Capítulo cuatro: Curiosidad
Oh, que desafortunada es la mente humana, ¿no es así? Pareciera que se encargaba, por la mera satisfacción del pleno sufrimiento, guardaba en ella recuerdos que solo causaban dolor y la vergüenza de la propia piel. ¿Por qué no guardar momentos donde el corazón retumbaba contra la caja torácica pronto a estallar de nada más que euforia? Los momentos de gozo puro desperdiciando con el olvido.
Shotaro, por supuesto, era víctima de su propia mente. Si había llamado o siquiera cruzado pío con Sungchan... simplemente no podía recordarlo. Lo que hace la situación una ironía que invitaba a golpear a la vida con puño cerrado y un escupitajo. Si Shotaro había intercambiado un simple "hola"... Sungchan no dijo nada. Oh, malditas sean las convicciones de intimidad y la timidez causada por honestidad tajante.
—Muy bien, entonces te veo al final de clases —Yuta se levantó cerrando la laptop. Shotaro asintió—. Solo queda grabar tu coreografía, ¿cierto? —preguntó distraídamente, cerrando su ojo derecho, mirando hacia el suelo y apuntándole con el lente que Shotaro entendía eran para tomas lejanas.
—Sí, esa sería literalmente mi parte del proyecto —el japonés menor sacudió las migajas de galletas esparcidas por sudadera—. Están muy bellas tus fotos, nunca nadie me había hecho sentir bello de esa forma.
Yuta sonrió.
—No hice nada más que capturar tus movimientos, Taro —guardó la laptop con cuidado en su mochila y la cerró—. Bueno, nos vemos.
—Adiós, Yu —se despidió flojamente del mayor, regresando la atención a su café con leche ya frío. Sentía el ambiente tan extraño, como si cuerpo le dijera que estaba pasando algo por alto.
Un dedo pinchó su hombro mientras intentaba concentrarse en qué era lo que podía estar mal. Se giró en dirección al pequeño toque, esperando a Jeno, Hendery o cualquier otra persona. Sin embargo, ni Jeno, ni Hendery, ni otra persona le recibieron con una pequeña sonrisa. Sungchan sostenía un muffin de chocolate en su mano.
—¿Todo va bien con el proyecto? —el primer reflejo de Shotaro fue huir, claro que aquello sería no solo descortés sino también cobarde. Se había prometido que al menos lo iba a intentar. Cruzó sus piernas y carraspeó.
—Uhm, sí. Yuta toma fotos bastante bellas —correspondió a la sonrisa, recordando las fotos que le había mostrado.
—Eso es genial —respondió Sungchan sentándose en el espacio a su lado. La larga banca junto a la estatua conmemorativa de su universidad estaba muy helada mas al menor pareció no interesarle. Sus hombros se rozaron suavemente y Shotaro resistió las ganas de apartarse como si Sungchan fuera completamente tóxico—. Toma —le extendió el muffin.
—¿Eso es para mi? —cuestionó extrañado, extendiendo sus manos lentamente al pan.
—Te ves cansado y hambriento, así que sí —el castaño se rió y Shotaro no pudo evitar seguirle, tomando el muffin despacio y después oliéndolo. Olía a chocolate y mantequilla.
—Gracias. Muero de hambre —lo mordió, dándose cuenta de lo pobremente que había comido antes de salir de su casa y en sí las galletas solo habían empeorado el hambre.
—No hay de qué —Sungchan le miraba comer con una sonrisilla de diversión en el rostro.
Se mantuvieron en silencio durante el tiempo en que Shotaro devoró el muffin. El japonés se incorporó a tirar el papel rojo que envolvía el muffin a un contenedor de basura para regresar a su lugar de inmediato. Sin embargo, detuvo su caminar frente a la banca al notar la mueca torcida en el rostro de Sungchan.
—¿Pasa algo? —preguntó frunciendo las cejas, sintiendo el pánico comenzando a invadirle. Joder, odiaba que ser burlaran de él.
Sungchan negó comenzando a notar la molestia en el rostro del mayor. Se apresuró a explicarse antes de que el muchacho estallara en ira o peor, lágrimas.
—Oh no, no, no —movió las manos rápidamente—. No es nada malo, solo... —se interrumpió para levantarse. Shotaro sabía que el chico era alto, pero no fue hasta ese momento que realmente sintió la diferencia de altura— tienes resto de muffin chocolatoso en tu rostro.
Shotaro se sintió no solo avergonzado sino también tonto.
—Oh.
—Ven, déjame ayudarte —se acomodó frente a él e inclinándose ligeramente hacia delante, con su dedo índice y pulgar comenzó a retirar las bolitas que habían quedado pegadas a su barbilla y mejillas. El tacto de cierta forma quemaba la piel de Shotaro, parecido a la sensación que causaba pasar la mano sobre la flama de una vela; era intenso mas no ardía en dolor.
