Capítulo trece: Mariposas
"El aleteo de una mariposa puede causar un huracán al otro lado del mundo."
Recuerda que en algún momento de su niñez de dijeron que las mariposas eran bellas y que eran delicadas. Frágiles ante el más brusco de los toques. Le contaron que si llegaba a sentirlas en su estómago entonces era algo bueno.
No le dijeron que las mariposas podían ser violentas, retorciendo sus entrañas y nublando sus pensamientos con el sonido del aleteo en su cabeza. Le ponían los nervios de punta y lo paralizaban al sentir como se movían agresivas por todo su cuerpo como un nuevo árbol al cual rodear hasta ahogarlo. Las mariposas lo estaban sofocando.
Era muy abrumador el caos que representaba algo tan pequeño y que al mismo tiempo cargara con algo tan pesado como el alma enamorada.
Miró una vez más la pantalla de su celular, justo como lo había hecho hace medio minuto atrás, como si por arte de magia la respuesta que esperaba fuera a llegar pese a que el último mensaje que envió hubiera sido días atrás. Levantó la mirada al techo, perdido en sus propios pensamientos confundidos, esparcidos por todo el lugar.
Suspiró, sintiendo de nuevo las miles de alas cosquilleando cada rincón de su pecho como su buscaran salir disparadas de ahí. Le resultaba inhóspitas las emociones que, en aquel momento, descargaban su ira reprimida dentro.
¿En qué momento? Se preguntó reviviendo en sus recuerdos la mirada de dolor en el rostro de Shotaro, odiándose al saber que había contribuido a aquella pesadez sin siquiera saberlo. ¿En qué momento las cosas se habían inclinado en su contra?
No recordaba cuando la situación había cambiado tanto ni por qué se sentía diferente ahora. La necesidad por aquellos cabellos grisáceos, la falta de la sonrisa perlada y la abstinencia de la suave voz se sentían más fuertes que nunca. ¿Por qué?
—Sungchannie —una voz infantil lo distrajo, obligándolo a detener sus dudas y dirigirlas a la pequeña posada en la entrada.
—Hey, ¿pasa algo? —se sentó en la orilla de su cama, mirando a su hermana con cariño. La niña entró tímidamente a la recámara, sus manos detrás de su espalda.
—Dice mamá que vengas a cenar —dijo tirando de la sudadera rosada que traía puesta. Sungchan sonrió enternecido.
—Ya voy —levantó a la menor y la sentó en sus piernas—. Dame un momento, ¿sí, princesa? —le hizo un par de cosquillas en su barriga, sacándole a la niña un par de risas.
—¿Por qué te ves tan serio, Sungchannie? —preguntó ella jugando con los cordones de la sudadera de su hermano mayor.
—¿A qué te refieres, Hani? —preguntó confundido. La pequeña enrojeció.
—Es que yo vine a verte antes, pero te veías triste y serio que no quise entrar —explicó moviendo sus manitas—. Le fui a decir a mamá, pero ella insistió en que te hablara.
Sungchan abrazó a Hani con fuerza, haciendo que ella se quejara suavemente ante la presión ejercida por los brazos de Sungchan. Sin embargo, le regresó el abrazo con especial entusiasmo.
—Anda, vamos a cenar —se incorporó cargando a la niña y salieron al comedor. Su mamá acomodaba la mesa, siendo ayudada por un pequeño niño. Su hermano menor parloteaba mientras su madre escuchaba atentamente con una sonrisa.
—Ahí estas, Sung —ella lo miró con cierto alivio—. Lleva a tus hermanos a que se laven las manos, por favor.
El chico asintió y extendió la mano al chiquillo quien corrió a alcanzarlo para tomarla. Bajó a la niña y los tres emprendieron su camino al baño.
—¿Sungchan sigue triste? —le preguntó en susurro el menor de los mellizos a su hermana.
—Eso creo —le respondió igual de bajito sin saber que en realidad el mayor podía oírlos. Decidió omitirlo.
—Muy bien, monstruos —colocó dos banquitos frente al lavabo—. Lávense su manos.
No les tomó más de cinco minutos cuando los dos niños regresaron corriendo a la mesa, hambrientos. Sungchan iba detrás, indicándoles que no corrieran dentro de la casa. Su mamá ya estaba sentada, sirviendo los deditos de pescado en los platos infantiles.
—Huele bien, mamá —se sentó al lado de la mujer. Ella sonrió complacida.
