero aún así el sonido no llegaba del todo a mis oídos.
Mi cuerpo sabía que si mi mano iba a la izquierda todo sería más potente y con grosor. Mi derecha regalaba la suvidad y ligereza, en algunas partituras los agudos eran filosos, pero ahora mismo solo eran toques de su sonrisa en mi cabeza.
Sus ojos estaban hacia la izquierda con la profundidad del cielo, su voz en el centro ligeramente a la derecha, casi en calma sin irse a lo irritante.
Era ella.
La melodia era ella y no lograba escucharla, pero sabía que era hermosa. En algún momento podría escucharla y estoy seguro que será lo más bello que mis dedos toquen jamás, y es que la montaña rusa en la que mi corazón se encontraba, sólo tenía una dirección a pesar de ir de arriba hacia abajo.
Marinette me tenía en un arpegio constante, cada nota de ella yo la seguía detrás y cada silencio me dejaba admirar la nota que seguía.
Mis manos se alzaron y temblaban, pero esta vez no con miedo, sino por la fuerza que usé. Sentía cosquillas desde mis codos hasta la punta de mis dedos, tomé aire y reí por lo bajo.
—Creo que... Al final no tocas tan mal como pensaba. —me giré y pude verla con una sonrisa enorme en su rostro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro