Epifanía
Abrí la puerta principal lo más silenciosamente posible, Marinette apretaba mi mano con fuerza a mi lado y nos adentramos conteniendo la respiración.
—Tranquila, mañana le explicaré a mamá...
—¿Explicarme qué, Adrien? —la voz de mi madre hizo eco en la sala y la lámpara sobre uno de los muebles al lado del sofá se encendió.
Debí imaginarlo antes, a mi madre nunca se le escapa nada... Incluso aquella vez que llegué ebrio y papá me golpeó con el bate, ¡ella sabía que era yo, pero lo dejó hacerlo para darme una lección al tirar su tarta!
Mamá era el ser más dulce que había pisado la tierra, pero al mismo tiempo podía ser el más despiadado.
Traía su bata de levantar celeste, sus brazos estaban cruzados frente a ella, al igual que sus piernas, ya que estaba sentada en uno de los sillones individuales que miraba hacia la entrada. Su largo cabello rubio caía a un lado en una trenza.
Me quedé congelado, petrificado, atónito, anonadado... Creo que ya entendieron.
—Van a ser las... —la pantalla de su celular iluminó más su rostro. —doce de la noche y tú andas afuera, jovencito. Sin auto y sin tu identificación. —alzó su otra mano mostrando mi billetera, instintivamente toqué el bolsillo de mi pantalón y cerré mis ojos con pesar. Lo más probable es que se me cayó antes de salir. —no te llamé, sólo para saber a que hora volverías a casa, así que espero una explicación ahora si no quieres que despierte a tu padre.
—Mamá... Verás... —di un pasó adelante y luego miré a Marinette a mi costado. Sus ojos estaban perdidos en el piso. —surgió algo urgente. —volví a ver a mamá, quien alzó una ceja esperando que prosiguiera. —debía ir por Marinette y... —alzó la mano callandome.
—Debiste decirme, Adrien. El auto lo tienes en el taller... ¿Acaso crees que la delincuencia en la noche duerme?, podría haberte pasado algo y más encima andabas sin identificación.
—¡Si la traía conmigo! —volvió a alzar su mano con mi billetera y la agitó. —se cayó cuando salí.
—Te dije que te traería problemas con tus padres. —susurró Marinette queriendo soltar mi mano, pero no la dejé.
—Perdón mamá. —agaché un poco mi cabeza. —se que te preocupé y actué sin pensar. No pensé en más alternativas y sólo salí.
Oí el sofá crujir brevemente y con eso supe que se había puesto de pie. Sus pasos se acercaron a nosotros.
—Estarás castigado por una semana. —asentí en silencio. —no le diré a tu padre, pero será instituto-casa y viceversa. —volví a asentir. —Marinette. —nombró y levanté la cabeza, viendo una sonrisa radiante en mamá cambiar drásticamente su antes seria expresión. —ven, cariño. —extendió su mano y tomó la libre de ella. —de seguro estás muy cansada... ¿Quieres algo de comer?
—Y-yo...
—Creo que eso es un si. —respondió mamá y caminó junto a ella hacia la cocina. —Adrien. —me miró hacia atrás. —prepara la colchoneta en tu habitación. La cama de visitas está desarmada por ahora, así que ya sabes.
—Claro, mamá... Gracias. —no dijo nada y se perdió con Marinette en la cocina.
Subí de a dos escalones hacia mi habitación. Me dispuse a buscar algunas frazadas y sábanas en el closet al fondo, y las dejé ordenadas sobre mi cama, mientras iba al cuarto del piano por la colchoneta.
No demoré mucho en armar todo al lado de mi cama. Ahora sólo acomodaba una almohada con una funda limpia y luego la dejé en la cabecera de la colchoneta.
Me sentía más ligero de lo normal, como si saber que Marinette estaba a salvo conmigo en mi casa... Me quitara un gran peso de encima.
Unos golpes en mi puerta llamaron mi atención y en seguida Marinette apoyó su cabeza por el borde.
—¿Puedo pasar? —sonreí y me hice hacia atrás tomando asiento en mi cama.
—Pasa. —musité y se adentró. Su rostro se veía más calmado, lo que sea que le hablara mamá le hizo bien. —¿todo bien?
—Si. —cargaba su mochila frente a ella y entre sus brazos podía distinguir un pijama de mamá color rosa. —Oh, esto... —alzó las prendas, creo que se percató que las miraba. —tu mamá me las prestó, como no traje ropa y eso... Solo había echado los libros del instituto y una que otra prenda.
—Está bien, si quieres tomar una ducha. —indiqué con la cabeza a mi costado. —ahí está el baño, aunque ya sabes donde queda... Di-digo... Ya haz estado aquí. —posé una mano en mi nuca, ¿estaba nervioso?
Marinette sonrió como pocas veces lo hacía y caminó con confianza hacia la pecera de Bernardo, el cual parecía no dormir por ahora.
—Hola, pequeño. —musitó tocando dos veces el cristal. —¿me extrañaste? —aclaré mi garganta. —¿Y Plagg? —volteé a verla y ladeo el rostro un poco.
—No sé, debe andar por ahí. Quizás esté en la habitación de mis padres.
—Bien, iré a... —indicó el baño y guardé silencio. Ella sólo se adentró al servicio con sus cosas.
Aprovechando la ausencia de Marinette, me dispuse a ponerme mi pijama, después de todo, antes de que ella me hablara estaba por acostarme. Nunca lo usaba, pero ahora hay visitas, así que nada que hacer.
Guardé la ropa donde correspondía, dejando mis zapatos bajo la cama y me acosté en la colchoneta.
Marinette salió vestida con el pijama de mamá. Su cabello estaba húmedo y goteaba un poco, mas su expresión parecía de lo más relajada, muy por el contrario a como me encontraba yo.
¡Una chica estaba en mi habitación!
Pues esa misma chica, ya había estado muchas veces en tu habitación.
¡Pero se quedaría a dormir!
Ya durmió una vez aquí.
¡Pero no toda la noche y además en mi cama, al lado mío!
Mi pelea interna no me dejó oír lo que ella me decía, y cuando pude reaccionar la tenía frente a mi agachada.
—¿Estás bien? —sacudí mi cabeza.
—¡Perfectamente!, ¡todo está de maravilla!
—Te decía que no es necesario que duermas aquí, puedo hacerlo yo. —negué con la cabeza y formó una fina línea en sus labios. —Adrien...
—Está bien, no me molesta. Además, quiero que estés cómoda. —me observó en silencio, mas sólo se irguió, sentándose en mi cama. La miré hacia arriba con curiosidad.
—Lamento que estés castigado. —dejó su mochila a los pies de la cama. —nunca fue mi intención que pasara.
—Eso lo sé, pero no te preocupes. —reí. —no es primera ni última vez que mamá me castigará.
—¿Estás diciendo que harás que te castigue en el futuro? —alzó una ceja confundida y me encogí de hombros.
—No soy perfecto, Marinette. Se que cometeré errores en algún momento. "Todo acto tiene su consecuencia. Para bien o para mal. " dice papá.
—Tiene razón. —miró sus manos entristecida y la preocupación cayó en mi pecho estrujandolo con fuerza. —cuando mi padre se entere que no dormí allá... Traerá consecuencias.
—Oye... —me levanté sentándome a su lado tomando una de sus manos. —no tienes que volver con él. Puedes quedarte aquí... Conmigo. —llevé su mano hasta mis labios y la besé. Estaba fría como siempre.
—No puedo... —sollozó. —me encontraría de una u otra forma, y eso los pondría en peligro a todos ustedes.
—Marinette. —con una de mis manos alcé su rostro para que me viera. Limpié algunas lágrimas de sus mejillas. —recuerda lo que te dije... Piensa un poco en ti. No puedes estar toda la vida bajo el lodo.
—Por eso voy al instituto. —susurró. —porque quiero ir a la universidad y escapar de él.
—Quieres...
Es extraño como la idea que tienes de una persona puede cambiar en un segundo. Marinette tenía una meta, un sueño, algo que seguir... Ella no se había rendido, aunque a veces pareciera que así era, y yo... No lo había visto antes.
Sólo estaba viendo a la Marinette que no puede hablar con las personas, la que no desobedece las órdenes de su padre, la que aguanta los golpes sin decir nada, la que quería desaparecer de este mundo y la que carga con su sufrimiento sola.
Estaba equivocado, muy equivocado. Marinette conocía una salida de todo eso y estaba intentando alcanzarla, por muy difícil que fuera, incluso trabajando de medio tiempo para darle ese dinero al desgraciado de su padre.
—Tienes que dejarme ayudarte entonces. —sus ojos llorosos no me perdían de vista. —estaré ahí apoyándote en todo lo que te propongas. Si quieres ir a la universidad, lo lograrás, porque la capacidad y disposición la tienes de sobra. —quité su flequillo, aún húmedo, hacia un lado con mis dedos. —Escuchame bien, no estás sola.
Marinette respiró profundamente y se acercó más a mí, su nariz rozaba la mía. Nuestros ojos se entrecerraron y extinguió la distancia de nuestros labios por unos cinco segundos. Eternos cinco segundos que no quería que desaparecieran.
Le devolví el beso, deslizando mi mano hacia su nuca para que no se separara de mi y me dejé llevar por el calor que se abría paso de mi pecho hacia mis mejillas.
—¿Qué fue eso? —susurré con la respiración entrecortada y tragué duro.
—No lo sé, pero quería hacerlo... —dejé caer mi frente a la suya y sonreí volviendo mi mano a su mejilla para acariciarla.
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