—Gracias, cielo —dijo sirviendo un poco de ensalada y carne en el plato de su hijo—. Hoy fue tu último día de clases, ¿cierto? —preguntó ya sirviéndose ella.
Sungchan atacó un brócoli antes de asentir.
—Sí, me entregan calificaciones regresando de vacaciones y todo eso —dio un sorbo a su vaso de agua. Le hizo una mueca a los mellizos y estos soltaron rodillas traviesas.
—Me alegro, te hacía falta un descanso. ¿Qué tal la carrera? ¿Te gusta? —Sungchan sabía a donde quería llegar con todas aquellas preguntas. Le dio puntos a la elocuencia de su madre.
—Me encanta, es genial —aseguró cortando la carne.
—Eso es fabuloso —masticó un poco. Sungchan solo estaba esperando a que soltara la bomba y la conversación seria empezaría—. ¿Hay alguna muchacha de tu interés? —subió y bajó las cejas juguetonamente. Sungchan no pudo evitar reír.
Recuerda haberse sentado en ese mismo lugar para contarle que había terminado con Liz y lo afligido que se sentía. Su madre había sido muy comprensiva y amorosa, como siempre, solo que multiplicado al triple. De repente se sintió en un deja vú.
—No, no, nada de eso —bajó la mirada a su plató de comida. Jugó nerviosamente con un trozo de zanahoria. De repente había perdido el apetito.
—¿Sucede algo, hijo? —Sungchan se armó de valor.
—¿Cómo... —picó un tomate, sin saber cómo continuar— se diferencia el cariño del amor?
La mujer le miró sorprendida un momento antes de que su expresión se transformara en una cargada de ternura.
—Bueno, en realidad no hay mucha diferencia, mi amor —dijo ella amablemente. Sungchan le miró confundido—. El cariño y el amor son dos cosas que no puedes separar, vienen unidas. Tu amas a alguien por quien sientes cariño. No necesariamente tiene que ser románticamente, Sung.
Sungchan asintió comprendiendo mejor a qué se refería. Decidió preguntar con más claridad.
—Es solo que, am —talló el tenedor contra el plato, provocando un suave chillido. Los mellizos se rieron—, hay una persona a la que quiero y siempre creí verla como solo una amistad, pero sucedieron un par de cosas y ahora no estoy tan seguro. Me siento extraño y confundido.
—¿Por qué confundido?
—Porque creí que mis sentimientos al respecto estaban definidos, pero creo que nunca lo estuvieron. Me ayudó en muchos momentos y solo logré causarle daño al final.
—¿De quién se trata, Sung? —la mano de su madre alcanzó la suya y la acarició— Sabes que puedes confiar en mi.
—Es... es un chico —hubo un silencio por parte de su madre que se le hizo más largo de lo que en realidad fue, solo se rompió ante una respiración pesada.
Levantó la vista del plato finalmente, encontrándose con los ojos de su madre cargados de preocupación.
—Ven acá —dijo después de un momento y abrazó a Sungchan con fuerza—. Así que eso es lo que te tenias guardado —soltó un suspiro de alivio—. Gracias por tener la confianza de decirme, mi vida.
Sungchan le regresó el abrazo. —Estoy confundido y aterrado.
—¿Es porque es un chico?
—No, es porque no sé si me gusta de esa forma. Yo... lo extraño, mamá. Lo lastimé cuando más me necesitaba y ahora no me habla, lo necesito. Pero no sé por qué me siento así.
—Oh, hijo, no es tu obligación saberlo aún. Está bien tener dudas, Sungchan, eres humano.
—Lo sé, pero... —se separó del cuerpo de su madre y retomó su cena— me gustaría saberlo —musitó.
Su madre palmeó su mejilla con delicadeza.
—¿Qué es lo que sientes cuando estás con él? Eso es lo importante.
—Mami —dijo Hani llamando la atención de la mujer.
—¿Sí, cariño?
—¿Eso quiere decir que Sungchan tiene un nuevo novio? —Sungchan soltó una risa mientras negaba. Tomó un trozo de lechuga y lo lanzó a su hermanita, esta se cubrió riendo igual.
Su madre sonrió y pellizcó la nariz de la pequeña.
—Que chismosita niña —le sonrió dulcemente—. Pero no, aún no.
La cena transcurrió con normalidad, pero las dudas, los conflictos y las emociones seguían tormentosos dentro de él.
Malditas mariposas ruidosas.
Jeno no estaba mejor. Sonrió una vez más ante las anécdotas de Hendery y su especial entusiasmo por hacer bromas y comentarios tontos.