Se quedaron parados uno frente al otro mientras Sungchan diligentemente quitaba el pan. Shotaro respiraba en un hilo de aire, inseguro de si quiera hacer un movimiento. Pudo apreciar el semblante alegre de Sungchan cuando, al quitar lo que al parecer era el último trozo de muffin, murmuró un "tierno". Regresó a su asiento y Shotaro le imitó.
—Oye, ¿puedo preguntarte algo? —Sungchan le miró muy atentamente. Los ojos castaños calaban hasta en los huesos de Shotaro. Se estremeció.
—Seguro, dime —sonrió disimulando un poco la ansiedad que aquella insinuación le había causado.
—¿Por qué siempre actúas así? —Shotaro no pudo evitar ladear la cabeza confundido cuando escuchó la pregunta. Sungchan se lamió los labios antes de replantear la cuestión— Quiero decir, siempre tienes esa mirada extraña en tus ojos cuando estoy cerca y sueles evitarme y huir —se rascó la nuca, nervioso. El japonés a su lado comenzaba a perder un poco los estribos—. ¿No te agrado? ¿Te hice algo o te incomodé? Es solo que no entiendo y realmente me gustaría que no fuera así.
—Uhm... —comenzó el mayor, bajando la mirada su regazo donde retorcía sus manos. Se sintió como un deja vu por un momento; la conversación, las emociones, el tono de voz de Sungchan— no es culpa tuya, Sungchan. En general soy yo el del problema, no sé como actuar cuando estás alrededor.
Sungchan asintió, procesando las palabras. Sus ojos se movían en todas direcciones, como si estuviera tratando de encontrar el mensaje oculto detrás de sus palabras o unirlas con otra cosa que haya dicho antes.
—Es solo que... no puedo controlar mis nervios, tengo muchos problemas conociendo gente y, bueno, digamos que acercarme a ti no estaba en mis planes.
El menor ahora solo parecía confundido mientras se encaraba a Shotaro quien ahora ya no podía callarse.
—¿Ah no?
—Ugh, maldición —talló un poco sus ojos, buscando una excusa para distraer su cabeza de los brillantes orbes castaños y cabellos enrulados—. Siempre hay gente rodeándote y no soy de la clase que atrae muchas amistades o personas haciendo fila por mi mano. No quería incomodar o, no lo sé, avergonzar.
Sungchan no podía creer lo que oía. Shotaro se sentía estúpido y ridiculizado con la mirada seria y labios apretados de su nuevo amigo.
—Taro, me gusta tu compañía. Ser tu amigo no me avergüenza —su tono sonaba algo ofendido—. No puedes saber lo que pienso o asumirlo como para ignorar mi existencia, ni siquiera te habías molestado en hablarme —podía notar la molestia en su voz.
—Lo sé, lo siento, un movimiento estúpido —Shotaro quería irse de ahí, la mirada molesta le estaba cortando la piel cual láser.
—No hay nada de que tengas que avergonzarte, Shotaro —Sungchan soltó una respiración profunda, acercándose al mayor—. Si vuelves a tener algún pensamiento de este tipo por favor dímelo, quiero ayudarte.
—Sí, está bien, yo... am... —Sungchan volcaba toda su atención en él y eso no le agradaba. La alarma en el celular del coreano comenzó a sonar.
—Oh, carajo, me tengo que ir —se levantó de golpe, asustando a Shotaro—. Te mando mensaje —tomó su mochila y se la lanzó al hombro.
—Sí, de acuerdo, diviértete —se despidió Shotaro, evitando reírse cuando Sungchan resbaló en un escalón por ir corriendo.
El chico se alejó y Shotaro también tomo sus cosas para dirigirse a su siguiente clase.
Sungchan no era ningún estúpido. Solo hacía falta sumar uno más uno para saber que, de nuevo, Shotaro le estaba dando información a medias. Sin embargo, tampoco iba a presionar al chico a que soltara todo como si llevaran veinte años de amistad. Llevaban alrededor de una semana hablándose, ¿qué demonios esperaba?
En defensa de Sungchan, simplemente necesitaba saber. Saber lo que pensaba Shotaro o las razones por las que se veía diferente estando con el extraño chico pelirosa y su novio peliazul. Solo necesitaba saber. Había algo en el chico, dígase su energía o quizás su vibra, personalidad o imagen que transmitía; pero Sungchan debía entender lo que Shotaro le transmitía.
Pero claro, la curiosidad mató al gato.
Solo que él aún no saltaba a su muerte súbita.
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