—Te juro fue terriblemente incómodo —Jeno parpadeó, dándose cuenta de que el pelirosa le había estado hablando. Forzó una risa para aparentar que había escuchado.
—Suena a que te la pasaste increíble —dijo con ironía, ganándose una sonrisa. Mas algo en la forma que lo miró su novio le dio a entender que no había disimulado con completo éxito. Hendery no mencionó nada.
—¿Te vas a quedar hoy? —preguntó el mayor levantándose de la cama y colocándose el pants arrugado en el suelo. Jeno se giró sobre su cuerpo para quedar boca abajo.
—Ajá —afirmó mirando a Hendery colocarse una sudadera y luego peinar sus cabellos distraídamente. Hendery se volvió a verlo, terminado de acomodar la sudadera sobre su torso. Jeno regresó a su posición anterior.
—Asombroso, tengo algunos planes para nosotros —se subió a la cama moviéndose despacio, quedando sobre el cuerpo de Jeno.
—¿Ah sí? ¿Se pueden saber cuáles? —preguntó sonriendo lo más seductoramente que pudo. Lo único que consiguió fue una risa y luego un beso.
—Nop. Iré por comida, ahorita vengo —se apartó provocando que Jeno dejara caer su cabeza contra la almohada, medio mosqueado.
—Tu me debes algo, Wong —se quejó acomodando su espalda contra el respaldo de la cama. Hendery hizo una mueca, fingiendo no oírlo.
—No te escucho, ya me estoy yendo —exclamó saliendo de la habitación. Jeno rió y se levantó en cuanto escuchó la puerta de la entrada cerrarse.
Buscó su ropa alrededor, colocándose con pereza Ño sin antes revisar su reflejo en el espejo que ocupaba un gran espacio frente a la cama de Hendery. Había algunas marcas y mordidas más nada que no pudiera ocultar. Se deslizo dentro de una camisa y salió a la estancia.
Caminó a la cocina y tomó un vaso de los que habían lavado un par de horas atrás. Se sirvió agua y la bebió con rapidez. Estaba tan sediento.
El sonido de una notificación de mensaje captó su atención, dándose cuenta de que se trataba del celular de Hendery. Sonó una vez más y Jeno resistió el impulso de tomarlo y revisar.
—Eres mejor que esto. Confías en Hendery —musitó para sí mismo.
Sonó una vez más. Jeno miró una vez más el celular antes y lo tomó sin tener tiempo de analizar sus acciones, sabiendo que se iba a arrepentir si lo pensaba bien.
El nombre de YangYang llenaba la pantalla. Todos los mensajes siendo suyos.
"Suena cansado, ojalá se solucione todo pronto." Jeno frunció el ceño. ¿Solucionar? ¿Solucionar qué?
Dejó el celular donde estaba y como lo encontró para así salir de la cocina. No deseaba admitirlo, pero las dudas volvían a él tan rápido como su novio las había disipado. Odiaba pensar que dudaba de quien amaba locamente.
Se sentó en el sillón, buscando algo con que distraerse y evitar así crear escenarios innecesarios en su mente. No podía admitir que las palabras de su mejor amigo habían hecho mella tan profundo, más de lo que le gustaría.
Las mariposas en Jeno comenzaban a morir.
La puerta se abrió, dejando ver a Hendery con un par de cajas de pizza y una Coca-Cola entre su brazo derecho y su torso. Jeno se apresuró a ayudarle.
—Muy nutritivo, Hen —se burló.
—Debo aprovechar que estoy en mis veintes y mi cuerpo lo resiste todo —se encogió de hombros. Jeno negó dejando el refresco sobre la mesa. Ambos tomaron asiento una vez Hendery trajo los vasos.
—Hen, ¿has hablado con YangYang últimamente? —preguntó tratando de mostrar despreocupación en su voz. Hendery levantó la vista de su pizza.
—Un par de veces, ¿por qué?
—Oh, por nada, solo curiosidad —continuó comiendo evitando la mirada del mayor.
Hendery podía notar la duda y la desconfianza crecía en Jeno, creando cortes pequeños en él. No dijo nada, pero Jeno tampoco. Ese fue el pequeño error.
Las mariposas en Jeno morían, mientras que las de Hendery comenzaban a salir disparadas, incapaces de seguir habitando allí.
dos capítulos en un día wujuuuu. siento si hay errores juas juas, es medio tarde y ya tengo sueño nwn
espero estén disfrutando la historia y nos leemos pronto. se viene algo bueno así que espérenlo y peguen bien sus pelucas juju.
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